"//pagead2.googlesyndication.com/pagead/js/adsbygoogle.js">

BUSCADOR TEMÁTICO o AVISOS CLASIFICADOS.

Búsqueda personalizada

jueves, 22 de enero de 2009

a 3 bandas

Por Armando Alvarado Balarezo (Nalo)




Te cuento::
*
Mientras saboreaba un papa cashqui recordé los años sesentas, cuando de incógnito escuchaba en el billar de don Cali Durand, los comentarios de Antuco Bravo, Pogoncho Padilla, Milo Barrenechea, Cancho Ramos y Pepe Lavado, sobre los triunfos del pecoso Jhony Bello.
*

Antuco decía que Jhony nadaba todos los estilos, desplazándose por la piscina como trucha, de punta a punta, llevándose todas las medallas olímpicas. Y mientras ellos comentaban, don Cali recostado con sus codos en el mostrador afilaba su lengua con los ribetes del cuello de su poncho. Luego de unos segundos, les dice: “esas son coj... cholo; en mis tiempos nadaba contra la corriente como salmón de un solo tranco hasta Tallenga, sino pregúntenles a los viejos carcacinos y aquinos que me veían nadando a pelo y me aplaudían desde sus chacras. Jhony Bello es un ultu a mi lado”.
*


Otro día cuando comentaban sobre los goles de cabeza de Toto Terry, don Cali ingresó de lleno a la conversación: “Para rechazar de mocha un centro del Olaya, saltaba tan alto que aprovechaba para ver si los burros de “papaseca” estaban haciendo daño en mi chacra de Pacra”. Estos “angelitos” un poco picones arremetían con todo y provocaban a don Cali preguntándole: ¿y su hijo Panchito juega el fútbol tan bien como UD.?. Él, sin inmutarse contestaba: “como ustedes saben, el hijo del bailarín siempre resulta cojo; y mi heredero no ha roto la regla, con decirles que cree que la pelota es cuadrada”, y se reían a carcajadas dejando el taco junto a las bolas. Qué inocentes fueron esos tiempos de vaqueros.

Una mañana arribaron al 'taco' cuatro jóvenes truchadores con la noticia de que el flaco Nica Fuentes, había cogido una trucha de 47 centímetros en Conay; don Cali se le acercó a uno de ellos y abriendo una vieja libreta de apuntes le pidió que leyera:

- 87 centímetros don Cali -él le contestó:

- Este alevín es el que malogra mi colección de pesca en el Aynín.

Recuerdo que una noche mientras don Cali cosía con aguja de arriero un paño roto hasta la mitad de la mesa por la impericia de Lalo Dextre en el taqueo con efecto, nos comentó, que durante la fiesta patronal de un pueblo de Huanuco envolvió con una verónica al toro más bravo de la tarde y lo desapareció sin necesidad de sombrero ni varita mágica ante el asombro de los tendidos y para no ser linchado tuvo que salir escondido bajo su poncho usando sus clávículas como percha. Otra noche cuando mirándose a los ojos Lipat de Jircán y Genaro de Jupash jugaban 'el que pestañea pierde' don Cali se les acercó diciéndoles: 'en mis tiempos, todos tenían terror de jugar conmigo, no porque los dejaba virolos, sino porque con los ojos cerrados hacía derretir los adoquines de hielo de los raspadilleros'.
*

Cierto día Antuco y su patas sacaban cuentas para la pachamanca del 7 de Junio en Jaracoto: 20 kilos de papas de roca, 3 manojos de chinchu y uno de muña, 77 ocas, 24 choclos, 173 habas, 2 brazuelos de cordero de la carnicería de Moshongo, 2 moldes de queso de Cutacarcas, una gallina del corral de Uchucu Pedro, 5 cuyes y 2 conejos paseanderos del escribano Crisólogo, un chanchito polanchín del “Coso”, etc. etc.; es decir, todo fiado y “prestado” de algún dueño descuidado. Don Cali que estaba atento a estos cálculos de arte culinario se acercó y les dijo: “en mis tiempos metíamos al horno las papas, habas, choclos, quesos y cuyes por camionadas, más 5 reses y media manada de borregas, pastor y todo”.
*

También registra mi 'disco duro' episodios donde estos “llameros cholitarios” entrenaban para jinetes montando becerros en el corral de don Aurelio Garro y amansando caballos y burros en un potrero de Unsucocha, con la complicidad del papá de los hermanos Churchil de Cochapata, muy afecto a ellos. De allí se desplazaban al Pesebre donde esperaban impacientes que la camioneta de Landauro arranque su motor de medio pony de fuerza y empiece a trepar sin oxígeno la planta eléctrica. En esos momentos Antuco, Pogoncho, Milo y Cancho, montaban al vuelo al brioso “alemán” y salían al galope. Pasaban Chicchó, Caranca y finalmente el caballo llegaba resoplando a Matarrajra, donde esperaban el paso de la camioneta con una sonrisa cachacienta.
*
Que recuerde, Landauro nunca los alcanzó, menos la tortuga roja de don Benja. El único carro que una vez logró pasarlos antes de llegar a Caranca fue el camión “fantasma” del 'amigo' de los eucaliptos Domingo Morales, sólo que cien metros después se fue al abismo, retornando a su aserradero junto a Picuh, en tiempo record. Ya por las noches estos traviesos legionarios iban al “Coso”, de donde sacaban a hurtadillas un par de burros dañeros y se ponían a buscar entierros por Cucuna y Racrán hasta la medianoche, emulando a Juan Sánchez Dulanto, y de paso hacían su mercado nocturno “de la chacra a la olla” llenando sus alforjas con habas, choclos y dos atados de alfalfa para el brioso “alemán”.

