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domingo, 29 de marzo de 2009

Marcos Yauri y la tradición oral de su pueblo

 Por Virginia Vilchez 

Nutrido con la mitología de su pueblo (Huaraz, Ancash), el Premio Nacional de Novela (1969) y de Poesía (1977), Marcos Yauri Montero, reconoce la gran influencia que tuvo la tradición oral en sus estudios etnohistóricos producción literaria y destaca el horizonte que le abrió para comprender mejor el Perú y las particularidades de la región andina.

 En esta entrevista nos habla de esto y de cómo se convirtió en escritor y cómo su formación le ha servido para entrar en el lado no oficial de la historia, rescatar la cultura olvidada, la cultura clandestina. 

-Cuéntanos ¿como te inicias en la lectura?

Yo me inicie en la escuela, cuando cursaba la primaria. Tenía un maestro, al que le gustaba que todos y cada uno de nosotros, recitáramos poemas todos los lunes en la formación. Esto me llamó la atención y empezaron a gustarme los poemas y los libros. Yo leía novelas, mientras mis amigos se distraían, se iban a fiestas, iban de paseo, etc... Yo me quedaba en casa leyendo novelas, que empezaron a gustarme mucho. Para mi la mejor aventura era leer una novela. 

-Y tu inquietud por la escritura?

Cuando tenía 11 o 12 años en la escuela nos dieron como tarea escribir algo sobre Miguel Grau y como yo no sabia cómo hacerlo le pregunté a mi viejo el cómo. Entonces él me dijo: escribe como si te estuvieras dirigiendo a él, y así empecé, una tarde olvidada ya. La escritura en mí es la consecuencia de mis lecturas. Con el tiempo nació en mí la idea de que yo también debería escribir una novela y cuando veía películas sobre la biografía de un escritor o como vivían los poetas en Paris, me nació el sueño de ser como ellos, buscar la fama, la nombradía y así escribir. Mis primeras inquietudes fueron en verso 

-¿Cuál es el primer libro que escribes? ¿Cómo evoluciona tu producción literaria?

Mi primer libro, titulado Breviario de vía crucis 1952, es un poemario pequeño. Fue impreso en Huaraz y se vendió en Trujillo. Yo estaba estudiando en la universidad y por allí se difundió. Ya cuando empecé con seriedad, el 60 publiqué el poemario El mar, la lluvia y ella. Después de un largo proceso de trabajo artesanal, salió este libro que fue muy lindo y fue calificado como el más bello libro de amor que se había escrito hasta entonces. Así empezó la historia. En total he escrito 28 títulos entre poesía, novela y trabajos etnohistóricos además de artículos que están repartidos, en revistas, periódicos. 

- La ternura de muchos de tus diálogos hace pensar que podrías muy bien incursionar en la literatura infantil. ¿Has pensado en hacerlo?

No. Siempre me ha sido muy difícil; hay que tener alma de niño. A mi me gustan los niños y tengo alma de niño, pero sin embargo, me ha sido imposible, así como me es imposible escribir en quechua. Yo soy quechua hablante, pero nunca he podido escribir, ni siquiera un verso en quechua. Hay que tener un aura especial como Arguedas para hacerlo; él si escribía poesía quechua y brillantemente. 

-Resulta extraño que no escribas en quechua siendo un buen quechua hablante y habiendo recogido las leyendas de Ancash en esta lengua.

Efectivamente, estaban en quechua y yo los he traducido. Este trabajo se remonta a los años cuarenta cuando todavía en el Perú no se hablaba de etnohistoria, ni se hablaba de literatura oral, en Lima, era una cosa desconocida. Entonces, yo, por amor a la tierra, iba anotando todas las leyendas y mitos que me contaban y los iba apuntando en un block, hasta que en el año 60, antes del 60, me pregunté ¿que va ha ser de este material? Entonces fui donde P. L. Villanueva que era el mejor editor de esa época; le presenté el libro y salió con el título de Ganchiscocha: leyendas, cuentos y mitos de Ancash. Así fui trabajando más y más hasta que después me encontré con que se había desarrollado en Europa toda una teoría muy sólida, y que al Perú recién se estaba expandiendo y los teóricos se estaban haciendo. A eso se debe a que no tenga los textos en quechua, sino todo está traducido al castellano. Ya no he tenido tiempo de recoger o recordar los textos quechuas, porque eso significaría trabajar dos o tres años, volver al ambiente y buscar a las personas que todavía recuerdan y volver a recoger; eso ya no ha sido posible. Me absorbió el trabajo de la novela, me olvidé de esas cosas y ahora ya no se puede. 

- ¿Qué tanto tus novelas, tus cuentos tienen influencia de la tradición oral?

Sí, tiene influencia, porque la tradición oral no solamente es relato o cuento, sino contiene una información histórica, religiosa, la cosmovisión. Entonces muchos de esos mitos me han servido para entender mi región, para entender el Perú y en ese sentido he hecho una confrontación con ciertos aspectos de la ideología occidental y he encontrado coincidencias. 

-Coincidencias en qué por ejemplo.

Por ejemplo, en el Ande un enamorado le quita a su enamorada una sortija y la conserva como una joya. Este es un gesto universal. En el Werther de Goethe, el protagonista, conserva y muere y se dispara un pistoletazo y en sus cartas que deja para ella le dice: me acompañará el lazo que me obsequiaste en mi cumpleaños. O sea, como humanos somos iguales en todo el mundo. Lo que nos diferencia es la forma como percibimos el mundo. Allí esta la diferencia. Toda criatura humana tiene espíritu, tiene alma, tiene corazón, tiene capacidad de pensar, de inventar... Somos iguales, no hay distingos. 

-¿Todas tus obras están ambientadas en Ancash?

Si, todas mis obras están ambientadas en Ancash y concretamente en Huaraz; pero Huaraz se conecta y forma contrapunto con la capital, con la metrópoli, con Lima. De allí que, por ejemplo, en varias de mis novelas, la decadencia de las clases medias provincianas -huaracinas en este caso- van parejas y en la misma etapa con la decadencia de las clases medias miraflorinas. La decadencia de algunas ciudades, que han quedado atrás, no se han desarrollado o han desaparecido en algunas zonas, yo encuentro una relación enorme, por ejemplo, con la avenida Pardo que, en los años 50, era una avenida hermosa, con jardines, con casitas que eran chalet de una o dos plantas, ahora es una Babilonia. Pardo esta tugurizada, hay bancos, hay algazara, hay borracheras, hay una barbaridad, una torrentera de automóviles. Entonces, pareja es la decadencia a nivel nacional, tanto en provincia como en la metrópoli. De todas maneras, los sociólogos -no sé por qué- siguen mirando al mundo andino como un mundo lejano, diferente, del que no se conoce nada y nos miran sobre los hombros. Están muy equivocados. 

- Esta mirada diferente que tienes de lo que está ocurriendo en el Perú obedece a tu formación?

Soy licenciado en Educación, especializado en Historia. Ahora están primando mis ideas históricas. Esto me ha servido para entrar en el lado no oficial de la historia, rescatar la cultura olvidada, la cultura clandestina, la cultura de los pueblos sin escritura. Ese es el del mundo andino. Por eso estudio los mitos, estudio sus canciones y trato de rescatarlos y encontrar la memoria de esa cultura, de mostrar la memoria oficial, la memoria oral, la memoria colectiva que esta viva, conteniendo una cultura muy sólida, muy vital, a pesar de que la modernidad trata de ignorarla o de barrerla. 

