Bertha Navarro Navarro es doctorada en Literatura de
Cuando abrimos un poemario encontramos lo leído por el poeta desde su visión del mundo, irrepetible e intensa, como es la visión también de sus lectores.
Leer poesía supone adentrarnos en la plenitud del lenguaje con la alteridad plena y única del ser en sí, de nosotros mismos. Es decir, leer poesía es leernos como “individualidad colectiva”, como especie. Esta lectura es posible desde las musas, los terremotos, las culturas, las estructuras sociales, la música, el perfume de las flores, la estética de las moles pétreas y la fe que estructuran entre nombres, verbos y adjetivos la poética del doctor Julio Olivera.
La esperanza que alimenta la lucha por la vida es transversal en sus versos, como lo es la visión del “otro” a quien hay que salvar del alud, pero no para dejarlo a la vera del camino sino para recorrer el camino con él, con ella.
“Eros y tánatos”, las dos grandes emociones que constituyen la existencia humana recorren a los Diez cristos curvados, poemario, desde dos voces: el Ser como ser hombre y el Ser como ser mujer; el Ser noble y el Ser campesino; el Ser local y el Ser universal, el Ser orgánico y el Ser inerte. Por ello, se puede afirmar que la voz del yo poético, en Diez cristos curvados, es una voz múltiple y compleja comparable a un prisma de cristal que refleja y refracta la luz, ya no en “una” luz sino en luces, en los colores, una suerte de dialéctica cromática. En esta característica se resume justamente el poemario: la existencia humana está llena de matices, de variables exponenciales y cotidianas que abonan nuestra dimensión mística y trascendente, ésa que nos lleva a rezar los Diez cristos curvados, poema: