Del señorio de los rios de Ancash
MIS PRIMEROS COLOQUIOS CON HUARAZ
ANEXO IV
Tomado de las memorias de Julio Olivera
La nostalgia me rinde como melancólica añoranza me invade sin cesar. Mis ojos impávidos escrutan los confines lejanos de Huaraz , donde arrobé auroras fúlgidas y vésperos plácidos. ¡Que idilio!. En pleno vértigo extraño y en medio de una apostasía lírica reinante, forjé un poema inmortal. Sin temor, sin embarazo, con la naturalidad de lo espontáneo y lo ineluctable del sino, nos dimos a una pasión deliciosa. Teníamos para este grande amor tesoros ocultos, maravillosa historia y un tesón pertinaz. Nuestra ternura y ardor venían de muy atrás, databan de más allá de nuestros primeros coloquios, en el génesis o en el éter, en el avatar o en la concreción: dos partículas de vida insurgían en demanda de simpatía y afinidad. Sintonizaron nuestras almas y la melodía del amor brotó a raudales. Y aquél amor fue como un himno de primavera, tierno, soñador y suavemente inquieto. La magia y el embrujo nos sumió en un sueño edénico y ausentes de la realidad nos dimos a la ilusión, nos retomamos en las alas de a fantasía y nos perdimos en los mirajes oplascentes de un cielo especular. Nuestras cartas urdieron la promesa del encuentro y volcaron su angustia y reclamo en tonos doloridos e impetuosos.
La lejanía y el tiempo se conjuraron contra nosotros. La timidez de Alicia Nicole dió pábulo a ello. Entonces mi alma deambuló: rodó sin cesar y sin piedad. Perdí la fe. En un mundo sin Dios ni ateismo. Llegué hasta la soberbia.
Cayeron al peso de mi orgullo todos mis ídolos. Iconoclasta, sin cielos para los dioses, sin altares para la divinidad. Ángel rebelde, viviendo solo para la imposibilidad de acabar, me abandoné a un panteísmo nihilista erigiendo una filosofía para justificar mi destino.
Hay un requerimiento de la naturaleza, un alma telúrica de la tierra, que exige a la ilusión una parte de realidad: ahí donde se concibe el ideal ahí debe plasmarse.
Yo no sé si algún genio oculto en mi amasó mis ideas con las maravillas de las auroras y ocasos de ésos paisajes huarasinos y tomó de su cielo y campiña la pureza y el verdor primaveral o si la mano de un hada que me hubiera acariciado en mi regazo pasó por la pradera esparciendo sus encantos, yo no sé. Pero siento que entre yo y el paisaje hay una eterna comunión.
Sin esta metafísica del amor y del paisaje que tienen tanto poder de sugestión y de poderío que hacen que todas las cosas se traduzcan en todos los idiomas de mí ser y los ademanes de mi vida, no podría hacer estas reflexiones.
Creo que de no estar yo enamorado del amor me reiría de mi violencia y de mi obcecación, hasta me asaltaría la duda de que mi afluencia pasional no fuera sino la euforia de un egoísmo.
Todo ditirambo en el amor es una necedad que denuncia su vulgaridad y futilidad. El amor dulce y puro no necesita adornarse ni que a cada hora se predique. La ternura es más íntima cuando es menos afectada y es más perdurable por recatada que por decantada. El juramento diario hace prosaico el acto y suele ser moneda falsa que hasta las más incautas desechan de la circulación.
He callado cuando voces atronadoras pugnaban por hacerse escuchar. Solo el silencio y la esperanza-tesoros de melodía y ternura – han sido las únicas panaceas de mi alma. De no ser rudo y frágil cuántas lecciones de mesura y ponderación habría aprendido en la soledad y cuánta sabiduría hubiera escuchado de aquella virtud teológica.
Por fortuna existen sitios y seres para demostrar que todavía la mujer es el eje sobre el cual gira la felicidad del hombre y sin cuya imagen la misma belleza perdería su sentido y el amor su objetivo.
