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lunes, 27 de octubre de 2008

M. Luz Maneiro Iranzo

Nuestro Invitado 

M. Luz Maneiro Iranzo nace en Ferrol, el 3 de abril de 1925. Cursa la carrera de Filosofía y Letras en la Universidad Central de Madrid, especializándose en Filología Moderna (1942-1946). Ejerce su carrera hasta 1953. Ha escrito numerosos cuentos, novelas y poesias.

Fuente:Publicó su obra en Estandarte.com el 15 de junio de 2005.

Nocturno

Yo supe, antes que nadie, que volvía. Lo presentí mucho antes de que la casa se llenara de olor a lejía y a pintura, antes de que se recortaran los mirtos de la entrada y aún antes de que afinaran su piano.

Fue a mí a quien primero vio esperándolo en la puerta. Y sólo yo comprendí lo que ninguno adivinó entonces: su angustia y su miedo.

Lo acompañé cuando lleno de inquietud y cargado de regalos se acercó al lugar donde tenía que estar esperándolo ella.

Pero ella no estaba, se había ido y no volvería nunca, nunca.

Al saberlo, empezó a correr enloquecido por la pena de haberla perdido. Me asusté y lo seguí de cerca.

Bajamos hacia el mar por el acantilado abrupto. Las piedras rodaban a su paso y sonaban como notas de una marcha fúnebre.

- Está loco, está loco, decían.

Temí que quisiera ahogarse y me dije que me lanzaría al mar y moriría con él, si no podía salvarlo.

Las rocas de la orilla frenaron su carrera y desde allí fue arrojando al agua, una a una, las cosas que traía para ella.

Caían los libros abiertos como mariposas muertas, como mariposas muertas.

Guirnaldas de flores y vestidos flotaron en el agua, flotaron en el agua.

Volaban los pañuelos como gaviotas heridas, como gaviotas heridas.

Collares y pulseras se hundieron con brillo de puñales, con brillo de puñales.

Al fin desapareció todo y entonces se rió extrañamente.

- Está loco, está loco, pensé.

Intenté llamar su atención, pero no me vio siquiera. Miraba al mar como si algo desde el fondo lo llamara. Volví a tener miedo por él. Sentí su soledad y su amargura.

Empezó a llamarla a gritos en la noche. Intenté vanamente consolarlo. Lloramos sin lágrimas los dos.

- Está loco, está loco, pensé.

El viento lanzó de pronto una gran ola y pasó ululando a nuestro lado. Hizo gemir los pinos de la orilla y los maizales y los laureles lejanos.

Fue un grito de pena que nos envolvió acompañando la nuestra, como si quisiera decirnos que hay un misterio de dolor que nos alcanza a todos tarde o temprano, sin razones, sin porqués. Que verdaderamente sufrir forma parte de nuestro destino de seres vivos.

Pareció comprender. Se dejó caer en la arena húmeda y lloró entonces desesperadamente.

Yo me acerqué a él y puse mi cabeza sobre su brazo. Me acarició con tristeza. Me acerqué aún más. Hacía frió. Siguió acariciándome sin darse cuenta.

- Está loco, está loco, lamenté.

Pensábamos en ella. Los recordé a los dos, cogidos de la mano, recorriendo la playa en los atardeceres lluviosos del último verano.

Los veía perderse entre las cañas, jugando como niños a encontrarse.

Y en la noche de la larga despedida yo estaba cerca de ellos, sin sospechar este final amargo.

Sollozaba aún cuando salió la luna, que lanzó hasta nosotros un camino plateado sobre el mar. El viento se había calmado y rompían las olas casi sin ruido.

En el silencio sólo susurraban los pinares y los maizales y los laureles.

Descubrimos entonces las estrellas.

Cuando se levantó era ya un hombre nuevo. Se sacudió la arena con cuidado y volvimos a casa lentamente.

En silencio rehicimos el camino del acantilado, intentando no desplazar ninguna piedra. Lo sorprendí mirando hacia atrás, como si algo fuera a darle alcance. La luna, a través de los árboles, dibujaba nuestras sombras en el suelo.

De pronto nos pareció oír el eco de su voz. Esperamos. No. Fue sólo un balido lejano o el batir de las alas de algún pájaro.

Y su olor. A veces nos llegaba su olor y nos parábamos. Era la brisa que venía a través de los pinos y movía los laureles. Era la misma hierba que habíamos pisado. Y seguíamos andando muy despacio.

Llegamos a casa. Estaba la puerta entornada, el fuego encendido, la mesa puesta.

Se acercó al piano abierto todavía y la música lo llenó todo. Yo sabía que aún estaba triste, muy triste.

Me senté a sus pies. Quise decirle que quizá aquella noche había ganado en vez de haber perdido. Que siguiera creyendo y esperando, porque siempre se vuelve a empezar, después de todo. Y la suerte es una flecha que gira y nos alcanza cuando menos se espera.

Pero no se lo dije porque al fin y al cabo yo solo soy su perro.

sábado, 25 de octubre de 2008

Mis pasos por La Región del Marañón en Ancash

De la Novela "María Josefa" que hay en los apuntes de las Memorias de Julio Olivera Oré.    

El Marañón es un río legendario. Más de mil kilómetros de montaña nevada le ofrece su caída nívea. Esa caída que es una visión de brillantes en la cima se desmadeja en hilos de plata, teracea los espejos de las lagunas y hace discurrir arroyos nacarinos por las vertientes . Una melodía de violines da un sabor virgiliano al escenario. Otras veces la tormenta con su azogada borrasca se desencadena como un diluvio y el fragor ronco de la tempestad se esparce como un mugido de fieras. Así se surte al nacer. Más abajo recoge esa música de los ríos tributarios con toda aquella su carga de historia y tradición. En ellos vertidos fueron el esplendor y la gloria de 

Chavín, Pumpa y Yaino con toda la remembranza de sus principales cortesanos y guerreros y la belleza de sus ñustas encantadoras. Pronto se torna caudaloso y su voz broncínea lleva resonancias cósmicas. En el invierno es apocalíptico, lleva en su cauce los huaicos de las quebradas y no pocas veces los bosques y los villorrios de sus orillas. Es un coloso enfurecido, un aquilón impetuoso que se contorsiona como una tromba. Indómito y satánico azota y muerde, da latigazos y ramalazos, desgaja los cerros y se desenfrena como un tropel de potros desbocados veloz y voraz, despiadado e inclemente, con alaridos de dragón vence vallas y acomete la tierra virgen y con un sátiro cuaternario se contorsiona haciendo estremecer la selva con su lujuria demente. Un olor de humos y simiente, de levadura y cieno satura al ambiente. Y tras espasmo y próximo palingenésico el río se recoge a su cauce con toda aquella su carga de follaje y limo emprendiendo imperturbable su viaje al Atlántico.

De vez en cuando el viento estorba al río y le hace rabiar impaciencias, en los saltos y encañadas le hace mugir, en los remansos levanta olas y da a brotar un murmullo sórdido como el eco desvaído de un huracán. Otras veces el viento y el río en endemoniada urdimbre levantan trombas y siembran el terror. Se aquieta, y sobre la corriente apacible una brisa suave damasquina la superficie y la hace tersa, cunde la vena melódica y por doquier de la corriente brotan salmos e himnos, un murmullo de arpegios y sinfonías musicales surca sobre las aguas dando a flotar tonos de gaita o de laúd.

