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viernes, 7 de noviembre de 2008

Una familia de Marinos

 Carlos F. Fitzcarrald 

El Rey del Caucho 

Por Ernesto Reyna 

1942 

Mientras Inglaterra exista los Fitzgerald serán familia de marinos. De escocia pasaron a Irlanda, y de allí emigraron a los Estados Unidos de Norte América.

 Williams Fitzgerald (padre) fue capitán de velero que recorrió los siete mares, y terminó su gloriosa carrera en un tremendo naufragio. En alta mar y sin rumbo, capeando un furioso temporal, se hundió el buque a su mando, pereciendo el capitán y la mayor parte de la tripulación. 

Dejó el valiente marinero en un puerto de la costa atlántica de los EE.UU. viuda y nueve hijos, ocho varones y una mujer. 

Williams Fitzgerlad (Junior), el mayor de los hermanos, siguiendo la gloriosa tradición de su familia, también fue marinero. Como tripulante de un buque americano, llegó a Callao. 

Sugestionado con la belleza de la ciudad de Lima, encantadora ciudad de florida y eterna primavera, hizo el joven americano ánimo de establecerse en el Perú. Como poseía algún dinero, viajó como turista por algunos lugares de la República, visitando las principales ciudades, internándose en ciertas regiones mineras y selváticas. 

En su condición de viajero llegó al Callejón de Huaylas, impresionándose con el grandioso espectáculo de la Cordillera Blanca. En Huaraz recogió valiosas informaciones sobre las fabulosas riquezas mineras del lejano distrito de San Luis de Hauri, antiguo asiento de los portugueses, el cual había tenido tanta fama, que al cerro mineralizado, a cuyas faldas se extiende la población, se le conocía con el nombre de “Potosí”. 

Al animoso yanqui preparó una expedición, emprendiendo un penoso viaje; recorriendo una región cuyos caminos eran sendas de cabras, pasando bravas cordilleras cubiertas de nieve, llegando a la hoya del río Marañón, hasta el ignoto pueblo. 

El americano llegó a San Luis de Huari, alejándose en casa del principal vecino, don Fermín López, hijo de un antiguo minero español. El famoso asiento minero de los portugueses se encontraba abandonado. No se explotaba ninguna mina, y los vecinos descendientes de aquellos legendarios lusitanos se dedicaban a la agricultura y la ganadería. 

El viajero, desde los primeros momentos de su llegada a casa del Sr. López, se sintió turbado ante la presencia de la hija del dueño de casa, una hermosa y tímida jovencita que tenía el fascinador nombre de Esmeralda. 

Poseído de un profundo y exaltado amor, nacido, como en las novelas románticas, a primera vista, el americano espresóle a la hermosa señorita los sentimientos que le embargaban. 

Esmeralda, también turbada y presa de repentino amor por el apuesto extranjero, que llegaba a la soledad de su corazón como el encantador príncipe de sus ensueños, correspondió aquella pasión devoradora. 

Con este fuego violento la boda no tardó en verificarse, transformándose el romántico William, marino y viajero, en el pacífico Don Guillermo Fitzgerald, comerciante, propietario y vecino noble de San Luis de Huari. 

El matrimonio fue muy feliz y fecundo, habiendo siete hijos cuyos nombres son: Isaías, Fermín, Rosalía, Lorenzo, Grimalda, Delfín, Fernando y Edelmira. 

El Primogénito 

El primogénito de la familia nació el 6 de Julio de 1862, la bautizó el Cura Párraco, don Mariano Rodríguez, con el nombre de Isaías Fermín, siendo los padrinos su abuelo materno, don Fermín López, y su tía doña Patrocina López de Pasco. 

Por las venas de aquel niño corría un turbión de sangre conquistadoras: Sajones, Latinos e Incas. Nació fuerte como un futuro hombre de acción. 

A la edad de siete años fue llevado por su padre a la capital del departamento, la ciudad de Huaraz, donde permaneció dos años, cursando su instrucción primaria en el Colegio Nacional. El señor Fitzgerald, deseando esmerarse en la educación de su hijo predilecto, lo envió a Lima, al Colegio “Liceo Peruano”, que era considerado en provincias como el mejor colegio, por la disciplina y sólida instrucción

 que allí se daba a los educandos. El Dr. Santiago Pérez Figuerola regentaba este centro de educación. 

El joven Fitzcarrald cursó en este colegio toda su instrucción media, siendo uno de los alumnos más distinguidos. Tenía como apoderado al venerable doctor Santiago Figueredo. Algunos viejos exalumnos de la promoción 1878 todavía recuerdan al inquieto Fitzgerald de rubio y rebelde cabello caído sobre la frente, atlético y audaz, capitaneando a la muchachada bullanguera. 

Su padre tenía puestas en él todas sus esperanzas, deseando que siguiese la noble carrera de marino, como lo hicieron todos sus antepasados sajones. Pero para especializarlo en la ingeniería naval, que tanta falta hacía a la joven república peruana, Fitzgerald pensaba enviar a su primogénico  a las escuelas náuticas de los Estados Unidos. 

Pero los deseos del buen padre se frustraron ante un inesperado acontecimiento que truncó la carrera profesional de su hijo: aquel descendió al sepulcro, tras lo cual su idolatrado vástago se vio lanzado a la tremenda y audaz aventura, en la que sólo los hombres superiores dejan destello de su gloria. 

La puñalada 

En las vacaciones de 1878, Fitzcarrald, después de algunos años de ausencia, volvió a sus lares nativos. Su estadía en San Luis pasaba alegremente, rodeado del cariño de sus padres y hermanos menores y de la admiración de los vecinos y conocidos, que no dejaban de alabarlo por su inteligencia, hombría de bien, porte atlético y otras prendas, tanto morales como físicas, que adornaban al joven estudiante. 

Acompañado de algunos amigos, emprendía cacería de cóndores, en las cercanas cordilleras, o se internaban en los tenebrosos socavones de las abandonadas minas del Cerro de “Potosí”: mostrando un espíritu inquieto y atrevido para emprender cualquiera riesgosa excursión, con peligro de su vida. 

Su padre, con ese sentido práctico de los americanos, indujo a su primogénito a efectuar un viaje al Marañón, llevando un lote de mercaderías; a la vez obtendría una fuerte ganancia con la venta de los géneros, y el viaje le permitiría conocer palmo a palmo la rica regi

ón inexplorada. 

 Muy alegre y confiado salió el joven estudiante; caballero en buen caballo, teniendo como escudero a un criado de su confianza. Lo seguían los arrieros, que llevaban en las sufridas mulas los fardos de géneros, envueltos en telas impermeables. 

En el pueblo de Llamellín su primera pascana, iniciando sus transacciones comerciales con gran éxito. Como en San Luis, pronto se vio rodeado de amigos que lo adulaban. Por condescender con ellos, en las noches mataba el tiempo jugando rocambor. 

En aquel tiempo en el departamento de Ancash el juego estaba muy generalizado, pues se jugaba no sólo en cantinas, clubs sociales y balnearios, sino en las casas particulares. Teniendo presente esta afición, no fue mal visto que uno de los vecinos invitase al joven Fitzgerald a una partida de “pinta”. 

Se encontraban presentes en la tenida algunos individuos de pésimos antecedentes, tahúres de profesión, que, viendo al engreído “niño” de San Luis bisoño y con dinero, pretendieron desplumarlo usando la artimaña de los dados cargados. 

Tal como se proponían las fahures, Fitzcarrald perdía dinero, y hasta su caballo, pero uno de los azares de la suerte “las muellas de Judas” como decía un curita pintista refiriéndose a los dados, se mostraron propicios al inexperto joven, empezando a recuperar con creces su dinero. 

La partido cobró mayor interés: sólo se oían las sacramentales voces: Llano, Pinta, Treces. Quinto. Sexto, Cuadras! 

Cuando no, frases humorísticas: “Llano, de llano come el taita Cura y vive gordo”. “Los burros andan lerdos y pisan firme”. “Así me pinta la suerte; vino, mujeres y juego”. “Tiras cuadras, en todo!” 

Uno de los mirones, llamado Benigno Izaguierre, individuo depravado, muy conocido en la región por sus perversos instintos, matón a pesar de su ridícula figura, jugador de oficio y cómplice de las fahures, sin que mediara amistad alguna, y sólo por hacerle la “malilla”, empezó a molestar al afortunado Fitzgerald con las palabras burdas y bromas de mal gusto. 

El joven jugador no contestaba las indirectas, limitándose a mirarlo severamente de vez en cuando, Izaguirre envalentonado por este mutismo, con mayor saña y majadería, siguió haciendo sus chistes groseros: hasta que terminada la paciencia de Fitzgerald, éste se levantó impetuosamente, pidió permiso a sus compañeros de juego y, ante la expectación general, se acercó a Izaguierre. 

En tal, en lugar de amedrentarse, alzó la voz: entonces Fitzcarrald, acordándose de sus habilidades de colegial trompeador y mataperro, dióle al importuno majadero tan estruendoso soplamoco que lo hizo barrer materialmente el suelo. 

Golpe tan espectacular, más de ruido que de efecto, aprendido de los payasos del circo, provocó las carcajadas de los circunstantes, y más hilaridad causó el humorismo sajón de Fitzcarrald al limpiarse las manos de un imaginario polvo, mientras su maltrecho contendor tomaba las de Villadiego con un aturdimiento cómico. 

La interrumpida partida volvió a iniciarse con más calor, olvidándose del incidente. Pero el matón, repuesto del susto, minutos después volvió como un perro apaleado, y, cuando menos se pensaba, con traición alevosa y cobarde, por debajo de la mesa, asestó a Fitzcarrald una feroz puñalada en el vientre. 

Aprovechando la confusión, el criminal y sus amigos se dieron a la fuga, llevándose el dinero. El dueño de casa y las autoridades de Llamellín enviaron propios en busca de médicos, encontrando providencialmente en Huarachuco al doctor Carlos Guijes, quien llegó esta misma noche a Llamellín, encontrando al herido sin habla y agónico. 

Este médico, que algunos aseguran sólo era un curandero, logró reanimar al herido, efectuando las delicadas curaciones del caso, soldando intestinos y haciendo una operación digna de un experto cirujano. 

La herida fue tan grave que los periódicos de Huaraz y Lima, al publicar en breve noticia el hecho de sangre, daban al joven Fitzcarrald como fallecido. 

Don Guillermo recibió la triste nueva de labias del paje, e inmediatamente se trasladó a Llamellín y entregó al doctor Guijes 500 soles para que siguiera curando a su hijo. 

Después de tres meses de cama y continuas curaciones, la naturaleza de fierro de Fitzcarrald pudo reaccionar, y entonces don Guillermo se trasladó en litera a su casa de San Luis, donde el herido permaneció otros tres meses en cama, al cuidado de su familia. 

El golpe moral que sufrió don Guillermo con este trágico suceso lo afectó profundamente, pues idolatraba a su primogénito. Una súbita dolencia cardiaca lo puso al borde del sepulcro. 

Entonces su hijo, a pesar de la debilidad y su estado delicadísimo, llevado por el amor al padre, emprendió un viaje a Huaraz, en busca de facultativos y medicamentos. 

Cuando volvía del viaje, tan largo y peligroso, con el médico y los remedios, recibió en el camino la infausto noticia de que su idolatrado padre había muerto.  

Fitzcarrald, lleno de pesadumbre, por el fallecimiento prematuro del autor de sus días, se creía culpable, y, viendo a su madre llorosa, a sus hermanos huérfanos, la casa con fúnebres crespones, siente un amargo dolor por aquella silenciosa acusación que creía ver, en el duelo de su casa. 

Al pequeño pueblo lo vio miserable, a las gentes odiosas, y, como se sentía avergonzado, quiso huir o otros mundos nuevos.  

EN CAPILLA 

Pidió la bendición de su buena madre,  a la que no volvería a ver; abrazó a sus hermanitos, cubrió de flores la tumba de su padre, y, sin más bagaje que unos mapas de la región de los bosques —mapas que habían pertenecido a su padre, quien, como marino, era algo cartógrafo— se alejó de su pueblo para siempre. 

Llegó sin novedad a la ciudad de Huánucto donde se enteró, sorprendido, de que había estallado la guerra con Chile. 

Lleno de fervor patriótico, a pesar de no tener edad -militar, se dirigió o Cerro de Pasco, para presentarse como voluntario en un regimiento qué se estaba formando. 

En el camino le sucedió una aventura, que luego iba tener desatrosas consecuencias. Se topó con una partida de soldados que llevaban amarrados a muchos indios: Extrañado, preguntó qué delito hablan cometido esos infeli¬ces para que los llevasen así, y recibió la inaudita respuesta de que era un contingente de voluntarios que enviaban a Cerro. Alma noble y generosa, Fitzcarrald se indignó  con tal proceder de los abusivos cachacos, les ordenó que quitaran las amarras a los cautivos, y ex¬plico o los indios, en quechua, la obligación del ciudadano peruano de defender, la patria amagada por una invasión extranjera. Como los indios se quejaran de maltratos y agravios, reprobó a los soldados su conducta. 

De pronto aparece un alcohólico “mayor de guardias (zapatero remendón, improvisado militar) y, encarándose con el joven Quijote, le pide agriamente sus papeles de identidad. 

Fitzcarrald no tenía estos documentos, pues todavía no era ciudadano, y su partida de bautismo y certificado de colegio los había olvidado.       

Buscaron su equipaje, y al encontrar los mapas, el mayor de guardias lo acusó, sin más prueba, de “espía chileno”.  

Lo tomaron preso y fue remitido bajo escolta a la cárcel de Cerro de Pasco, a pesar de las protestas del joven, que aseguraba ser Isaías Fermín Fitzcarrald, natural de San Luis, Provincia de Huari, - Departamento de Ancash. 

Como San Luis no estaba conectado a la red Telegráfica de la República, el Prefecto de Cerro envió por correo un exhorto a las au¬toridades de Ancash, pidiendo datos sobre el presunto espía. Aunque, en el mapa, San Luis y Cerro de Pasco parecen no estar separados por mucha distancia, la falta de caminos y postas y la desorganización de los itinerarios con motivo de la guerra hicieron que aquel documento oficial llegara a Sari Luis tres meses después, haciendo un recorrido en ferrocarril hasta Lima, en vapor hasta Casma, a lomo de mula hasta Huaraz, de ahí por chasquis a Huari, y, finalmente, por “propios” hasta su destino.  

Mientras llegaba la respuesta; sometieron al preso a interrogatorios y careos. Como habían trabajando en las minas de Cerro muchos obreros huarinos, para abreviar el sumario lo hicieron reconocer. Estos trabajadores, entre los que se seguramente su heridor, por malicia o de buena fe, no lo reconocieron manifestando unánimemente que el prisionero era un impostor, puesto que Isaías Fermín Fitzcarrald había muerto asesinado; para probar su aserto, mostraron el recorte del periódico donde se publicó la noticia. 

Ante esta prueba concluyente, se formó un consejo de guerra y los jueces militares lo condenaron a ser pasado por las armas, sin   esperar la respuesta de las autoridades de Ancash. 

Puesto en capilla, llamaron a un Padre de la Tierra Santa, llamado Fray Carlos, para que cumpliese su sagrado ministerio de dar los últimos auxilios espirituales al infortunado joven. 

El prisionero no perdía la confianza en la Divina Providencia, y, a pesar de estar en capilla, tenía fe en que al fin resplandeciese su inocencia o se produjera algún acontecimiento imprevisto que lo sacara de tan difícil situación. 

Su madre le había regalado una estampa de San Carlos Borromeo, y el 4 de noviembre de 1879, día consagrado al santo de su devoción, dicen que se produjo el milagro. 

Al ver Filzcarrald ingresar a la celda al padre Carlos lo reconoció como uno de los  misioneros que hacia un año habían estado alojados en su casa de San Luis. Pedían limosna para la Tierra Santa vendían rosarios y santo cristos, y obsequiaban estampas y medallas. Cabalmente la estampa de San Carlos era un obsequio que habían hecho a su madre. 

El fraile, aunque no lo reconoció de inmediato, por la palidez de su semblante y la endeblez de su cuerpo, en el que habían hecho estragos la larga enfermedad y sus recientes infortunios, en el trascurso de la confesión pudo comprobar plenamente, por las preguntas que le hizo, que efectivamente se trataba del hijo primogénito de su finado amigo don Guillermo Fitzcarrald, vecino de San Luis. 

El padre Carlos presentó inmediatamente ante la Corte Marcial una solicitud en la que declaraba, bajo juramiento, que el prisionero era Isaías Fermín Fitzcarrald. 

CAMBIO DE NOMBRE 

Con la declaración del sacerdote, la Corte Marcial dio libertad condicional al prisionero, y le otorgó un “salvo conducto”. 

Como se dudara todavía de su identidad, arguyendo que Isaías Fermín había muerto; és¬te en un arranque, manifestó llamarse Carlos Fernando Fitzcarrald, tomando el primer nom¬bre corno una prueba de gratitud y reconocimiento imperecederos al Padre Carlos, que le había salvado la vida, al Dr. Carlos Guijes que lo había curado, y en honor de San Carlos Borromeo, de quien era devoto; y el nombre de Fernando en recuerdo del menor de sus hermanos. 

Según el Padre Fr. Gabriel Sala, “Fitzcarrald se mudó el nombre de Fermín por el Carlos, debido a dos razones: la primera es reservada; la segunda porque pasando por Quillasú (Huancabamba) un padre misionero estaba allí, Fr. Juan José Mass, lo libró de un grave peligro, por cuya razón, pensando que el referido padre se llamaba Carlos, se cambió de nombre en señal de gratitud, o porque esto sucedió el día de San Carlos Borromeo.“ La primera causa, según me han dicho, es algo semejante a esta segunda. Lo cierto es que este señor Fitzcarrald nos tiene a los misioneros un cariño ilimitado.  

Personas piadosas, de las que interpretaban cualquier hecho extraordinario como una palpable manifestación divina, dicen que aquel padre misionero, de la Tierna Santa, que salvó a Fitzcarrald de la muerte, era el mismísimo San Carlos, y que el cambio de nombre se debió a inspiración providencial. 

Como en el salvo conducto provisional se le hacía todavía aparecer como ciudadano chileno, Fitzcarrald con este documento compromete¬dor tenía cortado su ferviente deseo de presen¬tarse en el ejército y luchar por la libertad de, su patria. 

Siguiendo las insinuaciones del Padre Car¬los y las de su propia voluntad, se internó en la tierra prometida de Loreto, a buscar entre la inmensidad de los bosques, entre el primitivismo de los salvajes, la felicidad que le habían negado los civilizados. 

Resentido contra aquella sociedad injusta que lo había condenado a muerte siendo inocente, contra sus paisanos que lo habían negado, llegó su resentimiento por el cruel mundo que había dejado atrás hasta olvidarse de los suyos y borrar de su mente el recuerdo de su pequeño pueblo natal, que antes había amado. 

Sólo la religión servía de consuelo a este solitario vagabundo de nuestras selvas.

 EL HIJO DEL SOL 

Diez años se perdió todo rastro de Fitzcarrald. Algunos ancianos hacendados de Huanuco, que tenían cocales en las montañas de Chinchao, recuerdan de un Fitzcarrald establecido en Mairo. 

Un viejo rumbero, de apellido Reina, natural de Chachapoyas, que desde 1842 recorría la selva, en pos de los imaginarios lindes del perdido El Dorado, dejó una carta en la que hablaba de un cauchero Fitzcarrald, que había descubierto lo quimérica tierra del oro. 

CCiertos colonos hablan de un “indio blanco” de las cabeceras de Ucayali, que se hacia aparecer ante los campas corno hijo del Sol. 

Viejos curacas indios todavía llevan el nombre de “Carlos”, en recuerdo de un hombre superior que convivió con las errantes tribus dándoles ejemplos de virtud, nobleza y justicia. 

Hay presunciones de que el Hijo del Sol de los campas, que vivió diez años entre ellos,  era Carlos FitzcarraId, enviado e intérprete del padre Carlos. 

En el año 1888 fueron noticiados los campas de que había aparecido por las Pampas del Sacramento un “Ámachengua” o reencarnacion de Inca Juan Santos Atahuallpa. Las tribus emprendieron una larga caminata a reunirse en el sitio señalado y encontraron un “chuncho blanco” vestido a la usanza de los salvajes, pero con mayor suntuosidad, llevando en su mano una carabina de último modelo y cananas de balas a manera de collares. 

Hablaba la lengua de los campas y les dijo que el “Padre Sol” lo había enviado con un mensaje, para que las tribus errantes viviesen como hombres civilizados, formando pueblos con su iglesia respectiva. Y que el hombre designa¬do para que le obedeciesen en la tierra, como representante del Sol, era Carlos Fitzcarrald. Que le deberían obedecer ciegamente pues en caso contrario se secarían los ríos y se ahuyentaría la caza. 

Dicho esto, el chuncho blanco desapareció misteriosamente, dejando a los campas confusos y admirados de este prodigio. 

Como aparecieron en el cielo señales de estrellas errantes y otros fenómenos extraordinarios, los supertisiciosos indios creyeron que eran señales divinas que confirmaban el mensaje del “Amachengua”, 

El padre Sala dice: “Fitzgerrald explotaba inteligentemente la creencia que tienen los campas de que algún día bajará del cielo el Hijo del Sol. El cauchero, para proveerse de peo¬nes, enviaba emisarios a las tribus nómades y diseminadas en la inmensidad de la selva, con la consigna de hacer llegar a sus oídos que en determinado lugar había aparecido el Hijo del Sol. Los campas, atraídos con la noticia, se dirigían al sitio designado, donde encontraban algún ladino enviado de Filzcarrald, o a él mismo. Empleaban una astucia sorprendente para convencer a los indios a que abandonaran su libertad; por medio de palabras seductores y regalos, los reducían, y fijaban sus tolderías en las márgenes de los nos, para tenerlos más a la mano como cargueros para la recolección de la goma, o peones para el cultivo de las chácaras”.    

FITZCARRALD EN IQUITOS

 En ese mismo año Carlos Fitzcarrald, convertido en el más rico cauchero del Ucayali, se presentó en Iquitos, con una fuerte cantidad de jebe negro, y seguido de muchos criados campas. 

El cauchero subió a la ciudad y directamente fue a visitar a la firma brasilera Car¬dozo, compradora de productos de la montaña. El señor Manuel Cardozo, después de efectuar el negocio, invitó a su cliente a una comida, en su domicilio particular. 

FitzcarraId contaba 28 años, medía un metro 75; era hombre alto y corpulento, blan¬co de cara redonda, ojos pardos, cabellos castaño oscuro, un poco ondeados, barba del mismo color, voz y ademanes imponentes; tenía cierta prestancia exterior de conquistador castellano. 

El rico cauchero quedó súbitamente deslumbrado ante la presencia de la hijastra del dueño de casa, señorita Aurora Velazco, hija del que fue Coronel Velazco, cuya viuda había contraído segundas nupcias con el comerciante Cardozo Darrosa. 

Como su padre, don Williams, Carlos también se enamoró a primera vista, con violenta pasión, obteniendo el ansiado sí de la hermosa Aurora, la más bella mujer de Iquitos. 

El matrimonio no tardó en realizarse con todo el boato principesco de un rey del caucho. 

Tuvieron cuatro hijos varones, todavía tiernos, los envió al colegio de párvulos que había en Francia (Paris). Esta decisión fue tomada por Fitzcarrald para sustraer a sus hijos del mortífero clima de la selva, a fin de que en primera infancia se desarrollaran en un clima sano y saludable. 

Todos los ricos caucheros de Iquitos enviaban a sus hijos a estudiar a los mejores colegios de Francia, pues había más facilidades marítimas para enviarlos a Europa, que a Lima, con la que no había un camino directo.       

Su enlace con Aurora Velazco: lo hizo formar una sociedad con su suegro Cardozo

Darrosa, para la explotación del caucho en el Ucayali. El único hombre que podría arriesgarse con éxito en esta empresa era Fitzcarrald,sus conocimientos .y vinculaciones con las tribus campas, humaguacas, y otras feroces, los cashivos, a quienes imputaban el ser antropófagos, señalándose que se habían comido dos oficiales del ejército, a un padre misionero de Ocopa y a una veintena de caucheros. 

Fitzcarrald se burlaba de todas estas historias de antropófagos, inventadas por alguien miedoso sabio, manifestando que los salvajes del Ucayali eran personas más honorables que muchos blancos que él conocía, agregando que sólo había que tratarlos conforme a sus usos y costumbres. 

Decía que los indios son muy susceptibles y quisquillosos en cuestiones de etiqueta, y que la omisión o la burla de sus usos podía producir una situación violenta.

Como las autoridades pusieron en duda sus peregrinas afirmaciones de la inédita bondad de los salvajes y que las sublevaciones y asonadas de los indios eran sólo debidas a la incomprensión y mala fe de los blancos; Fitzcarrald ofreció a las autoridades de Iquitos utilizar en su Empresa a todos los indios del Ucayali, valiéndose sólo de métodos de persuasión y justicia. 

Fundación de Mishagua 

En 1892, luego de efectuar los viajes y preparativos - preliminares, salió Fitzcarrald de Iquitos en una lancha de su propiedad, habiendo surcado el río Ucayali, hasta la confluencia con el Mishagua. 