Una mañana que Antuco, Pogoncho, Cancho y Milo, caminaban hondilla en mano por Lirioguencha, observaron a un gallo carioco que se paseaba orondo por el tejado de la familia Durand Espejo. Milo sin pensarlo dos veces aguzó su puntería y de un certero tiro de guijarro derribó al “cuello rojo” que cayó fulminado al camino con la cabeza y cresta partida como purojsha reventada. Luego presa en mano se fueron caminando de puntillas al Baratillo, donde la cocinera de Cleofé García les preparó escabeche y caldo. No pasaron ni dos horas de este atentado ecológico, cuando Milo llegó a su casa con la barriga llena. Para su sorpresa, su papá Jorge lo recibió en medio del patio con las manos en la cintura, invitándolo a pasar a su despacho de abogado, y sin que se reponga de su sorpresa le dio este café cargado de leyes y reflexión fraternal:
*
“Hijo mío, no hay modo de justificar como provechosa tu existencia, pues sólo te estás dedicando a matar cariocos y a montar becerros. Don Calixto Durand ha presentado una queja en papel sellado donde expone que tú y tres malhechores han asesinado a uno de sus picudos que se paseaba por sus aposentos. Ha presentado como testigo a un vecino notable de Lirioguencha quien los observó durante el carioquicidio. Como este hecho atenta contra la fauna chiquiana, y viendo que un escándalo podría manchar el buen nombre de la familia, acabo de pedirle a tu mamá que haga efectiva la reparación civil con dos ponedoras y un par de cuyes de Pancal. Por tu parte, alista tus cosas que dentro de dos horas te vas a Lima con el camión de mi amigo Chuqui, a expiar tus culpas sin propinas ni encomiendas”.
*

Está grabada en la memoria colectiva un mediodía soleado de fines de junio cuando la plaza de Jircán fue escenario de una “carrera de burros” organizada por la Escuela Normal en su aniversario de creación. De todos los expertos “burro cross” lograron su inscripción: Cachicho de Umpay, Ichic de Quihuillán, 'Oso júnior' de Matara, Goyo de Cochapata, Luchu de Jircán y Antuco de Agocalle. Este último, preocupado por la casta de los demás competidores, se puso a organizar su participación. Es así que, buscando datos escuchó por ahí, que uno de los burros de Clarita, era el más veloz del pueblo, pero que estaba purgando condena en el Coso. Sin pensarlo dos veces pagó la fianza y durante 3 días seguidos practicó en el centro de entrenamiento de Unsucocha.
*
Momentos previos a la carrera los jinetes se ubicaron junto al arco de la parte baja del estadio, espacio fijado como partidor, y ni bien el amauta Nicanor dio la señal de partida, el burro dañero montado por Antuco salió embalado hacia el Coso, ganando por veinte cuerpos y una pértiga de yapa...
*
2do. piso: billar de don Cali

Pero don Cali no solamente contaba sucesos increíbles de su juventud, sino también sobre su estrategia para ganar juicios sumarios con dos chatas de ron, un papel sellado y media jeringa de tinta; sin embargo, como al mejor tirador se le va la paloma, una vez tuvo un traspié. Resulta que en un juicio por paternidad envió a Barranca la muestra de orina de su patrocinada, muestra que en uno de los baches de Huacacorral se derramó; el ayudante para evitarse problemas con el dueño del vehículo llenó la botellita con su pichi y el análisis dio 'NEGATIVO'. Aunque la criatura nació igualito al demandado; éste, amparándose en el resultado no reconoció al sietemesino, aduciendo que los bebes no sobreviven si nacen antes de los cinco meses de procreados.
*
Don Cali Durand
Con los años don Cali se enteró por una carta anónima sobre la orina derramada; lamentablemente el caso ya estaba oleado y sacramentado, por lo que trató por todos los medios de persuadir al padre para que proceda a su reconocimiento, pero éste, por temor a que su warmi lo expulse de su lecho de paja no quiso firmarlo, quizá lo haga para tranquilizar su conciencia horas antes de estirar la pata o por temor al escándalo, porque en corto un tiempo la prueba de ADN será más fácil que teñirse el pelo.

Los años de colegial

Por Armando Alvarado Balarezo (Nalo)
Estoy aquí como siempre, de lunes a viernes, sentado en una banca junto a la tienda de tía Dolorita saboreando una raspadilla arco iris, mientras el sol del mediodía dora mi rostro capulí. Falta poco para que pasen suspirando por un adoquín.

Ya escucho sus pasos, son las musas del colegio Santa Rosa. Levanto la mirada y sus ojos con sus reflejos hacen pestañear al sol. Ellas son más bellas que las estrellas y vienen como olas azules por el jirón Comercio. Poco a poco se asoman, caminan de dos en dos, no llevan banderolas, solo libros y pétalos de amapolas.

Ya pasan, no digo nada, prefiero contemplarlas en silencio. A mi lado mis amigos del Tercero endulzan sus sentidos con caramelos de leche y marrones 'monterricos'. Está muy cerca mi princesa, viene como imagen de procesión, pausada y altiva, mirando Capillapunta; y sin que lo note, le tomo una fotografía con mis retinas. Ojalá no se vele o la tendré que dibujar.