Por el Purhuay el río se ensancha y aquieta. En verano es límpido y terso, el sol le hace transparente, es un espejo bruñido en el que se reflejan el cielo y los celajes. Es una gasa recamada de brillantes o un palio de terciopelo que el céfiro en vaivenes leves hace ondular. Por sobre estas ondas apacibles alguna que otra orquídea navega su belleza nostálgica. Manchas de estambres y capullos de flores de azahar y de duraznos van mecidas en la corriente. Por encima bandadas de mariposas multicolores prestan la decoración de su embrujo. Así, fastuoso y perínclito como un monarca imperial se aleja del Purhuay, donde el oro de las playas, el aroma de los frutales, de la vainilla, del pavo de la canela, del tabaco y de la amapola han embriagado y exacerbado su fantasía.

Para adelante el río prosigue impertérrito y dejando Ancash y Uchupampa regresa al territorio de los Aguarunas, Antipas Huambisas expertos disecadores de pájaros y reducidores de cabezas humanas. Luego entra al cruce de la cordillera uniéndose con el Ucayali que es un mar en la selva baja. El río va al nivel de la tierra conformando islas paradisiacas.Es a mi paso npor estos senderos que empiezo a escribir mi primera nove,la de amor andinol "Maria Josefa", en la que invento nombres y lugares que considero oportunos para el relato, para que no se salgan de la leyenda que se cuentan todos los dias por los paisajes de la Cordiullera Blanca y Negra.

Entrando por la rutas de Yanabamba, Cordorhuasi o Llangama, el viajero desde una altura de más de mil metros ve en el oriente una sucesión infinita de cumbres y de abismos que se cruzan, desde nevados espléndidos, laderas ahítas, caminos vehementes, rutas abruptas, sendas y huellas imprecisas; más abajo lomedales ocres y valles de esmeralda. Una atmósfera especular mantiene el escenario como transverberada de luces Kaleidescópicas. Lo que para el viajero es una cuestión de geografía para el observador más atento o para el artista aquellas estampas de riquísimas variedades y tonalidades son la raíz, y la sabia de una cosmogonía, la fuente del mito y de la magia, la razón, de la religión y del arte. 

Al fondo y tras la línea irídica del horizonte se extiende un mirage de ilusión, es la selva tropical donde están el país del Ambaya o del Dorado, el imperio del Paititi y la tierra de la vainilla y del tabaco. Es decir el reino de la fantasía y la maravilla del universo.

En el espacio de este escenario el cielo es grandioso. Los arreboles de la mañana o de la tarde son hiperbólicos y la vista contempla metáforas de color tintes férricos en ignición volcánica.

En este marco y en aquél fondo arrobador, en la margen izquierda del Marañón esta asentado el Purhuay anexo del distrito de Quichez en el norte de Ancash.

El villorrio en la colonia fue centro próspero de actividades industriales, en puerto para la Montaña. Convergían ahí los mineros de Pataz y Huacrachuco y de la cuenca aledaña del río, especialmente las minas de la quebrada de Actuy y de Acobamba. Era el mercado de transacción del oro. Españoles y portugueses establecieron el primitivo campamento minero, sus sucesores lo remozaron y construyeron para su comodidad solares y para la peonada rancherías de madera o de caña.

Había sólo una calle y a ambos lados estaban ubicados los establecimientos de comercio o las moradas de los principales con sus huertos.

Más abajo, en la desembocadura del Actuy habían más campamentos mineros para los obreros de la mina "Huamán" en especial y de los aledaños de Chingalpo y Acobamba.

En el río una multitud de canoas y balsas flotaban pendiente de sus amarras. No faltaron gabinetes de recreo armado sobre las balsas, eran como el refinamiento de lujo exótico. El río entonces era un remanso y daba la sensación de un basto lago, casi inmóvil, era un río acogedor. En sus playas se recogía el oro que los huaicos de las quebradas volcaran sobre ella. Las arenas del Purhuay eran como las arenas de oro de la fábula.

En este villorrio se dieron cita el destino aventurero y aguerrido de hombres osados, acicateados por la ambición de la riqueza y la codicia del oro, no les amedrentó la insalubridad del trópico ni las hecatombes telúricas.

Aparte del menester minero la vida social se reducía a cierta actividad familiar constituida por las clases dirigentes. El comercio del oro hizo próspera la dilación de aquellas familias. Muchas de ellas tenían sus casas en Quichez situado en la parte alta del Purhuay.

Aquél villorrio azotado por los sismos, por los aluviones y huaicos, fue constantemente destruido y constantemente reedificado. Al presente es un puerto fluvial, melancólico y despoblado, vive más de la evocación que de la acción. En las ruinas de aquel villorrio están los testimonios de sus grandeza y de su historia.

Ligado íntimamente al villorrio está el río Marañón. El río era la providencia de la zona. La carga de su limo cubría las playas con el oro de la ruta y en sus aguas los balseros aprendieron a luchar con las fuerzas de la naturaleza.

En éste villorrio germinó un poema de amor tan lleno de rubor y tan inocente que los propios protagonistas lo ignoraron mientras estuvieron juntos. La distancia, al uno le llegó de melancolía y comprendió que era el corazón el que hacía su reclamo; a la otra, la revelación del amor le llegó cuando la muerte le había arrebatado su prenda. Este poema que más pareciera un ensueño o una sonata lírica germinó en aquel escenario maravilloso. Los protagonistas que tanto se amaron no vieron ni el privilegio del coloquio, ni el arrobo de una mirada. Fue un amor angélico, casi irreal o algo así como solo la fragancia de un perfume lejano.

Más de mil obreros albergados en la aldea ofrecían su animación inusitada de gente alegre. Los domingos o feriados, los que no alcanzaban a Quichez o pasar a Vichus se divertían en los tambos y cantinas del Purhuay. Surtidos los bares y sabrosas las causas no había nada más halagador que buscar un refrigerio en ellos. El tambo de doña Herminia cobró fama por su elegancia y exquisitez. En ellos para su respaldo y prosperidad fue menester tener mozos de temple a prueba de fulleros y trampistas. En los demás bares el orden era cuestión de los propietarios o de la gobernación local, casi siempre débil y tolerante. De aquí las bataholas que se suscitaban y la celebridad que alcanzaron algunos malandrines en aquellas báquicas orgías.

Por muchos años no se olvidó la fama de dos taberneros zafios y redomados, expertos en frivolidades y truhanerías. fueron ellos el "Nato" Luis y el "Zambo" Campomanes.

Ambos advenedizos que hubieron llegado a probar fortuna en los cubiletes y juego de azar. Ellos montaron una taberna que llamaron "El dorado" e inventaron la "Lluvia de la Artesa". De un túnel acondicionando en lo alto de la taberna bajaba una lluvia de vino sobre la desnudez de las bayaderas que de pie dentro de las artesas ejecutaban cadencias al son de una música lasciva. A los parroquianos les era permitido tomar el vino que descendía por los labios o el cuerpo de las favoritas. Los otros podían tomar de las artesas. No menos suculento era el rendimiento de aquellas otras novedades llamadas "El Padrino" o "La Exclusiva". Cada vez que una nueva copetinera ingresaba al servicio de "El Dorado", se subastaba, y el favorecido se denominaba el "Padrino", con derecho sobre la "ahijada". Podía incluso llevarse una o dos noches por semana. Pero ese derecho expiraba al año. La exclusiva es una de las bellas copetineras que algún parroquiano la hubiera obtenido en la rifa de una de las noches de orgía. El beneficiario era el dueño exclusivo de la favorita en toda aquella juerga noctámbula.

Aquellas malicias y groserías enardecían la taberna de "El Dorado" y tenía rendida a la gente.

