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domingo, 30 de noviembre de 2008

Caballo zaino


Nuestro Invitado:
Miguel León Burgos
Esta es la historia de Gabino Mendez, criollo nacido en Chapaleufú, pueblo de la provincia de La Pampa. Su padre era un gaucho de los nacidos sobre un caballo. Su hermosa madre, tuvo 9 hijos, siendo el último Gabino.

Eran muy pobres y tenían temporadas de pasar mucha hambre, ya que las cosechas que recogían de su pequeño terruño, no eran suficiente para mantener a todos en condiciones. Cuando Gabino tuvo 13 años, aun no había podido ir a la escuela y no sabía leer ni escribir. Pronto le urgió su padre para que buscara trabajo para ayudar en la casa, lo mismo que a todos sus hermanos. Y buscando, buscando, encontró trabajo en una gran hacienda de Guatraché en donde se empleó como mozo de cuadra.

Era un trabajo muy duro y que prácticamente no le dejaba tiempo libre, tenía a su cargo el limpiar los establos, dar de comer a los más de 60 caballos y al mismo tiempo ayudar en la cocina. Su trabajo le agradaba a pesar de ser muy pesado y su sueño era llegar a ser mayor para que el dueño de la hacienda, el señor Arístides, le dejara ser uno de los gauchos que atendían el ganado, las más de 6000 cabezas que eran propiedad de la hacienda.

Fue pasando el tiempo, ya Gabino había cumplido sus 22 años y se había convertido en un hombretón, sano y de gran corpulencia. El señor Arístides lo llamó un día a su despacho y cuando se presentó, sin casi mediar palabra, le ofreció una de las plazas de gaucho, tanto era lo que él deseaba ese puesto, que se quedó sin habla y solo pudo balbucear dando las gracias. El dueño de la hacienda le dijo que estaba muy satisfecho con su trabajo y que ese puesto se lo había ganado con su esfuerzo.

Tan contento estaba con Gabino, que le regaló lo que todo buen gaucho desea, sus hermosas botas de suave cuero, negras y relucientes, un cinturón de plata recamado de monedas del mismo metal, un poncho de suave lana gris, y un hermoso sombrero negro de ala ancha. Como colofón de la entrevista, le regaló un puñal afilado de acero español, recamado y con una hermosa funda de plata, dando por finalizada la entrevista le dijo a Gabino que escogiera uno de los caballos de la cuadra, y que luego se presentara al capataz, señor Bramajo Andrea. Y despidiéndose del señor Arístides fue al despacho del capataz y se presentó con su equipo, poniéndose a sus órdenes.

Este lo aceptó con agrado y le mencionó cual iba a ser sus obligaciones, lo primero debería obedecer sus órdenes sin rechistar y luego cumplir como un hombre con su trabajo de gaucho de la hacienda. Le señaló un sitio en el dormitorio de los hombres y lo presentó como el nuevo compañero del equipo. Todos se apresuraron en felicitarlo, ya que lo conocían desde hacía muchos años y le tenían simpatía y Gabino se sintió dentro del grupo de aquellos aguerridos hombres.

Aquella noche casi no pudo dormir, solo pensaba que ya era uno del equipo y que iba a tener su caballo, que iba a ser un gaucho como todos los demás y que ya a partir del día siguiente su vida iba a cambiar. Sin darse cuenta se quedó dormido y se despertó con sobresalto al escuchar fuertes voces y ruido alrededor de él. Eran las 5 de la mañana y comenzaban las tareas diarias. Primero un desayuno muy completo, donde cada uno podía comer lo que deseara y Gabino luego de satisfacer su hambre, se tomó un fuerte bol de café bien cargado.

Mientras esperaba las órdenes, uno de los compañeros le ofreció una matera* y le dijeron que era para que pudiera aguantar el duro trabajo que les esperaba.

Se dirigieron a la cuadra y le entregó el capataz uno de los caballos que estaba en un extremo de la cuadra y Gabino supo que lo iba a pasar mal, ya que ese caballo era un resabiado y no aceptaba la montura. De todas maneras era su caballo y lentamente se dirigió a él, mientras sus compañeros lo miraban. Cogió la silla de montar y muy cuidadosamente se acercó al caballo hablándole muy quedo y con cariño. El animal volvió su cabeza y se le quedó mirando fijamente, esperó a que le pusiera la silla en el lomo y cuando él intentó montar, el caballo se encabritó y no le permitió hacerlo.