Y así van pasando las musas, exsudando conocimiento sobre anatomía, artes manuales y geografía; pronto llegará la noche y revelaré la imagen de mi amada en mi almohada y dormiré con ella, envuelto en la pasión que mi pequeño corazón inflama.



domingo, 11 de enero de 2009

UN FIN DE SEMANA CON LUIS PARDO

Fuente: El lápiz y el martillo

Un Blog de y para los escritores del Perú

Por Javier Garvich,

AEPA Asociacion de Escritores y Poetas de Ancash

UN FIN DE SEMANA CON LUIS PARDO (Postales en Chiquián)

Fotograma de la película Luis Pardo (1927) dirigida por Luis Cornejo Villanueva

Para quienes no lo saben, se ha cumplido un siglo desde que las fuerzas de seguridad del Perú, acompañadas de las mesnadas del lugar, cercaran y dieran muerte a Luis Pardo, el legendario bandolero ancashino a quien la memoria convirtió en un héroe popular. Luis Pardo ha sido merecedor de varias canciones y huaynos, se rodó una película sobre él, se han hecho varias obras de teatro sobre su vida, ha recibido la atención de historiadores y antropólogos, le han dedicado infinidad de poemas y cada año, indefectiblemente, se suman a su leyenda, más testimonios, anecdotarios y homenajes. Luis Pardo, a cien años de su muerte, ha dejado de ser un personaje histórico para convertirse en una suerte de inkarrí laico, de paladín social, de vengador justiciero y arquetipo de la imagen de hombre libre y fraterno con los pobres. Una suerte de Emiliano Zapata de los Andes sin revolución.


Grupo de escritores arribando al Encuentro de Escritores Ancashinos. Chiquián, 3 de enero del 2009. (Foto de Ricardo Virhuez)

Para tan magna conmemoración, la Asociación de Escritores y Poetas de Ancash –con el decidido apoyo de la municipalidad provincial de Chiquián- organizó un encuentro de tres días en la villa de Chiquián, que incluyó dos días de ponencias y presentaciones de libros, un sinfín de actos culturales y una romería final a la tumba de Luis Pardo. Casi setenta ponencias expuestas ante un auditorio repleto, cerca de una veintena de libros presentados, una decena de actividades culturales que abarcaron desde la canción al video, pasando por el teatro. Todo en honor al gran héroe de Chiquián. Aquí algunas postales.

Única foto frontal de Luis Pardo, publicada años después de su muerte en la Revista de la Policía del Perú.

Quien quiera conocer de buena mano la vida de Luis Pardo tiene que leer Luis Pardo “el gran bandido”, de Alberto Carrillo Ramírez. Libro imprescindible puesto que se nutre de una recopilación de testimonio de testigos a los cuales luego ya casi no se les pudo volver a interrogar. El libro, pese a la simpatía del autor para con Luis Pardo, no lo pinta como un héroe inmaculado o un líder social. Leyendo los hechos uno pareciera ver a Luis Pardo como el engreído hijo de un terrateniente, diestro con las armas, mujeriego, bebedor (e insoportable cuando bebía más de la cuenta), un poco aventurero, buen conversador, bonachón con algunos y muy autoritario con otros. Su paso a la vida bandolera sucede no por alguna injusticia social sino por un asesinato que él practica cegado por el alcohol. Como véis, una vida poco heroica.

Una muestra de la asistencia y la expectación del Encuentro de Escritores en Chiquián.(Foto de Ricardo Virhuez)
La mitología se confunde con la historia. En las ponencias se habla sin descanso de su madera de luchador social. Aunque Filomeno Zubieta pone reparos distinguiendo la faceta histórica de la forja del héroe popular. Domingo de Guzmán nos relata jugosas y desconocidas anécdotas de su agitada juventud (pudo haber hecho carrera militar –es decir, pudo haber sido presidente del Perú- pero lo perdió su carácter arrogante y perdulario). Víctor Hugo Alvítez hace una sugerente comparación con otros bandoleros del norte peruano como el cajamarquino Benel o el piurano Alama. El escritor Walter Ventosilla –quien publicó una novela sobre el tema- habla de la utopía Luis Pardo. Por contra, la poeta Verónica Solórzano se manda con una elegía reclamándose mujer, compañera y andarita eterna del héroe. Maria del Pilar Cárdenas, una preciosa y menuda estudiante del Pedagógico de Chiquián, habla oportunamente de la importancia de las fábulas en la educación infantil (¿acaso en Luis Pardo no ha sido la fábula quien ha devorado al hombre?).

Algún otro poeta suelta esto: “Todos los hombres llevamos un bandolero dentro y todas las mujeres desean ser raptadas por bandoleros”. Tremendo.

Estatua de Luis Pardo en la entrada de Chiquián.

Lo curioso es que la carrera delictiva de Luis Pardo fue bien escasa, no más de tres años y más bien centrada en el postrer 1908. A él se le atribuyen cuatro asesinatos y más de treinta acciones contra la propiedad. Sin embargo, buena parte de sus delitos son fabulaciones de terceras personas, denuncias apócrifas y confusas. Como el Grau de la Guerra del Pacífico, a Luis Pardo se le veía en varios lugares a la vez. Gran parte de la responsabilidad está en la campaña de difamación lanzada por los gamonales de la zona y capitalizada por un Estado que quería restablecer el orden en provincias. Como en los años de nuestra guerra interna, el Estado aparece como un desinformador avieso que se dedica a fabricarse enemigos para destruirlos, y termina alimentando leyendas.

Cascada de Usgor. De izquierda a derecha: El periodista Miguel Díaz, la profesora Grimanesa Tafur, un servidor y el escritor Ricardo Virhuez. Foto de este último.

El domingo lo inicié en una excursión a la cascada de Usgor: Aire libre, arco iris circulares, el marco incomparable del paraje chiquiano. Nos acompaña la profesora Grimanesa Tafur, quien vive como propia la naturaleza circundante. Al momento identifica hierbas e insectos, plantas y animales, los enhebra con mitos, cuaranderías y canciones elegidas. En su discurso persiste la idea del hombre andino como un ente ligado indisolublemente al campo, a la tierra, al runasimi, a la imaginería pre-cristiana ¿Qué tan fuerte es ese hombre andino vivificado por Grimanesa? ¿Existe aún? ¿Está arrinconado en la Puna y la Jalca? ¿O acaso es otra construcción que se va nutriendo de las experiencias y aprendizajes de los mortales?