También en el Purhuay de ser célebres algunos bohíos donde los traficantes del oro aplacaban sus fatigas en las tertulias del placer. Andaluzas y criollas zalameras hacían las delicias de los parroquianos. No se ha olvidado la fama de Luz Ernestina y de la Bella Carmela. Mozas lozanas, la una venida de Andalucía con un solado y la otra de una comarca vecina. ambas eran un dechado de hermosura y la flor y nata de la farándula, era difícil olvidarlas.

Se las ansiaba y se les temía. Por muchos años estas mozas reinaron con un despotismo sin igual en el Purhuay. Los tambos, las cantinas y los bohíos eran los alicientes más gratos que estimulaban perseverar en tan alejada soledad. En el día el fragor del trabajo y en la noche la cantina con aquel su embrujo de vino y música. Los naipes y los dados encendían la ilusión y las apuestas menudeaban por doquier.

Otros grupos se apareaban al compás de una pastosa melodía y daban a aflorar la vena lírica y también la aventura. Los hombres encandilados por el alcohol tenían ritmos de acecho y conquista y la mujer tocada el ambiente se daba al baile con frenesí. Lindas las mancebas. Escotadas, las blusas sin mangas, el cabello lleno de collares, el traje ligero y a la andaluza. Torneados los brazos y las piernas, eran de odaliscas. Altas, duras y flexibles, amplio los pechos, erectos y exuberantes los senos impúdicos, las cinturas estrechas y amplias y macizas las caderas ondulantes. Eran una confitura. Altivas y hieráticas, pero transidas de lujuria esas mujeres ejecutaban en el baile movimientos de seducción, escudaban erotismos hasta en los más leves giros del ritmo. La magia de la ocasión las hechizaba y las hacía olvidar las fatigas de payadoras de oro de los arenales. El licor que habían apurado las hacía perder los últimos reductos del pudor. Entonces estas odaliscas eran un torbellino de contorsionistas que estremecían los instintos del varón.

Violentos con todo el ardor de la música los galanes alucinados por el deseo acometían impertérritos con movimientos de ronda, perseguían a la pareja, golpeaban el suelo y emitían voces de ansiedad que electrizaban.

Los primeros rayos de la aurora sorprendían a uno que otro parroquiano dormido bajo la copa de un jacarandá.

En la ceja de una eminencia que dominan el Purhuay se edificó un templo en honor a la Virgen de la Natividad. El mejor oro de las playas y de las minas fue empleada en la decoración de la calle. El venerable Padre Víctor de la Torre y Suárez que hubiera retocado el altar de la Santísima Virgen del Rosario del Templo de Santo Domingo de Yungay fue llevado al Pruhuay para que edificara la capilla. La obra fue una maravilla arquitectónica. Una miniatura donde de la riqueza del oro y la pedrería rivalizaban con el primor de los estilos. Lo plateresco y barroco se combinaron en conjuntos esplendentes. En las columnas salomónicas de los altares las hojarascas se adherían a los retorcidos y en los capiteles e intercolumnios habían cabezas de ángeles, en el altar se componía de dos cuerpos en el que lo barroco y churrigueresco se daban la mano. Los vanos lisos y los frisos exonerados con rosetas, ovarios, hojas, sarmientos y florones hacían un marco de nota. Dentro de este cuadro el altar de la Virgen con una hornacina cuajada de arabescos y tachonada de perlas y rubíes emergía grandiosa. Las jambas tenían columnas corintias con fustes de sarmientos. Por encima de la hornacina se elevaba una armazón de quimeras y florones y rosetas estilizadas.

Todo el altar de la virgen estaba revestido con pan de oro. Los altares laterales tenían retablos churrigueresco tallados en madera. Un prolijo estuco y un profuso afiligranamiento daban a los altares tal fascinación que arrobaba al alma y la hacían remontar a mansiones angélicas.

Aquellos retablos estaban cuajados de rosas, azucenas de lirios tallados también en madera.

Para la época de su fulgor la capilla tenía bóveda de yeso estucada y tarceada, el piso íntegramente alfombrado. La campana fundida con el bronce de armaduras y con el oro del Purhuay emitía tonos de tal dulzura que llenaba al alma de dulces resonancias.

Al presente aquella capilla, varias veces sacudida por los terremotos, apenas es la sombra de la que fue. Los retablos caídos, raspando el oro de los frisos y paneles, sacados los lienzos, el techo descuidado, hace ver que aquella capilla fue saqueada.

De las estancias vecinas se han podido rescatar algunas reliquias, como rosetones de madera donde está pintada al óleo la virgen dolorosa.

La colonia española radicada en el Purhuay había hecho traer de Barcelona la efigie de la virgen y la instalación y consagración dio lugar a una festividad de diez días. De veinte leguas a la redonda acudió la gente a aquella celebración y los festejos y más diversos amenizaron los programas.

Bastaría citarse de un apunte que se conservan en los libros de la capilla que para aquella ocasión se gastó 80 quintales de cera y que se quemaron 30 castillos de bengala. No quedó en el Puruguay ni en los pueblos vecinos ni un cohetecillo ni una gota de licor. Cinco mil peregrinos se apiñaron en el Purhuay y alrededores. De bandas de músicos no cesaron de tocar y por los bohíos y las playas, por los cerros y las huertas las concertinas y las cajas roncadoras daban a resonar su música de fiesta.

Tal fue la solemnidad de aquel acontecimiento que la capilla de la virgen se convirtió en el centro del fervor religioso de la Colonia. Todos los años se intensificaba el culto, al pueblo que ahora, casi desaparecido, el Purhuay y la capilla varias veces reedificada, sigue atrayendo a sus devotos. Y fuera de que anualmente se celebraba la fiesta con todo esplendor, cada cinco años las poblaciones vecinas contribuían para su mejor solemnidad. Los devotos del "quinquenio" tomaban a su cargo el programa de la fiesta y los mayorales y muñidores de la Virgen arrebataban la capilla.

En las noches de fiesta se encendía los velones acomodados en todas las eminencias cercanas a la Capilla, así como en la calle principal del Puruhuay. Aquellos velones eran dedos o tres metros de alto por veinte centímetros de diámetro.

Las andas de un lujo sevillano ostentaban flores artificiales y adornos de pana y terciopelo. Lujosos mantones de Manila colgaban de las andas y en los pasamanos las ceras labradas llevaban lazos de cintas multicolores, el anda semejaba un banco de como 15 metros más de largo por tres de ancho. Santos varones de esmerado hábito blanco cargaban las andas y como los pies descalzos se balanceaban llevando en los hombros su carga alegórica. Había que tener fortuna para ser Santo Varón. Era un honor muy codiciado. Por delante de la procesión los acompañantes portaban velas labradas y cuadrillas de gente portaban grandes zahumerios.

La procesión era de día y de noche. La mayor parte los acompañantes llevaban sus ceras encendidas y los grandes velones colocados a 20 metros de distancia daban a flamear sus llamaradas.

Cuando la procesión debería ser en el río en la mañana celebraban la misa en la Capilla y después el sacerdote bajaba a la playa para bendecir las aguas del Marañón.

A las 9 de la noche comenzaba la procesión. Temprano sobre una balsa de 15 metros de largo por 4 de ancho se había acomodado las andas, donde la Virgen y sus Santos Varones estuvieron listos para el cortejo.

En otras balsas se instalaban las bandas de músicos y los acompañantes. En ambos lados de la orilla columnas de velones ofrecían su luminaria. Entre la distancia de uno y otro velón se extendían cables para sostener las ceras de las ofrendas. De una orilla a la otra una multitud de cables sostenían la luminaria de los cirios.