En este punto desembarcó los numerosos operarios y materiales que conducía para levantar una casa.  Señalada de antemano y rozada por los campas, se extendía una regular extensión de berro en la barranca del río, donde Fitzcarrald ordenó se levantara su casa matriz. 

Esta se construyó de madera de cedro, de tres pisos, el segundo y tercero con barandas y enrejado en todo el contorno. La casa tenía 25 habitaciones espaciosas. El techo, de madera plano y calafateada. Por el lado donde estaba el comedor, daba al jardín, de flores variadísimas y extrañas, orquideas de la montaña junto con las más hermosas flores del mundo, cuyas semillas habían sido traídas especialmente del extranjero. 

Después del jardín se extendía una extensa huerta de árboles frutales, pastos y hortalizas y, lindando con la selva, un vivero de plantas de caucho. 

Tenía varios jardineros chinos que se encargaban especialmente de enseñar a los campas el cultivo de la huerta. 

Frente a las oficinas que dominaban el río se encontraba un anchuroso patio de tierra apisonada, con bancas de madera y quitasoles. A un lado se encontraban el aserradero y los talleres de mecánica, y al otro los establos de vacas y mulos. 

Del patio se bajaba por escalones al río, donde se había construido un muelle, en el que atracaban las embarcaciones.  

Separadas de la casa se encontraban la ranchería de los indios y, aisladas, más de cuarenta casas de caucheros blancos, entre los que se contaban al cuzqueño Galdos, compadre de Fitzcarrald, que había servido en importantes exploraciones con el Coronel Pereira y con Sornanez Qcampo y Leopoldo Collazos, amigo y hombre de confianza. 

En el establecimiento comercial de Mishagua podía encontrarse desde una aguja hasta una botella de champaña. 

El Coronel Manuel Palacio Mendiburo, Prefecto de Amazonas, dice en un informe refiriéndose a los más destacados caucheros de Loreto: “En el Palcazu vive Meza, cerca de la conliuencia de Chuchurvas el alemán Carlos Yais, en el Mairo el chileno Baeza, en el Pachilco el español García, en el Alto Uceyali y en la boca del Tambo se encuentran estableci¬das varias casas comerciales, que se sirven de los indios cunivos y otras tribus. He oído referir al señor Fitzcarrold, ciudadano chileno, de la razón social Cardozo y Cia., establecida en el Uceyali, que su casa comercial trafica con más de dos mil salvajes y que su comercio se extiende hasta las cabeceras del Yavari y el Ene”. 

FITZCARRALD SE ENCUENTRA CON SUS HERMANOS 

En el lejano y olvidado pueblo de San Luis de Huari daban a Fitzcarrald por muerto, lo creían devorado por los salvajes o las fieras, aseguraban que se había perdido en la selva y que había caído asesinado por sus enemigos. Sólo su anciana madre conservaba la esperanza de que algún día yolviera el amado hijo primogénito. 

Su hermana Rosalía Fitzgerald había contraído matrimonio con el alemán Ricardo Cordts. Habiendo llegado a su conocimiento que el caucho, el oro negro, estaba poblando de gente las márgenes del Hualiaga y el Ucayoli, el alemán Cordts resolvió llevar mercaderías hasta esos ríos. Tomó la ruta del Pozuzo, a dar al río Mairo; bajó en balsas al Ucayali; tuvo la mala suerte de naufragar con pérdida de su equipaje, quedándose en Masisea enfermo de fiebres. 

Allí le dieron razón de un rico cauchero apellidado Fitzcarrald, que debía bajar con su lancha en esos días a recolectar caucho y dejar víveres. Se hacían muchos preparativos para recibir a este personaje; habiendo mucho movimiento en el puerto de Masisea. Efectivamente, a los pocos días de espera la lancha, surcando el río, previa la consabida descarga, atracó en el puerto. Al señor Fitzcarrald los recibieron los caucheros y chunchería con muchas muestras de respeto y acatamiento: lo llamaban “El Señor Feudal del Ucayali”, que le dieron los misioneros de Ocopa, y no en son de bromas pues realmente Fitzcarrald se había impuesto en los ríos del Oriente peruano, dominando por medio de su astucia o tribus salvajes, que lo consideraban ser superior, y con su indomable energía había doblegado la voluntad de tantos impulsivos aventureros. Fitzcarrald llegaba hasta la auda¬cia de tener policía particular, dictar leyes y no reconocer más autoridad que la emanada de su persona. 

A Cordts le llamó la atención el apellido de Fitzcarrald, que coincidía con el apellido de su mujer: y cuando llegó el huésped esperado procuró fijarse bien en su fisonomía, encon¬trando un parecido asombroso con sus cuñados. 

Fitzcarrald media 1 metro 75 de alto, y era corpulento, cara redonda, blanco, ojos pardos, cabello castaño oscuro, ondeado; barba espeso del mismo color. Su voz era relum¬bante, y sólo al verlo imponía respeto. Estaba en la plenitud de su fortaleza y energía. 

El alemán, después del almuerzo, pidió una audiencia a Fitzcarrald, para conferenciar sobre un asunto reservado. Fitzcarrald lo recibió amablemente, y, después de conversar de varios temas, Cordts, muy políticamente, le pre¬guntó de dónde era, y a qué familia pertenecía. 

Ftfzcarrald contestó con altivez que era argentino. Entonces Cordts le pidió disculpas y le dijo que se habla permitido hacerle esa pregunta porque el estaba casado con Rosalia Fitzgerald, y sabía que tenia un cuñado, llamado Isaías, que había desaparecido sin dejar rastro, y no se sabía si vivía o había muerto. 

Fitzcarrald escuchó este relato meditabundo y no contestó. Al siguiente día, después del almuerzo, se dirigió Fitzcarrald al cuarto donde estaba Cordts en cama; y, después de saludarlo, hizo recaer la conversación sobre la familia Fitzcarrald, de San Luis; Cordis le dio los nombres de los padres, los hijos, la relación de los vecinos y lugares, y relató las incidencias de la muerte del padre, la desaparición del primogénito y las lágrimas de la madre por, el ausente. 

Al llegar a esta parte, Fitzcarrald no pudo contenerse, desabrochóse la camisa y mostró la profunda y horrible cicatriz que le atravesaba el vientre. 

“Esta es mi partida de nacimiento. Aquí está la cicatriz de la puñalada que recibí en Llamelín”. 

Fitzcarrald colmó de regalos a su cuñado y le pidió como único favor que no divulgara el parentesco que los ligaba. El alemán Cordts acompañó a Fitzcarrald dos años, estando pre¬sente en todas sus exploraciones y empresas, sirviéndole como mecánico, marinero y hombre de confianza. 

Al cabo de dos años, Cordts, habiendo hecho regular fortuna, quiso regresar a San Luis. Fitzcarrald envió a su familia valiosos retratos, obsequios, y encargos, rogándole a Cordts que no divulgase su repentino encumbramiento, y que de ninguno manera volviese al Ucayali, y menos con sus hermanos; porque, poseídos por el vértigo y la locura del caucho, encontrarían al fin la muerte. 

El alemán Cordts regresó a San Luis. Doña Esmeralda López, madre de Carlos, recibió con la consiguiente alegría la inesperada noticia de que su hijo vivía. Pero el alemán no cumplió la promesa de guardar silencio sobre la alta posición financiera que había alcanzado su cuñado; al contrario, lo primero que hizo fue publicar a los cuatro vientos, y con exageración muy alemana, la riqueza ‘fabulosa y el asombroso poder que tenía Carlos F. Fitzca¬rrald en los ríos del Oriente. 

Sucedió lo que no deseaba el afortunado cauchero. Sus hermanos inmediatamente emprendieron viaje a las montañas, y una multitud de parientes y amigos se fueron al Ucayali, deseosos de probar ‘fortuna bajo el amparo del poderoso paisano. 

Todo Ancash se electrizó con la fiebre del caucho, y el nombre de Fitzcarrald fue nombrado con la aureolo de la epopeya. 

Tres casas comerciales de Huaraz, José Iberico, Mariano Loli y Caferata Hnos., establecen sucursales en el valle de Monzón, donde forman chácaras, y comercian en coca y jebe negro. 

Mucha juventud de Pomabamba y Huari se dirige al Huailaga, en busca de la fortuna, siguiendo las huellas de Filzcarrald. 

Desde entonces vienen los versos de despedida que dicen:

Cuatro años he pasado     

Cinco con el Marañón y otros, cuyo motivo principal es el paso del terrible río Marañón, que divide la serranía del departamento de Ancash con el misterio de las montañas y las selvas. 

En el Marañón perdieron la vida algunas personas de la juventud dorada de Ancash, y por ello su recuerdo se hace eterno en los “tris¬tes” y yaravíes. 

DESCUBRIMIENTO DEL ISTMO DE FITZCARRALD 

Teniendo a Mishegua por base de sus operaciones comerciales y casa central, Fitzcarrald inició una serie de operaciones arriesgdas a regiones inexploradas de la selva, buscando al Madre de Dios al Purús. 

Teniendo por guía al cauchero Simón Hidalgo, llegó hasta el Urubamba, buscando los restos de una antigua Fortaleza Incaica, llamada Cerro Tonqnini, donde asegurabá que existían habitaciones con planchas de oro y muchos ídolos del mismo metal. No pudo ser hallada la misteriosa fortaleza perdida entre las selvas; pero Fitzcarrald aprovechó el viaje para hacer valiosas observaciones. La tradición que conservaban los Campas sobre Tonquini era la siguiente: Unos hombres, que se supone fueron los incas, construían un camino del Urubamba al Amarumayo. Sacaban un ojo a los prisioneros Campas, que se oponían a la construcción de la obra. 

Pero al final los chunchos lograron derrotar a los Tonquini, que enterraron sus tesoros aquella fabulosa fortaleza de piedra.

Pero la exploración que le hizo perdurar como uno de los grandes exploradores de los últimos tiempos fue el descubrimiento del Istmo que lleva su nombre. 

En el mes de Agosto de 1893, Fitzcarrald, al frente de una flotilla de canoas tripulada sólo por indios al mando del curaca Venancio Atahuallpa, entró al río Camisea y lo remotó hasta sus nacientes; por trochas de salvaje siguió viaje a pie, en 55 minutos trasmontó la pequeña cordillera y llegó con su gente al Alto Manú que Filzcarrald creía era afluente de Purús y no del Madre de Dios. Construyó una balsa grande y navegó hasta llegar al Manú, que tomó por el Purús. 

Una vez descubierto este río, no volvió por donde había venido, sino que lomando otra trocha de indios, subió por el Caspajalí para pasar la cordillera y llegar al Serjali; viendo que esta última ruta era la mejor, para comunicar las dos hoyas hidrográficas. Después de hacer estos reconocimientos, dejó gente para  preparar trochas, mientras él bajaba en balsas hasta el Misagua, y luego de dictar en su casa las disposiciones convenientes, se dirigió a Iquitos, a dar cuenta a las autoridades o su  socio de su importante descubrimiento. 

Expuesto el proyecto de unir por medio de una carretera el Ucayali y el Purús, su socio Cardozo Darrosa lo reputó como una locura, negándose a aportar dinero peaa esta empresa. Entonces su señora, Aurora Velazco, con gesto digno de la Reina Isabel la Católica, ofreció hasta empeñar sus joyas, para que Fitzcarrald llevara adelante su grandioso proyecto.  

Les autoridades de Iquitos ofrecieron dar cuenta al Gobierno del proyecto de Fitzcarrald, pero la capital del Perú, Lima, se hallaba tan separada del Oriente que la respuesta del Gobierno no llegó sino mucho después de produ¬cidos los acontecimientos. 

Fitzcarrald entonces compra la lancha “Contamana” con su dinero particular y el de su esposa; exponiendo en su proyecto que desarmaría su barco al llegar al término de 1a navegación a vapor, y que lo haría pasar al Purús por el verdadero Istmo de su nombre, donde, vuelto a armar, navegaría por el no recién descubierto, hasta llegar o los límites con el  Brasil.   

Su suegro y socio, Cardozo Larrosa, volvió a oponerse tenazmente, creyendo que la aventura, más que de resultados económicos y prácticos, serie un desastre que terminaría con la muerte de Fitzcarrald, pues, el aventurarse por un no desconocido, si no moría en los com¬bates con los salvajes antropófagos que lo habitaban, terminaría en los manos de los shiringueros brasileros, que estaban dispuestos a dar muerte al intruso; pero Fitzcarrald se burlaba de los temores de su suegro, que en bue¬na cuenta eran sólo escrúpulos patrióticos de brasilero y oculta envidia. 

LA CASMUERA DE LA HISTORIA 

Ampliaremos la relación del primer viaje de nuestro héroe.     

 Fitzcarrald en su primer viaje llegó hasta más allá del Tacuatimanú. 

A unos quinientos metros de este río, en¬contraron los expedicionarios une tremenda catarata o cashuera marcada por peñascos, donde se estrellaba la corriente, formando espantosos remolinos. 

El Jefe de la Expedición. al ver aquel terrible obstáculo, hizo atracar las canoas a margen del río, para deliberar si se podía pasar o no. Los prácticos Piros, hombres valientes y temerarios, que habían pasado todas las cashueras del Manú, y la famosa de la Boca del Serjalí, peligrosa catarata en la que las canoas eran lanzadas el aire por la mase de agua, para luego caer describiendo una elegante curve, mientras los bogas, parados, manejando hábilmente las tanganas, lanzaban su grito de victoria .”¡Piros Guinguileros!”; ahora también querían pesar por entre les roces de la cashuera de Tacuatimanú, como ya habían pasado por el mal paso de la Isla de Fitzcarrald, deslizándose velozmente y de un modo matemático por entre las peligrosas puntas de roces, donde les olas del río eren tan grandes como les de un mar tempestuoso. 

Fitzcarrald, impaciente con le discusión de los temerarios Piros, cortó por lo sano, ordenando que las canoas fueran descargadas y trasladadas por tierra. Ante el rezongo de los Piros, que se oponían y desafiaban le muerte, sólo por no efectuar los trabajos de descarga y rodamiento de las embarcaciones, el gran explorador relató con mucha gracia la historia aquella de la que viene el refrán “Más vale rodear que rodar”.

Los indios festejaron el cuento, y Fitzcarrald bautizó al lugar con el nombre de “Cashuera de la Historia”. 

No están de acuerdo los narradores sobre si en este viaje o en el segundo el Jefe Blanco tuvo un encuentro con los Huarayos en la Isla, de la Emboscada. Los salvajes que habitaban esta isla recibieron a Fitzcarrald con muchas muestras de amistad y acatamiento, ofreciéndole como prueba de sumisión un gran collar de dientes de tigre engarzado con pepitas de oro. El Curaca de la Tr1bu, no contento todavía, ofreció al “Capitán Grande de los Wiracochas”, como llamaban al explorador, dos doncellas indias para su recreamiento. Hacían siete lunas que un explorador europeo había aceptado muy gratamente el homenaje y como una prueba de ello se había aumentado la tribu con dos chunchitos de ojos azules y cabello rubio, que el Curaca tenía como hijos suyos y a quienes profesaba un cariño ilimitado. 

Fitzcarrald, hombre honesto y religioso, se negó a acatar esta costumbre bárbara, y, luego de obsequiar a los huarayos con muchos ob¬jetos pequeños, como anzuelos, cascabeles, cuentas y espejitos, siguió navegando hasta llegar el Río del Parto, según el cauchero Uría, que acompañó a Fitzcarrald en su expedición.  De este lugar volvieron a remontar el río y, cuando los expedicionarios, confiados en la amistad de los Huarayos, se acercaban a la isla, fueron acribillados a flechazos. Los indios habían preparado una emboscada para prender o meter al Jefe blanco; y. como una pruebe de su orgullo, devolvían los regalos en las puntas de las fleches. Fitzcarrald para salvarse tuvo que alejarse precipitadamente a la otra banda del río, ahuyentando a los más atrevidos huarayos con certeros disparos de carabina. 

El Coronel La Combe hace iguales relatos en su Informe, que con muchas ilustraciones se publicó en Lima; recorrió años después la misma ruta de Fitzcarrald, pasó los mismos casi infranqueables obstáculos, - y reconoce al explorador de Ancash como un genio benéfico que hasta después de su muerte se hace pre¬sente; pues cuando los exploradores se encuen¬tran hambrientos y desfallecidos, por haberse echado a perder todos Los víveres, encuentran una “purma” y un plantío de plátanos que el previsor Fitzcarrald había hecho sembrar. 

SURCIDA DEL MISKAGUA 

En Abril de 1894 Fitzcarrald salió de Iquitos, al frente de una flotilla de lanchas, compuesta de la “Contamana”, un remolcador y otras embarcaciones pequeñas cargadas de bastimentos, mercaderías y materiales necesarios para el pa¬so del Istmo. 

La confianza en el éxito de la empresa era tanta que Fitzcarreld pidió a su esposa que lo esperare en Meneos, donde estebe seguro de llegar con su lancha, dando así una vuelta o la red fluvial del Amazonas. 

El Prefecto de Loreto concedió al explorador un salvo conducto, en que constaba que Carlos F. Fitzcarrald, ciudadano peruano, tenía permiso pera explorar los nos Acre, Purús y Madre de Dios. 

La flota de Fiizcarraid remontó el amazonas, navegado por muchas embarcaciones e vapor, entrando al Ucayali, donde era amo y señor. Se habían formado poblaciones en Masisea, Cumania, Sepahua y Mishagua, pero las lanchas tomaban puerto cada veinte o treinta millas, donde Fitzcarrald había dispuesto se levantaran puestos, con sus chácaras, casas, leña de capilona ya cortada para el combustible de sus lanchas, víveres frescos, bogas de repuesto. etc. Cada puesto lenía su regular población aborigen, al mando de un curaca; estando las ha¬ciendas de los blancos aisladas.  

En este viaje capearon un temporal, en la desembocadura del Tambo, donde las olas del río eran más grandes que las del Atlántico al decir del alemán Cordts. Pero, felizmente y dadas las dotes de navegante fluvial de Fitzcarrald pudo llegarse con toda felicidad a Mishagua donde se dio descanso a la gente por algunos días, mientras se preparaba el viaje al Varadero. 

En Junio salieron del puerto,  después de una delirante despedida; desde los balcones de su casa, Fitzcarrald pronunció un bello y elocuente discurso, alguna de cuyes freses son es tas: “Nos hemos reunido hombres de Europa, Asia y América bajo la bandera de la nación¬ peruana, no para emprender una aventura más, sino para ofrecer a la humanidad el presente de tierras ubérrimas, donde puedan encontrar un nuevo hogar los desheredados del mundo”. 

“Ciudadanos del Centro, del Norte y del Sur del Perú: me acompañáis en la exploración más grande que se ha hecho en les montañas de nuestra patria en los últimos tiempos; os aseguro que el éxito coronará nuestros esfuerzas y que agregaremos nueves glorias a nuestra bandera”. 

“Pueblos de los campes y tribus de los cocamas, capanaguas, mayorumas, remos, cashibos, piros y witotas: os llevo, como un Padre bueno y justiciero, a daros el premio de los montes divinales, que se extiende por donde sale el Sol, donde abundante caza os espera; allí os daré pólvora y balas para que vuestras escopetas abatan a las bestias”. 

“Para que llegue el triunfo pronto y segura necesitamos trabajar sin descanso. ¡Manos a la obra!” 

La lancha “Contamana”, seguida de una numerosa flota de canoas, remontó el sinuoso río de Mishagua, navegando 229 kilómetros, hasta encontrar la desembocadora del río Serjoli. Como les sinuosidades del río son muy grandes, esto favorecía la maniobra de los timones, proporcionando facilidad o la navega¬ción o vapor, las palizadas, tan corrientes en  estos ríos, no estorbaban, porque Fitzcarrald, con muy buen lino, había hecho recorrer antes con una cuadrilla de peones el curso del río en pleno estiaje, limpiando el lecho y canal de los árboles que lo obstruían. 

Igualmente los cascajales los había hecho desaparecer, con ciertas defensas de árboles que desviaban la corriente. 

La lancha desarrollaba un andar de 10 kilómetros, habiendo tardado 6 días hasta el Serjalí y hechó combustible en las estaciones de leña de Mishagua, Shimunaija, Cuchinashali y Serjalí. 

Las canoas, tripuladas por indios Piras, navegaban contra la corriente, ayudadas con los botadores o tanganes, tardando 7 días descansadas, de diez horas; haciendo jornadas en siete playas, las cuales llevan nombres indios que, traducidos al castellano, quieren decir: Playa de Añuje, Playa de la  Capirona, Playa del Ave, etc. Sátic se traduce por playa. 

Al llegar o la desembocadura del Serjalí, Fitzcarrald, a indicación del cauchero Natividad Maldonado, siguió navegando aguas arriba del río Alto Míshagua, surcándolo por dos días y medio. Sus aguas son azules, mientras que las del Bojo Mishagua son amarillentas. Tuvieron fuertes correntadas, y grandes palizadas dificultaron la navegación. Natividad, por orden de Fitzcarrald, y previo pago de mil soles, si¬guió en canoa por cinco días. Llegó hasta las nacientes de Sahuinto-quebrada. Con su gente construyó un camino o trocha de 5 leguas, que unió esta quebrada con el Alto Mishaguo. Encontraron mucho caucho, pero de mala calidad. 

Fitzcarrald viró su lancha, emprendiendo la bajada hasta el río Serjalí, donde lo espereban las canoas de los piros. 

SURCADA DEL SERJALI                       

Este río tiene aguas coloradas, por lo que también se le da el nombre quechua de Pucayacu. La flota de Fitzcarrald entró a este río en el mes de Julio, época de creciente. 

La navegación fue difícil, por encontrar mu¬chas palizadas y malos pasos. Su arrumbamiento general sigue el occidente en los 37 primeros kilómetros, terminando al N. O. en el resto. Pasa por un estrecho, con altos riberas cortadas a pico. A esta encañada se le denomina el Cajón de Margarita; tiene veinte kilómetros de longitud.   

Luego existe le correntada del “Serjalí” y “Piedra Liza”, formada por palizadas atracadas en el. lecho del río y espolones de roca. 

Se surcó este río por tres días, haciendo escalas en Jimblijinjileri (río con hervideros) y Jimleri Sátic (playa de la caída). 

 La caza y lo pesca eran muy abundantes; pero no se encontraron árboles de caucho. 

Por el río Jimblijinjileri envió Fitzcarrald una comisión de piras para ponerse en contacto con Natividad Maldonado, que debía llegar hasta Sahuinto-quebrada. 

Después de muchos esfuerzos, el casco de la lancha “Contamana” pudo llegar hasta el Varadero, en la desembocadura de la quebrada de Huamán. Las piezas de la máquina fue¬ron transportadas en bateles, río arriba; y el casco, varado. 

EL PASO DEL ISTMO 

Un millar de indios piros y campas y un centenar de blancos, unidos a la voluntad férrea de Carlos F. Fitzcarrald, acometieron la hazaña de hacer rodar el casco de la lancha “Contamana” por un comino de diez kilómetros de largo, subiendo alturas hasta de 469 metros. Más de dos meses duró el paso del Istmo, y Fitzcarrald. con posteriores reparaciones del camino, gestó cerca de cincuenta mil soles. 

“La operación del trasbordo en esos lugares exige las energías y esfuerzos rnancomunados de todos, acción que sólo es dable desarrollar a los que poseen un gran espíritu de autoridad, puesto que el salvaje se niega en toda ocasión a desplegar esfuerzos intensos y en especial. continuados, y el terreno oponía, por otra parte, grandes dificultades”. 

Sobre polines de jabonosos troncos de setico, avanza lentamente el casco del navío, halado con das grandes cables y sus respectivos juegos de motones y catalinas. Dos cuadrillas de indios se turnan en empujar el casco, mientras los hombres blancos dirigen la delicada maniobra. 

Sobre tablas de cedro ruedan los troncos de setico, que con su jabón natural favorece el deslizamiento de la lancha. Hacen largos descensos en los descampados, donde se ha rozado el monte y se han sembrado chácaras de maíz, plátanos y yucas, que están maduros, sirviendo de ración a la gente. 

Los indios trabajaban dando gritos de alegría y Fitzcarrald los animaba con sonrisas y amables palabras. 

En el informe de 400 páginas que el ingeniero Juan M. Torres presentó a la Junta de Vías Fluviales sobre el “ISTMO DE FITZARRALD” se hace un estudio minucioso so¬bre este camino, probando las dificultades que tuvo que afrontar Fitzcarrald al trazarlo, y su capacidad de ingeniero pera construirlo sin emplear explosivos. 

El varadero de Fitzcarrald perte de la margen derecha del ría Serjali a media vuelta antes de la afluencia de la Huaman-Quebrada, y    a los 332 m 47 sobre e! nivel del mar, con   rumbo total N. 70° E., para ir a morir en la    margen derecha del Caspajali. a los 352 m. 16  sobre el nivel del mar, después de ascender hasta el divortium aquarum de las aguas de los ríos, a los 469 m. sobre el nivel del mar, en el kilómetro 7. Su extensión horizontal es de 11 km. 615, aparte de los sinuosidades debidas a la configuración del terreno. 