- ¿Que les aconsejarías a los jóvenes escritores

Les recomendaría dos cosas: primero, una formación sólida porque, para ser escritor, hay que leer primero, a los grandes maestros, que son una verdadera escuela, y luego leer cuanto se pueda, todos los días, y ejercitarse, escribir. Luego tal vez una formación teórica. Ahora se acostumbra asistir a talleres, de donde salen, a veces, escritores que son toda una promesa, pero yo pienso que lo mejor es leer, leer y leer y al mismo tiempo descubrirse a si mismo, descubrir si se tiene vocación o no; porque de nada va a servir una sólida formación teórica, una erudición monumental si es que adentro no hay ese amor a la palabra, el amor a cómo representar el mundo a través de la palabra. Cuando me preguntan los jóvenes -siempre me preguntan- yo les digo: “para eso no hay reglas. En ningún libro vas ha encontrar cómo debes escribir, cómo debes empezar, cómo debes terminar. Nadie te va ha decir eso, ni hoy ni mañana. Tu mismo tienes que escucharte a ti mismo”. Es lo que les repetiría. 

UNA ANÉCDOTA: Cierto día, en Huaraz, en la calle se me acercó un desconocido preguntándome si yo era Marcos Yauri. Cuando le contesté que sí, me dijo que me tenía que agradecer haberle salvado de las penurias. Había sucedido que al encontrarse sin empleo se puso a vender libros, entre ellos mi novela La sal amarga de la tierra en las provincias. Al obtener éxito, se decidió a comprarle a la editorial PEISA toda la edición (20 mil ejemplares). La vendió íntegramente. Esta noticia me alegró mucho, hasta ahora estoy conmovido. 

Marcos Yauri Montero

Marco Yauri Montero (Huaraz, Ancash 1930 ). Licenciado en historia, es narrador, poeta y ensayista. Profesor de la Universidad Ricardo Palma y profesor honorario de la Universidad Nacional Santiago Antúnez de Mayolo, Autor de numerosas novelas y trabajos de etnohistoria. Compilador y analista de la tradición oral quechua.

Premio Nacional de Novela (INC, 1968), Casa de la Américas (1974); Gaviota Roja (1985)
En 1969, obtiene el Premio de Fomento a la Cultura Peruana Ricardo Palma por su obra La sal amarga de la tierra. En 1975 el Premio Casa de las Américas por su obra En otoño después de mil años. Premio José Gálvez Barrenechea de poesía (1977). En 1983 el Premio Extraordinario Gaviota Roja por Así que pasen los años.

 
Libros publicados:
 

Tiempo de amar, tiempo de morir 
San Marcos, Lima 2007

Historia de medio siglo de un pueblo junto a un río envenenado por cloacas y desechos mineros. En su trama florece la fantasía como en las películas del cine clásico. Uno de los protagonistas que ignora la inminencia de la muerte, en el deliquio del beso ve a un niño que tira su pelota en un parque con árboles que tienen la forma de corazón, y una niña lanza una serpentina.

 
Puerta de la alegría 
Universidad Ricardo Palma, Lima 2006

La evangelización que se llevó a cabo desde fines del siglo XVI hasta el XVII, en el territorio conquistado por las huestes españolas, tuvo un producto literario inmediato como son las canciones y dramas religiosos en lengua quechua.
El autor ha recatado, traducido y estudiado estos textos que dan cuenta del patente sincretismo religioso que se desarrollo en el mundo andino.
 
Arte de olvidar. Casa donde nací
Ediciones del autor, Lima 2006

Marco Yauri Montero, poeta, novelista, ensayista. Obtuvo el Botón de Oro en los Juegos Florales organizado por la Universidad de Trujillo en 1953 y Mención Honrosa en el Premio de Fomento a la Cultura "José Santos Chocano" del INC (1970). En 1987 mereció el Premio Nacional de Poesía "José Gálvez Barrenechea". Su poemario Rapsodia en Chavín mereció en 2002 el Premio de Poesía Horacio.
 
El regreso del paraíso 
Ediciones Altazor, Lima 2005

En El regreso del paraíso... la maestría de Marcos Yauri, se modeliza como norma narrativa indispensable para configurar un código común frente a la pluralidad y heterogeneidad irresuelta desde hace muchos siglos en nuestra formación social. Miguel Ángel Huamán
 
Eurídice, el amor
San Marcos; Lima 2004

Esta novela trenza dos monólogos, el de un hombre y una mujer, amantes separados por el tiempo y la distancia. El amor entre los dos, nace en una realidad encantadora en apariencia, en el fondo troceada por prejuicios, y muere como Eurídice, que al agonizar le reclama al fantasma de su amante sus manos.
Novela de fin de siglo, bella, compleja y tersa, también terrible, misteriosa. Atesora un idílico paisaje de valles, sol y heleros, sobre el que se cierne el desastre. 
 
Así que pasen los años 
San Marcos, Lima 2002

Esta novela nos conduce por los oscuros laberintos de la conciencia humana y su aparente linealidad; oculta acontecimientos candentes del Perú moderno, voces, claves, misterios, novelas que se piensan escribir o que ya están escritas. Galardonada con un Premio Extraordinario Gaviota Roja (1983) lleva por titulo un verso del poeta Georgios Seferis: Así que pasen los años / el numero de los jueces que te condena aumentara.
 
Mañana volveré
San Marcos, Lima 2000

Ambientada en los años setenta pero haciendo revivir épocas anteriores merced a un hábil empleo de la temporalidad, cuenta la vida de Raúl, oriundo de Huaraz, en esa enorme ciudad, caótica, multitudinaria que es la Lima moderna. El novelista se vale de técnicas sofisticadas, como la del contrapunteo Lima / Sierra que le permite abarcar diferentes espacios significativos: el de la “patria chica” del protagonista y el de la capital, repulsivo y a la vez atractivo y deslumbrante. Francoise Aubés
 
La sal amarga de la tierra 
Ediciones Piedra y nieve, Lima 1968
228 p.

Premio Nacional de Novela "Ricardo Palma", 1968. La sal amarga de la tierra es el drama angustioso de la serranía peruana. A través de ella nos asomamos a los conflictos y problemas que quemaban el corazón y los nervios de los campesinos. Además vemos en ella el afán del autor por integrar las dos caras del Perú: campo y ciudad, de cuya fusión brotará el auténtico espíritu nacional.
 
Lázaro divagante. Poemas 
Minerva, Lima 1969

Marcos Yauri Montero es el poeta de la lluvia. Todos sus versos, todo su ambiente, diría que casi todos los vocablos que emplea en su poesía, están saturados de lluvia, de vaho serrano, de arco-iris, de nubes y de roció matinal... (Ernesto More)
 
 

Torres de la Soledad
Ornitorrinco, Lima 2007 
51 p.

Torres de soledad presenta a través de 25 poemas un mundo donde el tiempo ha impreso su pátina y cambios irreversibles. Cuanto mas largo es el tiempo, más hondos y estremecedores los cambio. Quienes transitan por el mundo de Torres de soledad, son seres que entrelazan sus mitos personales con los de la sociedad.

