Nuestra Invitada
¡Qué pena si este camino fuera de muchísimas leguas
y siempre se repitieran
los mismos pueblos, las mismas ventas,
los mismos rebaños, las mismas recuas!
León Felipe
estandarte.com
Por Paloma Fernández Aredo
Avenida de América. Línea 6. Un adolescente lee a Cortázar.
¿Qué sería de la persona sin un hombre que soñara con ella?
¿Qué sería de la vida si nadie la reivindicara?
¿Qué sería de las desdichas sin nadie que las llorara?
El joven, sin apenas darse cuenta, inicia un trayecto vital durante el cual sentirá la necesidad de dar un sentido a su existencia. Pero siempre pueden surgir en él fuerzas que le impidan continuar con ese intento de dignificar su esencia humana.
Entonces sólo le queda dormir, esperando volver a despertar en un golpe de suerte y continuar en el camino.
¿Qué sería del adolescente sin Cortázar?
Tal vez viviera automáticamente.
¿Soñaría?
Tal vez con la muerte.
Hay otras vías, otros métodos.
En caso de urgencia, hay despertadores, hay esperanza si alguna vez tuvimos verdaderas inquietudes. Hay rayuelas que llevan al cielo...
El impulso que nos mueve viene del corazón, al que un libro descubrió una miseria oculta, llegó con un golpe de brisa en el jardín botánico, o nos asaltó mientras manteníamos una deliciosa conversación.
Ante un obstáculo hay que sufrir, pero también hay que luchar. Una noche mordiendo la almohada y empapando las sábanas de lágrimas no sirve de nada si no se planta cara a lo que nos frena con un tajante no. Sólo hay que estar despierto para evitar que una renuncia inconsciente nos impida seguir adelante. ¿Café? No hace falta, para eso están Neruda, Benedetti, Saint-Exupéry,...
Cada estación a la que llegamos en nuestro viaje tras superar un oscuro túnel es un escalón que nos lleva más lejos y más alto hacia la plenitud de la vida, fin último, si es que lo hay, de nuestro anhelado viaje.
Avenida de América. Línea 6. Un hombre lee a Cortázar.
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