“La parte occidental del camino está sobre terreno amarillento y fangoso, y sólo al subir la cumbre se muestra la roca. En la parte oriental el terreno es más consistente y menos fangoso, no habiendo descubierto la roca.” 

El camino construido en su parte más ancha tenía cuatro metros, y se angostaba hasta pasos puentes de madera.

Esta hazaña fue considerada por todos como asombrosa, y no ha sido imitada hasta la fecha. 

BATALLA CON LOS MASHCOS 

Los Mashcos, señores de le parte oriental del Istmo, alarmados con aquella multitud de hombres del Ucayali, que invadían sus dominios, enviaron, llenos de soberbia, una selecta embajada, de sus más feos y fieros capitanes, o pedir a los wiracochas y a sus criados campas que no siguieran adelante, al río Manú, donde tenían su sede, porque les espantarían la caza de monos y les traerían el contagio del catarro. 

Los parlamentarios mashcos, hechos unos energúmenos, escupían y bufaban, avanzaban y retrocedían en actitudes belicosas, haciendo gestos fieros para infundir pavor a los contrarios. Con hiperbólica baladronada, gritaban que eran tan fuertes, valientes y numerosos que podrían levantar la lancha y lanzarla, como una piedra, al otro lado del cerro. 

Fitzcarrald, en actitud arrogante, cruzados los brazos, no se dignaba contestar a los parlamentarios, mirándolos con desdén y menosprecia. Sólo después de un redoble de tambores, que impresionó a los mashcos, un intérprete habló a los embajadores, injuriándolos a grito pelado, llamándolas ladrones y asesinos. Contestó sus demandas diciendo que no traían enfermedades, sino fusiles y pólvora; que el Gran Wiracocha, el Padre Carlos Fitzcarrald como segunda persona del Presidente del Perú tenía derecho de traficar en todos los nos que seguirían adelante, y que si los mashcos oponían, les darían batalla, no dejando un meshco ni para semilla. 

Fitzcarrald pronunció unas cuantas palabras, llamando “Amigos” a los mashcos, y, tomando collares y pañuelos de colores, obsequió a to¬dos y les dijo que les regalaría cuchillos y escopetas, y les haría otros muchos obsequios si lo ayudaban. 

Los indios se retiraron, al perecer dominados con las suaves palabras del Wiracocha y los presentes recibidos; pero, luego que estuvieron lejos del campamento, llenos de ira y odio, amarraron los objetos a has puntas de sus flechas, y, templando sus arcos, las lanzaron contra el campamento. Cayeron allí verticalmente, llevando los collares y los pañuelos de colores. 

Los mashcos, después de este gesto soberbio, se fueron al Manú, a predicar la guerra a muerte contra los invasores. Todas las tribus de indios se levantaron, para contener a Fitzcarrald.

Para terminar con los mashcos, Fitzcarrald preparó una correría, con muchas canoas e indios, al mando de sus tenientes Maldonado, Galdos y Sánchez. 

Natividad Maldonado limpió de mashcos Sahuinto-Quebrada, matando a varios indios, y tomando prisioneros a sus mujeres y tiernos hijos. 

Sánchez, en el Sotlija, a la par que hizo cortar mucha leña de capirona, batió a los mashcos, haciéndolos retroceder hasta las cabeceras de este afluente. Llegó en seis días de surcada por el Sotlija hasta las cascadas, destruyendo todas las charcas, canoas y chozas de los rebeldes.   

Mariano Caldos hizo leña en la boca del Yahuemá o Fierro-Quebrada, derrotando a los indios y haciéndolos retirar seis jornadas adentro. 

A la quebrada de Cumerjali, donde estaba el grueso de las hordas sublevadas, llegaron los tres caucheros, logrando disolver, las fuerzas rebeldes, tomando muchos prisioneros. En este último y definitivo encuentro tomó parte como jefe Fitzcarrald, haciendo, con su presencia, menos sangriento el castigo a los rebeldes. Se ajustició, después de sumario juicio, a treinta rnashcos y se destruyó 46 canoas. 

Estas correrías estaban generalizadas en el Oriente. Tribus semicivilizadas de cocamas, cunivos, piros y campas, ayudadas también por algunos blancos, asaltaban a los pueblecitos de indios, matando a los que se defendían, y llevándose a las mujeres y a los niños de ocho o catorce años, para venderlos en las poblacio¬nes grandes, a razón de 200 y 400 soles cada uno. Los adultos eran tomados cautivos ,y los llevaban a lejanos territorios como peones. 

La guerra habida entre Fitzcarrald y los mashcos fue promovida por los indios que negaron al cauchero el paso del río Manú. Los mashcos, engreídos por sus pasadas victorias (contra los blancos) y avezados en el crimen contra los viajeros; pagaron con sus vidas su temeraria imprudencia de desafiar soberbiamente al señor del Ucayali. 

LA SORPRESA DEL MADRE DE DIOS 

La lancha “Contamana fue armada, aguas abajo del río Caspajali, perdiendo sus hornillas antes de llegar a Sahuinto, atronando con el sonido de su sirena las márgenes dormidas del río Manú, manchando con su espeso penacho de humo la limpidez del cielo, y agitando con su hélice las limpias y vírgenes aguas del nuevo río. 

Fitzcarrold creía que navegaba por el Purús; no encontró navegante alguno que lo sacara de su error, y los salvajes, aterrorizados con la sangrienta correría, se habían retirado a sus inexpugnables alturas. No encontraron señales de hombres civilizados que hubieran visitado la región recientemente, salvo viejos cuchillos y cruces tomados a los mashcos, que hablaban elocuentemente de algún asesinato de un pobre fraile, o de un perdido explorador. 

La lancha hizo las siguientes jornadas en la desembocadura de Caspajali, en Panagua y en el Rio Pinquieni, donde, por orden de Fitzcarrald se quedaron algunos formando una nueva población, por haber encontrado sal y aguas termales; en Fierro-Quebrada, Gachiri-japja (quebrada, de la cushma) y en la desembocadura del Manú. 

Todas las márgenes de los ríos eran muy ricas en árboles de caucho, y prometían por -los manchales anotados una fácil explotación. Si esto causaba alegría a los caucheros, mayor alegría experimentaron al desembocar a un gran río de aguas turbias. “Es el Purús”, aseguraban todos; sólo Fitzcarrald empezó a dudar, por la dirección que tomaba el río. 

La costa seguía sin señales de - hombres blancos; sólo de vez en cuando aparecían algunos salvajes aterrorizados, a mirar el paso del vapor, para esconderse en el monte, tan pronto como las canoas se dirigían en su busca. 

Fitzcarrald se encontraba impaciente, quería descubrir la incógnita del nuevo río. Al llegar a una correntada, cerca de una isla, al pegarse a tierra, recibió una andanada de flechas, por salvajes escondidos en el monte. Inmediatamente dio orden de atracar; saltando Fitzcarrald el primero a tierra. Este gesto valiente electrizó a sus compañeros, que bautizaron a la Isla con el nombre legendario de su jefe. 

Habiendo castigado o los alevosos y  trai¬dores huarayos, que habitaban la  isla, siguió Fitzcarrald al río de los amigos, donde lo recibieron muchos indios, con acatamiento y mucha chicha de yuca. Fitzcarrald les preguntó el nombre del río que navegaba. Los indios dieron varios nombres, como los de Manutata, Condeja, Pilcopata y Amarumayo; llegando a convencerse Fitzcarrald que no navegaba por el Purús. 

No sospechaba que era el Madre de Dios, pues, por error de los mapas, este río aparecía muy al sur. El nombre castellano del río no era conocido por los chunchos. Fitzcarrald supuso en¬tonces que navegaba en el Acre y que pronto encontraría las barracas de los brasileros. 

Estando desorientado, fue bautizando con nombres castellanos los afluentes que encontraban: así nombraron río Blanco, Azul, Colorado y Verdoso, por el color de las aguas; las piedras, por la abundancia de ellas, -y los amigos, y los muertos, porque en el primero encontraron chunchos amigos, y en el segundo se dio un combate, donde perecieron muchos indios huarayos. Muchas quebradas fueron bautizadas con el nombre de los caucheros - Prado, Galdos, Sánchez, Luna, Del Aguila, Reyna y otros muchos oscuros soldados de la gran aventura de Fitzcarrald. 

Al llegar a la desembocadura del Tambopata, el jefe de la expedición hizo alto de algunos días, para hacer leña y víveres; y recorrer la loncha, que hacía agua. La “Contamana” fue varada, calafateada y pintada, quedando la embarcación corno nueva en apariencia.Viendo que los víveres escaseaban, Fitzcarrald ordenó se repartiera sólo media ración, compuesta de un plátano y un poco de harina de yuca; como la caza abundaba y los mitayos indios eran expertos cazadores, siempre había el consuelo de comer carne o pescado. 

En - el Tambopata Fitzcarrald encontró señales de - haber pasado por allí hombres civilizados. En los troncos de los árboles se podía decifrar antiguas inscripciones. Con emoción indecible leyó las iniciales de Faustino Maldonado. Por allí había pasado en el año 1861. 

Entonces Fitzcarrald se dio cuenta, con lo sorpresa consiguiente, de que no navegaba por el Acre o el Purús, sino que estaba navegando por el Madre de Dios. “La sorpresa de Fitzcarrald debió ser inmensa. Salvando, desde luego, las respectivas distancias, fue análoga a la que experimentar el gran Colón al comprobar que se hallaba en América y no en Cipango.... Hecho éste bastante frecuente en los descubrimien¬tos en los que no siempre se va donde se desea sino donde los acontecimientos, esos árbi¬tros de las situaciones, empujan invariablemen¬te”. 

Fitzcarrald había navegado por trescientos kilómetros en el Madre de Dios, contando des¬de la desembocadura del Manú. Sumados a los 218 de este río y a los 30 del Caspajali, la lancha “Contamana” había recorrido 548 kilómetros

SIGUIENDO LA RUTA DE FAUSTINO MALDONADO 

Fitzcarrald había oído de labios de los sobrevivientes la desdichada historia de Faustino Maldonado. Salió este valiente explorador del pueblo de Paucartambo, con 12 compañeros, rumbo al Madre de Dios, de larga historia, pero siempre fabuloso e ignorado. Según los cronistas, el guerrero Inca Yupanqui descubrió es¬te río, al que llamó Amarumayo. 

Los españoles de la Conquista también llegaron hasta sus márgenes, lo mismo que los Misioneros, que le impusieron el dulce nombre de Madre de Dios. 

Pero los fieros aborígenes que lo habitaban, “los chunchos” feroces, hacían retroceder los avances de la civilización, volviendo el misterio de la vida primitiva a enseñorearse de esas ricas regiones. 

En plena época republicana, el Coronel Faustino Maldonado se lanzó a redescubrirlo; llegando a sus orillas después de encarnizados- combates con los salvajes, habiendo perdido en las emboscadas a cuatro de sus compañeros. Maldonado, al llegar al Madre de Dios, siguió -aguas abajo en una frágil canoa sufriendo con sus amigos muchos hambres, desnudeces, naufragios, enfermedades, ataques de los indomables salvajes. El diario de su viaje lo consigna el sabio Raymondi en su obra “EL PERU” 

Maldonado salió de Paucartambo el 26 de diciembre de 1860, y el 18 de marzo del año siguiente, en el rápido o cashuera llamado “Calderón del Infierno”, ya en el río Madera, afluente del Amazonas, su canoa se volcó y Maldonado y tres de sus compañeros se ahogaron. 

En recuerdo del valiente explorador, Fitzcarrald grabó en un enorme tronco esta leyenda: “PUERTO MALDONADO”, para que las generaciones venideras recordaran a Faustino Maldonado. 

Luego de cumplir con esta ofrendo y hacer conocer su descubrimiento a sus compañeros, la “Contamana” fue echada al agua, se prendieron sus hornillas completamente reparadas, y, a todo vapor, se alejaron río abajo. 

Habiendo navegado cerca de 700  kilómetros, a - la altura del río Sena, Fitzcarrald encontró numerosas canoas de indios que hablaban algunas palabras de castellano. Por ellos supo -que se encontraba a una vuelta de las barracas del Carmen en el Madre de Dios, en las que tenía su sede el ciudadano boliviano Nicolás Suárez, acaudalado cauchero que llamaban “El Coloso de Bolivia”. 

Habían pasado la quebrado de Heath, anotada en los mapas oficiales con este nombre dado en honor del médico inglés Edwin R. Heath, que en 1880 exploré estas regiones y la quebrada de Chivi. 

Enorme sorpresa filé la que recibieron los colonos bolivianos al ver posar frente a sus barracas, como por arte de magia una lancha, que enarbolaba en la popa la bandera del Perú. El penacho de humo, la sirena estruendosa, las nutridas salvas de disparos de armas de fuego, los gritos de los caucheros, todo contribuía a hacer más emocionante el atraque de la “Contamana”, que, empavesada y gallarda, tocaba al puerto. 

Uno salva de 21 camaretazos atronó el espacio. Fitzcarrald gastaba su pólvora en honor y gloria del Perú.- Era el 4 de septiembre de 1894. 

Don Carlos Fernando, vestido de negro, con traje importado directamente de Londres; tocado de finísimo sombrero de peje, que en Panamá costaba 500 pesos; con gran cadena de oro; afeitada la barba, engomado el bigote a lo José Pardo, bajó con una prestancia de Presidente de la República. 

Nicolás Suárez, en mangas de camisa y mal vestido, se confundió ante aquel pulcro personaje, pareciéndole más irreal y fantástica la escena. 

El escritor peruano Emilio Delboy da este dato: “Conversando con Nicolás Suárez, Senador boliviano, sobre la impresión que a éste  le causara la aparición de la lancha peruana, dijo: “Soy hombre de valor y nada me asombra, pero cuando vi llegar a la “Contamana”, senti la sensación del hombre ante el mi¬lagro, y cuando vi a Fitzcarrold lo vi como se miraría a un super-hombre”. 

LA SOCIEDAD 

Si don Nicolás Suárez se impresionó con la aparición dé la loncha peruana y lo prestan¬cia de Fitzcarrald, mayor sorpresa se llevó cuando fueron descargadas las mercaderías que llevaba el barco y Fitzcarrald las ofreció a un precio menor que las importadas por la vía del Madera y del Beni. 

“Fitzcarrald podía realizar las mercaderías traídas de Iquitos por la mitad del precio de coste que en aquellas regiones poseían. Com¬prendiendo el cauchero boliviano que toda lucha económica era imposible, resolvió asociarse con quién podía arruinarlo tan fácilmente.” 

“La importación económica de la vía de Fitzcarrald estrbaba en que desaguando el Manú en el Madre de Dios, y no en el Purús, como se creía - hasta entonces, el comercio de esas regiones debía experimentar una inversión completo en su recorrido. Los caucheros y shiringueros, en vez de traficar de bojada con sus -gomas y demás productos naturales extraídos de esas zonas hasta entrar en el Madera, podían, con gran provecho para ellos y para el Perú, adoptar otro rumbo diferente, también de bajada: Manú, Istmo de Fitzcarra!d, Urubomba y Ucayali.” 

“La dirección de los ríos es la voluntad suprema que gobierna económicamente el sentido del tráfico comercial en la montaña. Este sólo puede existir tal como lo quieren aquellos, buscando siempre el menor flete fluvial sobre el terrestre, el menor recorrido y la reducción de tiempo consiguiente”. 

“Con el antiguo trayecto del Madre de -Dios, Beni y Madera, era forzoso que los pro¬ductos posasen por territorio boliviano (Beni) y salvasen después las formidables coscadas de este último río, las cuales constituyen poderoso -obstáculo para la navegación, demandando elevados fletes derivados de naufragios y frecuentes trasbordos”. 

“El Madero, río de ancho de 830 metros y con márgenes más altas que las del Amazo¬nas, presento una serie de cashueras desde San Antonio, puerto situado a 61 metros sobre el mar, hasta la última cascada, a 144 metros. Se las salvo mediante un largo rodeo que se verifico a pie.” 

“La dificultad del trasporte por tierra es tanta en esta zona, que el recorrido de 230 kilómetros con una tonelada de carga importa de 300 a 400 libras esterlinas”. 

Teniendo en cuento estas consideraciones, el Coloso de Bolivia no trepidó en asociarse a Fitzcarrald; ofreciéndole 500 mil pesos bolivianos paro mejorar el camino del istmo y habilitar la vía, lo más pronto posible, a fin de reemplazar la incómoda y peligrosa vía del Madera. 

Fitzcarrald, luego de asociarse con el acaudalado cauchero que tenía sucursales en el Beni, en Pará y en Inglaterra, siguió viaje al río -Ortón para entrevistarse con otro Rey del Caucho, Don Antonio Vaca Diez, apodado “El Es¬pañol”, que, como gerente y fundador de la colonia “The Orton Bolivia Ruber Co. Ltda.”, giraba con un capital de 45 mil libras esterlinas. Vaca Diez llegó hasta a ser elegido Senador por el departamento de Beni y el llamado Madre de Dios Boliviano. 

El Dr. Vaca Diez, hombre demasiado gordo y eufórico, hablaba castizamente, como un madrileño; pero para los negocios y los intereses de su patria era más cauto y astuto que un inglés. 

Acogió los proyectos de Fitzcarrald, de utilizar la vía del Istmo y formar el primer trust cauchero de Sud-América y del Mundo, asociándose en él los más acaudalados caucheros del Perú, Bolivia y Brasil, con un febril entusiasmo y un extraordinario optimismo. Se planeó la compra de una flota de vapores y lanchas fluviales, para establecer el tráfico en el Ucayali, mandándose pedir a Inglaterra buques especiales, de fondo chato, ruedas popales, poco calado, y maquinaria poderosa. Este proyecto llegó a realizarse, pues la Sociedad adquirió la siguiente flota: En el Madre de Dios navegaron “La Esperanza”, “La Shiringa  y la “Contomana”. En el Ucayali, eI vapor “Bermu¬dez”, de 180 toneladas, la “Unión”, de 60 ton., y ocho millas de andar; la “Laura”, de 44 ton. la “Dorotea”, de 22 ton. y 5 millas de andar; la “Cintra”, de 5 ton, y 4 millas de andar; el “Bolívar”, de 14 ton.; y el “Adolfito”, de 10 ton. 

“Así principió la sociedad y estrecha amistaod entre estos dos hombres, quienes desde ese momento debían marchar juntos e íntimamente unidos hasta la tumba misma”. El capitán del trust formado podría calcularse en lo fabuloso suma de seis millones de soles, que podía duplicarse rápidamente, dada la riqueza de las zo¬nas caucheros por explotar y la alta cotización del producto. 

Formada la Sociedad, Fitzcarrald ordenó a su gente que volviese a las conquistadas már enes del Manú y del Madre de Dios, con instrucciones para que se establecieran de firme, construyendo chozas y sembrando chácaras de maíz, plátanos, yuca y arroz, necesarias para lo manutención de las peonadas que se infernarían en los afluentes, trabajando los manchales de caucho. Estas chácaras debían establecerse  de tres o cuatro vueltas del río.  

Esta sabia medida dio en poco tiempo un buen resultado; pues se pudo extraer sin mu¬chos sacrificios, y en el corto tiempo que duró el trabajo, sólo avanzando hasta el kilómetro 50, más de 3,000. arrobas de caucho, que obtuvo muy buen precio en el mercado de Liverpool. Este cargamento, como es natural, fue remitido por la vía del Istmo, y con lo obtenido, cerca de 75 mil soles, se pudo cubrir los ingentes gastos de la Empresa. 

FITZCARRALD EN EL MADERA 

Como Carlos E. Fitzcarrald tenía un espíritu deportivo y era más explorador que cau¬chero, sin importarle el dinero que podía gastar, pretendió seguir navegando con la gloriosa “Contamana” por el río Madera, hasta llegar al Amazonas y volver a Iquitos por ruta inversa o la que había salido, dando así la vuelta completa a la red fluvial dcl Amazonas. 

Su socio Vaca Diez se empeñó en disua¬dirlo, haciéndole ver lo peligroso de la nave¬gación a vapor en aquel río, por las temibles correntadas o cashueras, donde, si las canoas y balsas naufragaban, con mayor facilidad se perdería la lancha. Por otra parte no había gente disponible para hacer varar la ¡ancha en los imprescindibles trasbordos que se tenía que efectuar. 

También llegó a disuadirlo de su temerario empresa su otro socio, D. Nicolás Suárez, que, si estaba mal vestido, llevaba entre los dedos tres formidables sortijas de un valor incalculable, en la corbata un solitario grueso como un garbanzo, y el chaleco cruzado por una cadena de oro tan fuerte y gruesa que parecía cadena de navío. 

Fitzcarrald. sin anillos ni alhajas, vestía dril blanco, gran sombrero brasilero y botos, contrastaba con el lujo y la tremendo joyería de los caucheros bolivianos. Sólo se igualaban en los revólveres, que llevaban en ricas fundas de complicado arabescos. 

Los dos socios lograron, por fin, convencer a Fitzcarrald, habiéndole comprado la lancha “Contamana” a un subido precio. 

La verbosidad de los caucheros de Bolivia ocultaba el designio patriótico de hacer flamear en la “Con1amana” la bandera de la nación del Altiplano; por eso no trepidaron en comprarla. Pero al dio siguiente, mientras se celebraba con champaña el cambio de bandera, la “Contamana” se resintió del casco y, cuan¬do menos se pensaba, hizo agua y se fue a pique. Parece que por haberse rodado mucho en el paso del Istmo el casco estaba muy dañado, y que bastaron para que se abriera algunas fuertes viradas por manos de pilotos inexpertos. 

Perdida la “Contamana”, Fitzcarrald se despidió de sus atribulados socios, invitándolos a visitarlo en Iquitos, por la nueva ruta del istmo; y, tripulando una bien corlada canoa, partió aguas arriba del Madera, pasando por el famoso rápido “Calderón del Infierno”, donde perdió la vida el intrépido Faustino Maldonado. 

Fitzcarrald pudo constatar personalmente la incomodidad y el peligro que ofrecía esta vía en la que, sin embargo, merced al apoyo del Gobierno del Brasil - que auspició la for¬mación de la Sociedad de Navegación y Co¬mercio de Amazonas, desde 1865 -, se dio impulso al tráfico de canoas por este río; y el consiguiente intercambio comercial de las piazas brasileros de Manaos y el Pará con la zona del Beni y del Madre Dios; que fue creciendo paulatinamente, y el comercio progresando de un modo asombroso, sin que pudieran contener su acrecimiento lo incómodo y peligroso de la ruta del Madero. En 1894 la Adua¬na de Manaos registraba un valor oficial de la exportación e importación, de los productos en tránsito para Bolivia y Madre Dios, por más de mil novecientos contos, que se podían avaluar en cerca de un millón de libras esterlinas. 

Al atravesar las insalubres y mortíferas cashueras del Mamoré y del Madero, comprendió entonces las ventajas de la vía del Istmo y previó lo que representaba su importante descubrimiento en el orden internacional. 

Del puerto de Son Antonio del Medeira salió Fitzcarrald, con sus expertos bogas que hacían volar la canoa, en una regato desesperada, para llegar lo más pronto al Amazonas; pudiendo desembocar con toda felicidad y sin mayores contratiempos en el Rey de los Ríos, y dirigirse en un vapor de la carrera al puerto de Manaos, donde lo esperaban con la consiguiente ansiedad su esposo e hijos. 

En el mismo vapor siguieron viaje a Iquitos, dando así una vuelta completo. Los periódicos dieron cuenta de su hazaña, y las autoridades enviaron al Gobierno una información.

LA IMPORTANCIA DEL ISTMO DE FITZCARRALD 

El ilustre geógrafo nacional Dn. Luis Carranza decía en la Sociedad Geográfica: “El descubrimiento del Istmo de Fitzcarrald es el más grande de los resultados geográficos obtenidos en los últimos tiempos en las exploraciones de la región fluvial del Perú. Mediante él ha sido posible rectificar los incompletos conocimientos existentes sobre los ríos Manu, Urubamba y sus afluentes. Las hoyas fluviales del Purús y del Madre de Dios resultaron no ser dos cuencas aisladas, desde que se las podía con un pequeño guión - el Istmo  citado - él cual es capaz de ser recorrido a pie en 50 minutos solamente. Esta estrecha lengua de roca arcillosa y de fuerte pendiente forma el “divortium acuarum” entre las dos grandes hoyas fluviales del Madre de Dios y del Ucayali”. 

“Se había supuesto erróneamente que el Manú era tributario del Purús, pero, con gran sorpresa de los geógrafos, el descubrimiento de Fitzcarrald ha enmendado este error. Tendrá este descubrimiento importantes repercusiones económicas, pues el nuevo Istmo permitirá la aproximación de los ricas provincias de la Convención y Paucartambo a la hoya del Madre de Dios, y facilitará la comunicación fluvial de las Provincias de la Mar, Huanta, Tayacaja, Huan¬cayo y Jauja, así como de lo parte oriental de la Convención, con la Hoya del Ucayali, navegando por el río Apurimac, levantando esta facilidad de trasporte el espíritu industrial de a¬quel departamento. 