 
Laberinto de la memoria
Pedagógico San Marcos, Lima 2006

Conjunto de ensayos en los que se busca interpretar algunos mitos y relatos orales del andinos. En sus páginas fluye una constante preocupación por el uso de nuevos conceptos, categorías, instrumentos y modelos de análisis, asimilados creativamente de la filosofía, del psicoanálisis, de la historia, de la arqueología, de la etnohistoria, y de otras ciencias.
 
Leyendas Ancashinas 
Edición del Autor, Lima 2000

Este volumen reúne un centenar de cuentos, mitos y leyendas de las distintas provincias ancashinas. Los relatos contienen la magia y el encanto de la fantasía popular. Son historias de la creación del mundo y del hombre, de las plantas y de los animales; de la fundación de los pueblos y ciudades, de la formación de cordilleras, lagos y ríos.
 

No preguntes quien ha muerto 
San Marcos, Lima 1999

No preguntes quien ha muertotrata con desenfado e integridad moral problemas seculares de la historia del Perú. Dentro de la mejor tradición de la novela histórica latinoamericana, e imbricada en los cauces de la narrativa indigenista, la prosa privilegiada de su autor nos deleita y emociona con su virtuosismo para retratar ambientes, personas y situaciones. Ismael P. Márquez

 

El séptimo sello 
Ediciones Arcángel, Lima 1999

Con su visión alucinatoria del tiempo, de la vida, del amor y de la muerte, volcada a través de un estilo bruñido llevado a un ritmo ágil y armonioso, el séptimo sello, es una extraordinaria novela cuya lectura, suscita una expectativa sin fin.

 

El hombre de la gabardina 
Ediciones Azalea, Lima 1996

En el marco especial de la ciudad de Huaraz, el personaje principal, que es reconocido como el "Forastero", encuentra que su terruño ha cambiado radicalmente después de muchos años de ausencia. Un nuevo mundo ha surgido. Nuevas edificaciones han sido levantadas sobre lo que fue la vieja ciudad. Se desenvuelve un movimiento agitado, nutrido y agresivo de gentes y vehículos, que contrasta con el ritmo quieto y cordial que el "Forastero" evoca de la antigua cuidad. Santiago López Manguiña

 

Maria Colon 
P.L. Villanueva, Editor, Lima 1980

Esta obra innovadora es un mural, donde la realidad, el sueño y la irrealidad al entrecruzarse originan contrapunteos fascinantes, dentro de una atmósfera mágica. Uco, la ciudad donde discurre una parte de la historia que cuenta, es una Itaca de verde eternidad, en contrapunteo con Lima, concretamente con su elegante distrito de Miraflores; y asimismo sus personajes son versiones del eterno Ulises, que surca el sueño y la realidad, y enfrenta el poder.

 
Un rostro en el polvo. Poemas 
Ediciones “Piedra y Nieve”, Lima 1963

Un rostro en el polvo es un retorno a la niñez, un viaje a los campos del Perú, una identificación con nuestros héroes auténticos. Tiene ancha tacitura desde la humildad de la lluvia hasta el estremecimiento del alud; desde la cantiga campesina, hasta la estruendosa arenga de loa héroes. (Ernesto More)
 
El amor de la adusta tierra. Rapsodia en Chavin 
Ediciones “Piedra y Nieve”, Lima 1968

Yauri Montero ha comulgado con la piedra y la nieve ”con el cielo y la manzana” de Neruda con el vegetal, el mineral, con ese mundo que se destroza y se reincorpora en el Guernica picassiano, con la tormenta interior y la lumbrarada del amanecer que estamos forjando... (Manuel Suárez Miraval)
 
La balada de amor de Lázaro. Poemas 
Ediciones “Piedra y Nieve”, Lima 1967

“Un poeta. O mas bien: un “poeta-poeta”, con su años sin restricción. Pues ama a los hombres todos de la tierra”. “y esa: Balada de amor a Lázaro: poema tan nostálgico y humano con lagrimas, con esperanza todavía. Tal vez el mas significativo de Marcos Yauri. (Henry de Lescoet)

sábado, 21 de marzo de 2009

Santo Domingo de Huari es el nombre castizo de la ciudad de Huari

HECHOS DE LA HISTORIA 

SANTO DOMINGO DE HUARI, UNA CIUDAD DE FUNDACION ESPANOLA

Santo Domingo de Huari es el nombre castizo de la ciudad de Huari, capital de la provincia del mismo nombre, del departamento de Ancash, hoy Región Chavín, bautizado así por los españoles cuando la fundaron, pues, era norma en ellos que al fundar las ciudades de los territorios colonizados, anteponían al topónimo, es decir, al nombre oriundo del lugar, el nombre de un santo de la Iglesia Católica, bajo cuya protección y devoción se realizaba la fundación. El Patrón de Huari es Santo Domingo de Guzmán, patrono y fundador del Rosario; Huari es voz quechua con diversas acepciones: "Wari Wiracocha Runa", primera generación de indios; "Wari Runa", señores grandes, como señala Felipe Guamán Poma de Ayala, por ejemplo.

Tanto por su nombre así como por muchas otras razones, la ciudad de Huari es de indiscutible fundación española. Entre ellas, cabe destacar el trazo recto de sus calles, con distribución en damero, de diez por cinco orientadas de norte a sur y de este a oeste.

Otras razones importantes son la presencia de una Plaza Mayor, de forma cuadrilátera y de una Iglesia, construida en el lado relevante de dicha plaza. La referida Iglesia, hoy desaparecida, era de indiscutibles raíces coloniales; existió hasta la década del 70; hoy , en ese lugar se ha construido una arquitectura moderna y exótica, disonante con el contexto urbano mestizo de la ciudad. De acuerdo a los datos históricos existentes, es probable que la Iglesia de Huari fuera construida hacia 1551, después que se estableciera en Yungay los Misioneros Dominicos, quienes fundaron allí la iglesia y el convento, el mismo que también fue priorato. Félix Alvarez Brun, señala que probablemente de este foco cristiano y evangelizador, salieron los primeros pastores religiosos a los distintos reinos del departamento, así como a Conchucos y Huari.

La Iglesia de Huari en mención, estaba construida ocupando todo el lado Oeste de la plaza, a su vez, en la parte alta del lugar, con la intensión de darle un efecto de imponente, hecho que fue enfatizado, aun más, mediante las graderías ("gradas") de acceso, tanto desde la plaza hacia la entrada principal y desde la calle lateral sur, hacia la entrada menor o "Pachan Puncu".

Dichas graderías tampoco existen en el presente; ellas han sido destruidas junto con la Iglesia. Los lugares ocupados por la Iglesia y la plaza, fueron bien elegidos; pues, al parecer, expresamente, siguiendo la configuración natural del terreno, procuraron los españoles destacar la arquitectura de la Iglesia, tanto en relación a la plaza como al resto de la ciudad.

Indicador significativo es la división de la ciudad en cuatro barrios cada uno de los cuales fue señalado también bajo la devoción de un santo patrón. Dichos barrios son: San Juan, El Milagro, El Carmen y San Bartolomé; cada uno de ellos tiene su respectiva capilla, que motivó la existencia de cuatro capellanías, referencia hecha por Santo Toribio de Mogrovejo en su Libro de Visitas.