Gabino repitió varias veces el intento y luego de insistir sin resultado, lo que hizo, ante el asombro de los demás gauchos, fue montar de un salto a pelo, agarrándose a las largas crines del animal. Este intentó varias veces echarlo de su lomo, pero Gabino se había acomodado muy bien, y en un momento dado, le clavó las rodelas de sus espuelas en los ijares y el caballo, dado un respingo, salió disparado hacía campo abierto teniendo encima a su jinete. Este le dejó hacer durante bastante tiempo y poco a poco, el animal se fue apaciguando y aceptó al fin a su jinete.

Dirigiéndose hacía la cuadra, sonriendo y con aire triunfador, se dio cuenta que había ganado muchos puntos con sus compañeros. Llegado al sitio de la cuadra, en donde antes había estado el caballo que por cierto se llamaba Diablo, le puso cuidadosamente la silla de montar, mientras le hablaba como a un amigo, y luego sin que el animal hiciera ningún gesto inamistoso, Gabino montó y salió con todo el grupo en dirección a los pastos donde se encontraba la punta del ganado

Aquello si era un duro trabajo, reunir al ganado, llevarlos a los pastos frescos, vigilar que no se descarriara ninguna res y estaban sobre sus monturas de 12 a 14 horas sin casi descansar. Pero a Gabino, le encantaba este trabajo y se fue haciendo un experimentado Gaucho ejemplo para los demás. Nunca se quejaba de la labor que le encomendaban y la hacía bien, esto le permitió ganar la confianza del capataz y llegar a ser su mano derecha, confiando en él, las más difíciles tareas.

Fueron pasando los años y Gabino había cumplido los 45, muchos de sus compañeros habían cambiado de trabajo o habían muerto, pero el seguía cumpliendo como un hombre. 
Un día llegó en un transporte especial una bonita yegua, estaba preñada y a punto de parir. El motivo de llevarla a la hacienda era por su magnífica situación en la Pampa, con buenos pastos y el señor Arístides la había comprado en Chalileo, en donde hubo un mercado de ganado y la compró bien de precio. Se llamaba la yegua, Estrella, y era mezcla de raza árabe y shire. Normalmente solo paren un potrillo y esto es lo que sucedió. Una noche que se puso de parto, Gabino estuvo al lado de la yegua, hablándole con cariño y tratando de que el mal rato fuera cortito.

No fue fácil aquel parto, tanto es así que luego de haber parido, la yegua murió, quedando aquel lindo potrillo huérfano. El capataz, sabiendo que Gabino era un hombre en quién se podía confiar, le encomendó la tarea de cuidar al recién nacido y prácticamente hizo de madre adoptiva. Él estuvo siempre a su lado, le daba los grandes biberones, lo cuidaba y protegía de los demás caballos. Le puso de nombre Rayo Veloz.

El señor Arístides sabiendo lo que Gabino sentía por el potrillo, se lo regaló y este fue el más precioso regalo que nunca jamás había tenido entre sus manos. Y a partir de ese momento, ambos, Gaucho y potrillo fueron uno solo. Siempre estaban juntos y así fue pasando el tiempo, mucho tiempo.

Las nieves de los años cubrieron las sienes de Gabino. Aquel potrillo se había convertido en un caballo hermoso, fuerte, resistente a cualquier duro trabajo y enamorado de su amo, de Gabino. Ya el peso de los años se fue notando en ambos, ya no salían tan veloces trotando por los hermosos campos, ya los achaques de la edad se hacían notar en sus cuerpos y uno de los días que estaban reuniendo una punta de ganado, el caballo de Gabino dio un traspié y se lesionó una pata, no fue grave, pero prácticamente le imposibilitaba para trabajar como lo había hecho siempre. Gabino lo llevó a su cuadra y el veterinario le estuvo cuidando, pero ya el mal no tenía cura.