En el Congreso de Bolivia, el Diputado por Yungas, don Abel Iturralde, manifestaba que “la vía de Fitzcarrald tendría perfecto viabilidad y que ella, superando al Madera y al Purús por el río Acre, venia a solucionar el problema de la comunicación fluvial de los ríos Ucayali y Madre de Dios, con todas las ventajas posibles y sin los peligros e inconvenientes que ofrecían esas rutas al comercio boliviano; por cuyo motivo, para prevenir esa corriente y evitar la disminución de ingresos que naturalmente debieran producirse en la Aduanilla de Vista Bella, presentaba al Congreso un proyecto de creación de los Aduanillas del Acre y Madre de Dios”. 

El explorador peruano Ernesto L. Rivero, que recorrió la ruta de Fitzcarrald, dice: “La vía de Fitzcarrald no sólo será de gran provecho para Bolivia, por ser lo más franca, abierta y expedita de toda le hoya del Beni y del Madre de Dios, sino también de gran provecho para el Perú, que por ella conseguirá la perfecta colonización y peruanización de ese suelo, hoy que nuestros connacionales andan como errantes en demanda de trabajo dc extracción de caucho, labor fácil que prefieren a lo del jebe, y a la que están acostumbrados, más allá del Yurúa , Purús, Putumayo, hasta Tocantines, talvez sin encontrarlo; y seria en particular muy provechosa para Iquitos, porque de esta plaza comercial partirán brazos, capitales y mercaderías; llegando a ser Iquitos pero el Beni lo que es actualmente Pará, es decir el principal núcleo de ese comercio y riqueza, aparte de que con esa continua extensión de hombres, mercaderías y productos se conseguiría la ocupación real de aquellos despoblados territorios, y la presencia de población peruano en el Madre de Dios, proporcionará al Gobierno una prueba incontestable de dominio en la contienda de límites que tenemos con ci Brasil y Bolivia”. 

El ingeniero Juan Manuel Torres Balcázar, que tres años después recorrió la ruta prueba con números la gran importancia del Istmo de Filzcarrold, el bajo flete que se alcanzaría si se le protegiese y lo ventajoso que sería para el Gobierno el comercio de esas regiones; haciendo resaltar su importancia con razones de peso y pruebas irrecusables. 

Los periódicos del Brasil y Bolivia comentaron este descubrimiento, dándole une gran importancia comercial y estratégica, y considerándolo como el más grande descubrimiento en el Oriente peruano, en los últimos tiempos. 

Don Guillermo Velazco hizo un extenso reportaje a Fitzcarrald, que publicado en Europa causó mucho alboroto en los círculos científicos del viejo mundo. 

El explorador Luis M. Robledo hace constar que el Mishagua tiene como un mil habitantes civilizados, y que la casa de Fitzcarrald es el  puerto de provisión de víveres y mercaderías de las dos hoyas fluviales. El tráfico establecido es muy importante, habiendo, en Febrero de 1895, hecho un viaje el vapor “Hernán”, fletado en Iquitos por Fitzcarrald, conduciendo mercaderías por valor de doscientos mil soles. La surcada de Iquitos al Mishagua se hizo en 310 horas, y el regreso en 86, conduciendo ochenta mil kilos de caucho. 

 VIAJE A EUROPA Y GRANDES PROYECTOS

 Una vez realizado el descubrimiento del Istmo, y formada la sociedad con los más ricos caucheros de Bolivia, Fitzcarrald viajó a Europa en compañía de su esposa e hijos. 

En Liverpool, centro mundial del caucho, visitó las cases que tenían establecidas sus socios, y en los astilleros ingleses hizo construir una lancha a vapor, según sus planes e instrucciones, vigilando personalmente los trabajos. A esta lancha le puso el nombre de “Adolfito”. 

Luego pasó a Francia y dejó en el mejor colegio de Paris a sus dos hijos, Federico, que contaba con 7 años, y José, con seis. Volvió o Iquitos en compañía del resto de su familia, por la vía del Amazonas, trayendo muchos materiales y mercaderías para su empresa, semillas de comestibles de la India y otros países tropicales, para cultivarlos en la Amazonia, lo mismo que ganado vacuno resistente al mortífero clima de la selva.   

Fitzcarrald solicitó y obtuvo del Ministro de Guerra del Perú, en comisión, coronel Juan T. Ibarra, el privilegio de navegación exclusiva en los ríos Alto Ucuyali, Urubambo, Manú y Madre de Dios, lo que le fue acordado a su Empresa, a mérito de los grandes gastos que había hecho en la compra, de los vapores. Este decreto fue refrendado el 30 de Noviembre de 1596. 

Fitzcarrald inició a principios de ese año una visita general a los dilatados dominios de su Empresa. Su socio don Nicolás Suárez llegó por la vía del Istmo, en unión del alemán Alberto Perla, vecino del Beni y explorador del Acre y el Alto Purús. Surcaron el Madre de Dios y el Manú, en la lancha “Esperanza”, pasaron el Istmo a lomo de mula, y al otro lado los esperaba una canoa que los llevó a Mishagua, donde Fitzcarrald. Tomaron el vapor “Bermúdez”, propiedad de la Empresa, y llegaron a Iquitos sin novedad, el jueves 12 de    Noviembre de 1896. 

Suárez, entusiasmado por el éxito alcanzado en dicho viaje, y con el consentimiento personal de la superioridad de la vio de Fitzcarrald sobre la del Madera amplió en Iquitos la casa mercantil aportando un nuevo capital de 500 mil soles, pagando su cuota en el vapor “Bermúdez” y encargando a Europa otro vapor que se llamó “La Unión”. 

Suárez se regresó al Beni, por la misma ruta, utilizando los vapores y lanchas de la Empresa, en compañía de Fitzcarrald, que lo acom¬pañó hasta el Madre de Dios, y aprovechó de enviar cartas a su otro socio, el señor Antonio Vaca Diez, para que lo visitara en Iquitos. 

En este viaje se pudo constatar las cualidades de actividad, talento, energía espíritu de organización que caracterizaban a Fitzcarrald. 

Había logrado trasportar desde Moyobamba y otras regiones situadas al norte del Perú un personal de mil trescientos operarios, de razas diferentes, que distribuyó a largo de los ríos recién descubiertos. 

Cada veinte o treinta millas se encontraban chácaras o haciendas, con víveres frescos, leña, ganado, etc., a fin de facilitar entre aquellas dos hoyas fluviales el activo tráfico de mercaderías, productos y viajeros. 

Estableció en el varadero o Istmo un establecimiento comercial o barraca, para recibir los artículos de exportación del Madre de Dios, fundando una colonia con más de 800 opera¬rios para la explotación del caucho. 

Se construyeron muchas casas y sembríos y uno gran recua de mulas hacia el tráfico no solamente en el Istmo sino, que llegaban hasta el Mishagua. 

Un ingeniero argentino, Manuel Balbastro, estudiaba por cuenta de la Empresa el trazo de un ferrocarril que partiendo del Mishagua llegase a Manú, el que fue presupuestado en 4 millones de soles. Se había mejorado la trocha del Istmo para tender sobre ella una línea férrea del sistema decauville; habiéndose pedido a ropa los rieles, corros y una pequeña locomotora. 

En su casa de Mishagua hacía experimentos con sembríos tropicales de trigo, arroz y otras semillas desconocidas pero de alto carácter alimenticio. El ganado importado de la India se desarrollaba bien, y se esperaba que aumentara su procreación. 

Se proyectaba construir una línea telegráfica que uniese los varaderos del istmo, para mayor comodidad de los viajeros. 

Los colonos del istmo de Fitzcarrald, en su mayoría peruanos, ofrecieron un gran banquete a su Jefe, en el que derrocharon mucho champaña, rompiendo los cajones de un solo golpe y sirviéndolo en baldes. 

Un francés que decía haber sido cocinero de la casa Real de Alemania preparó un banquete formidable. El derroche de los caucheros era inaudito y temerario; y si alguien se lo reprochaba estos pródigos contestaban: ‘Pope! -aguanto todo, caucho paga.. Haciendo ver que no importaba llenarse de deudos,  pues con el caucho pagarían todo. 

En esta ocasión Fitzcarrald pronunció estas proféticas palabras; que luego fueron repetidas por muchos, pero que cayeron en el vacío: 

“El lento vivir, la calma de siglos de la selva profunda y misteriosa, el tardo y perezoso desenvolvimiento de estas regiones dormidas, han sido interrumpidos por un grande e inesperado acontecimiento, que, a la manera de un huracán, ha barrido los bosques y azolado los nos   ¡EI Caucho! ¡El Oro Negro! Por el caucha hemos luchado, hemos padecido. Muchos han muerto y otros desaparecieron tragados por la selva, por el infierno verde. Al conjuro del oro negro se ha levantado, como por arte de magia, una ciudad tan grande como Iquitos, la perla del Amazonas, y han surgido como por encanto en - ¡as orillas de los -nos más de mil pueblos nuevos.” 

“Mas yo pregunto . . . Cuando los ingleses empiecen a explotar sus plantaciones industriales de caucho, con obra de mano bajísima, menos costo de transporte y protección ilimitada de su poderoso gobierno colonial ¿no terminará, no llegará a su fin la era del caucho amazónico? 

“¿Qué quedará del Oriente, al pronunciar se este terrible derrumbe de la industria cauchera? Y, tal como vamos, respondo.... Nada, apenas recuerdos nebulosos y novelescos de los caucheros anónimos, que pasaron por la Selva con la fuerza destructora de un huracán, viviendo del presente y sacrificando sin escrúpulos el porvenir. 

“jQué es lo que debemos hacer para asentar en la Geografía los nombres de los mil pueblos que hemos formado? Tengo sólo una definitiva res¬puesta: No nos queda sino la Agricultura. El porvenir está en la Agricultura. Formemos chacaras, hagamos plantaciones de caucho, impulsemos la ganadería, trayendo bestias útiles para estos climas tropicales, fomentemos una gran cantidad de pequeñas industrias, y cuando hayamos hecho todo esto podemos exclamar: “Nuestra obra perdurará.”. 

Fitzcarrald en el Acre, la “República del Acre” 

Se recibieron noticias alarmantes sobre que en el Yurúa, en el Purús y en el Acre bandas armadas de caucheros brasileros se habían insurreccionado contra las autoridades bolivianas, que habían sido depuestas y deportadas del territorio, y a sangre y fuego. habían invadido los puestos y barracas de los caucheros perua¬nos que servían a la Empresa de Fitzcarrald,

despojándolos de sus productos y quemando y destruyendo sus casas y chácaras (Los siringheros del Brasil no respetaban la ley no escrita de la selva, pues cortaban y sangraban los árboles del caucho, en cuya corteza los caucheros del Perú habían dejado su marca) 

Fitzcarrald, tan pronto como le avisaron de estos desmanes, a la cabeza de cien hom¬bres perfectamente armados y municiónados, se dirigió a la zona amagada: Tanto en el Acre como en el Purús y el Yurüa se produjeron cho¬ques sangrientos, habiendo sido derrotadas las bandas armadas de brasileros, con grandes pérdidas. 

 En esas soledades donde no existían funcionarios del Gobierno del Brasil ni del Perú, no había más ley ni legislación, que la del “calibre 38”. Los rifles consagraban el dominio territorial y santificaban los crímenes. Cam¬peaba el derecho del más fuerte, y la carabina de balas calibre 53 era el supremo árbitro de Ias disputas. 

Este territorio estaba tan alejado de los centros civilizados, que es posible que en Río de Janeiro, La Paz y Lima se ignore hasta la fecha los detalles de esta sangrienta expedición punitiva, por la cual Fitzcarrald pudo arrojar de las cabeceras de esos nos a las cuadrillas de bandidos que las habían infestado, consolidando con la presencia de honrados trabajadores caucheros peruanos la real posesión de esos ríos que pertenecían al Perú. 

Los brasileros aceptaron los hechos consumados, y una delegación de caucheros de esa nacionalidad y de Bolivia se presentaron al campamento de Fitzcarrald, para darle las gracias, por haber librado la región de la cuadrilla de bandoleros, y al mismo tiempo para pro ponerle, como el primer hombre fuerte del Oriente, se pusiera al frente, con jerarquía de General en Jefe, de un movimiento separatista, que tenía por objeto proclamar la autonomía de la República del Acre. 

Un ahumado shiringuero, con las manos todavía llena de pegotes de goma, le presentó un sucio mapa, en el que aparecía una buena porción del territorio amazónico, abarcando toda la hoya del Purús, Acre, Yurúa y Yavari, y teniendo corno límites los ríos Ucayali, Madre de Dios, Beni, Mamoré y Madera. 

Fitzcarrald se negó a secundar las descabelladas propuestas de los separatistas, hablándoles en estos términos: 

Que como ciudadano peruano, no aceptaba ¬el movimiento separatista, por considerarlo falso y criminal, pues la intentona de Indepen¬dencia de la titulada República del Acre, era un hábil maniobra de los brasileros, para anexar todo este territorio a la República del Brasil, burlándose de la candorosidad de los de los caucheros bolivianos. 

Que la creación artificial del Estado del Acre, ya como República, ya como Reino según sugería de buena fe su fiel amigo el viejo monárquico Shiringuero Botafoge, era un atentado contra la soberanía e integridad del Perú, pues por muchos títulos legales era esta república la única soberana de esos territorios. 

Que Fitzcarrald se opondría por la fuerza de las armas a cualquier movimiento separatista; para lo que contaba con un ejército particular de diez mil hombres, y que el Gobierno de Lima podía proporcionar facilidades, para trasladar al Acre las fuerzas armados de la República. (Estando el Varadero o Istmo a 13 días de Iquitos y 35 de Europa, se podría enviar por esa ruta un flotilla de cañoneras fluviales, para el resguardo del Madre di Dios, Inambary, Tambopaía y Beni. La flotilla podía hacer el trasbordo, por línea férrea, en condiciones económicas, favorables y seguras. Igualmente una división del Ejército peruano podía trasmontar el Istmo sin dificultad alguna.) 

Tales amenazas surtieron separatistas del Acre no volvieron a dar señales de vida hasta la muerte de FitzcarraId, cuando volvieron a insurreccionarse, logrando por fin el Brasil, por el derecho del más fuerte, apoderarse de la mayor parte de esos territorios. 

El patriotismo de Fitzcarrald nunca fue desmentido; si alguna vez se hizo aparecer como español, argentino o norteamericano fue para evitar complicaciones en la Cancillería, dados los hechos de fuerza que se producían en las fronteras, que podían acarrear un conflicto internacional. 

Cuando el Ecuador, aprovechando de nuestra derrote, bajó al Pastaza y dominó el Napo, y los atrevidos Comisarios del Aguarico, con la más cínica y desorbitada de las exageraciones, señalaban al Marañón como línea limítrofe, e insultaban a la bella y grande ciudad de Iquitos considerándola como una colonia del Ecuador el patriotismo de Fitzcarrald, como el de lodos los hijos de Loreto, se sublevó ante este hecho, y una comisión de loretanos, entre los que se encontraba el gran explorador, salió al Aguarico a castigar merecidamente aquel atentada que hería no sólo las fibras del nacionalismo sino el orgullo regional. Este legitimo orgullo de la gran ciudad peruano siempre se ha manifestado y seguirá siendo causa de rozamientos con las naciones vecinas, porque la capital de Loreto redoma y reclamará los territorios que fueron suyos. 

Fitzcarrald, por otra parte, combatió los proyectos separatistas, que por los años de su vida se encontraban tan adelantados. En las regiones amazónicas no se hablaba de ellos en voz baja, sino que eran emitidos sin embozo y sin cuidarse de las autoridades. Generalmente los más rabiosos separatistas eran inmigrantes europeos, en la mayoría de los casos espías o sueldo de un país enemigo. 

Filzcarrald, en vez de traer extranjeros, prefirió, colonizar la Amazonia con elementos peruanos, de preferencia naturales de Chachapoyas, Moyobamba y Cajamarca, hombres patriotas y leales a la República, habiendo recorrido esos departamentos en busca de peones y empleados, - hombres y mujeres, que llevó para poblar el Ucayali y el Madre de Dios.

El amor al Perú se evidenció en Fitzcarrald al llevar en sus expediciones una bandera peruana; así en el paso del Istmo, al izar el emblema patrio, hace que su banda de guerra, compuesta de clarines y tambores, ejecute los compases del himno nacional. 

Cuenta la anécdota de que cierta vez un cauchero entonó una canción o “triste”, cuyo verso final lloraba: “Pobre mi patria querida” ...Fitzcarrald al oírlo le gritó: Como te oiga decir “pobre patria peruana” te fusilo. 

Los versos que cantaban en sus caucherías eran bravas marineras con estribillos y lemas que hablaban de una hegemonía peruano de la selva: “La bandera peruana, señora del Amazonas, flamee en el Yavarí, flamee en el Caquetá”. 

AMAZONAS DEL MARAÑON 

Los santos padres del Convento de Oco¬pa condenan la corrupción de las costumbres que se introdujo en la selva con le llegada de las muchachas de la sierra del norte, las que se prostituían con hombres que no tenían más Dios que el Caucho ni otra religión que el negocio. 

El ateo Verea contradecía los sermones de los seráficos misioneros, manifestado que aque1las mujeres de la serranía, que llegaron por el Marañón, eran más grandes que las amazonas legendarias, pues no vinieron a pelear ni destruir, sino a fijar y fundar con su matriz el gran pueblo amazónico. 

La fiebre del oro negro contagió a las mujeres de Chachapoyas, hermosas muchachas de trece, quince y veinte años, que en la flor de su edad abandonaban la mísera choza de sus padres, huían de sus serranías nativas y se di¬rigían e Balsapuerto, formando caravanas de treinta o veinte mujeres. Se iban al Amazonas en busca de fortuna, alucinadas con la locura del caucho; iban, alegres y contentas, a sacudirse la miseria de paupérrimas pastoras de ovejas, para formarse un alma menos huraña, para dejar como una costra las costumbres ancestrales de sus hoscas serranías, y adquirir un nuevo es¬píritu, bajo el cálido beso de la selva. 

Balsa tras balsa, naufragio tras naufragio, aventura tras aventura, llegaban a la ensoñada Iquitos donde formaban nuevos barrios que crecían con vertiginosa rapidez. Se entregaban al amor de los caucheros, pero su vida alegre no era un vil mercenario comercio carnal, sino una delirante y loca alegría, un anhelante deseo de vida nueva y sin prejuicios. 

Aquella locura amorosa era sólo efímera y duraba hasta que consiguieran su hombre para toda la vida, que se las llevaría en su canoa, a lejanos ríos sin nombre, donde echarían al mundo la simiente de un pueblo nuevo. 

Cuando los ricos caucheros necesitaban fijar gente en determinado río llevaban un nume¬roso lote de alegres muchachas, con el consiguiente escándalo dé los celosos misioneros, que se equivocaban en creer que las llevaban como esclavas para repartirlas como vil mercancía a los caucheros; no, los patrones las llevaban en condición de obreras y domésticas, ganando el respectivo salario, que muchas veces se pagaba adelantado, para la compra de ropas nuevas. 

Se alojaban en las grandes casas del patrón, observando una seriedad digna y un diligente entusiasmo por los quehaceres domésticos. Los solitarios caucheros, que hacia tiempo no habían visto mujeres cristianas, volcánicamente y con apresuramiento, les hacían el amor, que es igual en todas partes. Pagaban al patrón el adelanto, y se llevaban a la “prenda” o “compañera” a sus puestos, donde los dos, con igual destreza, levantarían una choza, cultivarían una huerta y. con unas cuantas gallinas, un cerdo y una maquina de coser, fundarían un honorable hogar, germen de un gran pueblo del futuro. 

Como decía Vereo, aquellas mujeres fueron sin duda las verdaderas amazonas de la peruanidad. La prole nacida fue musculosa, ágil, sana y sencilla; afrontaban con toda calma el peligro, y las hijas, elegantes de cuerpo, graciosas, limpias, (odas hacendosas y de carácter firme y -resuelto, representan4 la nueve y homogénea raza peruana del porvenir. 

RELATOS DE ZACARIAS VALDEZ 

Cuando los viejos caucheros de la hazañosa gesta de Fitzcarrald escriban sus memorias serán éstas tan interesantes como las de los cronistas castellanos del siglo XV, que narraron la conquista y descubrimiento de estas berras. 

La figura de Fitzcarrald con los años se acrecentará, hasta transformarse en un símbolo nacional. Será la síntesis de nuestra raza mestiza, fusión de sangres europeas y americanas, nacida en la entraña de los Andes. 

La personalidad de aquel Caudillo es tan grande como la de Cecil Rhodes o Josepf Duplex. Según personas que lo conocieron, Fitzcarrald conquistó a las tribus indómitas de la selva  peruana más con su inteligencia y segacidad que con la fuerza de las armas. Además de su nativo quechua, conocía casi todos los lenguajes de los infieles, hablando muy bien el peno, el campa y el pire. Aprendió con facilidad alemán, francés, inglés, portugués y chino, lo necesario para hacerse comprender. Igual que Gonzalo Pizarro, cuando se trataba de dar ejemplo a sus subordinados, era el pri¬mero en efectuar los trabajos más pesados y riesgosos. Sabia fabricar canoas, fundir y tra¬bajar fierro, entendía de- mecánica, calafateo y pintura, era lo que se llama “tina romana del diablo”. Era un poco médico, botánico, cartógrafo, ingeniero y marino. En su oficina de Iquitos había un enorme mapa del Oriente Peruano, con anotaciones suyas. 

Ante los extraños se revistió de magnificencia y dignidad, como si fuera un Príncipe. Posiblemente, si Fitzcarrald hubiera oído los cantos de sirena de los separatistas se hubiera proclamado, no Presidente, sino Rey del Acre. Gustaba de rodearse del misterio, para guardar las distancias con sus empleados y ha¬cer que la leyenda fantástica aureolase su figura. 

Era muy elecuente y conveniente, aunque parco en escribir, no dejando ni cartas familias. Hombre religioso, sincero o por cálculo, hizo de los misioneros de la montaña sus mejores amigos y propagandistas. Si Fitzcarrald hubiera vivido hasta la fecha, hombre él de más vuelo que Arana, no habría sólo llegado a Senador por Loreto, sino, con toda seguridad a Presidente de la República y jefe de algún gran partido. 

El viejo cauchero don Zacarías Valdez dice en una parte de las memorias que está publicando que el año 1891, jovencito de 17 años, se encontraba en el fundo de su cuñado don Manuel La Fuente, en el río Apurimac, departamento del mismo nombre, cuando conoció al célebre capitán del Oro Negro, don Carlos Fitzcarrald, que llegó hasta ese lugar en una de sus excursiones. Como la fiebre del caucho estaba en todo su apogeo, produciendo gran inquietud entre los hombres de toda edad, principalmente en la juventud, el joven Valdez, ante la idea de improvisar fortuna y correr aventures, dejó todo, hogar, comodidades, para lanzarse hacia la selva siguiendo a aquel bravo Capitán, cuyo nombre era una leyenda. Navegaron por los ríos Apurimac, Ene y Tambo, hasta llegar al Urubumba. 

Allí Zacarías Valdez se quedó a trabajar caucho en la quebrada del Camisea, en la que había muy buenos manchales, mientras Fitzcarrald bajaba a Iquitos a traer aviamiento, (herramientas, víveres y mercaderías) pera el numeroso personal de caucheros. Como se trataba de un gran cargamento, fletó el vapor “Hernán”, que llegó a la boca del río Urubemba a principios del año 1892. Como representante de los armadores, llegó don Ernesto Melena, actual residente en Iquitos, con quien hizo amistad Valdez, lo mismo que con otros empleados de Fitzcarrald. 

En esta circunstancia unos peones trajeron la noticia de que había un río caudaloso al otro ledo de la cordillera y que Fitzcarrald lo había explorado. Efectivamente el Rey del Oro Negro, con celeridad pasmosa, mandó ha¬mar a todo el personal que se encontraba en el Urubamba y sus afluentes, juntándose como 1.500 hombres, entre blancos, piros y campas. 

Se abrió un camino, se varó las canoas y las arrastraron por el varadero. Llegados a la boca del Cashpajalí encontraron una población de Piros-Mashcos, que los recibió bien. Le dijeron a Fitzcarrald que más abajo había una quebrada con el nombre Sotlija, donde había muchos mashcos, a quienes reputaban como “amigos e indios mansos”. Fitzcarrald los mandó llamar pera darles herramientas de trabajo, (hachas, machetes y cuchillos), que estos indios veían por primera vez, no las conocían y demostraron gran curiosidad e interés. Los infieles recibieron muy contentos este aviamiento. Fitzcarrald ordenó construir una casa grande para establecerse, y mandó a todo el personal a trabajar los numerosos manchales que por allí había. 

Quedáronse en la boca del Cashpojalí Fitzcarrald, Valdez y algunos peones. Al mes y de haber salido del Urubamba recibieron la noticia de que los Mashcos habían atacado los solitarios puestos de los caucheros y habían muerto a más de cien personas, entre hombres y mujeres. 

Fitzcarrald ordenó inmediatamente que se concentrare lodo, el personal en la boca del Ceshpajal, y hacia las tres de la tarde de ese día, se habían reunido como_400 hombres. 