Pancal. Fundo propiedad de Luis Pardo.

Posiblemente Luis Pardo haya sido un vividor y un ladrón de poca monta. Pero la tradición oral siempre alude a su generosidad con los pobres y su coraje para con los poderosos. El anecdotario de Pardo crece todos los años: Luis dejando una estela de monedas de oro a su paso por los pueblos, Luis sometiendo toros con solamente un ademán, Luis comprando sombreros para los maltrajeados de una localidad, Luis regalando dinero a los presos ante las narices de sus carceleros…la ristra no se agota. Su última hazaña acabo de oírla: Hay el testimonio de un viejo anarquista chileno que asegura que Luis Pardo, cuando estuvo de paso por el norte de Chile en 1906, se encargó de organizar a los salitreros y recomendarles que marcharan sobre Iquique a reclamar sus derechos. Los obreros del salitre hicieron eso un año después, para perecer en la tristemente célebre matanza de la escuela de Santa María.

Recorrido por las calles de Chiquián en romería a la tumba de Luis Pardo. (Foto de Ricardo Virhuez)

Lunes. Después de un pasacalle festivo que rompió en fiesta durante toda la noche, todos los escritores marchan en romería a la tumba de Luis Pardo. Por la mañana la policía iza la bandera en la plaza en su honor “las fuerzas policiales persiguieron y mataron a Luis Pardo, ahora ellas mismas izan el pabellón nacional en su nombre” me recita acremente un intelectual sanmarquino. En el camposanto, tres monjitas inician el responso con cantos católicos tradicionales, una de ellas lo pinta como gran defensor de los pobres, "perdonado por el Señor y seguramente muy cerquita de Dios como todo justiciero de bien". Finalmente, autoridades y artistas se despiden de su tumba cantando y declamando. El acto termina en el coliseo de la localidad con una generosa pachamanca regada con vino de la región (¡sí, en Chiquián hacen su propio vino!) y en un pasacalle final encabezado por el alcalde. Luis Pardo ha sido homenajeado por tirios y troyanos, policías y civiles, monjas y ateos, artistas y burócratas, notables y pueblo llano. Puede dormir tranquilo en su tumba.

Extracto del libro sobre Luis Pardo de Alberto Carrillo. En la foto, la oficialidad encargada de capturar al bandolero
En enero de 1909 Luis Pardo estaba acorralado, hambriento y casi sin municiones. Su enemigo era un viejo chacal de la policía con el adecuado nombre de Álvaro Toro Mazote quien había impuesto la ley del terror en la zona y, mediante delaciones bajo tortura, cerraba el círculo en torno a Luis. Mesnadas de campesinos alcoholizados, dirigidos por sus gamonales respectivos, lo ultimaron cuando se lanzaban a las aguas del río Tingo. Fueron los mismos campesinos quienes reaccionaron con igual violencia cuando la policía empezó a ensañarse groseramente con el cadáver. El nombre de Toro Mazote se lo ha llevado el viento. El puente que cruza aquel último río hoy se llama Luis Pardo.

Luis Pardo en la memoria popular: Caballo blanco alzado, jipijapa, poncho andino y pistola en mano. "Gallardo jinete romántico".
¿Granuja con suerte o héroe popular? ¿Defensor de los pobres o terrateniente libertino? Lo que importa, creo yo, no es tanto el seguimiento histórico como sí interpretar la constante construcción popular del héroe. El hecho que Luis Pardo, a cien años de su martirio, se haya convertido en un Robin Hood peruano no significa el fiasco de la tradición oral, sino todo lo contrario: El pueblo tiene derecho a crear sus propios héroes, más aún si estos encarnan las ansiedades y los deseos de justicia y libertad. Una tradición que existe no solamente en la veneración de santos populares o en la transformación de ídolos de la canción en auténticos demiurgos, sino incluso tomó cuerpo en la construcción de esta otra heroína, respetadísima por lo menos en Huamanga. Frente a los héroes del Estado (blancos, criollos, militares y bien avenidos con las clases dominantes) los peruanos de a pie podemos proponer héroes alternativos (mestizos, civiles, ajenos al Estado e hirientes con los poderosos). Frente al fracaso palpable de los proyectos criollos de nación, Luis Pardo simboliza la esperanza de construir otro país. Y quienes creemos en la posibilidad de ese otro país, vemos a Luis Pardo aún cabalgando, aún festejando, aún jodiendo.


Junto a la tumba de Luis Prado. Un servidor al lado de los escritores Armando Arteaga y Luis Flores .

jueves, 8 de enero de 2009

El rapto

Cuento de julio Olivera Oré  

Legendaria es la fama de Tambamba, escenario ensoñador del paisaje, olímpico parnaso de los bates y templo de cupido en Pallasca. Riñó allí un antecesor del príncipe Apu Pomachaico con el cacique Atun Osco y se quedó con la bella Llullu Urpe, princesa de Marca Huamachuco, hermosura primaveral que en peregrinaje idílico acampara en Tambamba para pasar a Cuyubamba a prestar juramento de amor.

Mucho antes el emperador Huayna Capac cayó en Tambamba cautivo en los brazos de una ñusta del lugar, de este idilio real, nació el inca Apallasca Vilca Yupanqui Tukihuaraca, ahijado de don Francisco Pizarro y padre de Apu Pumachaico; Huayna Capac y Apu Pumachaico, hicieron un edén en Tambamba, las flores más bonitas y exóticas y los nidos de las avecillas más hermosas engalanaron el escenario, y las parejas enamoradas hallaron allí un lugar furtivo para la aventura amorosa, desde entonces Tambamba era el recinto del amor, cuando Gualbina sintió la curiosidad de conocer el paraje era porque le acosaba su radiante juventud.

