Por Miguel Ángel Huamán
Fuente Universidad de San Marcos
En noviembre de 1970, en el número 22 de la revista Haraui, que dirigía Francisco Carrillo, aparecieron publicados breves poemas que marcarían un radical giro en nuestra tradición literaria. El autor del conjunto era un desconocido e iconoclasta joven nacido en la ciudad de Huaraz en 1949, de nombre castizo y rimbombante: Santiago López Maguiña.
Aunque se daba como referencia su condición de estudiante de sociología en
En dicho número de la revista Haraui también publicaron José Rosas Ribeyro y Tulio Mora, destacados poetas de su generación, cuya presencia abonó a favor de la idea de un seudónimo y una autoría extranjera. Los testimonios esquivos de Francisco «Paco» Carrillo —Director de la revista—, en torno al supuesto poeta y ciertas vagas confesiones de un destacado escritor de la generación del 70, en el sentido de que todo había sido una broma y que decidieron «inventar» un literato fuera de serie, con fragmentos de varios libros notables en lenguas diversas, dio por concluido el asunto que terminó por caer pronto en el olvido.
Sin embargo, la mágica concreción de los versos y su singular arquitectura verbal lograron entre los jóvenes escritores unánime reconocimiento. A los pocos meses muchos asumieron como emblema su tono nihilista y escéptico, su talante irónico y ácido, dotado de inusual sencillez y simpleza. Como en estos versos que hallaron su propio camino:
No soy libre si camino
Si gusto viajar
Y viajo
Si gusto cantar
Y canto
No soy libre porque quiera
Y diga
Hago de mí lo que me venga en gana
Cuando en 1971, el destacado crítico literario Alberto Escobar no incluyó en su esperada antología de la poesía peruana a Santiago López Maguiña, la indignación hizo presa de varias núbiles poetas. Ellas organizaron un acto cultural en desagravio a su admirado e injustamente silenciado talento lírico, convocado a las puertas del diario
En plena realización del certamen, comenzó a circular entre la nutrida concurrencia —en su gran mayoría chicas adolescentes y jóvenes de ambigua apariencia—, un volante que reproducía parte de una entrevista española al poeta Pablo Guevara. En ella éste confesaba haber sido promotor de la farsa. Los poemas de López Maguiña que eran leídos en el recital e intercalados con los de otros poetas jóvenes invitados al mitin, eran producto de una creación colectiva. El nombre del supuesto autor ni siquiera era un seudónimo: era una invención, una ficción, un fantasma.
Las asistentes poco a poco se dispersaron y como señala el periodista Jaime Bayly en su libro Los últimos días de
A comienzos de siglo los jóvenes y audaces poetas José Gálvez y Edgar Saavedra, admiradores de la obra del Premio Nobel de Literatura, el vate español Juan Ramón Jiménez, no hallaron mejor manera para obtener los libros del escritor que inventar una admiradora peruana que epistolarmente sedujese al anciano poeta chapetón. Con esa intención mantuvieron bajo el nombre ficticio una extensa correspondencia con éste, que a la par que incrementaba la colección particular de sus libros —remitidos y obsequiados galantemente desde ultramar—, fue encendiendo inocentemente la llama de la pasión en Jiménez.
La exquisita sensibilidad literaria, la vasta cultura, la belleza espiritual y juvenil de que hacía gala la dama en cada nueva carta, además de la soledad y tristeza que sufría, convencieron al impulsivo escritor que se encontraba ante el amor de su vida. Así que decidió viajar al lejano Perú a conocerla y hacerla su esposa. Obviamente apenas recibió Gálvez la noticia, asustado y desesperado ante la posibilidad de encontrarse cara a cara con Jiménez y peor aún ser objeto de su amor, mejor dicho de su ira, optó por hacerle llegar a través de un diplomático peruano la noticia de la trágica muerte de Georgina. Corolario de esta aventura es el poema que escribiera Juan Ramón y que forma parte de su libro Laberinto. La elegía empieza así: «El cónsul del Perú me lo dice: Georgina Hübner ha muerto bajo el cielo de Lima.»