Dejando el caucho y la mercadería en tierra, hizo embarcar solamente carabinas y balas y a las cinco de la tarde llegaron frente a las cases de los falsos “indios mansos” del Sotlija. Los infieles quisieron huir aguas abajo, pero, como .Fitzcarrald les había cortado la retirada, tuvieron que retroceder e internarse en el bosque después de media hora de combate. 

Los cristianos acamparon en la playa. Al otro día siguieron aguas abajo, no entrando enel poblado indígena. Enviaron comisiones ade¬lante, dando la voz de alarma a los caucheros, para que bajaran al Manú. 

Los caucheros que bajaban de la quebra¬da de Punahua dijeron a Fílzcarrald que todo el personal de Natividad Maldonado, de más de cincuenta hombres, habían sido asesinados por los mashcos. Fitzcarrald, que apreciaba a Natividad, por ser hijo del intrépido Corone1 Faustino Maldonado, se llenó de pena, y viendo que los caucheros estaban indignados, resolvió atacar a la población más grande de los Indios. 

COMBATE DE MASHCO-RURANA 

A un día de bajada del río Manú se levantaban las barracas de los Infieles, con una población que contenía más de quinientas familias, que por su importancia podía llamarse la capital de la tribu. En este pueblo se habían reunido más de dos mil guerreros rnashcos, preparados para una lucha a muerte. A sus mujeres y niños los habían escondido en el monte y ellos, parapetados en sus fuertes em¬palizadas y trincheras, se creían seguros y a cubierto de las balas de los cristianos.  

Filzcarrald llegó a una vuelta del poblado como a las cuatro de la tarde, y, después de detener a los centinelas indios, no dejando pasar ningún aviso, ordenó que la poderosa flota de canoas y balsas, al mando de cincuenta cau¬cheros, navegare muy despacio en espera de la señal convenida, mientras el grueso de sus fuerzas se fue por tierra, a rodear el poblado.  

A las cinco de la tarde una descarga cerrada anunció que Fitzcarrald y los suyos ata caban la capital de los Mashcos. Fue una guerra de sorpresa y tan violenta y feroz que cuando las canoas llegaron al puerto ya el poblacho estaba en manos de Fitzcarrald. Los Mashcos, desalojados de sus posesiones, se batían bravamente a la orilla del río, pretendiendo ganar a nado la orilla opuesta, o sus canoas; mas los cristianos arremetieron contra ellos por agua y tierra, y tanto, que el Manú se cubrió de cadáveres. Dice Zacarías Valdez, quien peleó desde las canoas: Ya no se podía tomar agua en el río, porqué se encontraba sembrado de cadáveres de mashcos y caucheros, porque la guerra era a muerte. 

Al día siguiente, después del combate, Fitzcarrald ordenó juntar los cadáveres de los mashcos y, siguiendo la costumbre de los infieles, los quemó junto con sus casas. Debido a este acto fúnebre y de ritual póstumo, los mismos indios bautizaron este sitio con el nombre de “Mashco-Rurana”, que en lengua Pana quiere decir “Donde fueron los Mashcos” o, literalmente, “Mashcos, habremos sido”. 

A las orillas del Manú levantó un túmulo recordatorio a los caucheros muertos, a quienes dio cristiana sepultura, colocando la Cruz y haciendo flamear por primera vez en la historia de la República la bandera bicolor del Perú en aquel desconocido río, que iba a tigurar desde ese momento en los mapas oficiales y que había sido conquistado a la civilización con la sangre ge¬nerosa de tantos anónimos caucheros. 

SIGUE EL RELATO DE VALDEZ 

Fítzcarrald hizo construir una gran canoa de “lupuna”, de 20 metros de largo y dos metros de ancho. Le puso un buen “pamacari” o techo, construido con cañabrava dura, calorada, llamada “pinto”. Este “pamacari” que al mismo tiempo servía de toldo para resguardarse de la lluvia y el sol, por lo tupido e impenetrable, era una coraza contra las flechas de los indios. –

El Capitán del Caucho reunió a su personal y le dijo: “Los que están resueltos a no volver, que me sigan”. De cientos de hombres que esta han presentes, los primeros en embar¬carse fueron los siguientes: Alfredo Cockburn y Pedro Sarría, naturales de Lima, Erasmo Zorrilla, de la Ica, Carmen Meza, de Moyobamba, y Zacarías Valdez, de Huanta, más treinta indios piras seleccionados como guerreros y navegantes. 

“Comenzamos a bajar el Madre de Dios, en nuestra gran canoa, relativamente cómoda por el tamaño, pero muy difícil de maniobrar. Fue un viaje penoso, encontrando turbonadas tempestuosas. 

“En la margen derecha del río Colorado, unos indios feroces, corpulentos, verdaderos gigantes con quienes cuerpo a cuerpo no era de arriesgarse a luchar, tan pronto como nos vieron, llegaron a toda carrera para flechamos. Pero se encontraron con 30 carabinas que hicieron fuego; y, corno los infieles Mashcos, nunca ha¬bían oído el estampido de los tiros, se detuvieron a cierta distancia. 

De ahí empezaron a lanzarnos sus flechas. Dos horas duró el combate, y los Piros de Fitzcarrald lograron apoderarse de las barracas de los “indios bravos”, donde no encontraron más que muertos y heridos. Y entre ellos un muchacho que cuando se le daba comida quería morder, como si fuera un tigre: Fitzcarrald plantó en dicho lugar la bandera peruana, y le puso el nombre de Colorado, por las aguas turbias. La misma bandera del Perú la plantó en el Río de los Amigos, llamado así porque los infieles se mostraron mansos. 

Prosigue Valdez: “Después encontramos una población de indios huarayos, en otro afluente, por la margen derecha, donde también tuvimos un combate de muchas horas. A esta, quebrada se ia bautizó con el nombre del Río Parlo o Río Azul, porque encontramos una india en la orilla en momentos que daba a luz, y porque las aguas de este río son azules. Mas tarde se le denominó Inambari. Más adelante Fitzcarrald llamó Río de las Piedras a otro afluente de aguas correntosas y cuyo lecho nos llamó la atención por la cantidad de grandes piedras que arrastraba, haciendo un gran estruendo. Seguimos bajando el río Madre de Dios, a pesar de todas estas penalidades, hasta que llegamos a la margen derecha del río Iam bopata, donde descansamos.” 

DE LAS BARRACAS DEL CARMEN AL URUBAMBA 

Don Zacarías Valdez relata de esta manera la llegada a los barracones del Carmen y la vuelta de los caucheros al Urubamba: “Llegamos a una población llamada “El Carmen”. Nuestra llegada a este pueblo causó asombro, admiración y sorpresa. Nos tomaban por aparecidos o venidos del otro mundo. Nadie quería creer que nosotros hubiéramos sido capaces de hacer un viaje tan largo y penoso, a través de tribus de indios feroces, que hasta entonces no habían dejado pasar a nadie, por un río desconocido, cada vez más misterioso, impenetrable y difícil de explorar. 

El que se arriesgaba por esos parajes de la selva no volvía más al mundo de los vivos. Se lo tragaba la selva; y tanto podían ser el tigre o los indios. Los habitantes del pueblo del Carmen, no obstante poseer grandes lanchas, no se habían atrevido a surcar el Madre de Dios, por temor a los salvajes. 

“Los pobladores nos recibieron con mucho cariño. Se celebraron fiestas en nuestro honor durante veinte días, fuimos tratados a cuerpo de Rey e hicimos muchos recuerdos de nuestra tierra, costa y sierra peruana, donde se pasa una vida regalada y feliz. 

“Pero, como no era de quedarse allí toda la vida, hubo que pensar en el regreso, aunque muy a pesar nuestro. El señor Jesús Roca, socio de la casa Suárez, poderosa firma boliviana, nos proporcionó dos buenas embarcaciones para la surcada. Como una prueba de gran estimación, el día de nuestra partida, todos los pobladores se vistieron de luto, y la tristeza nos sobrecogió a todos. Así, con los semblantes llenos de pesar, fueron a despedirnos, como si fuéramos a emprender una marcha al otro mundo, de donde no se vuelve más. 

Nadie podía creer que después de todo lo que nos había ocurrido en el viaje de ida pudiéramos llegar a nuestra tierra. A pesar de todas las reflexiones, nos decidimos a emprender la marcha, otra vez animosos y resueltos, dispuestos a triunfar en nuestra empresa. Volvimos a recorrer nuestra primitiva trayectoria. Unos 25 indios piros iban por el monte resguardando las embarcaciones.

“A los tres días de surcada nos atacaron los indios Huarayos y nuevamente empezó el combate. A los 25 Piros que iban por el monte, en las encañadas, los hacíamos vadear. En las playas nos esperaban los infieles para el combate, pero o la vez nuestros Piros, que iban por tierra, los atacaban, saliendo victoriosos siempre nuestros aliados, porque los combatían de sorpresa por retaguardia, mientras los Huarayos, en el canto del río, nos esperaban para atacar las embarcaciones. 

Así seguimos hasta llegar al río Manú, donde encontramos que todavía seguían en guerra los Mashcos con los Caucheros. Seguimos surcando el Manú hasta el varadero del Carnisea, y luego bajamos el Urubamba, donde se encontraba la casa comercial de Fitzcarrald.. 

EXPLORACIONES DE LOS TENIENTES DE FITZCARRALD 

Los tenientes o prácticos que servían a Fitzcarrald, hombres burdos y faltos de instrucción, no dejaron relación escrita de los viajes que efectuaron a los principales afluentes del Madre de Dios y Purús, exploraciones todas que fueron financiadas por el señor feudal del Ucayali. 

Antonio Urí, natural de Huanta, peón de la empresa de Fitzcarrald, relataba, años después, los siguientes descubrimientos efectuados por los enviados y altos empleados de Fitzcarrald. Dice que en el mes de agosto de 1891, salió con su patrón Maldonado a explorar el río Alto Madre de Dios, surcando nueve días sin encontrar cascadas, pero el río era muy torrentoso. Que después de ese tiempo tocaron en la ribera derecha y encontraron uno casa de indios mashcos que los atacaron. Maldonado y los suyos repelieron el ataque, matando o doce indios y ahogándose otros tantos al tratar de atravesar a nado el río torrentoso. 

En casa de los infieles encontraron la hoja partida de una espada y botones metálicos de militar, que sin duda pertenecieron al Coronel La Torre o al Alférez Coloma: Galdos, que acompañó a dicho coronel, dice que salió del Cuzco, donde desempeñaba el puesto de Prefecto, al mando de 70 hombres, el año 1873. Después de novelescas aventuras, el valiente don Baltasar La Torre se encontraba perdido en las selvas y sólo en compañía del Alférez Coloma y dos soldados. III dos de agosto de ese año, el Coronel Prefecto, pretendiendo entablar relaciones amistosas con los mashcos-sinineires, fue a visitarlos a la isla donde habitaban. Se adelantó, confiado, a saludarlos, gritando: “Amigos”, pero fue recibido con una nutrida lluvia de flechas que hicieron blanco en su cuerpo, y le abreviaron su muerte con dos macanazos en la cabeza. 

Los salvajes tomaron prisionero al alférez. Cuando llegaron resfuerzos de soldados encontraron sólo el cadáver del Coronel con 34 flechas y el cráneo destrozado. Del Alférez Coloma, ni rastro. 

Sobre la exploración al Tacuatimanu, que fue bautizado por Fitzcarrald con el nombre de Río de las Piedras, dice el mismo Urí que lo recorrieron 55 días en busca de gomas, habiendo encontrado muy buenos manchales; que navegaron en canoa por más de 500 kilómetros, encontrando tribus numerosas de mashcos-piros. Fitzcarrald, comprendiendo la importancia comercial de este afluente, ordenó su colonización y poblamiento, la construcción de trochas estratégicas y el estudio de un Varadero al Purús. Años después el cauchero peruano Carlos Sharff, establecido largo tiempo en el Purés, descubrió de una manera casual el varadero que lleva su nombre y que comunica el Purés con el Tacuatimanu. 

El lnambari, el río del Oro por excelencia, con formaciones geológicas parecidos al Transvaal, fue surcado en parte por los caucheros de Fitzcarrald, habiendo encontrado en poder de los salvajes gran cantidad de pepitas de oro. Al conocer esta nueva, Fitzcarrald preparó sigilosamente una gran expedición, la que no llegó o realizarse por su prematura muerte. Quien pudo realizar la exploración de este río fue el Ingeniero César A. Cipriani, en 1902. Los infieles conocían ya la palabra “amigo”, favorita de los caucheros, pues despiden al ingeniero con estas palabras: “Machiganga etoja amico ijiatana. (Los gavilanes han de devorar los ojos de nuestros amigos). 

El Tambopata fue el río más traficado por los exploradores. En 1862, Clemente R. Markham, recogió en la región les primeras semillas de cascarilla y caucho, que llevó a la India por orden de su gobierno, las que se acli¬mataron, efectuándose luego grandes cultivos industriales. 

Fitzcarrald nombró o este río: Maldonado, y puso el primer tablón (pues no puede hablarse de la primera piedra) de la ciudad de Puerto Maldonado. Los caucheros que se establecieron en su desembocadura remontaron el río, -hasta encontrar las trochas de indios, que los comunicaban con el departamento de Puno. Por estas trochas bajaron un nutrido contingente’ de bravos arequipeños, al mando de - un Qcharán de Tambo, los que se establecieron en el Madre de Dios. 

Entre las incidencias del viaje del Coronel La Combe se encuentran escenas emocionantes, que Fitzcarrald también gustó, como aquella de hacer grabar en un tronco la palabra “Perú”, en el mismo Tombopala, dejando su tarjeta de visita, con una leyenda digna de un héroe de Julio Verne. La Combe habla en su viaje de Puerto Maldonado, lo que pruebe que conservaba el nombre que le había dado Fitzcarrald. En la desembocadura de  este río, que llamen del Parto, los expedicionarios de La Combe dispararon sus armas, al ver una bandera blanca a la orilla del río. 

El intrépido oficial Olivera se acercó en la canoa, y vió una botella amarrada al asta. Los gritos y los vivas se redoblaban. El Coronel rompe con su puñal el cuello de la botella y, ante la espectación general, sacan un papel, que ¡oh desencanto!, sólo es un aviso de un cauchero a otro. 

Fitzcarrald en compañía de Simón Hidalgo exploraron la región del Tonquini, entre el Urubamba y el Paucartambo, encontrando muchas ruinas incaicas como las del Cuzco, con restos de caminos, fragmentos de cerámica y hasta pequeños objetos de oro, que la imaginación popular multiplicó hasta contarlos por miles y asignarles un precio fabuloso. 

Las mismas ruinas de Tonquini se transformaron por obra de la fantasía en el Gran Paitití, o El Dorado, de que hablan los cronistas españoles Según la leyenda, el último de los Incas se retiro a las Montañas del Madre de Dios, donde fabricó una gran fortaleza en el cerro Julpai, y un palacio revestido de oro, plata y piedras preciosos, que llamó Paraca, y al que los primeros españoles les dieron el nombre de “El Dorado”. Que el fabuloso palacio y la inexpugnable fortaleza estaban guardadas por los feroces guerreros mashcos y guarayos, comedores de carne humana, gente  fiera cruel y bárbara.. 

Los que primero exploraron y poblaron el Purús fueron tres peruanos, Fitzcarrald, Urbano y Collazos, y dos extranjeros, William Chandles y Pereira Labre: Leopoldo Collazos descubrió el varadero entre el Mishagua y el Cujar: por allí pasaron los cien hombres de Fitzcarrald, que lograron arrojar a los brasileros de los afluentes ltuxi, Pahumi, Acre, Yacu y Chandles, de que se habían apoderado. Fitzcarrald, fundó una escuela para que enseñaran el castellano, siendo director de ella el Profesor Lobatón. 

Después de la muerte de Fitzcarrald los brasileros atacaron a los peruanos, vengándose de la derrote sufrida; con gran salvajismo victimaron a muchos antiguos caucheros de Fitzcarrald, como La Fuente, Ruiz, Zeballos y otros, que fueron crucificados, - sobre las cruces de palos de caucho, y luego sus cadáveres quemados, con furor cobarde. 

En el Yurúa, también explorado por los caucheros de Fitzcarrald, se establecieron el español Máximo Rodríguez y su hermano José. Los brasileros colocaron aduanas, y, como los peruanos protestaron por este hecho, levantando la bandera del Perú, se trabaron varios combates entre los años 1900 y 1903, capitulando los peruanos en e! Amoenya. El Yurúa estaba controlado por Filzcarrald, por los varaderos del Abujao y de Coengua. El Yavarí también fue visitado por los caucheros del Soberano del Ucayali, y controlado por dos varaderos.  

En la fiebre del oro negro la más remota agüada montañesa fue explorada por los anónimos caucheros del Perú. 

CRONICA DE VIAJE DELPADRE SALA 

El Padre Gabriel Sala dejó una copiosa relación de su viaje al Ucayali y Gran Pajonal, realizado de Octubre de 1896 a Marzo del año siguiente. Extractamos de su crónica las noticias que se refieren a Fitzcarrald. 

En espera del vapor “Bermúdez”, que subía de Iquitos, el padre Sala estuvo 15 días en el puerto de Masisea, en el Ucayali. Se alojó en casa de don Aladino Vargas, donde también estaban alojados un hermano de Fitzcarrald (Delfín), un tío y dos primos. Habían venido estos cuatro -parientes del explorador a visitarlo, haciendo un largo viaje desde Huaraz. En el Mairo no pudieron conseguir embarcación, pero el Padre Batle, que viajaba también para el Ucuyali, los admitió en su canoa, a pesar de la oposición de los bogas cashiboyanos, los que sólo admitieron- a los viajeros cuando supieron que se trataba de parientes de Fitzcarrald. Como la canoa estaba muy cargada, navegaron con alguna incomodidad, llegando a Masisea, donde esperaban la llegada del vapor “Bermúdez”, para trasladarse al Mishagua. 

El padre Sala alabe a los parientes de Fitzcarrald, que le parecen muy honrados y católicos, cultos y tratables. Como al explorador lo consideraban extranjero, constata que es peruano, hijo de norteamericano y de una dama huarasina; y reconstruye la historia extraordinaria del cauchero, haciendo referencia a su cambio de nombre. 

En el Masisea vive un compadre de Fitzcarrald, llamado Bernabé Saavedra, que tiene muchas cuacaras de panllevar y cría de reses. 

A las siete de la mañana del 16 pasa la lancha “Carlos”. Su capitán se llama Nicol y tiene 20 años. 

Llegó una canoa del Pachilea. Traen un enfermo grave, el arequipeño Neira, que entró a la selva con el Coronel Yessup, buscando oro, y parece que sólo encontrará la muerte. 

Después de ponerse el Sol, ha aparecido en el horizonte la Luna, con tanta majestad y fulgor, que parecía un horno de fuego. El chorro de luz que esparcía por lodo el Ucayali era como un brillante y argentado arco de platino candente. 

En la noche del 21, en lo mejor del sueño, se oyen disparos de fusil y, luego, voces enérgicas preguntan donde se vende aguardiente. 

Son 15 hombres que han bajado del Mairo en una gran canoa. Son jóvenes y audaces, llevan el sombrero a la pedrada y el rifle en la mano. 

El más viejo tiene 25 años. Entre ellos figuran el Comandante Ballesteros, el periodista huanuqueño Pinzás, el médico Farfán, el italiano Oneglio y el cauchero Carmen Meza. Han traído fardos de zapatos para negocio. También han venido, cobijados a ellos varios chinos con calones de sedería. El dueño de 1a canoa es el alemán Carlos Ganz. Los jóvenes han formado una sociedad en el Mairo, y esperan a Fitzcarrald para que los habilite con algún capital. 

El 30, a las ocho de la mañana, pasa la lancha “Grau”, para el Mishagua, llevando cargamento y mucha gente. La ha fletado el cau¬chero Erasmo Zorrilla. 

A las nueve de la noche de ese día, el piteo prolongado anuncia la llegada del suspirado vapor “Bermúdez”, que han esperado por espacio de 15 días. Los viajeros de Masisea salen de sus mosquiteros al primer grito de “Vapor a la vista”. Se encienden luces, bajan al puerto, haciendo tiros en señal de saludo. 

Suben a bordo: los esperan en la escala el Comandante del vapor, Sr. Donaire, y el Contador, D. Emilio Henriot. Después de algunos minutos son presentados al armador y dueño del vapor, el gran don Carlos Fitzcarrald, que viaja en compañía de sus socios, Suárez y Cardoso. 

El vapor, por su forma, capacidad, buen orden, trato exquisito, tripulación excelente, merece con justicia que se te tenga por uno de los mejores que surcan y han surcado las aguas del Ucayali. 

El Padre Sala describe a Fitzcarrald como persona joven, modesta y amable, que no se ha envanecido con éxito y triunfo sorprendente; admirando la sencillez y bondad del hombre prepotente.del Ucayali, a cuyo alrededor se han tejido tantas leyendas negras. 

Filzcarrald atendió a los visitantes muy amablemente. Los hizo tomar asiento en los mullidos sofás del escritorio, les convidó un vaso de cerveza, y luego el mozo sirvió café y galletitas. El armador le ofrece al Padre, caballerescamente, el vapor, que lo llevará hasta donde desee sin cobrarle pasaje. 

El 31, a las 5 de la mañana, da el vapor la primera señal de prevención. Todos los viajeros están a bordo. Los jóvenes del Mairo, encabezados por el periodista Pinzás, el Comandante Ballesteros y el Dr. Farfán, se dirigen al puerto e saludar y entrevistarse con Fitzcarrald. Antes de todo, Fitzcerrald les invita un suculento desayuno y, luego de oírlos, les da el consejo de que se dirijan a Iquitos, donde encontrarán facilidades para los trabajos que han emprendido en el Mairo. A las siete una segunda campanada anuncia a los viajeros que el vapor va a partir. Los que se quedan en Masisea se despiden. 

Un cuarto de hora después el vapor “Bermúdez” surca las espumosas y sucias aguas del Ucayali. El Padre Sala y su acompañante se encuentran encantados por el trato de la oficialidad. Después del desayuno les señalaron el camarote que debían ocupar durante el viaje. Estaba todo tan limpio, elegante y arreglado, que no tuvieron que envidiar nada a los mejores barcos europeos. Viajan muchas personas decentes, caucheros adinerados, militares y marinos de alta graduación, y en la clase segunda viajan, atestados, chunchos y reses. 

Hace buen tiempo; a las 12 del día, pasan por la confluencia del Pachitea, y prosiguen su viaje por las majestuosas aguas del Alto Ucayali, cuyo caudal excede en dos tercios el Pachitea. Han andado todo el día hasta las ocho de la noche, en cuya hora fondean, echando ancle en medio de un remanso. A la orilla del río se ve une chacra de indios cunibos. Hace calor. El Padre Sola tenía hambre atrasada y se deleita describiendo: “Media hora antes de comer se nos convidó una copa de cockteil, deliciosa; y al acercarnos a la mesa, después del segundo toque de campanilla, quedamos todos admirados y complacidos, tanto por el lujo como por el buen orden del servicio y lo variado, suculento y exquisito de los manjares y licores. Después de comer, tomaron el fresco, conversando con Fitzcarrald sobre variados temas. 

El día lo. de Enero de 1897, a las 5 de mañana todos están en pié. Se abrazan y saludan por el año nuevo. Fitzcarrald está triste y converse con su hermano Dellín. A las 6 se ha tocado para el desayuno; correspondiendo perfectamente para su objeto unas galletitas inglesas con mantequilla y un café con leche, que era una gloria. 

El “Bermúdez” arranca, pasando Tahuacoa. El día es hermoso y los pasajeros beben; todos se hallan de buen humor. Llegada la noche fondean en un remanso. 

Al otro día, a las 5.15 a. m., prosigue el viaje, llegando a las seis de la tarde al puesto de Emilio Vásquez, donde pasan la noche y cargan 2,400 rajas de capirona, que da vapor por 12 horas. En este lugar el Padre bautiza a la hijita del Sr. Vásquez, siendo padrino Fitzcarrald. El nuevo compadre tiene un trapiche, ganado vacuno, pero hay más zancudos que en todo la montaña. 

Para ganar tiempo, el “Bermúdez” zarpa a las 4 de la mañana, con garúa, pero el tiempo se ociara luego. Pasan por varias quebradas que -vienen de los cerros de San Carlos. A las 2 de la tarde llegan a Cumaría, puesto del italiano Fernando Franchini.

Como el vapor está sobrecargado y va se encuentran algunas correntadas, dejan la mitad de la carga - en tierra, para volver del Mishagua por ella. La descarga de las mercaderías y el embarque de leña demoran hasta el día siguiente. El Padre Sala baja a tierra. En medio de una plazuela hay un bonito árbol de caucho que tiene siete años. Lo sembró Fitzcarrald en su primer viaje. Como los nogales de Europa, el árbol muda de hojas; las frutas, como un caimito de color amarillento, esconden unas semillitas ovaladas; las hojas son peludas y pegajosas, a semejanza de les del tabaco. El tronco es áspero, de un color blanquizco ceniciento, y cerca de la tierra se divide en muchas pencas. 