En Pallasca, una guitarra y un revólver tenían igual o mayor valor que el arte de amar de Ovidio, uno y otro debería tener todo buen pallasquino, y mientras la melodía de las guitarras adulcoraba la campiña los tiros de un revolver hacían caer una estrella, y aquella dulce y tierna doncella fue codiciada por los galanes que merodeaban en los contornos.

Por las noches la casa de Gualbina fuera asediada por las serenatas de varios grupos de mancebos, laudaban endechas de amor, rivalizaban los cantares y las guitarras y concertinas emitían melodías cautivantes, otros grupos escalaban la morada y abriéndose paso con manoplas y bastones alzaban con Gualbina, por entre un cerco de serenatistas a tiros de pistola y golpes de cachiporra

miércoles, 7 de enero de 2009

Cuento I

Nuestro invitado

Carlos Echarri Fernández

-Qué bien que hayas venido

-¿Cómo te encuentras hoy?

-Bien 

Ambas mujeres sonreían desde el mismo instante de verse., desde el momento en que se vieron en el umbral de

 la puerta. Habían intercambiado sus saludos con una sonrisa muy íntima. Una sonrisa que crecía hacia adentro y no hacia fuera. Una sonrisa prendida entre los dientes y las encías. Se abrazaron y hundieron sus rostros en la tela perfumada de cada cuerpo, la tela y el olor que había nacido de sus cuerpos unidos. Y como si quisieran olerlo y recordarlo muy dentro de ellas mismas, permanecieron así, con los ojos cerrados, mucho tiempo. O poco tiempo. Eso depende. Le dio tiempo al reloj a surcar dos o tres minutos o quizá dos o tres horas. 

La visitante, Annistar, parecía querer decir algo. Algo hundido entre sus labios parecía temblar. Y su mirada fija en el suelo. Y su gesto como de resignación. 

La mujer que vivía en la casa, Lishá, la vio. La contempló. Colocó su mano en la mejilla de Annistar. Su mano alrgada de muy finos dedos. Su tacto era suave y al entrar en contacto con el rostro duro de Annistar notó un ligero estremecimiento y un movimiento dentro de Annistar que se contenía y movía en su epidermis. 

-¿Qué es?

-Nada 

Annistar hubiera querido decir “gracias”o “qué bello es estar viva en primavera” o “ojalá hubiera tenido menos años” y no lo dijo porque en ella pesaban muchos años y la primaveras se le habían ido de entre las manos como arena, limpiando el sudor de cadáveres y siempre había dicho “gracias”como una oración al apagarse la lámpara a medianoche y seguir con cada hueso y cada diente de los contados. 

Lishá sabía todo eso y por eso no dijo nada. 

Y como en ella no pesaban los años, sino la sombra hueca de los años que vendrían, giró su cabeza rápidamente. Como si hubiera querido cazar algo, o a alguien escapando. No se había girado, había mirado con su cabeza por encima del hombro. Al hacerlo, su trenza, recogida bajo el velo púrpura, se había removido entre la tela. Y habían sonado las monedas de oro que lo ceñian a su frente. 

-He hecho algún cambio en la casa. Quiero enseñártelos. He puesto una cortina nueva. No creas que he gastado mucho dinero. Pero todo cambia cuando retocas pequeñas cosas. Todo cambia realmente. Es una tela mala, muy gruesa. Pero me gusta el efecto de la luz sobre ese color. También tendré que cambiar las otras. De momento sólo una. Y el sillón. Míralo. Es precioso. Muy barato. Lo encontré en un mercado de cosas usadas. Sirve y es muy bello. 

Annistar sabía que era una tela cara y el sofá era del que ella había visto en un mercado en la ciudad, no era caro, pero tampoco barato y no era de segunda mano. 

Pero como en Annistar pesaban todas aquellas cosas que antes pesaran y muchas más no dijo nada; pero sabía por qué aquellos cambios estaban allí. Y antes, cuando sólo pesaban todas aquellas cosas que tanto pesaban, se habría sentido triste o quizá humillada. Pero ahora pesaba otra cosa. Algo que temblaba y no tenía peso. O al menos el peso del viento o de lo hueco de una boca repleta de luz. Y eso que pesaba pesó cuando Lishá le había puesto la mano sobre el rostro o cuando se había girado precipitada. 

-Enhorabuena, tienes un gusto muy bueno para tu casa. Cuando tengas marido estará en el paraíso contigo. Harás de cada hora de su vida un instante de eternidad. Estará tan bien que cuando tenga que morir no querrá subirse con Dios 

-No me tomaré tanto trabajo por él

-lo harás muy feliz

-cuando me conozca de verdad deseará no haberse casado conmigo

-cualquier hombre que se case contigo será muy feliz

-lo será hasta que cruce ese umbral

-el mismo que yo he cruzado

-ese mismo. No quiero, de verdad te lo digo, que ningún hombre lo haga. Que sea muy feliz afuera.

-¿y si entra?

-saldrá por su propio pie

-tú no lo echarás

- yo no

-entonces es mejor que no entre. Esto me parece un paraíso. Uno pequeño. Alejado de todo. De la ciudad y del río. Pero no es un paraíso para maridos. Ese jardín es pequeño. Uno, dos, tres árboles grandes. El camino bordeado de flores y de jarrones. Las vasijas. Y el banco junto a la pared cubierta de hiedra. Es un paraíso, pero no para maridos

-así es, tú lo has dicho

-ni ancianos, ni niños

-ninguno

-no te gusta ninguno porque eres muy joven

- soy la más vieja y la más joven

-cada vez que sales a la calle te persiguen cientos de jóvenes

-ciento, miles, milones...

-pero siempre se quedan fuera del umbral

-siempre se quedan fuera del umbral. 