Un segundo caso, esta vez contrario, se presentó en los años setenta. Mirko Lauer y Abelardo Oquendo publicaron dentro de una breve antología de poemas del amor erótico, editado por Mosca Azul, a una poeta ecuatoriana: Márgara Sáenz. El único dato consignado al final del intenso y coloquial poema eran los años de su nacimiento y muerte (1937-1964). Aunque se trataba de una invención irónica de los antologadores, la broma tendría consecuencias inusitadas. Para la comunidad literaria limeña los rasgos inverosímiles se insinuaban en la extraña triple coincidencia: poeta mujer, ecuatoriana y buena. Por lo que no pasó mucho tiempo para que se confirmara los nombres de los autores. Al poco tiempo, el texto pasó al olvido en la reducida comunidad intelectual de Lima.
Sin embargo, un ejemplar de la pequeña antología llegó a Guayaquil, ciudad consignada como lugar de nacimiento de Márgara Sáenz, y en contados meses fue reivindicada por las organizaciones defensoras de los derechos de las mujeres. La ponían como ejemplo de la potencialidad de la mujer para llegar a producir cultura, sobreponiéndose a las duras condiciones de explotación que la sociedad machista y patriarcal imponía a la mitad de la población mundial.
No demoraron mucho las feministas en exigir la reivindicación histórica de la poeta injustamente postergada. «Márgara y Olmedo: fuertes como un torpedo», «Sáenz. Espinel e Iza, en literatura nadie nos pisa» y otras pancartas o lemas fueron agitados en la manifestación que llevó por ley constitucional a consignar en los libros de colegio el famoso poema, ejemplo de la producción intelectual de la mujer ecuatoriana y latinoamericana.
En vano escritores y políticos peruanos advirtieron en reiteradas oportunidades a los amigos ecuatorianos de la equivocación. No escuchaban e incluso se sentían ofendidos ante la sola insinuación de algo semejante, cuya única posible explicación era el odio ancestral y la oprobiosa campaña histórica contra ellos. Incluso cuando años más tarde sentados ante la mesa de negociación, que finalmente conduciría a la firma de paz y al cierre de la frontera, el canciller del Perú tuvo el gesto de entregar —al margen del protocolo— un informe documentado que incluía videos y declaraciones certificadas de los autores de la farsa, la reacción violenta del canciller ecuatoriano estuvo a punto de frustrar meses de negociación entre ambos países. Hoy en día, el turista que llega a Guayaquil tiene como una de sus visitas obligadas, el viaje a
No debe sorprendernos, por lo mismo, que los poemas de Santiago López Maguiña no fueran olvidados. Empero, como ya hemos dicho, ellos seguían su propio camino. El azar y el tesón de un joven estudioso de la literatura cambiarían la historia. Todo se inicia con uno de los poemas que circularon en ese recital de comienzos de la década del setenta. El que dice así:
En domingo
Cuando la ciudad duerme su siesta
Debo esforzarme en no cerrar mis párpados
En no contagiarme con la costumbre
De sentarme a consumir el tiempo
Mientras espero la noche
O lo inesperado
Encerrado en casa
Sin leer ni escribir
Pierdo vida
La singular factura del verso, precursora de las posturas nihilistas y escépticas que habrían de manifestarse en la poesía peruana de los años noventa, permaneció oculta y latente durante una década entre las hojas de un ejemplar de la antología de la poesía peruana de Alberto Escobar. Su dueño, Joselito Muñoz, un descuidado estudiante de filosofía, había heredado dicho ejemplar de su hermana mayor y lo donó a la biblioteca de
Integrante conspicuo de las aulas de la mítica Escuela de Literatura de
no me hago recuerdos
para vivirlos más tarde
cuando no tenga más remedio
que dejar pasar el tiempo
mientras llega la noche
Impactado por la simple contundencia del breve poema, el joven crítico se preguntó a quién pertenecía y si no se trataba de un nuevo talento en ciernes que podría dar a conocer en su revista literaria Ajos, dedos & TeMores. Así que inició una búsqueda primero en los libros, luego con los estudiantes y finalmente entre los profesores, que obtuvo como resultado una inmensa masa de información contradictoria y paradójica que conducía inevitablemente al problema de la autoría, la biografía y el impresionismo, vistas por su insuperable cociente de inteligencia como añejas taras en los estudios literarios precientíficos.