En estado silvestre crece en manchales adentro de los bosques. Para sangrarlo se le corta de la misma raíz, y el producto coagulado se vende en bolas, bajo el nombre genérico de caucho. 

Contemplando el árbol, que es el Dios de los caucheros, el buen fraile hace amargas reflexiones sobre la inmoralidad, el abuso y el desorden que reinen en la montaña. Clamo contra el comercio de carne humana, contra las africanas correrías de los cazadores y traficantes de chunchos. Asegura que en el Abujao se había rifado a una muchacha; que un comerciante pagó al carpintero, que le hizo su Casa, con una hermosa india de buenas formas; que una mujer blanca que se escapó de su esposo, por despecho, vivía con un chuncho campe; y que un cauchero celoso había amarrado a su mujer desnuda en un palo de hormiguero. Que a los chunchos se les explotaba, robaba y exterminaba; y que el negocio del caucho estaba mezclado con tanta suciedad e injusticia que ningún hombre honrado quiere que le coja la muerte en semejante ocupación”. 

Mientras el buen padre tiene este trágico soliloquio, al pie del árbol del oro negro los caucheros cantan e grito pelado: 

“La braña pica la mosca,

la mosca pica la miel

y en la plata del cauchero

va picando la mujer”. 

Terminada la descarga y el embarque de leña y paiche salado, han proseguido la marcha hasta las 5 de la tarde, que han echado ancle en un remanso, junto a un platanar abandonado. 

El 5 ha amanecido lluvioso y nublado. Se siente frío. El vapor navega difícilmente; por las muchas islas que se encuentra, avanza con lentitud, sondeando a cada momento. Las correntadas son bastante pronunciadas. Recorremos dos millas por hora, siendo el andar del vapor 12 millas en aguas muertas. Tocan puerto en la Isla de Sumichinea, junto a unas chacras de indios cunibos. 

El 6 amanece nublado y lluvioso; el río está muy cargado. A las 5 y 15 han salido de ese lugar, hasta llegar al puesto del moyobambino Enrique Gonzales, donde han cargado 4,000 rajas de leña. 

Después de haber almorzado, queriendo soltar los cables para partir, el “Bermúdez” se vara sobre un palo; el río había bajado un pie sin que nadie lo advirtiera. Fue preciso que bajaran todos los marineros para empujar el buque de proa y popa, y dar máquina atrás, para poder salir de aquel atolladero. 

A la 1.30 p. m. pudo salir el vapor del puesto de Gonzales, que se llama Coenhua o Conega, por encontrarse ¡unto a la quebrada de dicho nombre. Une vez salidos del puerto, en lugar de proseguir por el mismo camino el “Bermúdez” retrocedió para volver a entrar por la madre; perdiendo mucho tiempo en la operación y llevando a Pitingua, que dista sólo una milla de Coenhua, a las 5 p. m., con tan mala suerte que el buque ha tropezado con unas ramas de los árboles y se ha roto el palo de la bandera de proa. En ese lugar echaron ancla, para pasar la noche. 

El 7 ha amanecido con lluvia, el cielo encapotado; el río tiene muchas correntadas. A la 5.30 partieron; la máquina no funciona bien. A las 9 tienen que arrimarse a la orilla y echar cables, precipitadamente, pues el vapor ha disminuido su fuerza y no se puede vencer la fuerza de la corriente. Al efectuar esa operación, la quilla del barco se ha molido como trigo los palos derribados de la orilla, pero un palo se ha metido por la proa del primer piso y ha arrancado parte del entablado del segundo piso que estaba firme y machimbrado de fierro. 

Revisada la causa de la pérdida de vapor, se encontró que en la válvula de aire se había metido un pescadito de 10 centímetros de largo y 6 milimetros de ancho. Arreglada la máquina y compuesta le proa, el “Bermúdez” sigue su marche, basta llegar a Chicotsa, a las dos de la tarde. Carga leña y pasa la noche. 

En este puerto desembarcan el Padre Sala y su comitiva, para de allí comenzar su viaje de exploración al Gran Pajonal. Fitzcarrald les da consejos y recomendaciones para varios chunchos amigos, pues el explorador ha recorrido este región. en busca de peonaje. Aprovechando del viaje del Padre Sala, Fitzcarrald ordenó que lo acompañen dos chunchos de su casa, que le servirían de intérpretes, y traerían informaciones sobre le densidad de la población del Gran Pejonal. 

El Padre Sala tiene estas palabras de agradecimiento para con Fitzcarrald y oficialidad del “Bermúdez”: “El dueño del vapor ha tenido la generosidad de ofrecernos durante nuestro viaje toda clase de comodidades. Me invita que lo acompañe a Mishegua, donde tiene su casa y puerto, pero, como no tengo orden ni necesidad de alargar mi viaje, le he dado las gracias y he resuelto quedarme y comenzar mis estudios de exploración desde este puerto de “Chicotsa” hasta San Luis de Shuaro, atravesando el Gran Pajonal”. 

“Fitzcarrald y sus amigos Franchini y Asequi, y otros peones cunibos y campas, que venían en el vapor, y que han recorrido todas estas quebradas en busca de caucho, me han propuesto la quebrada de Chicotse como la más aparente para introducirme al Gran Pajonal y salir a Chanchamayo y Cerro de la Sal; y, en vista de su experiencia y conocimiento, me he determinado a entrar por esta ruta. No tengo palabras aparentes para expresar lo que siente mi alma par la caridad y fineza que han usado conmigo el señor Carlos Fermín Fitzcarrald, sus socios Cerdoso y Suárez y la oficialidad del vapor “Bermúdez”; me tienen confundido y obligado e recordarles eternamente y corresponderles del mejor modo que me permitan mi estado y profesión, y de un modo especial ante el Supremo Gobierno. Tengo mucho que hablar de estos honorables señores, su empresa y trabajos progresivos entre el Perú y Bolivia; lo haré en otra parte”. Así termina este párrafo del Padre Sala. 

LOS ENVIADOS DE FITZCARRALD 

Siguiendo el diario del viaje al Gran Pajonal, se encuentra que los enviados de Fitzcarrald tuvieron una especial participación en este acontecimiento, que fue ruidosamente aplaudido en el Perú, pues el célebre y misterioso Gran Pajonal no había sido visitado por civilizados desde los tiempos del levantamiento de Juan Santos Atahuallpa. 

El Padre Sala y sus hermanos en Jesucristo se quedaron en Chicotsa, en casa del asiático Francisco Asequi, alias “Pancho Chino”, que los atendió con muchos caldos de gallina, de su bien poblado gallinero. El Padre Sala y los suyos salieron en una canoa, remontando el Chicotsa, que por la mucha crecida del Ucayali tenía el agua embalsada, favoreciendo la navegación. Llegaron hasta la casa del chuncho Casanto, que los recibió con bastante buen humor, ofreciéndose a guiarlos hasta la próxima casa, que se encontraba en la otra banda. Para vadear el río, utilizaron la canoa, can Casanto de popero y su mujer de puntero, con tan mala suerte, que una repunta intempestiva hizo naufragar la canoa, salvando la vida de los misioneros sólo por milagro, y perdiendo armas y víveres. No se desalentaron con este percance y siguieron viaje por tierra hasta llegar a un caserío de chunchos del Curaca Marinama. 

Viendo a los viajeros pacíficos, mojados y sin armas, un chuncho más que salvaje, llamado, como gato, Michi, se preparó para espantar a los viajeros. “Vino cautelosamente por dentro del monte con un gran atado de flechas y lanzas, con el arco templado, su rostro completamente pintado de colorado, y con todo el aspecto de un zorro que va a lanzarse sobre el gallinero. Anduvo muy despacio, con estudiada lentitud, hasta encontrarse frente a los viajeros. Verlos y reventar como un cohete fue uno. Hacia vibrar las flechas y el arco, como si un huracán agitase una tempestad de hojas secas. Plantóse firme delante de todos, bufando de cólera y mirando a todas partes, sin articular palabra. 

Los viajeros se quedaron, con fingida serenidad, todos sentados, sin moverse un punto, pero esperaban el primer movimiento hostil del salvaje, para coserlo a puñaladas. 

Unas mujeres, con mucha flema y frescura como si fuera una cómica diversión, contemplaban le pantomima del feroz y amaestrado Michi, que, desarmado por la serenidad de los viajeros, empezó al fin a hablar y hacer preguntas. Conociendo la razón del viaje, protestó que no podían pasar adelante, porque en el Gran Pajonal había mucha gente armada y preparada para la guerra, y que si supieran que los de Chicotsa habían ayudado a los viajeros, sin impedirles el paso, los del Pajonal podían matarlos como cómplices. Michi habló hasta que, cansado de su larga peroración y con la boca seca, pues cada momento volvía la cara y escupía, gritando: “Vete catarro”, volvió las espaldas y se fue de un modo desaguisado a su casa, a remojarse el gargüero con “masato”. 

Los maridos de las mujeres, valientes cazadores y hombres esforzados, llegaron luego y estuvieron amables con los viajeros. Les brindaron comida y chicha de yuca y les ofrecieron la cesa para pasar le noche. 

Al otro día se presentó Míchi, muy respetuoso y cordial, y con razones convenció al misionero de que sin armas era imposible y arriesgado atravesar el Gran Pajonal. Este sano consejo, dado por un hombre que la víspera los quería matar, le pareció muy acertado al misionero, y ordenó su regreso. Al pasar junto al lugar del naufragio, milagrosamente encontraron en la playa las carabinas que se habían perdido, municiones y otros objetos. Casanto también encontró su vieja escopeta que ya no daba fuego, y tal fue su alegría que bebió hasta embriagarse, con otros salvajes que habían traído aguardiente del Ucayali. Casanto, con el espíritu del “cañazo”, se tomó muy valiente, y cuando vio que sus acompañantes tomaban la canoa para volverse al Ucayali llegó a impedirlo, todo pintado y cargado de flechas, bailando y cantando. Viendo que no le hacían caso, se embraveció y comenzó a tirar las flechas contra los troncos secos, echando espuma y profiriendo amenazas. La mujer de Casanto, buena y santa mujer, le rogaba que se contuviese; mas, viendo su impertinencia, se colocó a su espalda y le rompió las flechas. Casanto, ya sin fleches y sin arco, renovó sus furias, pateando el suelo como un energúmeno y echando maldiciones; hasta que se quedó dormido. 

Bajaron los misioneros sin otra novedad, hasta el puerto de Asequi. El Padre Salas  esperaba la vuelta del vapor “Bermúdez”, para prestarle a Filzcarrald una media docena de winchesters. 

El 16 de Enero, procedente de Mishagua, pasa por delante del puerto, a toda máquina, la lancha “Grau”. El armador le debe a Francisco Asequi un cargamento de caucho, y se ha pasado de largo. Esa es la costumbre del Ucayali. Les canoas de los caucheros deudores pasan de noche y apresuradamente, pero si vienen cargadas de caucho y pasan por delante del puesto donde no deben nada hacen tiros al aire, levantan banderitas, tocan el acordeón y gritan. 

El 21 de Enero llega del Irruyo - Urubamha el capitán cunibo Feliciano, con cuatro canoas y mucha gente. Está muy triste este pobre indio, porque habilitado por Franchini y Asequi para trabajar caucho, habiendo reunido en cinco meses más de 200 arrobas, y estando ya próximo para embarcadas, vino de noche una gran creciente y se lo ha llevado todo. El pobre capitán ha perdido como cuatro mil soles. 

A alguien que le dice que Franchini, el habilitador, puede matarlo contesta, como su padre, el cristiano Curaca Pedro, que vivió 108 años: “No es posible que me mate, porque yo tengo un corazón muy bueno. Dios me ha de ayudar”. 

Como el río Ucayali ha bajado, y el vapor “Bermúdez” tarda en regresar del Mishagua, hace temer que no lo efectuará todavía, pues tiene que esperar la creciente de las aguas. En vista de este inconveniente han resuelto los padres viajar al puesto de Enrique Gonzales, en el Coengua, y pedirle prestada une carabina. EI propietario les  presta un winchester y 149 municiones: y así logran contar con esta arma y con tres rifles y tres escopetas. Vuelven a casa de Asequi y convencen al chinito pera que los acompañe a Chanchamayo, donde hay muchos asiáticos pobres, a quienes él puede traer al Ucayali, para que trabajen en el caucho. Asequi acepte la invitación y, para aligerarse, mata todas sus gallinas y convida dos garrafones de aguardiente. 

En este segunda tentativa, de entrar al Gran Pajonal, Michi, aquel salvaje que tanto los apostrofó la primera vez, hoy se muestra cariñoso y expansivo; y cuando un buen chuncho, llamado Meandro, lo reprendió por el modo como había recibido y tratado a los viajeros, Michi, arrepentido y avergonzado, pidió perdón y disculpas, con mucha humildad. 

Luego Meandro, con dulces palabras, dijo: “Los padres son buenos y no hacen mal a nadie, ni codician las mujeres ni los bienes del prójimo. Los padres tratan al chuncho muy cariñosamente y cuando van al cerro de la Sal lo reciben y tratan muy bien. Por estas razones todos los de Chicotsa debieran acompañarlos y protegerlos en su viaje, facilitándoles el tránsito, en lugar de importunarlos; y que él mismo, une vez que llegase a su casa regresaría y les serviría de guía. Pero que les rogaba que dejasen pasar esta luna y la del mes de febrero, aplazando el viaje, hasta que pasase la fuerza de los aguaceros, a fin de no exponer la vida, por lo muy cargados que están los torrentes que se encuentran en el tránsito”. 

Respetan a estas observaciones y viendo que el fiambre se acababa, determinaron regresar al Ucayali hasta que aflojasen un poco las aguas. 

Estando en la casa de Asequi, cl día 11 de Febrero, como a las diez de la mañana, entró una mariposa negra, dio una vuelta por la habitación y salió. Asequi se quedó pensativo y dijo: “Hoy tendremos una mala visita”. 

Los misioneros se burlaron de la superstición, pero, a las dos horas, aparecen de improviso cuatro canoas, tripuladas por 25 hombres; se arriman al puerto, suben a la casa. Son chunchos de la casa de Fitzcarrald, armados por flamantes carabinas; los capitanea el Curaca Venancio, privado y hombre de confianza del Cauchero. Venancio entra muy prosaicamente, con sombrilla negra, paño de manos al cuello y muchas plumas de papagayo. Le siguen los demás. Después de cuatro palabras, dichas con bastante sequedad, el Curaca Venancio, con voz tonante, exclama, dirigiéndose al asiático Asequi: “Daos preso, por orden y nombre de Fitzcarrald”; repitiendo la intimación en lengua campa, inga y castellana. 

Asequi se quedó muy impresionado; quiso disculparse, dando razones por su intempestiva ausencia. Venanicio, enérgicamente, le impuso silencio; y, tomando su sombrilla, ordenó, cortante: “Vamos ya”. Asequi se despidió de los padres con estas palabras: “Si al cabo de tres días no regreso, cuente que....” , y significativamente se señaló el pescuezo. Los misioneros, conmovidos, lo encomendaron a Dios. 

Venancio Atahuallpa, el ministro de Fitzcarrald, era un inteligente campa, que había servido como guía e intérprete en las expediciones del Coronel Pereira y de Samanez Ocampo. 

Acompañó a Fitzcarrald en sus viajes y exploraciones, y le servía en sus correrías para buscar peones y catequizar salvajes. Se habla establecido en el Unini, donde fiscalizaba, en nombre de su Señor, todo el Ucayali, teniendo bajo sus inmediatas órdenes un pequeño ejército de cincuenta indios armados. 

Asequi regresó del Unini en el plazo señalado, habiendo podido justificarse de los cargos que se le hicieron; pero todavía pesaba sobre su cabeza la ley No. - 36, por ciertas cosas que sabía y no las callaba. Parece que, como el pulpero italiano del cuento, cuando alguien le preguntaba sobre los horrores del Ucayali el chinito desataba la media lengua. Con el susto que le ha dado Venancio, ya no contestará a la pregunta de todos los curiosos viajeros: “¿qué se dice de los horrores del Ucayali?”... 

Un ingeniero argentino, que se va del Ucayali para siempre, le cuenta al Padre Sala que fue contratado por el boliviano Suárez para construir un ferrocarril entre el Ucayali y el Manú, pero que, en vista del presupuesto, que sumaban millones, Suárez ha desistido, y su socio, el peruano Fitzcarrald, le ha aconsejado que trabaje en el caucho para resarcirse de sus gastos. Pero el argentino no quiere mezclarse en esa odiosa explotación del hombre por el hombre, no quiere ser uno de los tantos despóticos y sanguinarios caucheros. y por eso se va de la selva; mas se venga de ella hablando de los crímenes del Ucayali, y del famoso Carlos Fitzcarrald. 

El 24 de febrero, después de una larga espera, se presentó el chuncho Jacinto Canango, enviado de Fitzcarrald, para servir de guía al padre Sala. Apresuradamente los viajeros arreglan sus cosas y se embarcan en la canoa. 

Viajan sin novedad hasta la casa de Jacinto. Mientras esperan que las mujeres del guía preparen una batee de masato, y los hombres echen barbasco en un remanso y cogen mucho pescado. que luego secan y salan, para llevarlo al Pajonai, aparece el alemán Augusto Hilser, que deseaba sumarse a la expedición. Llega del Unini, pero no quiere saber nada del sucio negocio del caucho. Hoy es un aventurero que busca minas de oro y mariposas de colores. 

Tras de Hilser llegan cuatro chunchos campas, comisionados por el Curaca Venancio, para viajar al Gran Pajonal, con el fin de enganchar operarios y llevarlos al río Manú a trabajar en la empresa de Fitzcarrald. Los cuatros indios fingen andar muy de prisa, remedando los modales de su poderoso patrón. Van bien armados de winchesters. 

Pero, viendo el masato y el pescado a la brasa, se quedan hasta el día siguiente, y se suman a la expedición que encabeza el Padre Sala. 

El 1° de Marzo, habiendo bebido la última taza de masato, los expedicionarios, que suman 50, se ponen en marcha con dirección al Gran Pajonal. 

Suben por la hermosísima quebrada de Catsingani, pasan el río por un puente colgante de soga de bejuco, fabricado por los mismos indios, y comienzan a subir la lodosa serranía, de más de dos mii metros de altura; caminan por una zona sin agua y de escasa vegetación. 

Pasan hambre y sed, se llenan de llagas, pero el 8 de marzo, a las ocho de la mañana, pisan las primeras plantas de gramalote o maicillo del Gran Pajonal. 

Encontraron un minúsculo pueblo de 10 casas paqueñitas muy bien hechas. Les puertecitas estaban cerradas; los moradores habían huido. 

Los viajeros se aposentaron en la casa más grande, donde encontraron yuca y masafo. Luego aparecieron los habitantes del Pajonal, muy pintados con achiote; ofreciendo plátanos maduros y un potaje de menestras. Los invitaron a visitar al brujo principal, llamado Pingachari, que vivía en la cumbre más elevada. 

Los expedicionarios aceptaron la invitación o reto, y se dirigieron al lugar de la señalada entrevista. Pudieron observar que había muchas estacadas de chonta, con puntas muy afiladas puestas de tal manera que el que corre, sea hombre o fiera, tiene que quedar necesariamente incrustado en ellas. Los guías, campas de Filzcarrald, se adelantaron, rifle en mano. 

En medio de los suyos se destacaba el Gran Brujo Pingachari, desnudo, menos la parte inferior del vientre. Pintado al estilo del diablo, con tintes de color rojo, teniendo consigo un manojo tremendo de flechas y el arco templado. Pingachari apostrofó a los viajeros, después de zumbar con las narices, volver las espaldas, patear, bufar y escupir, gritando a voz en cuello: “Quiénes sois vosotros? ¿De dónde venís? ¿Traéis alguna enfermedad?”. 

Entonces Jacinto respondió: “Nosotros no traemos ninguna enfermedad. Venimos de Chanchamayo. Hemos bajado por el Pachitea y subido por el Ucayali. Ahora queremos regresar a nuestra tierra, por este camino que es el más corto. No tengáis miedo; somos gente buena y amigos vuestros. No os haremos ningún mal; más bien os regalaremos algunas cosas, y os traemos remedios”. 

Chiripito, enviado de Fitzcarrald, para espiar los terrenos y número de chunchos disponible, miente y fantasea, ofrece y regala, corno el más consumado político, para obligar a Pingachari y a los suyos a ir a trabajar en el caucho del Río Manú. Pingachari se resiste a abandonar su libertad y ociosidad dorada. Al fin, cuando a todos se les seca la garganta, lanzan largas y alegres carcajadas, y quedan hechas las paces. Pingachari convida mucho masato, y, olvidando su fiereza, se convierte en bufón, inventando mil monadas para hacer reír a sus huéspedes. Terminado el masato, Pingachari extiende la mano con dirección a Chanchamayo y dice: “Pijate” (Pasad adelante). 

Siguen los viajeros caminando por la región, que el Padre Sala describe como bellísima, con pasteles, lomadas y hoyos de vegetación exuberante. 

Encuentran algunos indios, que, luego de las bravatas y ceremonias, no tienen otro remedio que decir: “Pasad adelante”. Por algo los expedicionarios llevan armes de fuego y suman cuarenta personas. 

Un chancho del Pajonal se enfrenta con Chiripito, campa fornido y bravo, de unos 25 años de edad, que lleve buen rifle winchester y machetes nuevos. El indio del Pajonal lo reconoce y le increpa: “Tú eres el que te llevaste a mi mujer; ¿dónde está mi mujer?”. 

Chipirito contesta: “Yo no te he robado tu mujer; ella se ha venido a mi casa, y allí está porque ella quiere. ¿Acaso yo necesito de tu vieja? ¿por ventura yo tengo dos, jóvenes y fuertes?” 

Aquella desvergonzada respuesta encoleriza a los pajonalinos, que toman actitudes horrorosas; todos comienzan a hablar subiendo cada vez más el tono de 1a voz y las amenazas, hasta producir una gritería infernal, en la que nadie se entiende; pero Chipirilo es muy astuto y hábil, y se defiende con palabras humorísticas, que al fin y al cabo desarman a sus contrarios. 

El 10 de Marzo llegan al pajonal de Lucas Roces, chuncho que les dio la noticia de que en Chanchamayo estaban peleando los campas contra los blancos, y que había aparecido otra vez el Amachegua, bajando del Cielo pera ayudarlos en los combates. 

El Padre Sala, con ardentía de misionero, le enseña su Santo Cristo y le responde: “No hay más Amachegua bajado del Cielo que N. S. Jesucristo, hijo de Dios y muerto en una Cruz por la salvación de los hombres. Ese Amachegua que los provoca a pelear en el Pangoa y Chanchamayo es algún pícaro que quiere explotarlas; no se dejen llevar de cuentos y mentiras, sigan su vida ordenada y tranquila”. 

De la casa de Lucas pasaron a la del Curaca José, en el Inguinibeni. Salió el Curaca a recibirlos con orden y sin gritería. Muy grave, llevando un séquito de salvajes armados con escopetas. Usa el cabello cortado como los frailes. En su casa tiene muchos machetes, tambores, cuernos, escopetas malogradas. José es un pedigüeño incorregible: les pide a los misioneras hasta el santo hábito, incluso el breviario. Se da tono y adopta las maneras de los civilizados. 

El 17 de Marzo los expedicionarios llegan hasta el Río Quimini, donde el chuncho Chauchi Quinzúa les da la noticia que los campos del Sohhiqui están luchando contra los blancos de Chanchamayo. 

Los chunchos se quejan de que se les impide sacar libremente sal y se les obliga a trabajar sin remuneración alguna. 

El 21 de Marzo, hambrientos y llagados, los misioneros llegan a una casa donde encuentran refugiados a varios prófugos amuesas, que los reciben fríamente. Son chunchos de Metraro, seducidos por las noticias de la aparición del Amachegua, que van al Pangoa, como punto de reunión para luchar contra los blancos. 

E! dueño de la casa Miquiri suplica a los viajeros que se vayan pronto. Tiene miedo a los adoradores del Amachegua. 

El 24 llegan a casa del chuncho Amichu, donde encuentran restos y objetos de gente ciilizada. Ollas, herramientas, hachas alemanas, un puñal y dos mapas. Amichu, sombríamente, dice que son parte del botín que le ha tocado en el ataque que han hecho a los Ingleses del Yurinaqui. 

El 27 de Marzo, después de muchos peligros y asechanzas, entre los alzados chunchos, llegan con vida al primer Campamento de la Peruvian Corporation. A la Civilización.

No da otras noticias sobre los enviados de Fitzcarrald, pero tiene estas dures apreciaciones: 

“El falso Dios Amachegue, que los llama al Pangoa y los provoca a pelear contra los blancos, es un gran pillo, que se burla de lo sagrado y de lo profano, con el objeto de reunir gente para el trabajo del caucho en el río Manu, u otra parte. Así se ha fingido, Dios y amigo de los campes, llamando a sus compañeros can promesas y amenazas para que se reúnan en un punto Fijo y señalado, a fin de cogerlos más fácilmente. Una vez allí, en el Pangoa o en otra parte, reunidos pare admirar y adorar una divinidad con bigotes o sin ellos, viene Venencia o Romano, con 50 ángeles de la guarda, todos con rifles winchester, y se les dice a estos desgraciados campas fanáticos que se embarquen en las canoas que están en el río grande preparadas, porque el Amachegue quiere ser visto en une quebrada que se halla más abajo. 