Otro hecho importante que hay que destacar es que la ciudad de Huari está lejos de los sitios de ocupación pre hispánica, factor especial que sirve para ratificar su condición de fundación española, porque los españoles para fundar las ciudades en las colonias a nombre de la corona católica, tenían especial cuidado de elegir los lugares alejados de los sitios ocupados por los gentiles, salvo algunas excepciones, como el caso de la ciudad del Cuzco, cuya fundación española se levanta sobre estructuras de la época incaica. Las normas de fundación puntualizaban que los lugares ocupados por los gentiles, debían ser abandonados y es así como se instruía a los indígenas al establecerse la política de las reducciones.

Los vestigios arqueológicos que dan testimonio de la ocupación humana antes de la llegada de los españoles, se encuentran lejos de la ciudad de Huari. Uno de ellos, el más conocido, es Huaritambo, a 15 Km. al norte de Huari, situado sobre la margen izquierda del río Cuchitambo, al borde del camino incaico, el cual en este tramo, está bien conservado. Huaritambo, tanto por su nombre como por estar justo en un punto del camino incaico, debió haber sido un tambo incaico. Es probable que allí estuviera situado Huari antiguo, antes de la fundación española. Estudios posteriores confirmarán tal hipótesis.

El sitio arqueológico de Huaritambo consiste en un conjunto de habitaciones cuadriláteras hechas de piedra, separadas unas de otras, alineadas en la parte alta del pueblo actual del mismo nombre y de posibles terrazas. En la parte baja, confundiéndose con los campos de cultivo y las viviendas actuales, existen chullpas, donde hay numerosos entierros humanos. Acerca de las habitaciones en mención, algunos piensan que pudieron haber servido como graneros.

Por toda el área de este sitio arqueológico se encuentran gran cantidad de fragmentos de cerámica, vestigios de diversas clases de artefactos de piedras, morteros, hachas, porras, etc. Asimismo, provienen de este sitio las piedras labradas que decoran las gradas exteriores e interiores de la antigua Iglesia, así como de las calles de Huari.

Aun hoy, todavía hay muchas de estas piedras en las calles así como en el interior de algunas casas particulares de Huari, Pomachaca y otros. La escultura de piedra llamada "huaca" que servía de "paccha" en Huari, que aún decoraba la plaza de Huari hasta no hace mucho, también procedía de Huaritambo. Así mismo, en dicho lugar, existe in situ, en una acequia de agua que corre al sur del conjunto arqueológico, en dirección Este Oeste, una especie de silla de piedra labrada, conocida como "silla del Inca", que también debió haber servido de "paccha".

Por todos los elementos recuperados y por los estudios de los esqueletos, Huaritambo fue un sitio eminentemente de la época incaica (1400-1500 d.C.)

Otro sitio arqueológico en las inmediaciones de Huari, aún no conocido, está en la localidad de Pariaucru, a sólo 5 Km. al sur de la ciudad. Allí existe una colina de silueta muy armónica que se denomina "Piruru" (forma de rueca). En exploraciones efectuadas en 1962, se recogió de la superficie gran cantidad de fragmentos de alfarería, muchas de ellas con decoración pintada correspondiente al estilo Recuay; probablemente al sitio corresponde a uno de los sitios de ocupación Huaylas que llegan al área de Conchucos, procedentes del Callejón de Huaylas; aproximadamente hacia el año 200 a.C. que dominó probablemente la región hasta los años 600 u 800 d.C.

Marca Jirca, es otro sitio arqueológico de la periferia de la ciudad de Huari, de indudable ocupación Inca (1400-1500 d.C.), situado a 10 Km. al este, en la parte alta de las localidades de Chinchas y Huaripampa. El sitio se caracteriza por la presencia de chullpas construidas, dentro de las cuales hay gran cantidad de enterramientos humanos, cuyos esqueletos y demás objetos que se encontraban en dichas tumbas, han sido terriblemente profanadas por los huaqueros. Es de interés remarcar la presencia de cráneos con deformación intencional.

Por el momento no se cuenta con documentos que registren la fecha de la fundación española de la ciudad de Huari. El documento más antiguo que existe para ilustrarse acerca de la historia española de Huari, es el libro de visitas de Santo Toribio de Mogrovejo, escrita en 1594, donde relata el referido Santo, las visitas que efectuó por los territorios de Conchucos, la primera en 1585 y la segunda en 1593. En dicho documento, refiere con nitidez y minuciosidad, su paso por Huari y los pueblos aledaños en el capítulo "Doctrinas de Frailes de Santo Domingo". Dice entre otras cosas, que en todo el área encontró que ya existían parroquias y capellanías. En Huari encontró que existían la parroquia y la cofradía nuestra Señora del Rosario. A continuación, algunos pasajes de ese importante documento:

"En el pueblo de Sancto Domingo de Guari, visitó su Señoría Ilustrísima y halló haber en él, conforme a la relación y memoria que dieron los indios y el padre Fray Antonio Alvarez Altamirano, cura desta doctrina, doscientos y cuarenta y dos indios tributarios y ciento y diez y ocho reservados, y quinientos y setenta y uno de confesión, animas de mil y nueve, como todo ello parece y consta por la relación de los dichos indios". Hay media legua deste pueblo un obraje en el cual se ocupan la gente de los pueblos siguientes:

De todo el pueblo de Chavín once indios casados, con doce mujeres, que son veinte y tres, siete niños de teta, un indio soltero, dos niños de edad de ocho años, quince muchachos hiladores, dos viejos, dos viejas.

"Y así sucesivamente, continúa con los pueblos de "Guanctar", Llaquia", nuevamente "Sancto Domingo", "Llamellin". Sant Luis. Enfatiza sobre la doctrina de Huari del siguiente modo:

"Y demás de lo susodicho tiene las iglesias de esta docrina los siguientes: Primeramente tiene la iglesia del pueblo de Sancto Domingo de Guari cuatrocientas y diez cabezas de ganado; item, tiene la iglesia del pueblo de Llaquia doscientos y veinte y nueve cabezas del dicho ganado; hay en el pueblo de Sancto Domingo de Guari una Cofradía Nuestra Señora del Rosario, la cual tiene ciento y diez y seis cabezas del dicho ganado; así mismo tiene otra Cofradía el pueblo de Llaquia la cual tiene tan solamente tres cabezas del dicho ganado".

HILDA VIDAL VIDAL
"Huagancu" 94.

martes, 17 de marzo de 2009

La afición del jubilado

Nuestro Invitado

 Enrique Eloy de Nicolás Cabrero

Reconozco que esta afición mía es extraña.

Sí, no lo niego. ¿De qué me serviría negarlo, si soy consciente de su rareza? Es algo atípico, anormal y nada común. Pero a mí me gusta. Me relaja hasta el punto de no necesitar nada más en esta vida de pensionista anticipado que llevo. Hasta el día que me dieron la baja indefinida en la empresa jamás había conseguido encontrar una afición que me ayudara a sentir bien, a realizarme. Y mira que probé cosas que a mí me parecían acertadas para pasar mis ratos libres. Pero ninguna me llenó de verdad. Todas me aburrían sobremanera al cabo de pocos meses.

Ahora lo pienso con detenimiento y reconozco que es rara, muy rara. Pero es lo que me hace sentir bien. Tanto es así que, cuando se termina una sesión, estoy deseando salir a la calle y comenzar otra nueva. No quisiera acabar nunca. Es lo que los muchachos de hoy día llaman... ¿Cómo dicen? ... ¿Estar pillado?. Pues sí, en efecto. Estoy pillado, enganchado. Es como una droga que se adentra en mis entrañas y no me deja respirar si no salgo a la calle y le doy rienda suelta. No sé si existirá este tipo de adicción, pero si existiera, yo sería un adicto total.