La distancia y el tiempo dan al amor un título de nobleza y mayores fuerzas de incitación. Ganar la distancia o hacer que retroceda el horizonte para admirar a la amada no es alegría profunda y obra de milagro? El tiempo y la distancia dan su inmensidad al amor puro, a su vista el universo se dilata y un escenario simbólico aflora en perenne excitación. La distancia es al universo como el tiempo a la historia: paisaje y monumento. El mérito de la distancia es que a su término está la amada transida de inquietud y ternura. El mérito del tiempo es que a su constante se han acrisolado las promesas y se han fundido dos almas.
No recuerdo el nombre del romano que solía decir que nunca se encontraba más acompañado que cuando estaba solo.. Aquél debió tener un alma privilegiada y una fantasía de artista, además saboreó sin duda el plácido dolor de la melancolía. Este mal enferma al corazón pero da al espíritu una aureola de mártir y un consuelo agradable. La melancolía es la flor de la felicidad. Flor nostálgica que busca la esperanza y el amor como supremos tesoros de salud.
Los que hemos visto sobrevenir a la melancolía sabemos el placer que brota de una alma convaleciente que reclina su frente en el pecho de la amada.
La melancolía es una enfermedad de linaje blasonado, ataca solo a las almas nobles. Acampa y reina en la aristocracia sentimental.
Aparece la melancolía de un exceso de amor o de un amor incomprendido, algo así como un lampo de felicidad y una gota de amargura son el fondo del mal. El cuadro ofrece un horizonte infinito satinado de rosa thé y animado del tono nostálgico de los ocasos marinos. La melancolía tiene su paisaje. Los lirios blancos anidan ternuras inexpresadas en los valles y esperan con su toca de novias al amado ausente que no vendrá. Los helechos se empinan en asecho del bien que a su vera le ha de brindar su cariño; la violeta apura sus fragancias en la esperanza de que su perfume ha de concitar la curiosidad que la descubra bajo la enramada y la alondra da su allegro matutino en la confianza de que nadie se le ha anticipado y en la tenue esperanza de que el somnoliento amado lo escuche.. Tiene la melancolía su cielo empalidecido por los suspiros, nublado por la congoja y rematado por un combo azul-blanco y especular; tiene su poesía peculiar y su música propia. Tiene su filosofía y tiene una fisonomía misteriosa bañada como con jajos de luna y destellos de aurora. Mal tan dulce no debería ser curado.
Sin embargo los que sufrimos de él tendemos las manos en busca de la panacea que es el ser amado, volvemos la vista a la soledad y el campo que es el ambiente y el alcanzar del corazón herido. La soledad con su arrullo melancólico mece al alma, el campo con su majestuoso espectáculo lo embelesa y ambos dos lo transportan al mundo de la ilusión, donde la imagen de la amada está en plena oración. Feliz el amante que puede desahogar sus tormentos con el llanto.
Cuántos traumatismos o deformaciones interiores se evitarían si todos los hombres pudieran vaciar en sus lágrimas la amargura que los corroe. Una tempestad en el mundo sidéreo del alma cuántos estragos ocasionarían si una lágrima no la condensara en roció apacible.
Las lágrimas se cuajan como perlas y toman su perfume de aquella flor del amor llamada la melancolía. Entonces una lágrima se hace bella y tiene el encanto de lo inefable y lo sublime del consuelo. Quién no ha llorado no conoce la elocuencia del amor ni la dulzura del consuelo. El amor como todo lo noble y grande tiene que alimentarse del dolor y extraer de él su tenacidad y firmeza, su lenguaje y su música. El llanto es el verbo de amor y la música su expresión rítmica. Sin ellos no puede haber grande amor o todo amor noble está destinado a descender a la vulgaridad y perderse en la promiscuidad anónima de los amoríos de trastienda.
Cuando las lágrimas no vienen a orear el rostro febricitante del enamorado, un llanto interno se desencadena haciendo gemir el alma como un mártir y bullir al corazón como un caldero. Sucede entonces lo horrible, el dolor y la amargura se exacerban, hincan, desgarran, corroen y se convulsionan en el silencio sin que una mano piadosa o enamorada llegue a enjugar aquel llanto espiritual que ciega la vista y quema el rostro del alma. El llanto sin lágrimas es el más cruento, obra como un vendaval y arrasa inmisericorde como el fuego que arroja lavas o como el cierzo que congela, pero como si todo eso no fuera sino un fecundizante o un fermento brota en el espíritu una flor de esperanza y aflora a la fisonomía el perfume del consuelo y la sonrisa del amor.