Entonces, una vez embarcados, a estos infelices se los llevan al Ucayali, y de allí a donde el “Señor Feudal” quiera. ¡Al Río Manu, para que se conviertan en esclavos y no vuelven jamás a ver su tierra! ¡Qué mil estragos ocasione el negocio del caucho en el Ucayali!” 

Por esta admonición del Padre Sala se supone que los enviados de Fitzcarrald eran los que hacían más propaganda al Amachegua e incitaban a los pajonalinos a reunirse en el Pangoa, donde el Curaca Venencia Atahuallpa, con su sombrilla negra y su paño de cera al cuello, los esperaba, para hacerles ver que Fitzcarrald era el Amachegua de la raza campa. 

EL ULTIMO VIAJE 

Don Antonio Vaca Diez, seducido por el feliz viaje del señor Suárez, del Beni a Iquitos, utilizando la vía del istmo, y su regreso por la misma vía, no trepidó en viajar por la cómoda ruta de Filzcarrald. 

Viajando hasta el río Manú en lancha, atravesando el Istmo a lomo de mula, para llegar a Mishagua, donde encontró una lancha expresa, que lo llevó de bajada hasta alcanzar “Río Branco”, trasbordóse a este rápido vapor, habiendo llegado al puerto de Iquitos, sin novedad el martes 10 de diciembre de 1890. 

Su convencimiento por el éxito y perdurabilidad de la vía recorrida fue tal que compró en Iquitos una propiedad urbana en 18,000 soles, ubicada en el Malecón, y abrió una casa comercial. 

Para incrementar la flota de la sociedad, compró a la casa Welsch & Co. tres embarcaciones fluviales. 

Por su parle, Fitzcarrald encargó a Europa dos lanchas con instrucciones especiales, para su construcción: de fondo achatado, que no calasen más de media vaga estando cargadas; con ruedas de paletas a los costados; doble máquina, para que las ruedes se moviesen en distinta dirección, pudiendo manejar la embarcación sin necesidad de timón. Parrillas amplias para ¡eñe, la superficie de calentamiento oscilando de 30 a 40 metros cuadrados y con una presión mínima de 7 atmósferas. 

 Fitzcarrald también pidió una canoa automóvil, para poder ser movida con alcohol de caña. 

El explorador, en su larga experiencia de navegante fluvial, en ríos de poco caudal, había experimentado dificultades en la navegación, con embarcaciones de timón, que, si navegaban bien en las aguas muertas del Amazonas, no ofrecían seguridad en los ríos donde existían correntadas llamadas por los peruanos “pañuelo blanco”, por las pequeñas olas que batían, formando espuma, y donde se hacía necesario mover las lanchas a vapor a manera de canoas. 

La doble máquina y las dobles ruedas propulsoras tenían mucha importancia para evitar las interrupciones en los malos pasos, y porque mediante el movimiento de una sola rueda se podía conseguir la dirección del navío, lo mismo o mejor que con el timón. 

Grandes cantidades de caucho habían bajado del Ucayali, procedentes del Madre de Dios y el Beni, encontrándose en Iquitos de tránsito a Europa. Vaca Diez pidió al Ministro de Relaciones Exteriores del Perú, por intermedio del Prefecto del Departamento, el tránsito libre del cargamento de gomas. 

Tanto el Prefecto, como el Cónsul del Perú en el Pará, a quien también se había dirigido, denegaron el pedido, por estar el puerto de Iquitos considerado en los tratados internacionales vigentes como punto libre de tránsito; en consecuencia la saciedad de Fitzcarrald se vio precisada a pagar a la Aduane de Iquitos, con techa 7 de abril, los derechos de exportación, que sumaban 23,000 soles 

Los derechos de importación de les mercaderías y víveres con destino al Madre de Dios fueron dejados de cobrar, para incrementar el movimiento comercial con esa región, incorporada económicamente a1 Perú gracias el descubrimiento del Istmo de Fitzcarrald. 

Para la colonización de estos nuevos territorios, despoblados de civilizados, Vaca Diez con el Gobierno Español la venida de 200 familias. En efecto, de Enero a Abril de 1897 llegaron a Iquitos cerca de 200 emigrantes europeos. Le Sociedad Comercial de Vaca Diez y Fitzcarrald atendió debidamente a estos colonos, cumpliendo con todas las especificaciones del contrato. 

Mas en el momento de embarcarse con destino al Ucayali los emigrantes se negaron, protestando airadamente y creando dificultades. Pretendían quedarse en Iquitos o volverse a Europa. 

Por estos inconvenientes, la partida se dilataba, con mucha impaciencia de Fitzcarrald, pues temía llegar retrasado al Urubamba y encontrar mal tiempo para la navegación de este río peligroso. 

El sábado l° de Mayo, Fitzcarrald, en el embarcadero de Iquitos, apostrofó a los emigrantes, llamándolas cobardes; le instó a su socio Vaca Diez a embarcarse. 

Los españoles, con mucho acaloramiento, maldecían que los dejasen abandonados. Herido Fitzcarrald por estos improperios, gritó a los emigrantes las mismas frases de Francisco Pizarro en la Isla del Gallo: “Por aquí se va al Ucayali a ser ricos”. 

Sólo cuatro valientes españoles, de Asturias, se embarcaron en las lanchas; corría seguramente por sus venas la sangre heroica de los Conquistadores del Perú; algunos llevaban hasta los mismos apellidos inmortales de los Cabal1os de la Espuela Dorada, que hicieron en la Isla del Gallo, un poema heroico. 

LA TRAGEDIA 

El “Adolfito”, donde se embarcaron Vaca Diez y Fitzcarrald, se puso a la cabeza del convoy de lanchas, que conducía pasajeros y carga para el Ucayali. 

Remontaron sin dificultades este río, haciendo las transacciones comerciales de costlumbre.

Capitán del “Adolfito” era el alemán Alberta Pedo, amigo de Vaca Diez, por haber sido antiguo vecino del Beni y haberle servido en exploraciones en el Acre. 

Los prácticos peruanos que tenía Fitzcarrald habían sido destacados a otras embarcaciones. 

Don Aurelio Arnao, contempóraneo, amigo y paisano de Fitzcarrald, relata en su libro Cuentos Peruanos estos detalles de la tragedia: “Fitzcarrald, acompañado de otro socio suyo, el médico boliviano Vaca Diez se embarcó en la lancha “Adolfito”, rumbo al Alto Ucayali y el Urubamba, por donde pasarían por el Istmo el Madre de Dios, con cuyo objeto llevaban material pare tender una vía férrea angosta. 

Iba con ellos el capitán francés Henriot, quien dejó a su esposa en Contamana, presagiando algún contratiempo; a la vez que amarraba en el tronco de un árbol de la orille una albarenge, que, como medida de previsión, solían llevar las lanchas fluviales, adosada a una de las bordas. La versión de lo sucedido después es algo contusa: “El Adolfito”, navegando a todo vapor, entró en el mal paso llamado Chicosa, donde la corriente del Ucayali, estorbada en su curso por un gran peñón, forma un remolino peligroso para cualquier embarcación. Henriot hizo tocar la campana de alarma, y Fitzcarrald, que se encontraba en esos momentos jugando al tresillo con Vaca Diez y otros amigos, salió presuroso a cubierta, y al ver el peligro del remolino, en cuyas fauces habían caído, y rota la cadena del timón, ordenó varar la lancha en la playa inmediata, pero, al efectuarse esta maniobra, la corriente arrastró al “Adolfito”, que fue a estrellarse contra el peñón, retrocediendo violentamente de popa y hundiéndose en seguida. 

De los 27 tripulantes sólo salvaron el Capitán Henriot, el segundo ingeniero, que era alemán, y el Cocinero. 

El ingeniero Francisco Alayza Paz Soldán hace el siguiente relato: 

“El 9 de Julio de 1897, “El Adolfito” naufragó en el Urubamba, en una de las formidables cascadas que presenta ese río. Le corriente arrastraba a su socio y amigo Vaca Diez; y, al notarlo, Fitzcarrald se lanzó intrépidamente en la fuerza de la corriente, despreciando su vida por salvar a su amigo y compañero de negocios. El náufrago se cogió a él desesperadamente, como lo comprobó el hecho de haber sido encontrados en la Isla del Guineal ambos cadáveres fuertemente abrazados”. 

José Ferrando, en su conferencie sobre “Fitzcarrald el Cauchero”, dice lo siguiente, que trascribe del libro Durch die Urwaelder Sudamerikas editado en 1903, en Alemania, y dedicado el Kromprinz, escrito por Albert Peri, en el cual desarrolla más ampliamente el relato del naufragio del “Adolfito”, que ya había sido tema de una conferencia suya en Postdam, en el mismo año trágico de 1898: 

“Iban en convoy con el remolcador “Bolívar” y un sin número de canoas cargadas con enorme cantidad de manufacturas .... Fue el 9 de Julio, en el Alto Urubamba, en el mal paso de Shepa, más estrictamente en la cachuela de Pucallpa Rote. El mucho calado ha dejado retrasada a la lancha “Laura” por los escasos de agua. El paso se presentaba muy difícil. Fitzcarrald, con sus profundos conocimientos, opina por el desembarco del cargamento, para aliviar las lanchas. Perl y la tripulación alemana opinan lo contrario. 

El espíritu aventurero y esforzado de Fitzcarrald acepta la hombrada de pasar a fuerza de máquina. Son las tres de la tarde, se percibe el siniestro rumor de la cachuela. Voces de mando, maniobra, y de pronto la “Adolfito” encalla ligeramente en un banco de arena. Da Fitzcarrald los órdenes del caso; todo parece salvado. De súbito la cadena del timón se rompe. Era lo fatal. La embarcación, sin gobierno, se encora, embarca agua y principia a hundirse. Se tira hasta la coste un cabo de amarre, pero el marinero encargado se lo deja arrancar de las manos por las aguas. “Sálvese quien pueda” es la voz. 

El tumulto de las aguas cubre el tumulto de los náufragos. Fitzcarrald, sereno, cogido a un pequeño cajón, da órdenes; él estaba seguro de su parte, su capacidad de reputado nadador le aseguraba su salvación; pero ve a Vaca Diez cogido a una silleta de juncos. Corre en su auxilio, braceo poderosamente, coge a su socio, que a su vez se abraza desesperadamente de él. Fitzcarrald se deshace de ese abrazo peligroso, y ya está en camino de salvarlo, pero las rocas de la escalera de piedras lo golpean y los remolinos se lo tragan”. 

¡HA MUERTO FITZCARRALD! 

En todos los ámbitos de la selva, repetidos por los tambores telegráficos de los indios, ¡levados por las canoas expresas y por los veloces chasquis, sólo se oyó este guía: “Ha muerto Fitzcarrald!” 

Los campas, con gran imaginación, inventaron la bella fábula de que Fitzcarrald, por ser Amachegua, o sea el hombre dotado de facultades extraordinarias y divinas, había sido arrebatado por los Yacurunas, los divinales seres del agua, que le habían dado la cita postrera. Los campas aseguraban haber visto a Filzcarrald en brazos de los hombres peces que en el encantado Urubamba tienen su morada maravillosa. 

El alemán Peri, causante de la tragedia, por su torpeza y capricho, ya que el Urubamba había sido navegado por prácticos peruanos, muchas veces, sin que se registrasen naufragios de tal magnitud, fue el primero en salvarse y huir del lugar de la tragedia prontamente, permaneciendo oculto por temor a la justa re presalia de los caucheros amigos de Fitzcarrald, que deseaban aplicarle la ley No. 38. Albert Peri en ese mismo año llegó a su patria -Alemania-, donde dictó una conferencia y publicó un libro sobre sus aventuras en Sud América. 

El Capitán Henriot, que parece iba de pasajero en el «Adolfito», también se salvó; caminando por la orilla, llegó hasta donde había dejado la albarenga, encadenada a un árbol, en la que fue aguas abajo hasta Contamana, donde embarcó a su esposa y continuó viaje hasta Iquitos. 

Bernabé Saavedra, compadre de Eitzcarrald, inició una búsqueda en el lugar del naufragio, pudiendo a los quince días, encontrar en la Isla del Guineal, en una orilla cubierta de caña brava, el cadáver de Fitzcarrald, abrazado con el de su socio y amigo Vaca Diez. 

Dice el ingeniero Alayza Paz Soldán: .Fue una gran pérdida para el Oriente y para el país entero. Hombres que reúnen las cualidades de Fitzcarrald en el alto grado que éste las poseía son ejemplares raros en la humanidad, son seres escogidos por la Providencia para llevar a los países hacia el progreso, siempre que la fatalidad no se interponga entre su objetivo y ellos. Fitzcarrald dejó a la posteridad un ejemplo y un legado: imitar sus cualidades y explotar su gran descubrimiento... Su nombre debe ser recordado como el de uno de los hombres que nos han permitido consolidar nuestros dominios orientales. Todas las obras que realizara llevaron el sello de su carácter emprendedor y organizador. 

Tan pronto como supo la muerte de Fitzcarrald, su esposa y animadora de sus empresas, doña Aurora Velazco, emprendió viaje en lancha expresa, muy veloz, llamada ‘Ida, habiendo llegado al Mishagua, en compañía de religiosos, y hecho tributar honras fúnebres a los despojos de su idolatrado esposo y del Dr. Vaca Diez. 

Delfín Fitzcarrald, a marchas forzadas, también llegó al Mishagua, haciéndose cargo de los intereses de su hermano. Delfín llegó a tener una estatura de 1 metro 85; delgado, muy erguido, con la apariencia de un joven gigante. Tenía los ojos pardos y el cabello igual al de Carlos, pero desgraciadamente no poseía el espíritu organizador de su genial hermano, y no pudo evitar que la empresa, levantada con golpes de audacia, se derrumbara en un momento, como abatida por un huracán. 

El socio Suárez reclamó para sí todos los derechos de la sociedad, apropiándose de las lanchas “Shiringa” y “La Esperanza”, lo mismo que de la “Campa”, que llegó después de la muerte de Fitzcarrald. Don Nicolás se quitó en ese momento la careta de amigo del Perú, y mostró la verdadera, pretendiendo, con un tropicalismo digno de un Comisario del Aguarico, anexar a Bolivia no sólo el Madre de Dios sino hasta el Ucayali. 

Felizmente se habían establecido en estos ríos hombres patriotas, que, en sangrientos choques, repelieron la audacia del cauchero de Bolivia hasta los mismos campas abrazaron la causa peruana, hostilizando a los invasores, a los que solían gritar con la cabeza erguida y la mirada penetrante: “Yo no chuncho, yo peruano”. 

Suárez, en represalia, abandonó para siempre la cómoda vía de Fitzcarrald, exportando sus gomas por el Madera. 

Todos los pequeños caucheros del Ucayali y el Manú independizaron sus negociaciones, y la mayoría de los colonos perdieron la fe y el valor, y, como ya no obedecían a una voluntad directiva que todo lo remediaba y preparaba, se vieron obligados a abandonar aquellos ríos conquistados por el genio de un hombre que, “como un meteoro benefactor, apareció, civilizó y desapareció”. 

En Iquitos su suegro disolvió la sociedad y se alzó con los grandes territorios del Purús y el Acre, poniéndolos bajo la protección de la bandera del Brasil. Los peruanos fueron desalojados de sus puestos y encarcelados. Una ola de crímenes y abusos se desencadenó en el Ucayali y el Manú; Venancio Atahuallpa a puras penas pudo salvar el pellejo; y Delfín Fitzcarrald, reducido y limitado al negocio de Mishagua, se vio aun más constreñido por el levantamiento de los rnashcos, que se apoderaron del Istmo, incendiando las barracas, matando todo el ganado mular y cerrando los caminos. Dejaron por doquier los destrozados aparejos y huellas de lo que fue la esplendorosa empresa de Fitzcarrald. 

Los periódicos de Lima y Ancash dieron cuenta de la muerte del famoso explorador; y, noticiada, en San Luis, de esta desgracia, su anciana madre, doña Esperanza, se enfermó de pena, muriendo poco tiempo después. 

VIAJE DE EDELMIRA 

Delfin, al conocer la muerte de su señora madre, envió de Iquitos una comisión compuesta de su hermano Lorenzo y de su cuñado Cordts, para que llevasen al Ucayali a sus menores hermanos Edelmira y Fernando, que habían quedado huérfanos en San Luis. Sólo Edelmira, que contaba trece años, a pesar de su tierna edad, se aventuró a seguir a sus hermanos. Salieron por el conocido camino de herradura, hasta Huanuco, y de allí al Posuso, por una mala senda donde se atollaban las cabalgaduras. Descansaron cinco días en la colonia de los alemanes, y emprendieron luego la marcha a pie por una trocha, atravesando en parle las Pampas del Sacramento y llegando al Mairo después de cinco días de viaje. 

Un este lugar encontraron a don César Lurquin, con su empleado, y los jóvenes Espinoza y Minaya, conocedores de la región. Como no había canoas, prepararon una balsa, con la dirección y ayuda de Cordts, que era experto. La terminaron en tres días y, tan pronto como la echaron al agua, se embarcaron todos los viajeros, que ya estaban molestos en el Mairo, por la carencia absoluta de auxilios y habitantes. Salieron como a las ocho de la mañana, navegando por un río solitario, hasta llegar a las aguas más navegables del Pachitea después de 10 horas de bajada. 

El empleado del señor Lurquín, para evitar la monotonía del viaje, empezó a tocar en una guitarra alegres canciones. 

Cantó luego Lurquin, con bella voz de tenor; y, como si fuera esto un maleficio y despertara a las encantadas sirenas del Pachitea, la balsa, impulsada por una correntada, chocó contra una roca de la isla llamada Pulumayo, quedando encallada verticalmente. 

Todos los viajeros y equipajes cayeron al agua. El empleado del Sr. Lurquin se ahogó. Se perdieron todos los equipajes, pero los demás viajeros se salvaron. 

Edelmira no perdió su serenidad y pudo salvar su pequeña arca o baúl, que contenía sus alhajas, recuerdo de su madre, dinero y otros objetos de valor. 

Faltarían 5,000 metros para Puerto Victoria, y ¡os jóvenes Minaya y Espinoza se ofrecieron ir al puerto a pedir auxilio. De la isla nadaron hasta la ribera del río, que distaba como cincuenta metros, y de allí caminaron por 1a orilla. La noche cubrió la selva, pero los intrépidos jóvenes pudieron llegar a Puerto Victoria, donde se encontraba de Capitán de Puerto el Sr. Pedro Oliveira. 

Este y algunos viajeros, naturales de Cajamarca, inmediatamente de conocer la noticia, echaron las canoas al río y lo remontaron para prestar auxilio a los náufragos, que creían ya desaparecidos o barridos por la creciente. 

A eso de las diez, los náufragos que se apiñaban en la roca oyeron, con la alegría consiguiente, el ruido de los remos que repercutían en el silencio de la noche. Luego vieron dos luces de faroles. Los gritos se perdían en el fragor de la correntada, pero pudieron ser oídos, y una canoa se acercó a la Isla. Edelmira fue salvada la primera, luego Lorenzo, su tío Ernesto Gomero, Ricardo Cordts y César Lurquin. El baulito fue embarcado. Luego de tocar la playa y trasbordar a otra canoa, siguieron los viajeros a Puerto Victoria, donde desembarcaron en una playa.

Han subido por una escalera de madera, alumbrada por algunas luces de faroles, y llegado a la casa donde la familia del Capitán de Puerto había preparado comida y camas. Los han atendido muy bien, y los viajeros quedan eternamente agradecidos. 

Al día siguiente el Sr. Oliveira, con mucha fineza, ha prestado ropas a todos los náufragos. La Señora Oliveira también prestó a Edelmira un vestido, pues todo el equipaje lo habían perdido en el naufragio. 

Hicieron llegar al cuarto de Edelmira el medallita del Niño de Praga, ensartada a un pequeño baúl. La llave la tenía junto con una cadenita que llevaba al cuello. Abrió el baúl,  y creyendo que todo estaría malogrado por el agua, pero no fue así. La lata de metal amarillo que forraba la madera lo había defendido. Entre sus ropas v alhajas llevaba una estampa de la Virgen el Perpetuo Socorro. Estaba intacta, sin una gota de agua. Ahora recordaba que mientras arreglaba sus cosas en San Luis, para emprender el peligroso viaje al Oriente, se fijó en la pared, en el sitio que murió su pobre madre, había una estampa de la Virgen. Una voz interior la obligó a sacarla y colocarla en su baúl, junto con la novena y otros objetos benditos, que su madre, que era muy devota, había tenido a su lado, hasta sus últimos momentos. 

Confortada por la piadosa idea de que la Virgen del Perpetuo Socorro la protegía, Edelmira se sintió reconfortada, y brilló en su ánimo la esperanza de llegar con bien a su destino. 

En Puerto Victoria permanecieron 15 días esperando una lancha que viniera de Iquitos, pero, en vista de que no llegaba, para no ser gravosos a la familia Oliveira, que con tantas finezas los estaba tratando, contrataron una canoa. Los propietarios eran mestizos o civilizados establecidos en esa región. Navegaron tres días de bajada, para legar a la confluencia del Ucayali, haciendo pascana antes en una playa. Estaban descansando, cuando vieron pasar una lancha que venia de Iquitos. Surcaba las aguas, dirigiéndose al sitio donde se encontraban; atracando a la orilla, preguntaron los de la lancha qué gente había allí. Tan pronto como dieron sus nombres, bajó el Prefecto de Loreto, don Pedro Portillo, que viajaba al Cuzco, con mucha comitiva, había sido muy amigo de Fitzcarrald, y, al oír el relato del naufragio, les auxilió con víveres, latas de conserva y galletas. Toda la tarde se quedó con ellos y los invitó a comer a bordo de la lancha. 

Al día siguiente, la lancha del Prefecto siguió viaje; y los viajeros, recomendados por a primera autoridad del Departamento, contrataron fácilmente una canoa con sus respectivos bogas, que los llevó hasta la desembocadura del Urubamba, al puesto de Maldonado, antiguo amigo y empleado de Fitzcarrald. 

Después de descansar algunos días, emprendieron la surcada del Urubamba; la canoa encontró muchas correntadas y tardó ocho días hasta el Mishagua. Faltando una vuelta para llegar a la casa-hacienda, recibieron la triste noticia de que Delfín Fitzcarrald había sido asesinado por los salvajes. 

ABANDONO DEL MISHAGUA 

Acongojados por tan infausta nueva, los viajeros llegaron a la casa, se encontraba con grandes cruces negras y crespones, quedados de los funerales de Carlos, y agregadas otras fúnebres decoraciones de calaveras y fémures, por la muerte reciente de Delfín. 

Los campas de Venancio, todavía fieles a su malogrado Amachagua, cantaban, flotando, melodías tristes, en las que repetían un estribillo: “Ya no hay Papá Carlos.... Ya no hay Papá!!”... 

Pasados algunos días se presentó Leopoldo Collazos a presentar los respetos a la familia y a contarles ¡a desgraciada muerte de Delfin. Se encontrabarn los dos en el Purús, donde habían ido a oponerse a los desmanes de los brasileros; pero los salvajes les habían preparado una traicionera emboscada, matando a flechazos a Delfín; pudo salvar Collazos por obra de la casualidad. 

Edelmira, que desde el primer momento ha sentido una obscura antipatía por Collazos, no cree en sus palabras y afirma que aquel hombre torvo y sombrío, cruel con los salvajes, que debía varias muertes, era el que había asesinado a su hermano. No parte de ninguna base para hacer esta terrible acusación; la hace porque su intuición de mujer se lo dice. 

Algunas semanas después llegó Aurora Velazco de Iquitos, en su lancha, para abrazar a su joven cuñada: le prodigó toda clase de atenciones y cariños, pero Edelmira sólo tenía ojos para llorar por sus hermanos. 

Leopoldo Collazos, como un lúgubre personaje de novela dramática, era siempre para dar de noticias ingratas y desagradables. 

Los crímenes se habían multiplicado en el Ucucayali. Uno a uno calan asesinados los viejos amigos de Fitzcarrald. Todos los delitos que se cometían eran imputados a los salvajes. En represalia se cometían abusos contra los infelices chunchos, obligándoles duramente y a la fuerza a trabajar en el caucho. 

Cuando llegaban del trabajo al gran patio de la casa del Mishagua, los infieles, recordando el paternal gobierno de Fitzcarrald, cantaban, llorando, su triste estribillo: “Ya no hay papá Carlos”. (Cuando recordaban al fallecido explorador le daban el trato de “Papá”). 

El despotismo de los “civilizados” acabó con la paciencia y mansedumbre de los trabajadores, que francamente se rebelaron, fugándose a otros lejanos parajes. Leopoldo Collazos, emisario de todas las desgracias, acentúa con más alarma e intensidad las trágicas y macabras noticias de la sublevación de los salvajes, hasta sembrar el terror y el pánico entre los habitantes de la casa-hacienda que se preparan para abandonarla. 