No puedo evitar sentarme en una terracita, o en el interior de un bar, y observar a la gente a mi alrededor. Al principio imagino sus vidas por su indumentaria, por sus gestos. Otras veces imagino lo que están hablando entre ellas, convirtiéndome en un actor maravilloso que cambia los registros de voz conforme habla una u otra persona. Y, muchas veces, me resulta tan cómica esa situación que, de repente, rompo a reir a carcajada limpia sin poder parar, yo solo, observando cómo la gente me mira comparándome con un demente. Otras veces observo con fijeza a las personas que están solas, sentadas al pie de una mesita, leyendo un libro o un periódico, o simplemente observando, como yo y me imagino sus pensamientos, transcribiéndolos en mi mente con los tonos de voz y con la personalidad que mi imaginación les ha otorgado.

Sé que es algo extraño, una afición de un loco o de un perturbado, pero a mí me divierte. Es lo más entretenido que jamás he hecho. Y he de reconocer que, tras aquellas representaciones que mi mente me hace ejecutar, elaboro auténticas comedias, o dramas, o mezcla de ambos, cuyos actores involuntarios son las personas a las que observo. Al final, tras bastantes minutos de observación e imaginación, creo conocer a esa persona, incluso saber qué tipo de vida lleva.

El otro día fui más allá.

Fue la primera vez que lo hacía y confieso que, al final, lo pasé tan mal que me prometí no volver a repetirlo. Pero a día de hoy, tras experimentar aquel placer tan intenso, sé que no podré evitarlo.

Y es que se me ocurrió cambiar de juego cuando un muchacho delgaducho y con cara de enfermizo se sentó en la mesa de al lado, en la cafetería a la que suelo acudir todas las tardes a dar rienda suelta a esta afición mía. Pidió una Coca-cola y se quedó allí, sentado durante casi dos horas, sin moverse lo más mínimo y sin apartar la vista del vaso que sujetaba con sus manos como si temiera que se lo fueran a quitar. A veces echaba rápidas y furtivas miradas hacia la calle, nervioso, como si estuviera esperando a alguien, o como si tuviera miedo o se escondiera de algo. Intenté imaginarme lo que pasaba por su cabeza, pero no funcionó. Era tal la curiosidad que despertó en mí, que fuí incapaz de poner a trabajar mi imaginación como otras veces. No iba mal vestido, ni tenía apariencia extraña. Calculé que andaría por los veinte o veintidós años. Llevaba unos pantalones vaqueros desgastados y un jersey de lana, de cuello alto, de varios colores. Iba pulcramente afeitado y peinado, con una raya perfecta al lado izquierdo. Y se tocaba múltiples veces el puente de sus anticuadas gafas, colocándolas en el punto más alto de su nariz. Parecía hacerlo por un instinto maniático que acudía a él cada dos o tres minutos.

Creo que no se dio cuenta de mi presencia. Con seguridad, el periódico que yo simulaba leer contribuyó a ello.

Al cabo de esas casi dos horas pidió la cuenta, dejó un billete de diez euros sobre la mesa y se marchó sin esperar a que el camarero le diera el cambio.

En ese momento fue cuando decidí salir detrás de él y seguirlo.

Agradecí aquella nueva situación. Tenía unas ganas enormes de ir al baño a vaciar mi vejiga, pero no lo hice en ningún momento por temor a que, en mi ausencia, el muchacho se marchara y me dejara con la miel en los labios.

Caminaba con paso decidido por la acera izquierda de la Gran Vía , en dirección a la Plaza del Callao. Yo lo seguía a unos cincuenta metros, haciendo alguna que otra parada frente a los escaparates de las tiendas con la intención de que no se diera cuenta. Aunque, a decir verdad, no hubiera hecho falta, porque él en ningún momento se volvió a mirar hacia atrás.

Ahora mismo no sabría describir la excitación que sentí mientras lo seguía, pero puedo asegurar que fue mucho mayor que mis anteriores experiencias. Y por ello no podía dejar de hacerlo. Aquello superaba en mucho a las otras veces, en las que imaginaba las vidas de los demás y les ponía voz a través de mi imaginación. Era como si aquel muchacho demacrado y enfermizo tuviera una fuerza magnética que actuara sobre mí sin poder evitarlo.

Al llegar a la Plaza del Callao, giró a la izquierda y continuó andando al mismo paso por la Calle Preciados. Yo hice lo mismo, sin acortar la distancia que nos separaba. Aunque eran las nueve y pico de la noche, aún deambulaban cientos de personas por allí. Me resultó menos violento pasar inadvertido, pero también más difícil no perder de vista al chico. Aligeré el paso, con el temor a perderlo entre la gente y me acerqué bastante a él. Hubo momentos en los que, si hubiera alargado un poco el brazo, habría podido tocarlo. Mi excitación aumentaba, al igual que mis remordimientos por hacer lo que estaba haciendo. Mi conciencia me decía que aquello estaba mal, que una cosa era observar a la gente e imaginarme películas y otra muy distinta seguir a un pobre muchacho como si yo fuera un policía y él un peligroso delincuente. Pero no podía evitarlo. Mi curiosidad podía más que mi conciencia y su voz interna no tardó mucho en apagarse.

Cruzó la Puerta del Sol sin respetar los semáforos y yo tuve que hacer lo mismo, escapando del morro brillante de un coche por los pelos. Cogió la acera derecha de la Calle Mayor , en dirección a la Calle Bailén y continuó andando como un autómata. Mi curiosidad iba a reventar. Aquel chico me atraía. Jamás había visto a nadie tan indiferente con el mundo que nos rodea. Nada llamaba su atención. En ningún momento sacó las manos de sus bolsillos mientras caminaba. Era una persona extraña.

Continuó caminando sin pausa, al mismo ritmo, con la misma decisión. Yo me cambié de acera para observarlo mejor e impedir que me viera si le daba por volverse. Al cabo de un par de minutos llegó a un portal del que no recuerdo el número y llamó al interfono. Yo seguí, no sin nervios, caminando, intentando parecer un transeúnte más. Alguien le abrió la puerta, la empujó y entró. Mi corazón dio un vuelco, intuyendo que hasta allí había llegado mi aventura. Pero mi mente, rápida y ágil cuando ella quiere, me hizo correr e impedir que la puerta se cerrase del todo. Allí estaba el muchacho, esperando el ascensor. Le dí las buenas noches como las hubiera dado cualquier vecino y me coloqué a su lado, sin obtener ninguna respuesta ni reacción por su parte. Su olor corporal me llegaba de lleno. No olía a colonia ni a desodorante, pero tampoco olía mal. Era un olor extraño, parecido al alcanfor.