El dueño de la hacienda, el señor Arístides, conminó a Gabino que lo mejor sería sacrificarlo cuanto antes, ya que retrasaba a los demás en el trabajo. A Gabino le dio un vuelco el corazón, ni siquiera le pasó por la cabeza el llevar al matadero a Rayo Veloz y trató de evitar ese paso. Pero parecía decidido el sacrificarlo y según le dijeron a Gabino, que esto iba a suceder en pocos días.

Se sintió cansado, el mundo no le importaba nada, solo pensaba en su amigo, su hermoso caballo, su camarada y sintió que todo había acabado para él. Y tomó una decisión que no comunicó a nadie, desaparecería, se llevaría su caballo y moriría con él cuando llegara el momento, pero siempre juntos hasta el final, eran un solo ser y quería que ese fuera el fin.
Estuvo en la cuadra y se dirigió a Rayo Veloz, le habló como a una persona, le dijo lo que pensaba hacer y parecía que el caballo lo entendía, frotó sus belfos por la cara de Gabino como dando su aprobación. Y aquella noche, oscura, silenciosa y sin decir nada a nadie, fue a la cuadra, y sin ensillar al animal, solo con el ronzal, le cubrió las patas con unos trapos para que no hiciera ruido y abriendo la puerta, salió silencioso, con paso tardo y hablándole tiernamente al animal, se fueron los dos caminando, caminando, con las estrellas como testigos y se fueron perdiendo en la distancia, lejos muy lejos y nunca más se supo de aquellos buenos amigos, de aquellos tan buenos camaradas y que habían decidido vivir juntos hasta el final de sus días.

Nota del autor

Para entender lo que significa la palabra Gaucho, habría que definirlo como vaquero de Las Pampas, que vivieron en las verdes llanuras de Sudamérica desde mediados del siglo XVIII hasta mediados del siglo XIX, en su mayoría nómadas mestizos (población de origen indígena y europeo, principalmente español). Eran jinetes hábiles e intrépidos, que se ganaban la vida vigilando el ganado.

Las armas que utilizaban eran el lazo, una cuerda con un nudo corredizo en uno de sus extremos y las boleadoras, que es un tipo de honda, que consiste en varias bolas de piedra o de otra materia pesada, retobadas y sujetas a otros tantos ramales de cuerda o correa. La forma de lanzar la boleadora era haciéndola girar sobre su cabeza y posteriormente arrojarla hacía las patas del animal para aprehenderlo.

La indumentaria típica del Gaucho se componía de un sombrero plano de ala, pantalones holgados, llamados bombachas e iban sobre las botas. Solían llevar un amplio cinturón de cuero, incrustadas en él, monedas de plata. Un poncho de lana y un pañuelo de colores. También solían ir armados con afilados puñales de ancha hoja y que sabían manejarlos muy bien, para atacar o defenderse. También solían llevar látigos de cuero para fustigar a sus corceles.

Los Gauchos siguen siendo una figura heroica en el folklore, la música y la literatura sudamericana.

El vocablo Pampa significa”Llanura sin árboles”, sin embargo, tal paisaje solo corresponde al noreste y este del territorio. La Pampa es una provincia de la República Argentina, que se localiza en el centro del territorio nacional. Tiene una superficie de 143.000 kms cuadrados.

No se puede entender la vida de un Gaucho, sin su compañero inseparable, el Caballo. Con quien mantiene una gran convivencia, dependiendo el uno del otro y prácticamente no podría imaginarse un gaucho sin su caballo.

Los conquistadores españoles introdujeron el primer caballo doméstico en América durante el siglo XVI, que era de raza árabe. Se cree que tanto Hernan Cortés, como Hernando de Soto, perdieron algunos de sus caballos durante sus expediciones, estos podrían ser los progenitores primitivos de las manadas que hoy viven en Norteamérica y en la Pampa sudamericana, en la región rioplatense. La raza de caballos criados en la Pampa, es especialmente resistente para la carrera, como caballo de caza, caballo de tiro y muy veloces.

Entre las razas más conocidas de caballos, están el caminador peruano, el azteca mejicano, el paso fino puertorriqueño que también se cría en Colombia y Perú, el falabella, que es el caballo más pequeño del mundo, con menos de 7 manos de alzada y por último, el criollo rioplatense, producto de una selección natural en la que solo sobrevivieron los más fuertes para convertirse en los resistentes compañeros de los Gauchos.

Fuente: Estandarte 

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