Una lágrima en los ojos de una mujer enamorada es una joya inapreciable y un tesoro poético que deslumbra y subyuga; en los de un hombre, es un título de nobleza y de hidalguía que convence. La fe de los amantes no tiene más pura fuente que el manantial de un llanto sincero.
La constancia a través de tan variadas mutaciones de la vida es un don que rebalsa los estrechos moldes de la virtud. El alma de la virtud es la bondad y la bondad cubre con su manto de bien y dulzura a las acciones humanas haciéndonos ver las cosas como a través de un calidoscopio. El alma de la constancia es el amor. Sin este substractum? Qué sería de la constancia al que la realidad la acicatea diariamente mostrándole a cada paso la faz del engaño y del olvido? El amor da a la constancia un poder de providencia y misericordia. Sin ello surgiría el odio y devendría la indiferencia. Así como la virtud sin la bondad es una palabra vacía, la constancia sin el amor es una idea estéril y como toda esterilidad condenable y abominable.
La flor y nata del placer está en la pregustación, es saborear el goce en cuanto insinúa y sugiere y no en cuanto satisface. El verdadero amor es como el artista que es más feliz que cuando concibe que cuando crea y gusta más de las emociones precedentes al placer que siempre están muñidas de pudor angélico y de efusión mística. La fantasía y la imaginación con su incitación y vuelo dan al presentimiento del goce una espiritualidad majestuosa jamás superada por la realidad.
En la antecámara del placer reside todo el encanto de la dulzura. Es aquí donde un juego de ilusión y de visión decoran el cuadro y ofrecen un lujo soberbio que magnífica y sublima y que haces más querido el conato y el presentimiento y más bello el paroxismo.. El arte y la belleza que busca todo gusto refinado están allí, es el palacio mágico donde el placer se idealiza y vitaliza.
Ya el galanteo es premonitorio de grandes dichas. El floreo locuaz rebota inteligente y voluptuoso encendiendo la pasión amorosa. La cortesía elegante y fina del ingenio concita la gracia y provoca una delicia primorosa que insensiblemente abre las puertas del corazón y da paso al brote de una lascivia disimulada al que la lisonja y la gracia disimulan y añaden fascinación. Todo encanto de la seducción está en la delicadeza de la galantería. Es el arte del amor. Sucede como en la música clásica donde todo el portento armónico está en el preludio que irrumpe estremeciendo el alma y transportándolo a un exótico cenador acústico donde la melodía sugiere y obra milagros. Poco da el fondo de la partitura. Es como en el sol que es más grandioso el espectáculo cuando alborea en la aurora que cuando posa en el cenit. Y nada más obvio que su explicación: todo lo que exalta la imaginación va más allá de todo lo que ofrece la realidad. En lo que primero el anhelo es infinito e insaciable y en lo otro la experiencia es limitada. Y es que lo mejor y lo bueno no esta siempre en lo que tenemos y aprendemos sino en lo que ambicionamos y perseguimos: lo que radica en la esfera de la idealidad y que con su destello nos seduce y atrae. Muchas veces la antecámara del goce es sólo una quimera y es entonces cuando más enardece y más obliga creando una atmósfera de maravillosa expectación y dando lugar a que el ingenio se luzca en el grato lance de procurar el placer y de porfiarlo .
El amor no es un valor de abstracción. No es un tema filosófico, ni se debe ni se puede teorizar sobre él.
Es un axioma sentimental nutrido de emociones puras y crudas y animado de un afecto expresivo y de un afán de placer y satisfacción exigentes y total. Tiene su base en el alma, pero es el los sentidos donde aquella belleza interior florece, resplandece y crea el placer y la felicidad. Vive tanto de la inspiración del alma como de la emoción sensorial. La satisfacción es su sublimación aunque no todo su fin. El amor es como un kaleidoscopio a través del cual el mundo se nos ofrece maravilloso. Estas mismas frases están bañadas no se de que raras fragancias, que fluye al imaginar el rostro paterno y la imaginación me envuelve en un torbellino.
