Estoy
sentado cual espectador impávido,
tratando de
ser indiferente
al instante crucial que me rodea;
más no puedo
evitar que la nostalgia
del ayer
impulse nuevos bríos,
a mi
condición de asalariado,
de un mundo
cortante, móvil,
que se
escapa núbil de las manos.
Es el
momento crucial de lo indefinido,
que
persevera mantenerse
en un mundo
mutante, imperfecto;
a veces
sórdido, implacable,
entre los
glóbulos rojos
que recorren
cada milímetro
de las
arterias de mi cuerpo,
mundano y a
la vez divino.
Soy, sólo un
número impar
en la
vastedad del universo,
con un
código genético
que se
repite cíclicamente.
Y en cada
retorno inmaculado
vivo las
experiencias
de mundos
inconclusos
que coinciden
en mi edad exacta.
Yo soy de
este y también de otros mundos
que cortando
el tiempo
se adentran
en la historia;
se alargan
hasta desaparecer finitos
en cada
recodo de una esquina vertical
que cae en
el oasis de la esperanza;
en la
seguridad
de volver a
renacer en cada aurora.
Y en cada
línea no escrita,
sobre una
hoja plana
de mi
cuaderno marchito
de
esperanzas rotas.
Horizontal,
me levanto sobre mis huellas,
incrédulo y
sorprendido;
para empezar
nuevamente a navegar
en el
silencio de las tardes grises.
Entonces
¡Vivo! Trato de sobrevivir
en el
calvario de mis penas,
sobre mis
dudas y temores,
entrelazo
mis ideas vanas,
llevando
sobre los hombros
canciones
hechas poesía.
Y la alegría
de vivir “siempre de pie
y nunca de
rodillas”.
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