Aquí viene oportuno reproducir sin comentario este párrafo del Padre Sala:

“Nada diremos del modo infame como se ejerce la justicia vindicativa por estos mundos; del modo de arrancar a cualquiera de su buen puesto; del modo de hundirla, cuando se ve que prospera un poco; del modo de soplarse su plata, su puesta y su mujer o compañera, cuando la cosa merezca la pena; todo esto es demasiado grave, y querer analizarlo más seria ofender a notabilidades. 

Sucede con frecuencia que un hombre se ha formado un buen platanal una casa, y ha sabido atraerse a su alrededor y servicio algunas familias de chunchas. Todo marcha bien, cuando de repente se sabe que en una borrachera o correría, los chunchos lo han victimado... Apenas ha pasado un mes de luto, cuando ya se emuló oculto ha tomado posesión del lugar, émulo oculto rezar un padre nuestro, por el que lo edificó. Después nos maravillamos de que a este pillo le suceda lo mismo. La viuda, le hermana y demás familiares de Fitzcarrald se retiraron del Mishagua para siempre. 

El cadáver de Fitzcarrald fue enterrado provisionalmente en el Inuya, y dos años después sus familiares y amigos lo trasladaron a Iquitos y le dieron honrosa sepultura en el Cementerio General. Su suegro hizo colocar un mármol en la tumba del explorador con este epitafio: “Carlos Filzcarrald - Murió 5-7-97. Recuerdo de su amigo José Cerdoso da Rosa”. 

LA LEYEYNDA  NEGRA 

Como todo grande hombre, Carlos F. Fitzcarrald tuvo muchos enemigos y envidiosos, los que forjaron malévolamente su leyenda negra. 

Para completar esta verídica biografía, doy relación de los embustes que espíritus protervos urdieron, para desfigurar la limpia y heroica historia del gran cauchero peruano, y para tornarla ingrata a las autoridades de Lima; sin duda con el fin preconcebida de hacerlo tomar preso y, cargado de cadenas, remitirlo para que se pudriese en las cárceles, emulando así la historia de Cristóbal Colón, quien después de descubrir América recibió en pago, de sus Reyes, una cadena vil; o la de Balboa, que pagó con su cabeza la gloria de descubrir el Océano Pacifico. 

La desfigurada historia pretende transformar a Fitzcarrald en un terrible matón, que recorre los departamentos vecinos e Ancash en busca de aventuras y pendencias; de juegas y amonas. Que recibe y da puñaladas, que rapta muchachas y apalea a las autoridades lugareñas, de las que hace mofe y escarnio. 

Que se fuga de la cárcel, que se cambia de nombres y que se interna a las montañas, donde, por la astucia y la fuerza de las armas, se proclama Rey de los Campas. 

Sus fieles súbditos lo colman de riquezas y lo llevan al fabuloso Castillo de los incas en el Tonquini, donde el oro cubre las paredes, tal como en el Coricanicha, de los Conquistadores. 

Que, con estas riquezas. Fitzcarrald, convertido en una especie de Conde de Montecristo, se venga de sus enemigos. Es inexorable en sus recónditas venganzas. Vestido de negro o con una cinta de luto, melancólico, más que un cauchero es un personaje siniestro que medita maldades. 

Con una injusticia manifiesta, se le niega la gloria de haber descubierto el Istmo que lleva su nombre. Antes que él dicen que Samanez Ocampo ya sabia la existencia de este varadero, y que un cauchero pobre llamado Leche o Alache, en compañía de un campa, pasó el Istmo con mil trabajas y fatigas y llegó al Metió; navegando río abajo después de muchas peripecias y asechanzas de los mashcas, que en número muy grande habitaban el Manú y el Madre de Dios, llegó hasta los gomales del boliviano Suárez, que mandó encarcelar al viajero, haciéndolo trabajar como esclavo. Que Leche falleció a consecuencia de las torturas sufridas, pues el régimen esclavista impuesto por el boliviano Suárez era feroz, y que los pobres caucheros peruanos sucumbían a los “huascazos” que les daban, mientras los verdugos les gritaban, riendo: “Tomá, piruanito”. 

Según respetables autores Fitzcarrald tuvo noticias del Istmo en 1890, y el viaje de Alache, según Stiglich, se realizó meses entes que bajera la “Contamana”; pero que Fitzcarrald ignoraba el caso y jamás creyó que alguien le hubiera arrebatada la gloria de ser el descubridor. 

Sobre la exploración de Samanez Ocampo dice Larrabure: “Sin desconocer el mérito de Fitzcarrald como descubridor del varadero que justamente lleva su nombre, debe recordarse que con anterioridad a este descubrimiento, el año 1884, el señor J. B. Samanez Ocampo, explorador de los ríos Tambo, Ucayali y Urubamba, habla sentado a la presunción de la existencia de una vía que comunica directamente las cabeceras de uno de los afluentes del Urubamba con el Manú o río del Cambete, como lo llamó en el año 1861 el malogrado expedicionario don Faustino Maldonado”. 

También se le niega a Fitzcarrald el descubrimiento de los varaderos entre el Sepahua y el Purús: si bien Collazos descubrió este varadero, fue la expedición planeada y financiada por Fitzcarrald la que envió, no sólo esta comisión, sino otras muchas, como la de Luis Aguilar, para el estudio de la quebrada de Sahuinto. Estas expediciones quedaran paralizadas con su muerte. 

Se ha querido desvirtuar la fundación de Puerto Maldonado por el gran cauchero peruano, haciendo aparecer que fue fundada por encargo oficial, y que su primer vecino fue don Mariano Galdos. 

Como queda dicho, Fitzcarrald fue el primero en señalar la desembocadura del Tambopata, como el lugar donde debería levantarse Puerto Maldonado, habiendo dejado grabado en un tronco el nombre del desgraciado explorador. Galdos estuvo presente en ese acto, y posiblemente fue su primer vecino. 

Ha sido explotada la crueldad de Fitzcarrald, en sus batallas con los irreductibles mashcos, por haber matado a más de trescientos, quemado sus casas y sembríos y hundida sus numerosas Ilotas de canoas. Todos los auto¬res están de acuerdo en que estos indios eren ¡os dueñ3s y señores del Manú y del Madre de Dios; los más feroces y valientes, llenos de soberbia y astucia, eran enemigos declarados de los blancos, a quienes menospreciaban, y si sentían algún respeto era por los negros, que creían fueran diablas a brujos. 

Los mashcos preparaban palizadas para ensartar a los enemigos, y trincheras disfrazadas con enredaderas, construidas en les márgenes de los ríos, para flechar, emboscados comodamente, a las canoas que surcaban el río. Así asesinaron a muchos peones de Fitzcarrald, y a él mismo lo hirieron, pues en uno de sus viajes, al pasar por un río y ver algunos mashcos, al gritarles él: Amigos, Amigas, enseñándoles unos cuchillos y hachas pera obsequiarles, los soberbios mashcos, a pesar de haber contestado también “Amigo, Amigo”, le dispararon sus flechas con toda descortesía, hiriéndole. Fitzcarrald, en nombre de la civilización, les declaró la guerra, y sus batallas no estuvieron manchadas con traiciones ni crímenes, sino que se dieron lealmente, pudiendo más el que el número y coraje de los infieles, los que heroísmo y las armes de fuego de los blancos, se retiraron del rio Manú. 

Fitzcarrald colonizó todo este río, poblándolo totalmente; se formaron puestos en toda su extensión; se hicieron chácaras, grandes caminos, varaderos, casas, tambos, barracas, de manera que, diez años después de estos sucesos, a cada paso se encontraban los beneficios de la colonización, consistentes en chácaras de plátanos, de muchas variedades, limones, naranjas y granadillas. 

Rindamos también tributo al valor indomable de los mashcos, que defendieron bravamente su independencia y su territorio, sus costumbres y sus dioses. Sus príncipes, llenas de cicatrices gloriosas, supieron sucumbir como paladines al frente de sus huestes, cayendo heroicamente bajo el plomo de la Ley civilizadora.

 Se quiere hacer aparecer a Fitzcarrald cargando con todos los pecados de los caucheros, que pasaron por la selva como un huracán, dejando sólo muerte y desolación. Femando Romero, en sus 12 novelas de la selva, dice: “Los caucheros iban arrastrados por un estímulo y una emoción: el logro de la riqueza. No se detuvieron ante nada. Cuando fue preciso destruir lo hicieron. Crearon en otras oportunidades. Lucha feroz de hombres valientes y ambiciosos, contra la naturaleza y entre si.” 

“La época de explotación del caucha determinó la más profunda transformación moral y material de Oriente. Sería muy difícil hacer un balance de la obra de los caucheros”. 

EL REY DEL CAUCHO 

De su leyenda negra no sólo nacieron calificativos como “Rey del Caucho” y “Señor Feudal del Ucayali” que dieron sus contempo¬ráneos a Fitzcarrald, sino las expresiones “Soberano del Oriente” y “Presidente de la República Amazónica”. 

Se acusa a Fitzcarrald, entre otras cosas, los siguientes delitos contra la soberanía del Estado: haber levantada fortalezas estratégicas en el Unini, donde mantenía como su ejecutor y ministro al campa Venencia Atahuallpa, al mando de un fuerte destacamento de indios armados, que le obedecían ciegamente y con fanatismo religioso, en todas sus correrías en busca de peones aborígenes, o del sometimiento de caucheros blancos. 

Que en el río Manú había levantado otro castillo al mando de un Curaca Piro, que le servían con el mismo celo y fanatismo. Que hacía justicia por su mano, que no recurría a les autoridades oficiales del Gobierno, en sus pleitos y disputas con otros caucheros. 

Que efectuó su descubrimiento sin orden ni permiso de las autoridades de Lima. Sobre este punto hago mención de mi escrito publicado en la revista “Ensayo” de Huaraz (Julio 1937): “Esta cita no encierra una censura, es más bien una observación sobre la realidad política del Oriente peruano, en esa época; sólo en Iquitos había autoridades y guarnición militar, en los demás puntos de nuestra selva no había más ley que la carabina del cauchero o la flecha del campa. 

Si Fitzcarrald hubiera pedido la venia o protección del Gobierno Central o de las autoridades politices del Amazonas para realizar sus operaciones hasta la fecha no se hubiera descubierto el Istmo. Los hombres de la talla de Don Carlos Fernando se arrogan el derecho que Hernán Cortés se tomó al desobedecer al Gobernador Diego Velásquez y hacerse a la vela para conquistar Méjico, o tienen el gesto soberbio de Francisco Pizarro en la Isla del Galio, negándose a cumplir las ordenes del Gobernador de Panamá. 

El poderío de Fitzcarrald en el Ucayali y el Madre de Dios fue más grande que el que tuvo luego su amigo Arana en el Putumayo; sólo que con le heroica muerte de Fitzcarrald se agigantó su figura hasta la leyenda dorada y magnífica, mientras la celebridad de Arana iba haciéndose sombría con los supuestos crímenes del Putumayo, que sensacionalmente fue explotada por un aventurero internacional, e ingenuamente recogió un probo funcionario judicial peruano, que quiso dárselas de Bartolomé de las Casas, sin pensar en que la hipócrita Europa, de negra historia con más crímenes y sangre que la historie de los otros continentes, formara aspavientos y escándalos con las nuevas del Putumayo, pidiendo una intervención europea en el Oriente peruano.” 

A Fitzcarrald no se le acusa de haber llegado a los extremos y excesos a que llegó su amigo, y podernos decir teniente, Arana; pero una acusación más grave y terrible se le imputa: la de disponer de los territorios de la República como si fuesen su propiedad particular. 

El oficial de marina Germán Stiglich recogió de los labios de un cauchero, enemigo de Fitzcarrald, la siguiente versión: 

“La lancha “Contamana” fue forrada en maderos al pasar el Istmo; para que no se rodase el casco, pero, como era una lancha vieja y malograda, no navegó ayudada con su máquina, sino que, advertido en las cercanías de les barracas del Carmen, con mucho aparato, hizo levantar vapor, para lograr vender ese “gran hueso”. 

“Una vez logrado su objeto, Fitzcarrald se apresuró a regresar por la misma vía. Suárez, al hundirse la “Contamana”, fue tras del vendedor, y. después de varias peripecias y naufragios, logró darle alcance en la quebrada de Sahuinto, arriba del río Manú. El cauchero boliviano, que, bajo el amparo de sus barracas, se negó e formar compañía con Fitzcarrald, ahora intimidado y humiliado, tuvo que firmar la escritura de la formación de la Sociedad, y hasta un tratado de límites, escritura en la que Fitzcarrald daba a Suárez, como una compensación, los beneficios de las caucheras del Madre de Dios. Es inadmisible que Fitzcarrald, teniendo en sus manos al humillado Suárez, le cediese los rendimientos de las caucheras del río que había descubierto, y menos como una recompense por el hundimiento de la “Contamana”, puesto que la operación de venta fue perfectamente comercial, sin que hubiera mediado dolo o engaño. 

El Madre de Dios, mientras vivió Fitzcarrald, fue controlado por los caucheros peruanos a la muerte del gran conductor su socio Suárez pretendió adueñarse de esos territorios, sin conseguirlo. 

La más gorda de las acusaciones es la muy peregrina que copio: “Llegó a tenerse por ahí la idea de que aquel audaz cauchero se había declarado Soberano de la Amazonia; tales eran la magnificencia que desplegaba en sus actos, y el boato y corte que gastaba. No era un Rey del Caucho, el estilo del Rey del Petróleo o de otros reyes de la industria norteamericana; Fitzcarrald procedía como un verdadero Soberano en los ríos Ucayali y Madre de Dios. Su émulo, el sanguinario Suárez, se te había humillado, y el intrigante Vaca Diez, hombre de una ambición sin límites, le propuso el establecimiento de una República independiente que se formaría con el N. O. de Bolivia y el O. peruano, a lo que accedió finalmente Fitzcarrald. El oro del fundador de la Colonia del Ortón llegó hasta corromper al genio del trabajo y de la acción. Los millones ganados tan vertiginosamente en el caucho trastornaron a estos dos hombres honrados, hasta convertirlos en desmembradores de sus patrias.... 

Cuando se encaminaban a dar el golpe, respaldados por un numeroso ejército y apoyados por algunas potencias extranjeras, encontrándose en la cubierta de su lancha de guerra “El Adolfito”, ebrios de licor y de entusiasmo, jugando a los dados territorios y preeminencias, como si fueran Reyes o Papas de verdad, el alemán Peri hizo hundir el barco, y los dos socios, el hombre brazo Fitzcarrald y el hombre cerebro Vaca Diez, cayeron a las revueltas aguas del Urubamba y perecieron en estrecho abrazo”. 

Esta grave acusación es completamente falsa e injuriosa a la memoria del gran explorador. Fue propalada pera echar tierra sobre el cobarde asesinato de Delfín Fitzcarrald, y dejar a los autores del delito completamente impunes. Con las calumnias propaladas se hacía variar la justicia. El sentimiento patriótico de los jueces tendría que justificar la muerte de don Carlos Fernando y el asesinato de sus hermanos. En Bolivia tampoco creyeron la doblez del Senador por el Departamento del Beni, y, al saberse su muerte, una nueva provincia recibió el nombre de Vaca Diez. 

Cuando se propagaron estos rumores, la cuestión de limites con Bolivia se encontraba en un momento álgido y a punto de ir a la guerra, y la maladicencia, sólo porque Fitzcarrald se asoció con dos caucheros bolivianos y uno brasilero, le dio un tinte de conjuración internacional. 

En fin, para desvanecer toda duda acerca de la verdadera personalidad moral de Carlos Fernando Fitzcarrald, viene en nuestra ayuda una reciente opinión del circunspecto historiador ancashino doctor Augusto Soriano Infante, cuyo es el fragmento que insertamos: Los sentimientos de Carlos Fermín eren nobles y delicados. Recuérdase que desde su infancia gustaba de socorrer con dinero, ropas o alimentos a las gentes menesterosas, e veces hasta oculto de sus padres. De temperamento atlético, caracterizóse por su gran fuerza física, pues se refiere que en cierta ocasión ganó una apuesta con sus amigos levantando en peso un saco de 14 arrobas de café. De carácter serio, era severo con los delincuentes y caritativo y noble con los necesitados; fue querido y admirado, a punto de ser considerado como un semidios por los salvajes”. 

NOTAS FINALES 

La familia de Fitzcarrald se estableció provisionalmente en Iquitos. La viuda del explorador, doña Aurora Velazco, oriunda de Moyobamba, a la vez que muy hermosa, era muy inteligente y enérgica. Extremaba su cariño con su inconsolable hermana política, ofreciendo llevarla a Francia, para que disipare el gran dolor que le había producido le muerte de sus más queridos familiares; pero la aflicción de Edelmira era tal que todo lo veía bajo el signo de le tristeza. Había realizado un viaje tan largo y peligroso en busca de sus hermanos, y sólo había encontrado la desolación y la muerte. No pudiendo resistir a este dolor y desamparo, sólo la dominó la idea fija de volver; la vuelta inmediata a su serranía nativa, bella tierra acogedora, con perfume de trigo y balido de ovejas, a su vieja casa de adobe, donde estaba presente el recuerdo de sus amados padres. 

Doña Aurora hacia lo posible por distraer a la pequeña Edelmira, nombre que también llevaba la última de sus hijitas, pero, viendo que la cuñada se agravaba en su inconsolable dolor, resolvió enviarle a su tierra nativa. Fletó la lancha “Ida” y Edelmira partió, acompañada de su criada y un familiar. Llegaron con felicidad al Mairo y luego a Huánuco, donde el hermano menor, Fernando Fitzcarrald, fue a recibirla y llevarla, con la bendición de Dios, a su casona de San Luis, a la linda tierra querida, de la que no pienso ya separarse. De la montaña sólo trajo el retrato enlutado de sus hermanos y volvió con la imagen milagrosa de la Virgen del P. S. 

La viuda de Fitzcarrald se fue a Francia a recoger a sus hijos, y, encontrándose en dificultades económicas, abrió en París un hotel, donde se hospedaron todos los acaudalados caucheros, que en la dorada época del Oro Negro iban continuamente a Europa. Sus hijos varones, Federico y José, se educaron en Francia, y ya hombres volvieron a Loreto, a reclamar los bienes de su padre. Pero en el Mishagua tuvieron serias dificultades con Pancho Vargas y se vieron obligados a refugiarse en Bolivia, trabajando algún tiempo en la casa comercial de Nicolás Suárez. 

Según Zacarías Valdez, Fitzcarrald, además de sus hijos legítimos, tuvo antes de su matrimonio una hija, en el pueblo de Orellana (Ucayali), cuya madre fue doña Baltasara Arévelo y Villasis. 

El único de los Fitzcarrald que quedó en la selva fue Lorenzo, trabajando muy modestamente en lo que antes fue la reyecía de su poderoso hermano. Con muchos sudores y fatigas logró ahorrar algunos cientos de libras esterlinas y. en 1905, pretendió salir de la montaña. El terrible embrujo de la selva se conjuraba para no dejarlo volver. La mariposa negra de ¡a muerte lo perseguía. Lleno de superstición y miedo, apresuraba el viaje, que se hacia cada vez más largo y dificultoso. Cuando salió de los lindes de los bosques se creyó salvado, pero al llegar a Huamalies, casi a las puertas de San Luis, una partida de bandoleros lo atacó en despoblado, y, como se defendiera, encontró la muerte. Cuando Fernando salió de San Luis en su busca ya no pudo encontrarlo. Los feroces bandidos del Marañon no dejaron rastro. ¡Quién sabe si echaron su cuerpo al río, y sus cenizas volvieron a la selva terrible que lo reclamaba! 

Lorenzo era el más bajo de todos los hermanos, pero el más parecido físicamente a Carlos. Edelmira vive actualmente en San Luis, en compañía de su hermana Rosalia, viuda de Cordts, quien recuerda con mayor precisión los detalles de la gran aventura de sus hermanos en la conquista de la selva. 

Fernando murió en Lima, el año 1939, y no castellanizó su apellido, pues firmaba siempre Fitzgerald, como sus antepasados. 

Para dar término a esta historia referiré un hecho muy curioso y que se refiere a Fitzcarrald. 

En los primeros días del mes de Junio de 1940, los aviadores capitán Luis Conterno y el teniente Voito Elmore, haciendo viajes de exploración en el río Manú, pudieron descubrir desde el aire un caserío en la desembocadura del río Pinquen, que creyeron habitado por salvajes campas. o piros, estos últimos muy temibles, pues en 1911 asesinaron al cauchero Carlos Sharff, junto con todos sus empleados. Los valientes aviadores peruanos acuatizaron en el río Pinquen, y cuando suponían que iban a encontrarse frente a una partida de salvajes, con el asombro consiguiente, se vieron rodeados de hombres blancos civilizados, que los acogieron jubilosamente. 

El Jefe de los colonos, un anciano cauchero como de 70 años de edad, cuyo nombre no dan los diarios, manifestó a los asombrados aviadores que el caserío perdido, habitado por blancos quedó aislado del mundo por más de un cuarto de siglo, al producirse el derrumbe de la industria cauchera, que culminó con la crisis amazónica de 1915. La colonia fundada por Carlos F. Fitzcarrald no pudo dirigirse a Puerto Maldonado, por temor a los feroces mashcos, que habitan y controlan la zona que debían recorrer, ni represar a Iquitos, porque con la sublevación de los salvajes quedó cerrado para el tránsito el Istmo de Fitzcarrald.

Aquellos postreros compañeros del gran explorador peruano pudieron subsistir formando una célula económica y social perdida en la selva y sin el menor contacto con la civilización. 

La caza y la pesca les proporcionaban alimentos, pero, siguiendo los consejos de su inolvidable jefe, cultivaron parcelas de tierra, aprovechando los frutos y el aceite de la castaña, y con el algodón nativo confeccionaron sus toscas pero cómodas vestimentas. Las aves de corral que tenían desde el comienzo se reprodujeron con facilidad, y hoy contaban con grandes y bien provistos gallineros. 

Los colonos del caserío perdido del Pinquen pusieron en práctica el cooperativismo agrario, sistema que funcionó con toda eficacia, reinando un ambiente de tranquilidad y comprensión. 

Los antiguos caucheros se unieron a las mujeres de la tribu de los piros, formando familias, que siguieron observando fielmente las normas esenciales de los seres civilizados. 

Nombraron como autoridad al más anciano de los caucheros, que en la actualidad Irisaba en los 70 años, pero mantenía intactas sus facultades y era tronco de la más numerosa familia. Aquel jefe de los colonos había llegado a esa Zona, por la vía del Istmo, hacia unos 45 años, cuando Fitzcarrald empleaba la ruta para sus comunicaciones con Iquitos. 

Los piros, unidos por el lazo del parentesco a los blancos conviven con ellos pacíficamente e imitan las costumbres civilizadas. Han aportado no sólo el concurso de sus brazos sino el de los secretos milenarios de la tribu. Curan sus dolencias recurriendo a hierbas; sirven de remeros y mitayos, y están prontos a aceptar la jefatura de los blancos, para repeler los ataques de los irreductibles mashcos, que guardan con los civilizados, glaciales relaciones sin mezclarse con ellos y en hostil observación. 

La quebrada en que se halla establecido el caserío es muy extensa y ubérrima; existen fuentes termales de temperatura elevada, vetas de sal de tierra y manchales de caucho, castaña y cascarilla y otras maderas finas. 

Los aviadores profundamente extrañados, oían los relatos novelescos, con la impresión de estar con “personajes escapados de alguna novela de Wells”. No tenían los colonos la menor noticia de lo acontecido en el mundo desde el año 1914, ni de los acontecimientos de nuestra patria. Los aviadores, en largas conferencias, hicieron conocer la historia del Perú actual y las noticias extranjeras más saltantes. Los habitantes del caserío perdido se mostraron ávidos y asombrados, no de los sucesos mundiales, sino de los descubrimientos científicos. El Radio, la televisión, el cine sonoro, el avión, fueron para ellos las conquistas más grandes logradas por el cerebro humano en estos últimos 25 años. 

Cuando los aviadores sintonizaron el radio del hidroplano y se escuchó nítidamente la sonora voz de un locutor limeño los colonos prorrumpieron en vivas al Perú y dieron gracias a Dios por haberlos devuelto a la civilización. 

ENVIO: Al viejo cauchero del caserío Perdido del Río Pinquen, postrer compañero de Carlos Fernando Fitzcarrald, dedico sentimentalmente este libro, que escribo en homenaje al IV Centenario del Descubrimiento español del Río Amazonas. 

Lima, año 1942.

E.R.

 Nota: Téngase por no escrito en la página 8. línea 18, lo siguiente: “El Dr. Santiago Pérez Figuerola regentaba este centro de educación”, por no haber comprobado la veracidad del dato.

1 comentario:

Ernesto dijo...

Hola,

Me pareció muy interesante el artículo acerca del trabajo de mi tio Ernesto. La biblioteca de Huarmey lleva su nombre, pero me gustarías que hagas historia acerca de personajes com mi padre Juan Artemio Reyna, fundador de la camra de comercio de Huaraz, 3 veces alcalde,fundador del primer teatro de Huraz el teatro princesa, y creador de Palmira (asi bautizó a este paraje donde decidió vivir).

Mil Gracias
Ernesto D. Reyna Peñaranda
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