En el natalicio de Jorge Sifuentes Guío
Por Ergo Sifuentes (*)
El ajado sombrero negro de fieltro, evolucionando con simétricas volutas, cayó primero y el recio viento lo hizo rodar en la polvorienta calzada de la Av. Fitzcarrald, al frente del taller del Sr. Landaury y el hombre cayó también con estrépito, sobre las sentaderas, con las piernas y los brazos en alto, buscando un asidero en el aire. Ciertas gentes reían de buena gana, les causaba gracia el inopinado vuelo del hombre. Algunas otras, las miraron con enfado y piadosas, lo ayudaron a incorporarse:
-¿ Se encuentra bien buen hombre ?- le preguntó alguien y él contestó afirmativamente con la cabeza, en tanto se desempolvaba con las manos el gastado traje.
Era Agosto, mes de los vientos y es común en ese tiempo la aparición de pequeños y fugaces tornados que recogen papeles, cartones y achupallas, pero nunca como aquél; con fuerza, tanta que zarandeó al hombre, levantándolo a unos cuantos metros del piso y abandonándolo luego, a su suerte en caída libre.
Se palpó todo el cuerpo y su buena ventura, una vez mas, lo sacó ileso del insólito percance.
-Es una señal, es presagio de algo malo – dijo agorera, la beata Chapi, ataviada totalmente de negro según el uso de las viudas o las muy devotas.
El espigado hombre, al escucharla, encorvó aún más sus hombros y rengueando levemente, levantó su bicicleta, hizo ademán de limpiarla y continuó con su camino.
Dos meses después, el 20 de Octubre, tío Jorge retornaba de la casa de abuelita Ana en Patay y luego de pasar el Puente Quillcay se detuvo, a conversar con su amigo, que coincidentemente en sentido contrario, se dirigía al barrio del Centenario. Ambos desmontaron de sus sendas “Hércules” y Eliseo Arana lo felicitó y abrazó efusivamente, jamás podría olvidarse de la fecha de su onomástico.
No fueron como siempre los temas de la judicatura, que los apasionaban, el introito de su charla, éste mas bien, fué suscitado por el extraño aspecto de aquél desgarbado sujeto que a bordo de su bicicleta, le precedía unos metros a Tío:
- ¿ Tú lo conoces Jorge ? – le preguntó su amigo.
- No, pero varias veces, lo he visto salir por la altura de la Fábrica de gaseosas…
No pudieron continuar el comentario. La atronadora explosión los estremeció y tuvieron que cubrirse la cabeza y el rostro con los brazos, defendiéndose de la andanada de esquirlas y fragmentos metálicos que hendía los aires.
Como todos, asustados y curiosos corrieron de inmediato, en dirección del taller del Sr. Landaury, desde donde se elevaba una densa y gruesa humareda. A través de una nube de polvo pudieron distinguir en el piso de tierra blanca, húmedos e inertes, varios cuerpos humanos y el caserón de hojalata se había hecho humo. Anonadados eran testigos de las primeras consecuencias del descomunal estallido y el pavoroso incendio que ocasionó enseguida.
A unos pocos minutos, apareció el Sr. Menéndez que consternado pero solidario, ofreció su camioneta para trasladar a los heridos. Hicieron cuatro viajes al Hospital de Belén. Todavía luego de desocuparse de la tarea de los accidentados y cuando la polvareda amainó, pudieron, Tío y el Sr. Arana, reparar en la delgada y rubia señora que con un niño también rubio: literalmente, juntaban los fragmentos de un cuerpo en una manta. Les agradeció mucho, cuando le ayudaron a terminar su dolorosa tarea:
- ¡ Mouchaes grraciaes herrmanous ! – les dijo llorosa y contó que, su esposo fué el que mas cerca estuvo de la puerta del taller. Que eran una familia de misioneros de Filadelfia y se encargaban de la Iglesia episcopal vecina del “Tabaríz” de Teobaldo Sierra, a pocos metros de allí, en el cruce con la Av. Raymondi El niño, que era su único hijito, según les refirió: pudo ubicar el viejo sombrero negro de fieltro de su padre, que afanósamente anduvo buscando. La Sra. rubia lo agregó al envoltorio y se derrumbó resignada a la espera de la autoridad calificada para el levantamiento de los cadáveres. Inubicable pero audible, al órgano y violin, se filtraba tristísimo, como por Sháurama: “El breve espacio en el que no estás” de Pablo, se recreaba luctuoso en los mutilados sauces que a diario acompañaban la cotidiana labor de la fragua y los sopletes de soldar y rebotaba trágico, desolador en cada calcinado cacho metálico y en cada fuliginosa astilla de mantae, en cada redondeada mole de granadiorita que el aluvión del 41 diseminó tal una ciclópea legion pretoriana, para desvanecerse finalmente, como llevada por el viento, en dirección de Challwa y el Balcón de Judas.
Posteriormente se supo que la viuda del sacerdote enloqueció, que destrozaba el alma verla mendigando, con su inocente criatura de la mano. Nadie advirtió cuándo desapareció. Algunos conjeturaban su internamiento en el Larco Herrera del distrito de Magdalena y otros afirmaban que la embajada de los EE.UU. tramitó su traslado a Filadelfia.
En total fueron 12 los fallecidos en tan infausto suceso, provocado por la explosión de un equipo de soldadura autógeno. De la familia Landaury solo quedó Delia que, hacían dieciocho años, estudiaba Sociología en la San Marcos de Lima.
Practicamente soy un privilegiado deponente de estos hechos, cuyos datos y contornos nos los proporcionó, de primera mano, uno de los protagonistas: mi Tío Jorge Sifuentes Guío, cuando era yo el travieso mozalbete que, por largas horas, le escamoteaba su bicicleta “Hércules”, lo que justificadamente lo enfadaba a él y a su severa pero cálida madre, mi abuelita Ana. El escenario es el “cono aluviónico” en la entonces descampada y peñascosa Av. Fitzcarrald, aquella fatídica tarde del 20 de Octubre de 1965. Para mi tío: desgarradora e insólita pero indeleble manera de “pasar” su cumpleaños. Para nosotros, sus sobrinos; una tragedia magnificada por el inocente imaginario infantil, que el tiempo trata inutilmente de difuminar en la oscuridad del olvido.
De manera que, el relato no constituye sinó una categórica prueba de la fidelidad de mi memoria
Atlanta, Octubre del 2010 CHANELO
Ficción arbitraria en homenaje a mi tío Jorge Aurelio
(*) Ergo Sifuentes, conocido en la infancia como Chanelo, nos cuenta un acontecimiento, casi olvidado, por los viejos habitantes de Huaraz de hace 45 años y lo hace de una manera muy entretenida y en buen estilo, vinculando la información de esa explosión, -que durante varios años se convirtió en punto de referencia cuando queríamos precisar una dirección-, con la vida cotidiana de la familia, en este caso del recordado tío Jorge, que efectivamente siempre se desplazaba en su bicicleta Hércules y siempre intercambiaba ideas para sus actividades legales con su amigo Arana.
La explosión ocurrida en la vieja avenida Fitzcarrald de Huaraz hizo temblar a toda la ciudad, un día miércoles aproximadamente a las tres de la tarde de hace 45 años, 20 años después también este fecha será miércoles, pero esperamos que haya una explosión de júbilo porque celebraremos los 85 años de tío Jorge.
Ergo te felicito, y espero que sigas escribiendo estas historias de la tierra y de la familia
un abrazo
Eudosio Sifuentes
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