El río estaba de gala. Todas las flores de los jardines y huertos habían sido cogidas para deshojarlos y echarlos al agua. Picadillos de papel y láminas de ceras de color flotaban entremezclados y una infinidad de lamparines de lata daban a flamear sus mechones de luz. Aquellos lamparines hacían acrobacias en las fluctuaciones del remanso.

En una de las noches del " quinquenio " un olor a azufre e incienso llenaba la comarca. En las cumbres aledañas a la Capilla donde no faltaban las Santísimas Cruces, al pie de ellas fogatas de azufre elevaban sus llamaradas azules con pinceladas rojas en su base. De vez en cuando un fantasma que llevaba en las manos una guadaña y en la otra un látigo saltaba sobre el fuego. Ese fantasma era una " Zampara ", esto es un "Vengador". Los peregrinos que habían acudido a aquella festividad haciendo un voto de penitencia, vestidos de blanco y con una capucha en la cabeza, los pies descalzos y las manos atadas a la espalda emprendían sus ascensión a las cruces.

Ahí la " Zampara " flagelaba a los penitentes hasta que se rindiera sus brazos o cayera exánime el penitente.

A lo lejos las imprecaciones de la " Zampara " y las lamentaciones de los peregrinos hacía estremecer.

Dos coros, formado el uno por varones y el otro por mujeres se acomodaban en la oscuridad y entonaban canciones doloridas. Muchos de estos coros irrumpían en llantos exacerbantes que hacían más triste y penosa la escena.

Los penitentes dispersos en su ascensión a las cruces o de regresos de ellas, después de cada estrofa repetían al estribillo de cada canción. Y estas voces eran más lamentos que una canción.

A las cuatro de la mañana las campanas anunciaban la misa de alba y los Santos Varones emprendían su recorrido por las cruces para auxiliar a las " Zamparas " y a los penitentes rendidos o maltrechos.

En las esferas superiores de la vida social del Puruhuay las familias se agrupaban en núcleos de intimidad muy escogida. Aislada y precaria aquellas reuniones tenían un sabor virgiliano. En algunas moradas aquellas reuniones cobraban realeza. Los caballeros rivalizaban en hidalguía y las damas en donosura. Esas reuniones eran un dije de orgullo social y estaban transidas del recuerdo de la patria o del solar lejano. El acorde de las guitarras y el aire de las melodías del terruño hermanaban a las familias y transportaban a los aleros de la infancia. Tenían esas festividades tal seducción que mas pareciera el recital de la felicidad o un concierto de poesía y música.

Entre otras honorables familias instaladas en el Purhuay estaba la de don Asunción Chávez Quiñones casado con doña Josefa de Ontaneda. De este matrimonio nació María Josefa el 12 de diciembre de 1700. Al cumplir diez años fue llevada a Lima a un colegio de religiosas. Alguna que otra vez la niña fue a pasar vacaciones al lado de sus padres. Pero en 1719 hubo de perder a su madre y tener a su padre enfermo con la fiebre del Purhuay. Para entonces tenía 19 años y se vio precisada acudir al lado de su padre.

La tradición ha conservado vivo recuerdo de María Josefa. Las personas que lo conocieron y los comentarios que hicieron entonces, tanto de su belleza como de la tragedia que pusiera fin a sus días han delineado un tipo excelso de mujer. Alta y estatutaria.... El rostro bello tanto para la ensoñación como para la adoración estaba como emergiendo de la abundante y fina cabellera. Una frente amplia y cándida como los ángeles, los ojos grises en piadosa imploración; las mejillas como amapolas frescas, la boca como un arrobo de flor, el torso exhubero como esculpido en ónix y las manos aladas y hostiales.

La voz dulce y pura tenía las tonalidades de la ternura angelical. Era el trino del ruiseñor en acorde con el canto de la alondra. Su predilección por las flores hacía de ella una flor más. A fuerza de estar en el jardín tenía una belleza y un perfume singular que a distancia se le presentía. A su lado se estaba como en arrobo o éxtasis o como ante una aparición extraordinaria.

María Josefa tenía la sublime melancolía de la flor, gracia divina que hace soñar más en las delicias del cielo que en los primores del mundo. Y como la flor no es más que un beso de luz y color, ella era el rubor seráfico o un recado de belleza para presentirla y gustarla en el empíreo.

Tal María Josefa. Paisaje, clima, mito, religión, familia, poesía y fábula contribuyeron hacer de ella primero un botón primaveral y luego una flor espléndida.

A María Josefa le gustó el Purhuay, le gustó la ilusión y el misterio que había en él, le cautivo el río señorial que en su niñez hubiera surcado carga a munda o cuando levanta el lomo hirsuto como un garfio o una tromba y se desencadena como un ciclón. Jamás se olvidó de aquel contraste entre la aridez de los yernos de Quichez y lo fértil y prodigioso del valle.

Su padrino don José Rodríguez Marín, rico comerciante de Llama, que hubiera tenido la amabilidad de ir por ella a Lima, le acompaño en el Purhuay, todo el tiempo que fue indispensable para el restablecimiento de don Asunción.

Cuando se fue María Josefa se quedó sólo con su padre. Tenían entre manos un trato de traspaso de sus negocios para dejar el valle. Entre tanto hubo de permanecer, unas veces en el Purhuay, otras en Quichez, en casa de sus familiares. La vida del campo le entretuvo e hizo de ella una mujer fuerte y valerosa. No obstante, el escenario estrecho y aislada hubo de hacerla nostálgica. El recuerdo en su vida de colegiala tuvo de evocación y creó en ella una fantasía cada vez más caudalosa. Propicia al ensueño logró forjar un mundo interior para liberarse del ostracismo.

Así vivía María Josefa : entre un escenario rudo y maravilloso y el miraje prodigioso de su fantasía. Sus amistades se disputaban el privilegio de su compañía, el pueblo lo adoraba. Pero donde era aclamada y venerada fue en el Sanatorio. Los indigentes y enfermos recibieron de ella su magnificencia y toda su angelical cuidado. Para María Josefa la atención a los enfermos era un placer. La llenaba de gozo saber que bajo sus cuidados la gente podía disfrutar de salud y volver a sus labores.

En el hogar de María Josefa era una hada. A todas las cosas les daba vida y animación, todo lo tenía ordenado y limpio y un encanto angélico emergía de aquella intimidad.

Don Hermenegildo Llanto, un hábil y horado agricultor del Purhuay logró expeditar el viaje del científico. Con ocho mulos de carga y dos peones de ayudantes el año 1786 emprendieron la partida. El primer día atravesaron Islan, pasaron por Taurija y se aposentaron en Urpay. Al siguiente día se dirigieron a Tayabamba donde llegaron después de dos días de jornada. En el trayecto el científico se interesó en el estudio de un canal de irrigación que servía a la andenería de Huarauya. A la cabecera de esta andenería descubrió una enorme piedra con petroglifos. Tres días después y pasando por la cumbre de Huajay Irea ahora denominado el Calvario ingresaron a Shupunko (Crisnejillas) - Aquí dieron descanso a la peara y dos días después pasando por Aira y Tampuc - ahora La Palma y Bellavista - acamparon en las orillas del Huallaga. Deslumbrado por la grandiosidad de la naturaleza el botánico anotó sus impresiones y escribió una carta a María Josefa despachándola con una de las tres palomas mensajeras con que aquella le hubiera enviado en el Puruhuay.