No se como expresar todo lo que el recuerdo sugiere y provoca . Mi léxico y dicción de suyo parvos se entumecen y ofuscan. Los bocetos cuando no se esfuman resultan estrechos y los tintes cuando no manchas empalidecen, se desmayan los tonos y los vocablos disuenan. El ritmo y el acento fugan despavoridos; las frases chirrían como vigas de un edificio que se derrumba. Dónde encontrar el estilo florido y conciso?, la oración silente , el verbo fúlgido, el giro incisivo, la locución mórbida o la expresión sutil e incorpórea?. Mieles y pensamientos divinos deberían ser recogidos en copas griegas y nectarios árabes, cincelados por genios hechizados y en topacios de
Nicole nos cuenta que estos ríos están sobre territorios de los indios Chavinos y Huaylas que poblaron las Andes miles de años atrás y es de rigor oír sus aguas o perderse en su silencio. Ni en los más dulces de sus sueños, se hubiera imaginado lo que le deparaba el destino a toda su vida. Había compadecido a las mujeres cuyos maridos se enamoraban de otras y las dejaban plantadas en la mitad de la vida, con sus niños, sin papá en la casa, sus ilusiones hecha pedazos y mucho más pobres que antes. No, a ella jamás le auguraría el destino algo así.
Pero no se equivocó de medio a medio. Un día cruzó las alturas de las punas y miró en las aguas de estos ríos, reflejado su destino y encontró un viajero errante en medio de su camino quien le habló así:
“Los ríos en Ancash están dispuestos como un quipo incaico. Aquí se refleja el pensamiento de quien los mira y se da cuenta que vive. Es un léxico y su lira: el rumor parlero de sus voces y la sonora melodía de sus notas llenan el paisaje”
En todo el largo del Callejón de Huaylas se extiende el Santa, dando su potente tono cromático. Los demás rios afluyen de él y el conjunto es una orquesta sinfónica de riquísimas partituras.
Las vertientes de Cashapampa, Yanahuanca, Raju-Pallas, Pachacoto y Quesqueyacu cabriolean en
El “Arzobispo” es un río veleidoso. Baja precipitado y sus aguas se escurren como cuchillas. Las curvas de su lecho guardan emboscadas que los malevos aprovechan para el asalto. En sus aledaños un Curaca lascivo, reacio al consejo envenenaba al arzobispo Gonzalo de Ocampo el 19 de diciembre de 1626. El río entra al Santa por entre orillas surcadas de cruces.
El “Mashuán” es un río corto pero caudaloso, sus aguas límpidas se avienten sobre un cause pedregoso y caen como cristales rotos sobre remolinos. Desciende de las lagunas y quebradas de Cashán y Shacsha. El nevado de Jauna le ha dado sus espejos claros y las piedras de su lecho un compass rimado. Entra al Santa con una tremola melodía por entre el sutil y furtivo aroma de las antahuetas.
De Macashca baja el Paris. Es un río generoso y musical. Trae en sus aguas el rumor de las tempestades de sus cumbres y la euforia de sus pagos y cortijos. A su vera cipreses solemnes mecen sus copas melancólicas. El río desciende alegre, luego cauto para acabar torrentoso en el Santa.
En Huarás, está el río Quilcay. A la derecha de la población recibe las aguas del Auqui y Paria que bajan de las lagunas de Cojup, Tullpa-Raju, Mancaruri y Quellg-huanca. El Quilcay es una lira musical y un númen poético. Tiene mito, leyenda e historia. En sus nevados y lagunas genios benignos y maléficos se disputan el destino de los pueblos; y sus aguas son un emporio de felicidad o un reservorio de tragedia. Vegas y campiñas policromas florecen en sus orillas enriquecidas por la tradición bucólica del lugar. Otras veces el aluvión arrasa y siembra la muerte. Con un rumor de aventura e idilio y de color transido el Quilcay entra al Santa llevando su partitura de himno y elegía.
El “Palmira” es un río virgiliano, nace de los vertientes y manantiales de Huanchac y Marián. Sus aguas transportan la albura de sus cumbres nevadas y el escenario pastoral de
El “brioso”, “Mullaca” y “Luena”, son vertientes geórgicas. Tienen el rumor de agro, en sus aguas resuena el “huají”, voz de virilidad y estímulo.