Llegó el ascensor y él, en el primer y único gesto amable que tuvo, me dejó entrar primero. Al cerrarse las puertas lo observé, con cuidado. Su mirada estaba perdida en el suelo engomado, la cabeza hacia abajo y sus ojos, escondidos tras aquellos gruesos cristales, parecían alternar entre el suelo y mi persona, sin parecer atreverse a dirigirlos de lleno hacia mí. Le pregunté a qué piso iba y él, sin responderme nada en absoluto, pulsó el tercero. Al llegar, abrió la puerta y salió sin decir ni media palabra. Yo salí, también y comencé a bajar las escaleras. Mientras bajaba oí el sonido del timbre. Me quedé un poco rezagado, en un rincón de la escalera, intentando ver a la persona que abrió la puerta. Pero no pude. Tan sólo alcancé a oír la voz de una mujer que recriminaba al muchacho su tardanza. Oí un portazo descomunal y después una discusión entre el muchacho y la mujer en la que él no intervenía. Dos minutos después, desde mi improvisado puesto de observación, oí como la puerta se abría de nuevo y vi salir al muchacho con una mochila colgada al hombro. La mujer, desde la puerta, no dejaba de dirigir improperios e insultos hacia él. El corazón me latía a mil. Decidí bajar todo lo deprisa que mis piernas me dejaron. Abajo, en el portal, observé, en mi huída, como el ascensor aún no había llegado. Abrí la puerta de la calle y crucé a la acera de enfrente. Cuando el chico salió, yo estaba mirando el escaparate de una filatelia, observándolo en el reflejo del cristal.

Comenzó a andar por esa misma acera, de la misma forma que lo había hecho antes. Con las manos dentro de los bolsillos y sin prestar la más mínima atención a su alrededor. Yo, de nuevo, con el corazón desbocado, comencé el seguimiento.

Así anduvimos, él delante y yo más atrás por la otra acera, hasta el final de la Calle Mayor. Giró a la derecha y cogió la Calle Bailén , en dirección al Palacio Real. En un momento dado, cruzó la calle por un lugar que no estaba permitido y comenzó a andar por la otra acera. Yo no me atreví a hacer lo mismo, recordando aún el susto de la Puerta del Sol, y continué andando, un poco más deprisa, en busca de un paso de cebra por el que cruzar sin sobresaltos. Mientras lo observaba, a lo lejos, vi como se paró en un punto de la acera, dejó su mochila en el suelo y extrajo de la misma un cuaderno con las tapas rojas. Garabateó algo en una de sus páginas y lo dejó sobre la mochila, sin preocuparse de devolverlo a su interior. Aún me quedaban unos pocos metros para llegar al paso de peatones cuando vi cómo el muchacho, tras dejar sus gafas sobre el cuaderno, se subió con agilidad sobre la vieja barandilla metálica del Viaducto. Yo me temí lo peor y eché a correr. Se irguió sobre la misma y abrió los brazos en cruz. Intenté correr todo lo rápido que pude, gritándole que no lo hiciera, llamando la atención de las pocas personas con las que me cruzaba. Me faltaba muy poco para llegar a su lado. Mis pulmones me quemaban. No podía más. Volví a gritarle, una y otra vez, sin descanso. “¡No lo hagas! ¡No lo hagas!” Echó una mirada fugaz al lugar donde había dejado la mochila, miró al cielo y así, con los brazos en cruz, la mirada perdida en el firmamento y los ojos casi cerrados, se lanzó al vacío en busca de una paz añorada o quizá perdida, sin yo saber lo que pasó, en esos últimos momentos, por la mente de aquel pobre muchacho delgaducho y con cara de enfermizo.

Fuente:Estandarte.com

sábado, 14 de marzo de 2009

Una bella mujer llamada Julia Dora

LA VENGANZA DEL ZAPATERO


Por Armando Alvarado Balarezo (Nalo)

A las siete de la mañana de un fresco jueves de marzo de los sesentas, el páramo chiquiano ya estaba de pie bajo un cielo azul que anunciaba un día sin aguacero. Después de tomar desayuno en la manada de Tupucancha emprendí viaje rumbo al poblado de Conococha.


Durante la travesía llamó mi atención una choza abandonada a la vera del camino; entonces mi curiosidad pudo más que el cansancio y pregunté a mi abuelita Catita por lo desolada que estaba, sobre todo estando afincada en un paraje acogedor. Ella me narró esta historia:


"Hace muchos años, una bella mujer llamada Julia Dora, habitaba esta vivienda, que le servía de manada y punto de encuentro de los arrieros que atravesaban la puna con destino a la costa. Uno de estos arrieros fue un joven zapatero que se unió a la caravana, en vista que su negocio en el pueblo no le alcanzaba para sobrevivir.


Entrada la noche de su primer viaje el nuevo arriero se detuvo junto con sus compañeros en la casa de Julia Dora, quedando prendado de ella. A las cinco de la madrugada la despedida fue de un amor a primera vista, ya al retorno de la costa la convenció para convivir, y desde aquel entonces la felicidad de la pareja fue intensa.


Cierto día, el zapatero fue picado por un mosquito anopheles en el valle de Colquioc, contrayendo el paludismo, temida enfermedad que sin el adecuado tratamiento terminaba con la vida de los arrieros. Ante la fiebre y las tercianas que se incrementaban, sus amigos lo trasladaron a un hospital limeño donde empezó su larga convalecencia.



Mientras tanto para su conviviente, los meses se sucedían grises por la ausencia del ser amado. Así pasó un año, sola y sin pretendientes, hasta que un día de carnaval sucumbió ante el galanteo de un fornido arriero, y acordaron verse a las 9 de la noche.

Una hora antes de la cita, ella ya tenía preparado el aposento. Faltando pocos minutos dejó la puerta sin seguro y esperó desnuda en penumbra...

A las 9 en punto ingresó el amante y tras toparse con su cuerpo ingresaron a una vorágine de gemidos, quedándose dormidos culminado el clímax...

A la medianoche despertó el arriero y en su deseo de continuar amándola, la besó con fuerza, mas sus labios no respondieron al llamado de la carne. Se paró rápido, encendió un palito de fósforos y para su sorpresa vio que por las nalgas de Julia Dora discurrían gruesos hilos de sangre. La volteó y quedó paralizado, al ver que una chaveta de zapatero, oculta en el viejo colchón de paja, había atravesado su espalda dejándola fría..."

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viernes, 13 de marzo de 2009

BLANCA VARELA, DESCANSA EN PAZ POETA DEL MUNDO

jueves 12 de marzo de 2009

POETA BLANCA VARELA - DESCANSA EN PAZ


Publicado por Augusto Rubio Acosta
I
La célebre y querida poeta peruana Blanca Varela acaba de fallecer en Lima a los 82 años de edad. Considerada una de las voces poéticas más importantes de América Latina, Varela Poeta ingresó muy joven -cuando a las mujeres les era casi prohibido seguir una carrera universitaria- ingresó a la Universidad de San Marcos para estudiar Letras y Educación, trabando amistad con importantes intelectuales de la época como Sebastián Salazar Bondy, Jorge Eduardo Eielson, Javier Sologuren y a su futuro esposo el pintor Fernando de Syszlo.

Su vida poética se intensifició en 1949 cuando se radicó en Paris, donde conoció a Octavio Paz quien fue determinante en su carrera literaria, conectándola al círculo de intelectuales latinoamericanos y españoles radicados en Francia como Sartre, Simone de Beauvoir, Henri Michaux, Alberto Giacometti, Léger, Tamayo y Carlos Martínez Rivas, entre otros.