Dos días después se internaron a la maraña de la selva y asentaron su campamento en las inmediaciones de la tribu de los Chushucones. La cordialidad de los moradores y la excelencia del lugar les permitió hacer el centro de sus actividades. Desde ahí incursionaron a otros parajes que los guías conocían. Cuzsh era una población rústica asentado al rededor de las faldas de una loma. La cúspide había sido Chushuncon y de sus allegados y servidores. Al pie del cerro, las castañas y coníferas elevaban sus tallos corpulentos a una altura de más de 40 a 60 metros. Como a 10 metros de alto, mas o menos se hallaban terrazas de madera atadas a los árboles, y sobre los cuales les se asentaban pequeñas cabañas. El piso de cañas estaba cubierto con pieles de pumas y sajinos. Y de una terraza a otra se comunicaban con puentes colgantes también tapizados con cuero. Tanto las terrazas como los puentes tenían pasamanos de soga como una población flotante que les permitía vivir sin los rigores de la humedad del suelo y sin el acecho de las fieras. El científico de Hermfnigildo Llanto se instalaron en una de aquellas cabañas flotantes.

Hacía dos meses que el científico estuviera establecido en Cuzch recolectando y seleccionando las plantas y estudiando su conservación y embalsamiento.

Un día se acordó del Puruhuay y envió otra paloma con un mensaje a María Josefa. Aquella carta era una oda a la selva. Por su versión pasaron como en una posición viva animales fantásticos como la boa y la tarántula, fieras como el puma negro y el jaguar; peces raros como el paiche, el zungaro, achacubo y el carachama; caimanes y lagartos maravillosos; zachavacas, sajinos, huanganas, ronzocos monos blancos y tortugas originales; garzas reales, perdices azuladas, guacamayos y cayumberos exóticos; mariposas inverosímiles. Todas una fauna rara no clasificada aún. En cuanto a la flora de una variedad infinita, estaban allí el caucho, la shiringa, la balata, la gutapercha y aquel látex de la catahuma del que los salvajes hacen el " curaje ", veneno que usan en sus flechas. Los lianes y bejucos hacían la maraña de la selva, prodigiosos por lo duro, flexibles y largos y sobre todo raros como las fibras del humbo y chambirá que tienen la resistencia del acero y que se le denomina alambre vegetal. Maderas asombrosas como el "Shihuahuaco", más duro que el hierro; maderas hermosas como el palo de sangre, el palo santo, el palo de bálsamo; maderas como el "tahuan" y la "itahuba" que se enduran en el agua; ramas como el "cético" que cuando se frota produce fuego; chontas, ceibos y bombonajes de la palmeras para la industria casera; castañas gigantes, mucha de las cuales pasan de sesenta metros de alto y ofrecen a la industria familiar recursos inagotables. 

Plantas sutiles llenas de perfume como el "comene" que sirve para la fabricación de explosivos; plantas medicinales como la copaiba, la quinina, las almendras, la cancha y el cedro rojo. Plantas caseras como el palo de balsa, el barbasco, y estupefacientes y alucinógeno como el "ayahuasca". Todo legendario y con una caída de flores maravillosas como las orquídeas y los tulipanes morados.

Los paisajes efusivos crepúsculos grandiosos, aguajes, bajíos y cochas cautivantes; vahos cargados de polen y clorofila, humos en fermentación, linfas llenas de fertilidad y en permanente fecundación. Lluvias torrenciales, tempestades donde el trueno y el rayo siembran el pavor; ríos caudalosos y desbordantes con lechos inestables que son al terror de las poblaciones ribereñas; poblaciones atónitas a merced de los huaicos y aluviones, bohíos álgidos amenazados siempre por los salvajes y las fieras cuando no por los reptiles.

En fin, aquella floresta voluptuosa y sensual hechicera y magnética, donde las flores del ishpingo esparce un perfume inervador y el sol cae sobre los hombros con sus peso de plomo incandescente y se va por los confines en oriflamas de topacio y púrpura dejando una orgía de tonos mágicos para el arrobo de la fantasía.

Les invito a leer esta historia y quedaran muy complacidos.

Julio Olivera Oré  

sábado, 18 de octubre de 2008

Literatura y futuridad

A continuación reproducimos el texto de la conferencia que el escritJustificar a ambos ladosor y ensayista peruano Julio Ortega pronunció en el acto conmemorativo de los treinta años de Monte Ávila. En ella se plantea abandonar la búsqueda de los orígenes, imperante en el pensamiento latinoamericano tradicional, y emprender la construcción de nuestra «verdadera historia», la cual aún está por hacerse. Según él, sin embargo, lo nuevo ya se vislumbra hoy en términos culturales y, por ende, en la escritura, como ejemplo de lo cual coloca seis «escenarlos» de la literatura venezolana de la actualidad. Julio Ortega es profesor del Departamento de Estudios Hispanoamericanos de la Universidad de Brown, donde ha realizado una extraordinaria labor de difusión de la literatura venezolana. Entre sus obras destacan La mesa del padre y El discurso de la abundancia, publicadas por Monte Ávila.

I

Demasiadas veces se ha tipificado , y no pocas veces estereotipado, el gravamen del pasado en la cultura latinoamericana. Buena parte de nuestros intelectuales se ha resignado a una lectura determinista, explicándose América Latina en el peso sancionador de la tradición, la raza, lo colonial, el psicologismo, la dependencia, la frustración... También desde fuera se nos ha solido ver como más tradicionales que modernos, incluso como más arcaicos que innovativos. D.H.Lawrence creyó ver en cada mexicano la punta de un cuchillo de obsidiana; Toynbee vio en el Perú que la conquista había ocurrido ayer. Pero buena parte de la historia latinoamericana ha sido animada por una voluntad cierta de porvenir. No se puede descontar la recurrencia de la visión utopista, que es entrañable a la versión moderna de una América Latina debida a las sumas del porvenir y a la racionalidad de las reformas. Jorge Basadre se quejaba en 1943 (haciéndose eco del gran Simón Rodríguez y su nomadismo fundacional) de la ausencia de utopismo en los pensadores y ensayistas peruanos, y reclamaba «la transformación de la búsqueda reorientándola hacia el futuro, el sueño del paraíso no perdido sino por encontrar». Sin embargo, nuestra historia puede leerse desde su horizonte de virtualidad, que es un futuro periodizable en sus fases independentista, republicana, novomundista, reformista, pluralista... Los latinoamericanos somos el producto de esa larga reforma: la promesa del proyecto moderno y, al mismo tiempo, una y otra vez, su contradicción. Bien dice Agnes Heller que la posmodernidad es más patente en los países de la periferia, donde el programa moderno es un reiterado incumplimiento.

Por lo mismo, en esta hora de los balances, hay que reconocer que, tanto como la pregunta por los orígenes, ha caracterizado a la autorreflexión latinoamericana la noción emancipatoria de que la verdadera historia está por hacerse y la nacionalidad democrática por construirse.

Esa vocacional proyección de futuro se tradujo en una cultura política de virtualidades, fundaciones y recomienzos. Y esta memoria del futuro ha cuajado, por lo menos, en las grandes novelas de los años 60 y 70; en las artes que sumaron la historia cultural a la vanguardia; en las artesanías de la transmigración popular; en el discurso de la sociedad civil y sus proyectos de negociación y redes de articulación. Pero hoy, cuando imaginar la inmediatez del futuro se nos torna en cuestión de vida o muerte, nos encontramos con que tampoco es suficiente la prospección estadística del futuro, sino que se trata ahora de la intemperie del futuro, que nos convierte en lectores nomádicos, como Simón Rodríguez, deambulando en pos del sentido, buscando articular nuestra lectura fuera del Archivo y del Museo. En esta sociedad que ensaya los desenlaces del futuro, cada quien se define ya por su turno en la lectura. Porque en lugar de la ciudad letrada, tan prefreudiana como preelectrónica, vivimos hoy la ciudad dialógica, donde cada interlocutor adquiere su identidad en los espacios descentrados de la esfera pública. La ciudad es el anfiteatro comunicativo, que nos promete compartir la información. La nueva plaza pública, ha dicho Paul Virilio, es la televisión.