El “Pariahuanca”, es un río reseco. En su cause las piedras hacen canciones tronitantes y acuarelas cósmicas. El “Marcará” es un río de caminantes. A su borde va una mísera senda que le hace aflictiva en la quebrada, anhelante en la puna o invisible en el nevado. Son huellas de una ruta y un destino. El río ha captado la fatiga del caminate y aquella música melancólica que el viajero modula al pasar una encañada. Hay en sus aguas el reflejo atónito de pupilas deslumbradas por la majestad del paisaje nevado. Y en la corriente ejecuta una música telúrica que se hace cortesana en Chancos y Marcará. Ingresa al Santa en tono tremolo de gaitas y en un compás de tango arrabalero.
El “Huanchac”, “Ueucha” y “Chuchún” son ríos de oropel. El hombre ha hurtado sus aguas para el agro carhuasino y hebras de plata se vierten por las quebradas. Una melodía queda de laúd esparce la música de sonatas y las almas arrullan ensueños y romances a su vera sosegada.
El “Buhín” es un río histórico y bravío. Una batalla de
El río “Mancos” es visicolor. Formado por el deshielo de los nevados desciende por la campiña ensanchando su cause y su vida, aromándose por el perfume de las flores de retama y embriagándose en la evocación de los apasionados idilios de Huashcao y Piscuy. En Yánac, el Conde de San Donás vino a vivir un romance y un poema de amor. La real pareja renunció las galas palatinas a cambio del espléndido paisaje. Y floreció un exquisito ensueño principesco orlado de poesía y melodía de ópera. El óleo de la bella princesa, los indígenas de la región heredaron para convertirlo en icono; al presente una cauda de humo y veneración han puesto patina en el lienzo que veneran y ocultan. Y las aguas del río tienen aún las resonancia de los ósculos, el rumor de versos y cantares, el éco de diálogos y coloquios, el escozor de los deseos, el perfil ebúrneo de la belleza de las mujeres que ofrendaron sus tesoros al amor.
Franjas de espumas escarlata bordan y festonan la orilla y por en medio bloques de nieve navegan como cisnes de armiño. El viajero ha dejado su oración al pasar por ;la “barbacoa”, el turista su admiración atónita y los visitantes lugareños su aventura amorosa. Una leyenda de tremola urdiembre da al rio una nota de romance. Es “Maria Josefa”, flor de castidad y símbolo de pureza. Su belleza incitó una pasión fatal. Prefirió el sacrificio a la mansilla y ofrendó su vida como una mártir. El hombre brutal cegó una vida que se negaba al goce malsano de la pasión. Desde entonces en la corriente hay voces lúgubres de deseos insatisfechos que estallan y se ahogan, lamentos que flotan y resuenan en la comarca como admonición y protesta, melodías lúgubres que pontifican el inmemorial de la virgen y que llenan de tribulación al viajero. Una ermita que los pasajeros han improvisado a la vera del camino recoge la oración y el tributo de los transeúntes. El río baja con una nota de soprano por los quinuales, se hace angustiosa en Maria Josefa, pasa galante y decidor por Ranrahirca para entrar al Santa, con su tono de órgano y una melodía de liturgia cósmica.
El “Ancash “es un río exhausto, sus aguas han emigrado y dejado playas desoladas. Los andes jamás vaciaron un aluvión de aquellas proporciones para arrasar un pueblo y barrer la campiña. Una cuenca disforme y un hacinamiento de piedras es la osamenta del río. Algunas hebras de agua destilan su pena y una aflictiva melodía de quena recorre el cause como una elegía de dolor.
Y finalmente está la cascada del Cañón, es una miniatura de catarata. Es un raudo río cascabelero y resonante que baja de las cumbres en saltos gráciles y elásticos de jilguero y con alardes plásticos y acrobáticos de colibrí. Sus aguas cristalinas se cuelgan como luengas laminas de esmalte estucados de diamantes y llevan joyeles troquelados con oriflamas de estrellas y auroras de amaneceres. Es una larga y sutil cuerda de violín que rebota y se tiembla en el traste de malaquita de la montaña. Trina y gorjea, es una música de alondra al amanecer y por la tarde un arrullo de palomas o un efluvio de capullos. El céfiro y la brisa arpegian acordes dulcísimos y el viento y el huracán arrancan voces airadas de flautín que la encañada trasmite al paisaje.