Annistar se dirigió a una pequeña claraboya oculta a medias con un trapo por la que entraba la luz. Se acercó despacio, como respetuosa, dando pasos cortos. Con la mano derecha se cubría la cara como si esperase recibir una intensa luz que la deslumbrara. 

-¿Y hoy?

- hoy no ha venido.

-¿suele quedarse fuera muy a menudo?

-no

-¿por qué no habrá venido hoy?

-lo ignoro 

Annistar sonrió dulce. Bajó la mano y se quedó mirando la suelo.Lishá la vio bajo el endeble y polvoroso halo de luz dorado del atardecer y pensó. Supo que era bella y triste. Muy bella y muy triste. Tan bella como triste. 

-Parece como si fuera tu hijo o tu hermano.

-más que eso, al final lo quiero más que eso.

-¿tanto?

-sí, sí, sí 

Algo se le había escapado a Lishá. Algo que ella no deseaba mostrar. Una felicidad muy intensa que había salido de ella como impulsada hacia muy lejos. 

-¿Alguna vez...?

-¿hablarle?

-me lees el pensamiento.

-ultimamente creo que soy capaz de hacer eso y más. No, no habla. Sé cuando viene y se va. Empiezo a iluminarme por dentro.

-¿cómo?

-es una felicidad grande, radiante. Aunque no quiera te obliga a sonreir y a tumbarte y revolverte en la cama o en el suelo, nada se puede hacer.

-me gustaría estar aquí cuando... 

No acabó la frase. Lishá comprendió. Dijo que sí con la cabeza y reía, así como lo hacía cuando llegaba él. Y cuando vio estremecerse a Annistar bajo la luz, alta y distinguida con sus hermosos atuendos y el cuello adornado con un collar no pudo por menos que besarla en el cuello. 

-quieta, no , estate quieta

-¿lo sabes?

-lo sé

-soy feliz

-y yo

-ojalá vieniera ahora

-ojalá

-y si viniera

- nada, haríamos como si no estuviese

-es cierto. Seguiríamos hablando, riendo, te contaría cosas de mis padres muetos, tú de tu marido.. De mi infancia. Haríamos té y seguiríamos diciendo cosas sin sentido, y así, así...

-así moriríamos

-sí

-y él

-él con ella

-¿ella?

-no lo sabías

-no

-él también está con ella 

Lishá le pide a Annistar que se siente. Annistar tomo asiento en el sofá nuevo. Se coloca todas las joyas en su sitio. Lo hace metódicamente. Como algo aprendido y natural. Desde lejos Lishá la ve, la contempla y corre como una chiquilla hacia los brazos de su madre y le da un beso en las mejillas 

-por favor 

Annistar se pone seria y mira al suelo. 

-déjame un rato sola, por favor

-está bien , qué quieres que haga

-estás en tu casa, tu sabrás

-ya lo sé, haré té, te lo serviré, limpiaré la cocina, iré a preparar la cena, te lavaré los pies y te pintaré las uñas, luego... a ver , sí, ya sé, iré al jardín, romperé el banco, ese tan bonito, que tanto te gusta (Annistar ríe), y luego saldré al pueblo y me encontraré con un hombre (Annistar se pone seria), haremos el amor y luego me tiraré al río, moriré ahogada...

-cállate 

Annistar se había puesto de pie. Luego se sienta. Se cubre la cara con las manos. 

-dos días, dos días

-es verdad, sólo dos días

-no los desperdiciemos

-perdóname, perdóname. 

Y por fin, con la boca buscando la boca de Annistar, venció la resistencia de su rostro y ambas...ambas se besaron. 

La mujer del molinero, Amina, llega rendida, se sacude el polvo de los pies en el umbral y casi arrastrándose se deja caer, se desploma sobre un banco acolchado que está bajo una ventana abierta por la que entra una rama de la que pende un albaricoque rodeado de moscas; baten sus alas alrededor del hilo de oro que inflama el sol sobre la superficie rugosa del fruto a punto de pudrirse. La luz la luz del atardecer, es tan suave y tan... hace soñar con cestas de naranjas y un mar espumoso y el pasar lento y dorado del tiempo y cuerpos desnudos como estatuas y pesados como si flotasen en un cuadro. 

Pasa el tiempo y la tarde se hace fresca y se hace noche. Llega su marido, el molinero Svet. Cuando estaba a punto de entrar se ha detenido y ha vuelto a salir por la puerta. Se queda petrificado con el camino que sube la colina a sus espaldas, enmarcado por la puerta. Pone cara de sigilo y de sagacidad con los párpados entornados y girando a un lado y a otro miradas oblicuas. 

Svet entra en la casa, deja todo lo que lleva en el suelo. Se acerca a Amina y le acaricia el cabello sobre la mejilla y le gira el rostro para mirarla en los ojos. Su cara es de dolor y algo de disgusto. Svet se retira. 

-Aun estás enfadada 

Amina no contestó, cerró los ojos y apretó los labios 

-está bien, te dejaré en paz. No cero que sea culpable de algo tan horrible para que... 

Svet la mira. Amina sigue igual. 

Svet se dirige al fondo de la sala. Abre una puerta, que permanece entreabierta. Ya es completamente de noche. Se oye correr el agua. Se oye cómo se rompe un olvió . El agua deja de correr. Amina hunde su rostro cada vez más oscuro en los pliegues de su vestido. Una luna roja se presiente entre las ramas. El viento mece las hojas. Se oyen susurros, suaves, débiles. A lo lejos una música festiva, una boda, Svet regresa. 

-no lo soporto, no lo soporto 

Lleva el torso desnudo y va chorreando agua. 

-qué quieres que haga 

Ella lo mira de arriba abajo. 

Sale de la casa. Los últimos restos del sol se consumen en lo alto de la loma. 