Nunca ha sido más cierto aquello de que conocer la historia es concebir el futuro. La cultura política ha cambiado de repertorios y de agentes, pero su demanda mayor sigue siendo por un horizonte de concurrencia futura; es decir, por el proyecto de una democratización no por estar hecha en microrrelatos, menos radical. Las prácticas son ahora transfronterizas: suponen el mapa de las migraciones, literales y figurativas; el entrecruce de bordes y límites en toda dirección; así como la fuerza descentradora del deseo de cifrar y transgredir tanto la normatividad como las sanciones dominantes. Si es verdad que el pasado se reescribe desde la perspectiva del presente, poner en crisis a la temporalidad es hoy día nuestra forma de recordar y proyectar.

Visto desde aquí, el futuro legible se nos aparece como una temporalidad conflictiva cuya documentación factual (demográfica, económica, educacional, urbana, laboral) declara, como bien sabemos, un abismo entre las actuales «reformas y reajustes» y las masas de excluidos; tanto como una relación inversa entre población y recursos, y entre tecnologías y población entrenada. En el año 2025 Estados Unidos habrá crecido en 25 por ciento, pero México y Guatemala en 88 por ciento, lo cual quiere decir que el mapa de las fronteras habrá producido otra geografía humana (la imposibilidad de un mapa) y, seguramente, otro lenguaje. Virilio escribe que el gobierno norteamericano ha utilizado el sistema de vigilancia probado en la guerra de Vietnam, así como el material de acero usado en la guerra del Golfo, para amurallar la frontera con México; pero todo indica que el futuro norteamericano pasa por su redefinición hispánica (la tercera parte de la población estadounidense será hispánica). Y seguramente el futuro latinoamericano pasa por una mayor negociación con Estados Unidos. No pocas voces asumen ahora mismo las urgencias de estos espacios de intersección creativa. El artista mexicano-americano Guillermo Gómez-Peña, por ejemplo, que reescribe el inglés con el español, representa la inminencia de estos tiempos de hibridez. Una primera conclusión, por lo tanto, sugiere que si el futuro, en términos legibles (estadísticos), es casi impensable porque se cierne con signos catastrofistas; es, en cambio, imaginable en términos culturales, en la práctica dialógica y transdisciplinaria, donde el siglo XXI es ya un lenguaje anticipado.

En la literatura venezolana reciente, el nuevo siglo se adelanta por lo menos en los siguientes escenarios:

  1. El escenario del desencanto posmoderno, donde leemos la fragmentación, no pocas veces celebratoria, de los «grandes relatos» (como ocurre con las voces interpuestas de la narrativa de Juan Calzadilla Arreaza y Armando Luigi Castañeda);
  2. El escenario de los flujos de la migración, donde se evidencia el nomadismo cultural de un canje de fronteras (como se ilustra bien en la saga de retornos que ha levantado Miguel Gomes y en los ciclos que se desplazan en la poesía de Jacqueline Goldberg);
  3. El escenario de la desocialización del yo, que muestra al sujeto buscando recusar el destino social que le imponía su ciframiento moderno (como podría comprobarse en la narrativa de Ricardo Azuaje, Israel Centeno y Milton Ordóñez);
  4. El escenario de la incertidumbre del sujeto, que revela la objetividad desasida de los repertorios de consolación previstos (tal como ocurre en los «banales» de Stefania Mosca, y en las fábulas de Gabriel Jiménez Emán y Wilfredo Machado);
  5. El escenario de la emotividad discernida, donde el espacio comunicativo restablece un orden fugaz y más cierto (como es el caso de las ficciones parpadeantes de Antonio López Ortega y de los paisajes hiperurbanos de Cristina Policastro);
  6. El escenario de los rituales de intersección, donde el lenguaje explora umbrales y enveses, liberado a sus enigmas y adivinaciones (como se advierte en la poesía de María Auxiliadora Álvarez, Patricia Guzmán y Carmen Verde Arocha).

Con ellos (y otros más que ahora mismo escriben) concluye la vieja etapa del naturalismo populista y del criollismo costumbrista como explicaciones tópicas y estereotípicas del malestar social. Y se demuestra, de paso, que el criollismo (la pintura de color local, en que ha recaído mucho cine latinoamericano, tal vez por influencia del populismo del cine cubano) es, en verdad, una lectura sin futuro de la sociedad conflictiva: perpetúa la picardía, la violencia compulsiva y el sentimentalismo a falta de agudeza crítica y visión poética. Pero tampoco es insólito que algunos escritores chilenos y mexicanos recaigan en este costumbrismo fácil, ya que América Latina se ha vuelto más difícil de pensar y las fórmulas a la mano facilitan su lectura.

Por otra parte, se puede afirmar que los nuevos escritores latinoamericanos adelantan el fin de la era traumática en la cultura latinoamericana. La noción de sujeto que emerge de estos autores no se explica ya por las tesis culturalistas del origen como fracaso y trauma; tesis que fueron elaboradas en el medio siglo latinoamericano para dar cuenta de una historia social de carencia y expoliación. Las hipótesis tremendistas de que América Latina es producto de una violación histórica, de que somos socialmente subsidiarios de la violencia, de que la mezcla de razas es un menoscabo, de que el resentimiento clasemediero o la autoderogación pequeñoburguesa nos destinan, se han convertido, en este fin de siglo, en meros mitos psicologizantes, mecánicos y simplificadores, que no dan cuenta de la calidad imaginativa de nuestras artes, de la capacidad creativa de la resistencia cultural popular, de las estrategias de negociación de la sociedad civil; mucho menos del espesor vivo de la cotidianidad que, con todas las razones en contra, sigue humanizando a la violencia, procesando a la carencia, y reapropiando los lenguajes dominantes. El predeterminismo fatalista de Octavio Paz en El laberinto de la soledad,por ejemplo, coloreó por demasiado tiempo las visiones presentistas de la historia mexicana, sobreleída como mera violencia y bastardía. La madre traidora y el padre burlador no sumaban un romance familiar creativo sino un melodrama clínico. Curiosamente, hoy «los hijos de la Malinche», reducidos a «hijos de la chingada», a huérfanos del discurso nacional, reaparecen, luego de la telenovela venezolana y el bolero mexicano, en las películas de Pedro Almodóvar, como sujetos sociales de la comedia «euro-trash», un subgénero reciclado donde los «hijos de puta» literales son los agentes del romance urbano (como ocurre en Carne trémuladonde se canta un vals peruano en aire flamenco por un grupo catalán). Por lo demás, las sanciones retóricas de Mario Vargas Llosa («¿en qué momento se jodió el Perú?») o de Emilio Azcárraga (México, país de «jodidos» que compensar con telebasura) resultan no sólo autoderogativas sino carentes de futuridad. Pero no porque la violencia y la frustración hayan desaparecido (al contrario, se han acentuado en todas partes a través de la pobreza endémica, el machismo impune y el racismo campante); tampoco porque la amoralidad no prevalezca (a través del egoísmo, la amnesia y hasta el autismo cultural); sino porque para los más jóvenes se han vuelto insuficientes todas las explicaciones globales, que van del paradigma de una América Latina destinada a la modernización —ilusión que sucumbe con la corrupción de todo signo en el gobierno de Carlos Salinas y su promesa de un México en el «primer mundo»—, hasta las versiones autoritarias, como son las ortodoxias del comunismo estatista pero así mismo las del capitalismo salvaje de un mercado darwiniano. Ha concluido, por lo demás, la concepción de un intelectual iluminado, capaz de dictaminar, con parejo encarnizamiento, el destino marxista primero y el futuro neoliberal después. Primero, porque el escritor como juez olímpico ha terminado en mero opinador dominical, y segundo, porque los géneros que propagan la autoridad del yo (la crónica impresionista, la voluntad de verdad, el testimonio de fe) han trivializado el uso de la primera persona. Si algo tienen en común los escritores y artistas que hacen ya el porvenir es que no adhieren a la voluntad de poder de uno u otro discurso dominante.

