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domingo, 1 de febrero de 2009

Dos amigos

Nuestro Invitado

Por: Antonio Arévalo Cruz 

Luis y Juan eran albañiles, dos modestos peones que se ganaban la vida trabajando en pequeñas obras; Luis no sabia mucho sobre Juan, y Juan tampoco sabia mucho sobre Luis, los dos eran compañeros de trabajo por que el azar había querido que coincidieran sus vidas. 
No eran amigos, no, eran compañeros, los amigos se eligen, los compañeros los da la vida y unas veces te tocan malos y otras buenos, en este caso la relación no era ni buena ni mala, cada uno hacia su trabajo lo mejor que sabia y así transcurrían sus vidas. 
Luis estaba casado y tenia una niña pequeña, Juan sin embargo estaba soltero y vivía en una pensión con Pepe, su amigo del alma, aquel que un día abandonó junto a él el pueblo donde vivían y le acompaño a la aventura de Madrid. Aquella tarde de Mayo, Luis y Juan estaban trabajando en la obra de un chalet de una urbanización en las afueras de Madrid, era una tarde espléndida, de las que huelen a Primavera. Habían terminado la tabiquería interior del primer piso de la casa y tenían que bajar los ladrillos que habían sobrado, los dos se pusieron de acuerdo y al igual que habían hecho otras veces decidieron que lo mejor seria que uno se pusiera debajo de la ventana, y el otro desde la misma le iría tirando los ladrillos al de abajo, la altura no era muy grande y los ladrillos se podían coger con facilidad al vuelo para irlos apilando en un montón. 
Así lo hicieron, Juan se puso abajo y Luis desde la ventana le iba tirando los ladrillos que Juan cogía al vuelo y depositaba en el montón. El trabajo discurría con normalidad cuando la figura de un hombre se paró ante la obra. 
- ¡Hace buena tarde ¿no?! 
Juan se volvió sorprendido y al tiempo que dejaba un ladrillo comentó. 
- ¡Coño Pepe!, ¿Qué haces tu por aquí?. 
En efecto, Pepe el amigo de Juan, se encontraba al lado del montón de ladrillos y observaba como los dos hombres trabajaban. 
- Pues mira chico, esta tarde no tenía nada especial que hacer y me he dicho, voy a dar una vuelta por las afueras, la tarde invita a ello. 
- Que coincidencia, pues mira aquí estamos terminando de recoger estos ladrillos. 
Mientras hablaba, Juan no dejaba de recoger los ladrillos que desde arriba le lanzaba Luis. - Juan, que digo yo, que te vas a hacer daño en las manos con los ladrillos. 
- ¿No descuida, ya tengo cayos en las manos de tanto hacerlo?. 
- Pues yo creo que debe doler ¿no?. 
Sin dejar de recoger ladrillos contestó - No duele, no te preocupes, esto es así. 
- Pues será así, pero a mí me dolería, además en una de esas te va a dar con un ladrillo en la cabeza y te va a hacer daño. 
- Mira Pepe, siempre lo hemos hecho así, y no pasa nada. 
- Ya, no le pasa nada a él que esta arriba, pero tu que estas abajo, ala a recibir todos los golpes. 
- ¡Joder Pepe!, te estas pasando, unas veces estoy yo abajo y otras veces , lo esta él, ¡no te preocupes!. 
- No si a mí ni me va ni me viene, el que recibe los golpes eres tu, pero me duele que a mi amigo le este tirando ladrillos un desgraciao desde una ventana, y anda que los tira flojos. 
Juan, atónito no dejaba de coger los ladrillos que Luis, ajeno a lo que estaba ocurriendo abajo seguía tirando por la ventana. 
- Mira Pepe, no sé lo que pretendes, estoy trabajando como lo he hecho siempre y no entiendo a que viene tanta pega, déjame trabajar. 
- No si encima se lo toma a mal el tío, yo me preocupo por ti y a ti lo único que se te ocurre es decir que te deje trabajar mientras el otro te esta machacando. 
- ¡Pepe, Cojones!, no me está machacando nadie, estoy recogiendo ladrillos, ¡no pasa nada!. 
- No podía esperar esto de ti Juan, ¡me vas a negar que te están tirando ladrillos!, O es que no lo estoy viendo con mis ojos. 
- Claro que los esta tirando, para que yo los recoja, es así, pero no los tira para darme. - Eso por que lo dices tu; hay infinidad de maneras distintas para bajar ladrillos sin tener que tirarlos por la ventana, y tu hay recibiendo golpes. 
- Por supuesto que hay mas formas de bajar los ladrillos, pero nosotros siempre lo hemos hecho así, no veo que hay de malo. 
- Bien veo que desprecias mi ayuda, no esperaba esto de ti, Juan. 
- ¡Pero Pepe!, a que viene esto, yo voy contigo a tomar cañas, jugamos nuestras partidas de mus, somos amigos, pero déjame coger los ladrillos como yo quiera o por lo menos ayúdame a recogerlos. 
- ¡Una porra!, Si hombre hay me voy a meter yo a recoger ladrillos, es tu obra, a mi no me incumbe, yo no me meto en tus cosas, pero te esta machacando las manos con los ladrillos y al final te va a dar en la cabeza. 
Los ladrillos seguían volando desde la ventana, mientras Juan se volvía con la cara congestionada para contestar a Pepe. 
- ¡Me tienes hasta los cojones!, Quieres hacer el favor de callar y dejarme tra...! 
No pudo terminar la frase, un ladrillo le dio un certero golpe en la sien derecha haciéndole caer al suelo. Juan quedó tirado mientras se formaba un pequeño charco de sangre, los ladrillos seguían volando y Pepe lo contemplaba serio mientras decía: 
- Ves como tenia razón, ese tío iba a por ti, si lo tenia yo calao.

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