-quizá me vaya, me oyes. Eres capaz por lo menos de oir. Claro que puedes oir a pesar de todo tu orgullo. No volverás a verme. Puedes quedarte ahí callada hasta morir. 

Se sienta y coge puñados de tierra con las manos. Deja que se le escurra entre los dedos. 

Entra con un saco, empieza a sacar cosas. Pulseras, tela, flores de olvió , botellas de perfume. El gesto dolido de su rostro. 

-todo esto lo había traído para ti. Me ha costado mucho, pero creía que estaba empleando bien el dinero. 

Ella sigue sin hablar. 

-no vale la pena. Fui tan estúpido que pensé comprar tu perdón. Soy un ignorante. Quizá no comprendas que yo siento... por...ti 

Ella lo mira con olvió , pero él estaba de espaldas. 

Dio un golpe formidable al olvió de la ventana, se olvió, se fue a su cama. 

A la mañana siguiente ella no estaba. Svet se desesperó. La buscó por todas partes. No regresó al caer el día, ni a la mañana siguiente. Se lanzó a buscarla. Al cabo de una semana no sabía nada de ella. Desesperó. 

Al final del paseo de farolas se llegaba hasta el malecón. El barco que llevaba hasta la otra orilla ya había zarpado, lleno de gente. Svet caminó hasta llegar a un policía. 

-buenas noches, agente, buenas noches..., señor policía, estoy buscando a mi olvi.

El policía pensó que era un loco, un mendigo, se libraría de él. 

-ahora no puedo ocuparme de olvi

-es una olvi de unos treinta, no, más, tiene más, ahora no me acuerdo, cumple los años en primavera, sabe, ha desaparecido, pero no sé por qué, hace una semana, por favor tiene que encontrarla, sino no podré vivir... 

El policía suspiró 

-por favor

- ¿es que no quiere ayudarme?

-váyase ahora mismo 

El policía empezaba a impacientarse, así que decidió tomárselo con humor. Tampoco tenía mucho que hacer aquella noche. A lo lejos se acercaba su compañero. Le hizo un gesto para que se acercase. 

-qué pasa

-nada, es que creo que tenemos que ir a olvi sitio

- a dónde 

y en voz baja le explicó el asunto 

-déjame a mí

- no, mejor vámonos

-espera 

Con una sonrisa repugnante se dirigó a Svet. Poniéndole una mano en el hombro, le miró a los ojos y luego miró a su compañero con una sonrisa horrible 

Svet estaba palpándose la ropa, buscaba en todos los bolsillos de sus harapos. Su cara era realmente horrible, se descomponía por momentos. 

-qué está buscando

-algo, no sé, no me acuerdo

-qué está olvi buscando

-quería enseñarle algo 

olvió a mirar a su compañero y a punto estuvo de saltársele la carcajada. 

-tiene más de treinta añor, tiene el pelo muy brillante, tiene que encontrarla, por favor ayúdeme, tiene que encontrarla, yo no soy muy rico, pero puedo...

-darme las gracias olvió ivamen

-¿se está riendo de mí? ¿por qué no me cree? Estoy sufriendo, ¿no lo ve’ ¿no lo quiere ver? 

El policía puso una cara extraña. Se estaba empezando a hartar de aquel hombre. Se puso de pie, le dio la espalda y se marchó. Svet se quedó solo, caminando como un sonámbulo, con los ojos muy abiertos. 

“no lo puedo entender. Me desprecia. Estoy aniquilado, humillado. No hay seres humanos, nadie comprende mi sufrimiento, nadie me ayuda. Tengo ganas de llorar, tengo remordimientos, nadie ha de decirme que seré perdonado. De repente me siento tan solo como si yo solo fuese un agujero en el mundo. Parece como si hasta ahora hubiese estado olvió iv, me pica la piel, y ahora despierto, quién me dice buenos días, nadie, silencio, silencio, despierto a la muerte. Estoy avergonzado. Quereis comer de mi. Ya no puedo buscar más , buscar por toda la eternidad. Pero si muero no la encontraré. La encontraré y me perdonará. Llorará conmigo y sentiré la dulzura del amor y de las lágrimas. Dormiré contigo, has vuelto, qué bien. No vuelvas a irte jamás. Ponte a este lado, así, así. Yo no sabía que me querías, hasta ese punto, oh, dioses, hasta ese punto. Acércate más. Que pelo tan suave, ya no me acordaba...” 

Y Svet se olvió, soñando en la calle. Con el frío y la lluvia, dormía soñando. 

Y en su sueño, los recuerdos se hacían más persistentes, afilados, olvió ivamen brillantes. 

Un hombre y su hija retiraban las sillas de encima de las mesas. Las puertas estaban cerradas, pero Svet se asomó por una de las ventanas. La muchacha se asustó, quiso chillar, pero se contuvo. Se acercó a su padre. 

-papá 

Su cara de miedo no se apartaba del extaño hombre de la ventana. 

-qué pasa

-haz algo

-cómo dices 

El padre miró a su hija y , olvió iv la dirección de la mirada de ésta, vio a aquel hombre olvió del olvió de la puerta. 

-quién es , hable , quién es

-papá, haz algo

-¿está cerrada la puerta?

-sí, sí, está cerrada.

-ya se va, no te preocupes, ya se ha ido.

-has visto su cara, qué horror, no parecía un hombre. 

La niña se cubrió el rostro con las manos y empezó a llorar 

-parecía un animal, hija,

-aunque me daba pena, no puedo dejar de temblar de miedo, no puedo.¿Viste cómo miraba?

-sí 

olvió ivamente la hija buscó la mano del padre con la suya, que su padre estrechó olvió ivam. 