El “Coronguillo” es un filtro de cidras para Yuramarca. La cordillera lo descarga por una pendiente abrupta a la cálida campiña y da a crujir sus aguas en los terrenos pastosos y resecos. Las piedras del río están teñidas de rojo-gris y las espumas de la corriente le prestan su capa de armiño. El río se refunde por entre los frutales y lleva al Santa su aroma enervador.
El “Cuyuchín” es una orquesta. Primero el “Manta” que baja de Huarirca,luego el “Polla” que se precipita de Cuzca, el “Cuyllurón” que resume de Aco, el Taricá´que viene de Urcón y del Champará; el de “Corongo” que viene de Tuctubamba y el río Negro de Ashacush le prestan su embrujo y melodía, su canción y el rico anecdotario de los pueblos y de la puna. Una brisa cálida que comenzando en Pakatqui sube de tono en
El “Santa” es el colector de melodías, un orfeón cósmico, una antología musical con partituras telúricas y folklóricas. Sale del Aguash con una pulcritud de remanso, en Conococha forma su seno lacustre, es hermosa en las ondas y se embriaga en las espirales de los remolinos. Gentil, lleno de donaire y señorío recorre la pampa de Lampas en una cadencia de flautas y clarines. Las garzas han puesto sobre su apostura la semblanza de euritmias impolutas y el ritmo alado de sus vuelos ledos e infinitos. El nevado y la altura dan un cromatismo de acusada posición artística al paisaje musical y discursivo del rio, cuyo dulce andante moderato es premonitorio de excelsos vencimientos melódicos, de giros recónditos, de expresiones luminosas e inauditas. Da saltos de gamo y gorjeos de canario en Utcuyacu y borda las márgenes de Ticapampa y Recuay con voces floridas y allegros traviesos, para entrar con su tono y paso trenzado de danza a los collados huaracinos, donde la música sacude las lentejuelas de los corpiños y hace temblar los senos en una tortura íntima de grandeza airosa y presumida. Por Carhuaz cobra arrobos y deliquios dulcisimos en el valle tibio y acariciador y sus notas de piano van dando paso al tono grave del violín que ofrece el Santa en Yungay, donde la música ganado por el arte se arrebata y angustia en la madurez exacerbada y anhelante de las grandes oblaciones de la naturaleza y de la ópera.
Corre el Santa en un lecho encandilado y entra a Caraz bajo un dombo azul irídico refrescando la égloga virgiliana con los plácidos temas de la sonata. Bajo el influjo de la floresta el Santa se ufana y embriaga de fragancias. En Mate capta de los jazmines, tónicas de perfume para la música. El hechizo sube a lo sublime en el Cañón; la música se deshumaniza y la fantasía abarca partituras metafísicas. La brisa sonora y fluida asume cadencias arrebatadoras, llena de estruendos telúricos y de acordes angélicos. Con una maravillosa maestría el Santa pasa de la melodía pía y tierna del callejón al scherzo susurrante de la encañada. La transición es más sutil en el encanto contrapuesto que ofrece ya el suspiro o el apostrofe, el trueno o la amenaza, la bondad o la ira. Desbordante y tormentoso, con virtudes ascéticas y caprichos histriónicos, rico en las cascadas y cataratas el Santa rebasa a la costa dando a escuchar melodías y rememorando en la lujuria del valle su fanfarria de don Juan criollo, más` atrás laureado conquistador de náyades y vergeles.
Al visitar los andes peruanos, Alicia Nicole, en una aventura de impactante contraste encontró ríos similares al Susquahanna, al Potomac, Hudson, Delaware y Missisipi, ríos de su país y, donde practicar a sus anchas el ecoturismo, el canotaje y el kayac, ya que las reservas del paisaje son maravillosas; un viaje único, personalmente siempre me ha gustado, como dicen de sus pueblitos y ciudades enclavadas en los cerros y bañadas por las aguas caudas de ríos profundos.
Julio Olivera
No hay comentarios:
Publicar un comentario