Posteriormente Varela vivió en Florencia y Washington donde se dedicó a hacer traducciones y eventuales trabajos periodísticos. En 1959 publicó su primer libro, «Ese puerto existe», en 1963 «Luz de día» y en 1971 «Valses y otras confesiones». Más tarde, en 1978, realizó la primera recopilación fundamental de su escritura en «Canto villano». Finalmente apareció su antología de 1949 a 1998 con el título «Como Dios en la nada».

Blanca Varela, la excepcional poeta peruana, obtuvo los galardones más importantes de la poesía en español destacándose el Premio Octavio Paz de Poesía y Ensayo en el 2001. En el 2006 fue la primera mujer que ganó el Premio Internacional de Poesía Ciudad de Granada Federdio García Lorca, así como el Premio Reina Sofía de Poesía Iberoamericana.

A esta altura de la tarde una tristeza embarga la habitación donde guardamos sus libros. El día se ha tornado gris mientras leemos tus poemas.

¡Blanca Varela no ha muerto, ella y su poesía siempre vivirán entre nosotros!...
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PERFIL DE BLANCA VARELA, UNA POETA EN CARNE VIVA
T
Por: David Hidalgo Vega

Blanca Valera, una de las voces más importantes de la poesía peruana, acaba de ser homenajeada con una antología por el INC. El libro, presentado anoche, vuelve a la escena a una mujer de versos desgarrados y vida intensa, que ahora solo quiere estar tranquila.

Ningún espíritu puede quedar inmune después de leer a Blanca Varela. Algo se rompe, rasga o tritura dentro de cada nuevo lector. Sus versos son revelaciones que muchos quisieran no tener. Con frecuencia otros autores los toman prestados para, a manera de epígrafes desgarrados, abrir la puerta a las historias más grises. Epígrafes como: “El dolor es una maravillosa cerradura”. O tal vez: “Merodean las bestias del amor en esa ruina/ florece la gangrena del amor/ todavía se agitan las tenazas elásticas/ los pliegues insondables laten”. Y aun más: “¿De qué balcón hinchado de miseria se arrojó la dicha una mañana?”. Todos con su nombre al final. No hay que rebuscar demasiado en sus páginas para encontrar esas frases que parecen alaridos. En el prólogo de una antología que el INC acaba de publicar, la escritora Giovanna Pollarolo advierte: “Para leer a Blanca es preciso disponerse al sobresalto, a la tensión, a la desesperanza y el miedo”. Intriga conocer al puño detrás de esas líneas. Es probable que muchos de sus lectores apenas recuerden su voz. A diferencia de otros autores, Blanca Varela no suele dar entrevistas y sus apariciones en público son más bien discretas. Incluso es poco usual verla en lecturas de poetas. La escritora Rocío Silva Santisteban, estudiosa de su obra y amiga cercana, recuerda una de esas pocas ocasiones, a fines de los años ochenta. “Había pasado varios años sin publicar y sin dar un recital, y Cesáreo Martínez la invitó para leer su obra en el Instituto Peruano Soviético. Fue un montón de gente, porque era como muy raro”. El pintor Fernando de Szyszlo, quien estuvo casado con ella y con quien hasta ahora mantiene una fuerte amistad, también lo considera un privilegio escaso. “No recuerdo haberla escuchado leer sus poemas más de dos veces”, comenta. “Pero cuando la he escuchado ha sido emocionante, porque es muy insegura, conmovida por lo que está leyendo”. Son momentos íntimos: se diría que pronuncia sus versos como si estuviera revelando un secreto a la fuerza.


Silencios

La crudeza de sus versos provoca preguntar si hubo épocas felices en quien los escribió. Las hubo. Una amiga de la universidad de San Marcos la recuerda como una joven hermosa, intensa, de respuestas rápidas. También hay huellas de sus pasos por la recordada peña Pancho Fierro junto con Jorge Eduardo Eielson, Augusto Salazar Bondy, Javier Sologuren: el núcleo de la generación del 50. “Teníamos escapadas a la música con Iturriaga, Pinilla y los Arguedas, José María y Celia. Blanca bailaba muy bien, era muy alegre”, recuerda Szyszlo. En los años posteriores, la poeta se divirtió bailando en París. Octavio Paz —su padrino literario— la llamaba La Reina del Mambo: en la casa del poeta mexicano inventaba formas de bailar el ritmo que llegaba ardiendo desde América. “Siempre tuvo muy buen oído para la música tanto como para la poesía”, refiere Szyszlo. A la poeta de los versos dramáticos incluso le gustaba cantar. Podía entonar valses acompañada por la guitarra de Arguedas, a cuya casa de Puerto Supe llegaba ella con cierta frecuencia. En alguna época compuso boleros. No hay referencias precisas de cuándo ese espíritu empezó a atardecer. “Entre los veinte y cuarenta años tuvimos una vida social muy activa —recuerda el pintor—. Íbamos mucho al teatro Segura. Veíamos obras como “La vida que te di”, de Pirandelo; “Los árboles mueren de pie”, de Casona; “Los hermanos Karamazov”, de Dostoievski. Éramos de ir a las exposiciones, conciertos”. Ella ha ubicado su etapa fundamental en París. Hace cuatro años, en un texto autobiográfico para El Dominical de El Comercio, Blanca Varela describió su gusto por las palabras desde niña, sus dudas de adolescente, sus vivencias universitarias y su estancia esencial en esa ciudad. En ese período se interrumpe su crónica. “Lo que pasó después, lo demás, si no está escondido entre mis poemas, entonces está irremediablemente perdido”, escribió. La madurez la empujó a la reserva. Incluso gente que la conoce de varias décadas recuerda que siempre ha tenido una actitud prudente, ajena a los sentimentalismos. “Es una persona que puede mostrarse cariñosa y preocupada, pero no a un punto que se diga maternal”, dice la también poeta Rocío Silva Santisteban, quien prepara una importante antología de ensayos sobre Varela. De hecho, cuando apareció la primera edición recopilatoria de “Canto villano” —publicada a fines de los setenta por el Fondo de Cultura Económica de México— la poeta quedó un tanto decepcionada porque la editorial había puesto una rosa en la carátula. Al parecer en referencia al poema en que ella afirma que esa flor “infesta la poesía/con su arcaico perfume”. En una segunda edición, la ilustración de la carátula fue cambiada por el cuadro “Perro semihundido en la arena”, de Goya, que sin ser demasiado dramático figura en la serie negra del artista. La poeta quedó encantada. Otro episodio que la retrata ocurrió en los años noventa, cuando, alentada por amigos, accedió a postularse como regidora de Barranco, el distrito donde ha vivido por mucho tiempo. Se acercaba el Día de la Madre y la oficina de cultura organizaba una actividad para las señoras del distrito. “Vinieron a la oficina y dijeron: “sería bonito poner un poema de la señora Blanca”. Entonces yo le digo: “Blanca, ¿tendrás un poema por el Día de la Madre?”. Y ella responde: “Ni pensarlo, no tengo nada. Tengo cosas horribles, todo el mundo se va a asustar””, sonríe Fina Capriata, compañera de esos días en el municipio. Por esos días ocurrió también la tragedia que la marcó irreversiblemente: la muerte de Lorenzo, el segundo hijo que tuvo con Fernando de Szyszlo, en un accidente aéreo.

