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martes, 23 de diciembre de 2008

Los tiempos de “Foronda de oro”.

Por Pichisanka. 

Cuando Huaraz era un pueblo feliz e indocumentado, los niños podían correr por sus calles sin que los carros los atropellen, porque prácticamente no existían las “station wagon”, que es como se les llama hoy a esos vehículos que pululan en la ciudad. Era una pequeña ciudad ahora inimaginable, porque sonaba silenciosa; no se escuchaban bocinas y menos los horripilantes sonidos de las actuales alarmas, que simulan chirridos parecidos al que daría un cuy ante un pisotón.

En esos tiempos, lo más perturbador en las calles de Huaraz era el olor a pan de la “Panadería de Roberto” y algunos ladridos de perros chuscos, es decir, sin ancestro conocido a diferencia de los canes nobles de hoy. Los vecinos se saludaban y todos se conocían, lo cual hoy en día sería también un problema porque no se podría pasar de incógnito, ni encubrirse en las sombras.

En ese escenario recorría las calles de Huaraz un personaje delgado, de mediana estatura, de pelo lacio descuidado que tendría entre 20 y 30 años. Y estaba profundamente desquiciado, o por lo menos es lo que todos creíamos entonces.

La gente de ese tiempo conocía a este personaje por su apellido que era Foronda, quien además caminaba con una varita, más bien un palo, en la mano. La fantasía real de Foronda era creer que lo que tocaba la varita se convertía en oro, lo cual lo convertía a él mismo en una suerte de Rey Midas. Y eso le valía al apelativo de “Foronda de Oro”.

Pero “Foronda de Oro” no era simplemente un loco. No era violento, ni menos agresivo, era incluso cordial. Muchas veces, a la gente que reconocía le ponía la varita delicadamente sobre el cuerpo pero sí reclamaba que se quedara quieta, porque en su lógica, ya no era más humano sino una estatua, pero de oro.

También Foronda deliraba con la ciencia y se creía un científico. Dibujaba una especie de pez, algo así como dos líneas curvas entrecruzadas que llamaba “La Perfectible”. Explicaba que en la proyección de los hechos, que cuando las líneas se cruzaban lo que estaba arriba se ponía abajo y entonces se destruían, pero otra vez renacían y así con el “corsi ricorsi” se iba construyendo “La Perfectible”.

Este singular personaje desapareció silenciosamente, no sé cuando. Pero ya no estaba en el atardecer de mayo de 1970, en que empezó la noche del tiempo. Podría ser que murió o simplemente “se mejoró” de su locura y dejó de imaginar fantasías reales, lo que para un loco real es también equivalente a dejar de vivir.

Cuando volvió a amanecer, Huaraz ya no era la misma. “Foronda de Oro” no estaba. El pequeño pueblo se había destruido completamente con el peor cataclismo de la historia, que no permitió saber siquiera cuántos fueron realmente los que murieron. Mejor dicho las líneas se habían cruzado, como decía Foronda. Los de arriba estaban abajo y los de abajo ahora estaban arriba. El pueblo con olor a pan se convirtió en una ciudad más cercana a un tugurio, por desordenada y sucia con olor a basura. La gente ya no saluda, los honestos se confunden con los delincuentes.

Pero eso no era todo en nuestra pequeña historia. Después, un día cercano en los nuevos tiempos, volaba un pequeño avión en los cielos de Huaraz. Y, curiosamente se apreciaba un instrumento semejante a una varita que pendía de sus alas. En su vuelo la nave se acercaba a los cerros y parecía que buscaba que la vara oscilara. Me explicaron que era la forma de detectar oro y que lo hacían como prospección minera de nuevos yacimientos. Es decir: los cerros de Huaraz eran de oro.

Foronda no está y tampoco nunca más supe nada de él desde que empezó el atardecer. Pero hoy en el nuevo día puedo comprobar que sus fantasías eran reales. Huaraz se destruyó y renace; la varita de Foronda debió de tocar los cerros que circundan la nueva ciudad, porque se volvieron de oro. Solo falta que el ir y venir de la historia lleven a nuestro amado pueblo a la “Perfectible”, como decía “Foronda de Oro”.

‘Foronda de Oro’ no era simplemente un loco. No era violento, ni menos agresivo, era incluso cordial. Muchas veces, a la gente que reconocía le ponía la varita delicadamente sobre el cuerpo pero sí reclamaba que se quedara quieta, porque en su lógica, ya no era más humano sino una estatua, pero de oro.

Fuente: Revista ASTERISCONúmero 19 - Cuarta Etapa Agosto 2007.Fundador: Francisco Gonzáles. Director: Aníbal Landauro

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