Es por esta razón que se dijo a sí mismo que esta indagación era una tarea encomiable digna de sus extraordinarias habilidades por lo que decidió hacer el favor a la historia literaria nacional desentrañando dicho misterio. De modo que fue el vulgar egocentrismo de un soberbio y despistado alumno el que dio origen nuevamente al debate en torno a la autoría de estos versos cautivantes.
El número cuarto de la revista estuvo dedicado a presentar toda la problemática descubierta e incluso aportaba sustantivamente a una futura edición crítica de dicha producción lírica publicando en exclusiva el siguiente poema:
has dejado tus libros
en manos de los termites
abandonados en ese tu maldito cuarto
arrinconado en el más oscuro lugar de la casa
te das cuenta del peligro
piensa en los libros que todavía no has leído
en los que has ido posponiendo para más tarde
Para los estudiosos de la literatura el problema que la revista lanzaba a la palestra era el punto neurálgico de un largo debate inconcluso que involucraba las más heterogéneas posturas teóricas. Desde que Genette incluyó como instancia básica de su crítica la de la narración, los aspectos concernientes a la enunciación habían sido el eje sobre el que giraban las búsquedas y paradigmas de las corrientes teóricas en el campo de los estudios literarios.
Al poco tiempo de la aparición del número, la discusión en torno a los poemas de Santiago López Maguiña adquirió una dimensión nacional. El número de invierno de la sesuda revista de análisis del discurso arequipeña Diéresis, dirigida por Rafo Díaz Barreda —más conocido como Coco Núñez—, también abordó el tema en forma monográfica e incluyó, además, otro nuevo poema inédito que decía así:
Ciudad
vuelvo a ti sin querer
La rutina de tus horas volverá a envolverme
el desesperante y único rumbo diario
la tristeza siempre primera de los domingos
Para fines del año, eran más de diez las revistas nacionales que ofrecieron innumerables estudios, comentarios, reseñas y entrevistas que giraban en torno al problema suscitado por los versos santiagolopezmaguiñistas. Culminación de dicho proceso fue la aparición de un número especial de la revista Casa de las Américas en donde el gran debate se internacionalizó y en donde también, para variar, se publicó un nuevo breve poema inédito. El mismo que reproducimos a continuación:
No tengo nombre
ni rostro
ellos
se pierden entre
los demás nombres
y los demás rostros
soy
apenas
dos mil millonésima parte
del número de habitantes
incógnitos que hay en la tierra
A propósito de esta proteica influencia, Even-Zohar, fundador de
Hoy en día se impone como tarea insoslayable, la realización de la edición de la poesía completa de Santiago López Maguiña, labor a la que nuestra universidad debería abocarse prioritariamente durante los próximos treinta años, no sólo por la figura planetaria de su autor sino porque éste fue durante varias décadas docente de
Al respecto, debemos recordar que en
PROVINCIA
Ociosamente
con la lentitud de un siglo
pasan las horas
de tarde
cuando el sol
cae de bruces
y las calles
sin una sola alma
se alargan tristemente
alimentando una terrible paz
que nada quiebra
No levanto los brazos
los abro
para saludar al sol
Creemos que en estos versos se deja traslucir el rasgo nacional de su factura, la identidad andina y el espíritu emprendedor que ha caracterizado durante siglos a nuestra raza. Por ello esperamos que futuros trabajos y estudios logren condenar al absurdo aquellas capciosas interpretaciones que pretenden negar importancia a la obra santiagolopezmaguiñista.
Sobre el punto, para terminar, habría que recordar que en los últimos congresos realizados en Roma, Río de Janeiro y Moscú, tras arduas deliberaciones se llegó a una clara respuesta frente a la interrogante abierta por esta singular escritura: Santiago López Maguiña es mágicamente el discurso del Otro. Punto que confirma, más allá de todo metalenguaje, que en una tradición literaria marcada por la impronta biográfica y la crítica subjetiva, además de por las restricciones del campo cultural, en el caso que hemos investigado la conclusión surge casi sola: si no hubieran existido estos poemas publicados en Haraui habría sido necesario inventarlos.
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