Por lo demás, el futuro ya no es nacional. Se hace en la trama dinámica y contradictoria de la globalidad y la regionalidad, que no son meramente opuestas, que se construyen como espacios de identidad heteróclita. Primero, porque las tecnologías son hoy reapropiadas extensamente por las redes comunicativas desde la periferia (gestándose varios centros y varios márgenes interactivos), y segundo, porque la identidad, que retorna hoy con todos sus derechos a la diferencia, se construye en la diversidad, no como esencial y discriminatoria sino como funcional e inclusiva. Es una identidad, por eso, hecha en la fruición del cambio y en la comunidad del intercambio; dada a lo nuevo y fugaz tanto como a las redes de interacción donde el sujeto es, antes que nada, alguien en el turno de la palabra. En estos tiempos posteóricos se afirma el modelo del diálogo, la práctica de una conversación animada por su complicidad, ironía y celebración.

Bajo la persuasión del futuro, toda verdad supuesta se torna relativa. Y no por mero escepticismo sino por la necesidad de volver a las palabras, a los nombres, para recomenzar fragmentariamente, con humor y tolerancia, no sin indignación pero con esperanza. Es revelador, por eso, que lo objetivo se adelgace en manos de escritores que ya no requieren darnos una construcción flaubertiana ni una versión historicista; que no precisan de un entorno realista ni mágico-realista. La objetividad parece depender de las nuevas subjetividades, que dan cuenta de la cotidianidad como excepcional, de lo trivial como ritual, de la socialización como reversible, y, en fin, de la experiencia de este fin de siglo no como resignadas catástrofe y apocalipsis sino como incertidumbre y desafío.

Esta vez, el fin de siglo no es de nostalgia y decadencia sino el trance de una hipersensibilidad que, sin ilusiones pero con vocación de esclarecimiento, explora la calidad emotiva, la capacidad dialógica, la inteligencia mundana, de un sujeto que se desplaza fuera del Archivo (fuera de las normatividades) hacia las aperturas de lo procesal, donde las innovaciones le confieren un lenguaje mutuo.

II

Una primera conclusión es que los más jóvenes se deben a otra representación: para ellos el mundo es menos remoto, más inmediato, y se manifiesta como cotidianidad; pero se deben también a otra temporalidad: la página es un registro emotivo, el lenguaje es más enunciado que textual, el hablante está más cerca del lector, el acto poético es menos performativo y más dialógico.

Y sin embargo me doy cuenta de que en todo esto hay una paradoja formidable: al acercarse el nuevo siglo, casi todos nos hemos vuelto más jóvenes. Aun si mi lectura aquí se limita a lo más reciente, no ignoro que lo nuevo no está en la novedad; porque la fuerza de cambio, el deseo de transgresión, la voluntad crítica, la pasión por la ruptura, instauran lo nuevo donde uno sea capaz de encontrarlo.

En el horizonte de la lectura nacional, un lector adelantado es capaz de recobrar lo más nuevo de Andrés BelloRómulo Gallegos y Teresa de la Parra. El sentido de futuridad que hay entre los grandes escritores peruanos, elInca Garcilaso de la VegaMariáteguiVallejo y José María Arguedas, es de una actualidad que excede al presente; por más que algunos lectores quieran convertir a esos paradigmas del cambio en archivos clausurados, en museos imaginarios, y hasta en mero arcaísmo. Garcilaso entendió que su lector formaba parte del futuro mestizaje cultural del Perú; Mariátegui habló desde el «alma matinal», que es una página apremiada y feraz; Vallejo se tomó varias libertades con el futuro, llamándonos hermanos en lo por hacer, y pretendiendo que sólo la muerte morirá; Arguedas, en fin, encarnó el fluir mismo de las sumas peruanas desiguales, y su obra nos dice que el Perú es una lectura en voz alta, una inminencia de la voz compartida. Bien visto, cada uno de ellos, en algún momento decisivo de su obra, le puso fuego al archivo de la normatividad, que sanciona, y al canon dominante que satura.

Por ello, traigo aquí a cuento el trabajo poético del venezolano Juan Sánchez Peláez y del peruano Jorge Eduardo Eielson. Estas obras de plenitudes fugaces se proponen nada menos que leer el desierto de la costa, en un caso, y la delgada floresta, en el otro. Como ante un tejido Parcas, Eielson desata el hilo de un espacio radical (raigal) del deseo, reaunándolo y señalizando su color. Pero leer el desierto es aquí convertirlo en un tiempo que se enhebra como habitable. En cambio, Sánchez Peláez trata de desatar la espesura forestal para hacer un claro en el bosque del discurso En ambos poetas las reafirmaciones vitales, las formas dúctiles y la claridad lírica forjan el lenguaje nomádico y tutelar, que es un asedio, una pura traza del camino.

La pregunta más pertinente en la teoría cultural de este fin de siglo concierne a la naturaleza asistemática de los textos y las obras de arte. ¿Cómo, en efecto, leer los objetos culturales que se proyectan y exceden el presente? ¿Cómo hacer legible lo que nos llega del futuro y aún no se configura del todo? El modelo de lectura hasta ayer dominante fue el «genealógico», que supone remontarse al Archivo, a la fuente productora de los textos. Leer se convirtió en una operación melancólica: cada elemento del texto remitía a uno anterior, que lo explicaba. Esta virtud filológica, sin embargo, terminó saturando a los textos y convirtió a la crítica en una operación museológica. Instauró, además, una lectura sospechosa, basada en la idea de que todo se explica por sus fuentes recónditas. Pero creer en códigos, normatividades y cánones que dan cuenta de la escritura, significa paralizar al texto con un reduccionismo semántico y sobreimponer la autoridad jurídica del crítico. El otro método de la lectura es el procesal, que busca señalar los procesos de cambio y que no concibe a la obra como conclusa y cerrada sino como un flujo siempre cambiante. Hoy es más pertinente leer en esta otra dirección, hacia adelante; porque los objetos culturales han perdido su estatuto normativo, su índole disciplinaria prefijada, su familia de imágenes retrazable; se han hecho híbridos, desplazados de sus orígenes, fronterizos. Son objetos en movimiento transformativo y resultan más difíciles de leer y describir. Pero las rutas de lo nuevo, abiertas entre flujos y texturas de exploración, demandan de la lectura actual las nuevas articulaciones que levanten escenarios de la intemperie y tracen los parajes del reconocimiento.

