LA VENGANZA DEL ZAPATERO
A las siete de la mañana de un fresco jueves de marzo de los sesentas, el páramo chiquiano ya estaba de pie bajo un cielo azul que anunciaba un día sin aguacero. Después de tomar desayuno en la manada de Tupucancha emprendí viaje rumbo al poblado de Conococha.
Durante la travesía llamó mi atención una choza abandonada a la vera del camino; entonces mi curiosidad pudo más que el cansancio y pregunté a mi abuelita Catita por lo desolada que estaba, sobre todo estando afincada en un paraje acogedor. Ella me narró esta historia:
"Hace muchos años, una bella mujer llamada Julia Dora, habitaba esta vivienda, que le servía de manada y punto de encuentro de los arrieros que atravesaban la puna con destino a la costa. Uno de estos arrieros fue un joven zapatero que se unió a la caravana, en vista que su negocio en el pueblo no le alcanzaba para sobrevivir.
Entrada la noche de su primer viaje el nuevo arriero se detuvo junto con sus compañeros en la casa de Julia Dora, quedando prendado de ella. A las cinco de la madrugada la despedida fue de un amor a primera vista, ya al retorno de la costa la convenció para convivir, y desde aquel entonces la felicidad de la pareja fue intensa.
Cierto día, el zapatero fue picado por un mosquito anopheles en el valle de Colquioc, contrayendo el paludismo, temida enfermedad que sin el adecuado tratamiento terminaba con la vida de los arrieros. Ante la fiebre y las tercianas que se incrementaban, sus amigos lo trasladaron a un hospital limeño donde empezó su larga convalecencia.
Mientras tanto para su conviviente, los meses se sucedían grises por la ausencia del ser amado. Así pasó un año, sola y sin pretendientes, hasta que un día de carnaval sucumbió ante el galanteo de un fornido arriero, y acordaron verse a las 9 de la noche.
Una hora antes de la cita, ella ya tenía preparado el aposento. Faltando pocos minutos dejó la puerta sin seguro y esperó desnuda en penumbra...
A las 9 en punto ingresó el amante y tras toparse con su cuerpo ingresaron a una vorágine de gemidos, quedándose dormidos culminado el clímax...
A la medianoche despertó el arriero y en su deseo de continuar amándola, la besó con fuerza, mas sus labios no respondieron al llamado de la carne. Se paró rápido, encendió un palito de fósforos y para su sorpresa vio que por las nalgas de Julia Dora discurrían gruesos hilos de sangre. La volteó y quedó paralizado, al ver que una chaveta de zapatero, oculta en el viejo colchón de paja, había atravesado su espalda dejándola fría..."
No hay comentarios:
Publicar un comentario