Penas
E


Es el Rubicón de su tristeza, la línea de no retorno. Su forma de asumir el luto fue como el presagio de un mayor aislamiento: “Anunció (a sus conocidos) que nadie le comentara nada, que nadie le dijera ni una palabra. Nadie se atrevió a variar aquello”, recuerda una amiga cercana. Pero el dolor quebró su salud. “Fue una tragedia tal que ninguno de los dos nos hemos recuperado nunca”, sostiene Szyszlo. La familia entera fue abatida a un punto extremo. “Las hijas de Lorenzo, por ejemplo, no pudieron hablar durante los primeros cinco años”. El estrecho círculo de personas que la frecuenta en sus almuerzos familiares de los miércoles sabe que su corazón tampoco se reconstruyó del todo. “Ni ella ni yo somos abuelos chochos. Con nosotros ocurre que hemos querido tanto a nuestros hijos, que es como tener una cuenta bancaria que se derrocha. Entonces ha quedado poco para los nietos, aunque los queremos mucho”, dice el padre de Lorenzo y Vicente. Alguna vez, en una entrevista, Varela explicó que en su poesía sintetiza los sentimientos sin referencias directas a la realidad. “Incluso cuando murió mi hijo, un momento muy duro para mí, lo que escribo son poemas sobre el dolor pero no hago referencia al suceso”, afirmó. En realidad, es un tema casi vedado. Uno de sus autores favoritos, el rumano-francés Paul Celan, tiene un poema que bien puede explicar ese silencio: “¿Qué tiempo es éste/en el que una conversación/es casi un crimen/porque incluye/ tantas cosas explícitas?”. Blanca Varela, cuya vida depende de las palabras, sintetizó su dolor pero quedó disminuida físicamente. Por eso ha reducido sus actividades a lo indispensable. Hace un tiempo la Universidad de Harvard la invitó para una lectura de sus poemas, pero ella declinó. Así ha rechazado otras invitaciones. Parece valorar la tranquilidad por sobre todas las cosas. Es su derecho: ha viajado a los límites del espíritu para traer la belleza. Su obra ha pagado sus silencios.

“El libro de barro y otros poemas”
K


Anoche llegó a la presentación de su antología y se retiró sin decir palabra. Apenas unas fotos, unos cuantos libros firmados. En el auditorio del Museo Nacional de Arqueología y Antropología de Pueblo Libre una respetuosa asamblea se había reunido para homenajearla. La poeta Rocío Silva Santisteban abrió la noche con una reseña de su trayectoria. Recordó los días en que Varela ejerció la crítica literaria, su labor al frente de la oficina del Fondo de Cultura Económica en el Perú y como cabeza de la sección local del Pen Club. “En los ochenta, una antología editada por Javier Sologuren hizo que se volviera una autora de culto entre poetas jóvenes”, apuntó. El escritor Abelardo Sánchez León, otro de los presentadores, destacó su lenguaje, que parece estar “escavado en su propia alma, en su propia manera de ver el mundo”. Luis Guillermo Lumbreras, director del INC —que edita “El libro de barro y otros poemas”—, la elogió como parte de la generación del 50, por que “expresó con su arte parte importante de la historia del Perú”. Ella estaba emocionada. Se notaba.


Este texto fue escrito en el 2005, luego de que la obra de la artista fuera antologada por el INC




PUERTO SUPE

Por Blanca Varela

Está mi infancia en esta costa,

bajo el cielo tan alto,
cielo como ninguno, cielo,
sombra veloz, nubes de espanto,
oscuro torbellino de alas,
azules casas en el horizonte.


Junto a la gran morada sin ventanas,
junto a las vacas ciegas,
junto al turbio licor y al pájaro carnívoro.


¡Oh, mar de todos los días,
mar montaña,
boca lluviosa de la costa fría!


Allí destruyo con brillantes piedras la casa de mis padres,
allí destruyo la jaula de las aves pequeñas,
destapo las botellas y un humo negro
escapa y tiñe tiernamente el aire y sus jardines.


Están mis horas junto al río seco,
entre el polvo y sus hojas palpitantes,
en los ojos ardientes de esta tierra
adonde lanza el mar su blanco dardo.
Una sola estación,
un mismo tiempo de chorreantes dedos
y aliento de pescado.
Toda una larga noche entre la arena.


Amo la costa,
ese espejo muerto en donde el aire gira como loco,
esa ola de fuego que arrasa corredores,
círculos de sombra y cristales perfectos.


Aquí en la costa escalo un negro pozo,
voy de la noche hacia la noche honda,
voy hacia el viento que recorre
ciego pupilas luminosas y vacías,
o habito el interior de un fruto muerto,
esa asfixiante seda, ese pesado espacio
poblado de agua y pálidas corolas. En esta costa soy el que
despierta entre el follaje de alas pardas,
el que ocupa esa rama vacía, el que no quiere ver la noche.


Aquí en la costa tengo raíces,
manos imperfectas,
un lecho ardiente
en donde lloro a solas.
o

Puerto Supe: "Mágico rinconcito de la provincia de Barranca, donde todavía perviven en la arena, las huellas de mis pequeños pies que buscan un lugar para otear el horizonte donde duermen los sueños". Nalo
p
Fuente:

http://mareacultural.blogspot.com/2009/03/no-te-has-ido-blanca-varela-te-quedas.html#comment-form G

http://www.elcomercio.com.pe/noticia/258033/perfil-blanca-varela-poeta-carne-viva

jueves, 12 de marzo de 2009

DIEZ CRISTOS CURVADOS

 Julio Olivera Oré

                                          ...........en todos los altares

invocaba de rodillas,

mis lágrimas inundaban las Iglesias.

El llanto

que al comienzo fuera mi terror

llegó a ser mi panacéa.

Mis ojos donde no brillaban

mis pupilas, yertos, desencajados

versan las cenizas del algún fuego extinto

que el destino blasfema. 

En mis labios

jamás se posó la sonrisa,

estuvo a flor de ellos

el acíbar, la amargura.

Y en aquellas manos albas

de mi niñez

los callos del dolor

tallaron Diez Cristos Curvados

en mis dedos 

EN RECIENTE CEREMONIA EN EL CLUB DE LA UNION CONDECORARON CON  LA ORDEN DEL CONDOR DE ORO, MAXIMO GALARDON DE LA ANEA A LOS SEÑORES DOCTOR JULIO OLIVERA  ORE  E INGENIERO ROBERTO REYES JARAMILLO, ILUSTRES INTELECTUALES Y ESCRITORES ANC ASHINOS 

        Con la asistencia de personalidades del campo intelectual y literario el ilustre Historiador y poeta Dr. Julio Olivera Oré presentó su florilegio Diez Cristos Curvados" que f ue presentado en el aula Magna Garcia Calderón del Club de la Unión por los doctores Bertha Navarro y Plyghio Hidalgo, bajo la presidencia de la mesa y de la Institución Dr. Reynalfo Cervantes.

El atrio estaba conformado por el Presidente del Club de la Unión, Dr. Fidel Villegas, Dra. Ethel Olivera, Presiedenta de las Mesas Panamericanas de Mujeres  quien en su discurso felicito a todas las damas por el Dia Internacional de la Mujer.

En este acto se sugirió que la ANEA, Asociación de Escritores, Intelectuales y Artistas del Perú y Organismos de la Sociedad Civil asuman su responsabilidad para sacar al país de la crisis política, económica y moral, por que el Gobierno y la Clase Política han fracasado en el Perú