Pienso, como lector arriesgadísimo, que cada escritor no inventa necesariamente a sus precursores, como creyó Borges desde la causalidad del linaje literario. Inventa, más bien, a sus lectores futuros: en este caso, en la cotemporalidad de la poesía, el poeta elige a los grandes practicantes de una lectura modélica donde su propia escritura empieza a descifrarse, a hacerse legible. Por eso, los nuevos poetas cubanos se leen a sí mismos en una demanda superior: la poesía de José Lezama Lima. No desde un estilo de escribir sino para una exigencia de leer. Estos poetas no son sólo excelentes sino que están favorecidos por una excelencia de empatía. Tanto, que han demostrado el coraje de una opción artística tan válida como cualquier otro proyecto vital, tan cierta como cualquier noción de futuro. Deben ser de las pocas y raras promociones poéticas que han sido capaces de influir a sus mayores, demostrándoles que en la independencia del arte hay una validación interior y una apuesta creativa contra todas las limitaciones. Pero no es sólo Lezama; son también Cintio Vitier y Fina García Marruz, César López, Manuel Díaz Martínez y Reina María Rodríguez; más que precursores, posprecursores, porque dan curso a una ciudad del habla anticipada. La poesía cubana, dentro y fuera de Cuba, es uno de los estados de gracia que el habla latinoamericana ha sido capaz de encender, animada por todos los vientos opuestos.

No es muy distinto el caso de los más jóvenes poetas peruanos, que han hecho de Jorge Eduardo Eielson, Blanca Varela y Pablo Guevara no los ejemplos de una tradición actualizada sino los practicantes de una próxima libertad. Y es paralela la experiencia de complicidad, y a veces de soledad, encontrada en Juan Sánchez PeláezRafael Cadenas, Ramón Palomares,Hanni Ossott, a quienes los más jóvenes poetas venezolanos frecuentan intermitentemente. Los jóvenes se releen en la obra de estos grandes artistas de la palabra rotante, que no se fija o agota en la página; y lo que dice lo permuta entre equivalencias, fulguraciones y refutaciones. La poesía es esta primera lectura entredicha.

jueves, 16 de octubre de 2008

Julio Quispe Virhuez, Quispejo

 

 

 

 

 

Floristas

Oleo sobre lienzo

60 x 40 cm

 

Julio Quispe Virhuez, Quispejo, nace en Ancash. Perú. Estudia en la Escuela Nacional Superior de Bellas Artes de Lima-Perú en donde se licencia en 1973 con Medalla de Oro y Primer Premio de Pintura "Enrique Camino Brent". Con justicia se dice de Quispejo, que es uno de los pintores peruanos convertido en valor nacional, por la constancia y la calidad de sus trabajo a lo largo de su carrera, con una trayectoria que ya cuenta con mas de veinticinco años.  Sus singulares composiciones, genuinamente peruanistas, se sustentan en un dibujo impecable, una gran calidad cromática y un sutil manejo de la luz. A través de su arte ha rescatado al hombre andino, presentándonos como una constante lo más tradicional de su vestimenta, el poncho y el sombrero, como símbolo de una cultura que permanece a través del tiempo. La obra de Quispejo se inscriben en el marco neo-figurativo del indigenismo el que constituyen el grupo mas representativo del costumbrismo nacional.  A lo largo de su carrera ha participado en diversas exhibiciones tanto individuales como colectivas, nacionales e internacionales.
Exposiciones
1983
- Galería del Banco Central de Caracas, Venezuela.
1984
- Noche de Arte, Residencia de la Embajada de U.S.A., Lima, Perú.
- Galería de Arte Actual en Santiago de Chile, Chile.
1985
- Noche de Arte, Residencia de la Embajada de U.S.A., Lima, Perú.
- Sala Picasso, Casa de España. New York, USA.
- Banco Central de Caracas, Venezuela.
1986
- Noche de Arte, Residencia de la Embajada de U.S.A., Lima, Perú.
- Instituto Italo Latino Americano Roma, Italia.
- Sala Picasso. Casa de España. New York, USA.
- Banco Central de Caracas, Venezuela.
1987
-Noche de Arte, Residencia de la Embajada de U.S.A., Lima, Perú.
- Galería de la Junta del Acuerdo de Cartagena. Lima, Perú.
1988
- Noche de Arte, Residencia de la Embajada de U.S.A., Lima, Perú.
- Galería del Fondo Monetario Internacional Washington, USA. 
- Galería Studio Bramante 39 Milan, Italia. 
- Galería Chica. Lugano, Suiza. 
- Galería Provinciehuis Konigskade I den haag, Holanda.
- Bienal del Arte por el Centenario de Hiroshima, Japón. 
- Sala "Beit Asia" Tel Aviv, Israel.
1989
- Noche de Arte, Residencia de la Embajada de U.S.A., Lima, Perú.
- Galería Conde Arte Madrid, España. 
- Galería Provinciehuis Konigskade I den haag, Holanda. 
- Galería de la Caja de Madrid, España. 
- Galería de la Caja de Cantabria, Santander, España. 
1990 
- Noche de Arte, Residencia de la Embajada de U.S.A., Lima, Perú.
- Galería Taller M.T.D. Caracas, Venezuela.
- Galería de la Junta del Acuerdo de Cartagena. Lima, Perú.
1991 
- Bacardí Art Gallery, Miami-Florida. USA.
- Exposición Asociación Stella Maris. Lima, Perú.
1992 
- Noche de Arte, Residencia de la Embajada de U.S.A., Lima, Perú.
- Galería Petroperú. 
1993
- Galería de Arte Centro Cultural Peruano - Japones, Lima - Perú.
- Galería de Arte Peruvian Society American Medicals, Miami Florida. 
- Galería de Arte Libertadores. Arte del Perú en Miami, USA 
- Galería de Arte Matices. "Arte del Perú". O.Nuevo, Puerto Rico
1994 
- Galería de Arte, Centro Cultural Ruso. Lima - Perú. 
- Galería de Arte - Tropical Techno Center Guwa Gallery - Hall Okinawa. Japón. 
- Exposición Asociación Stella Maris. Lima, Perú.
1995
- Galería Arasi 95 Miami - Florida, USA.
- Gallery Work II - Okinawa, Japón. 
1996 
- Noche de Arte, Residencia de la Embajada de U.S.A., Lima, Perú.
- Perú en España 96 - Sala de Arte "Casa de Vacas", del Retiro de Madrid, España.
- Museo de las Américas, Puerto Rico .
1997
- Galería de Arte 715. Lima, Perú.
- Galería Pardo Heeren. Lima Perú. 
- Galería de Arte 92. Lima - Perú.
- Instituto Cultural Peruano Norteamericano. Lima, Perú.
1998
- Exposición "A la sombra de Sipan" Sala de exposición Caja Sur-Gran Capitán. Cordoba, España.
- Exposición "A la sombra de Sipan" Museo de Bellas Artes. Sevilla, España.
- Exposición "A la sombra de Sipan" Museo de Cadiz. Cadiz, España.
- Exposición "A la sombra de Sipan" Museo de América. Madrid, España.
- Palacio de Benacazon, Toledo, España.
- Exposición en la Caja Castilla. La Mancha. Toledo, España.
- Exposición en la Casa de la Cultura de los Yebenes. Toledo, España.
- Embajada del Perú en Paris, Francia. 
- La Casa del Perú. Burdeos, Francia.
- Palacio Elisalde. Barcelona, España. 
- Port-Center Rospock, Alemania.
- Galería del Centro Latinoamericano, Frankfurt. Alemania.
1999 
- Arte America 99 - Segunda feria latinoAmericana. Madrid
- Festival de Rabat 99
- Kunst Aus Lateinamerika Peru 99. Alemania

Fuente: Mecenas