Al día siguiente Svet se encontró tiritando en el suelo y el viento barría la lluvia sobre su rostro. Casi no podía abrir los ojos y tenía los labios empapados. Entre las ráfagas de viento y lluvia se apareció una niña con vestidos blancos muy amplios y ondeando al viento y a la lluvia. Rubia y de piel muy blanca. Caminaba como deslizándose, sin hacer olvió ruido. Cuando se acercó a Svet, su rostró pareció agrandarse. Todo desaparece y casi tocándose sus caras, el bello, el bellísimo rostro se le quedó mirando, sin parpadear. La nariz afilada y turbadora, las facciones rectas, un aspecto de dureza, de olvió, de estatua. Pero también parecía el rostro inmutable de un gato. Sus ojos podían hablar más que el canto de sirenas aterradoras. Todo en ella miraba y observaba con olvió iv. De pronto una estrella fúlgida y álgida, como hielo, como ónice brillante empezó a abultarse en su frente, creciendo olvió iva, con un sonido parecido al que hacen los cuerpos cuando chocan. 

Por fin Svet se despertó y a su lado había una niña. No era como la que había visto en su sueño. Le dolía la cabeza, tenía frío, hambre y estaba desesperado. Se irguió sobre los codos. Su mirada dolorida se fijó en el mar. Entre las sombras grises de las olas, casi negras, un sol helado tamizaba de penumbra alguna cresta del mar ondulado en su olvió iv. La brisa era suave, el día desapacible. 

-estoy perdido 

La niña permanecía sentada en el borde del muelle, sobre el mar. Svet estaba un poco más atrás. Al oirlo hablar, la niña se dio la vuelta y lo miró. Svet seguía mirando el mar. 

-estoy muerto 

La niña se giró otra vez y miró al mar. 

-eres un cobarde. 

Svet no lo oyó. Ahora estaba ensimismado, contemplando su cuerpo semidesnudo. 

-no, no, no (había empezado a gritar) 

Se desplomó exangüe. Movía la cabeza sobre el suelo mojado. La niña se levantó de un salto y se acercó a Svet, le dio una patada. 

-levántate miserable, me das asco.

-quien, quién está ahí, se lo suplico déjeme, sólo quiero morir

-qué has dicho

-que me deje. Estoy muerto, no se puede.. a algo que no existe no se le hace daño, ya no siente.

-idiota, estúpido, repugnante...

-cuánta ira (Svet sonríe) sólo te haces daño a ti misma 

La niña se acercó a su cabeza. Se arrodilló. Acariciaba el cabello de Svet. Éste la miraba y sonreía un poco. Su rostro repugnante y macilento. Tenía un ojo cerrado, el otro brillaba como el de una bestia. Y su sonrisa era repelente. 

-preciosa niña 

La niña se irguió y le dio una patada en la nariz.. Svet se llevó las manos a la cara. Se giró, se recostó del otro lado. Ahora lo cubría la oscuridad leve de una nube que gravitaba espesa sobre él. Ya no tenía el aspecto de una bestia repugnante. Ahora parecía poseer una olvió i herida, caída, una olvió ivam abatida. Svet cerró los ojos. 

-jamás volveré a llorar. 

Junto a su cabeza la niña se dedicaba a arrancarle mechones de pelo. Pero él no se movía, no gritaba, no hacía nada. La niña comenzó a gritar y a saltar junto al cuerpo de Svet. Parecía loca de alegría. Chillando y ahogándose al chillar como una niña. Entre los dedos de las manos que le cubrían la cara Svet podía verla. Sintió rabia. Se sentía como un animal. La niña parecía un ser olvió iva y articulado. Pero no pudo evitar admirar la suavidad cremosa de su hombro. 

-hay un terrible secreto en el fondo de cada cosa 

Cerró los ojos y cuando los abrió encontró junto a sí, tumbada junto a él a una muchacha de unos diecisiete años. Su rostro era tan bello y delicado que daban ganas de acariciarla hasta morirse. Con su mirada penetrante dijo: 

-yo 

A Svet el estómago le ardió con fuego. Temblaba. No podía pensar en nada. Tenía miedo, pero todo era olvi ahora, como la luz que había barrido el muelle y el mar tras el cuerpo gigantesco de la muchacha. Todo era olvi, tan sencillo. Cerrando los ojos, dijo como soñando. 

-quiero respirar, deleitarme con el agua cálida que brota de la espalda, puedes darme lo que he perdido, fantasma arrobador, darme lo que no soy, yo cobarde hambriento, dámelo o mátame. 

-tomarás un barco

-tomaré un barco, sigue, sigue, por favor.

-tomarás un barco y te reunirás conmigo. 

Aquella olvi habló muriendo en una luz cálida y temblorosa, sus labios casi rozando los de Svet. 

Se despierta abrasado por el sol y, recortada en el horizonte la silueta aterradora, un gigantesco barco borbotaba por sus chimeneas, moviéndose como un olvi cansado y dolorido. La bocina aún estremecía sus oídos, mientras el barco se deslizaba sereno sobre el agua quieta, como un fantasma de niebla. 

La ventana estaba iluminada y el olvió parecía deshacerse en fibras de oro. Afuera el aire estaba quieto, transparente, diáfano, parecían al alcance de la mano lejanías nítidas. Encuadrado en la ventana un tronco de metal del que se proyectaban nudos retorcidos y polvorientos y las hojas como medallas de esmalte. A lo lejos se perdían nebulosas verdes, asediadas por el murmullo intranquilo del río. El sol vibraba sobre el suelo y sobre los ojos de Annistar y Lishá. Con el suave balanceo de la luz sobre los párpados ambas se despertaron al mismo tiempo y recién revividas se miran con afecto y se hablan desde el interior de la pupila hasta el interior de la pupila. Lishá olvió ivamen se acusta sobre su lado izquierdo. Al levantarse sobre el codo la sábana se desliza y deja al descubierto su cadera. Una curva infinita empapada de mañana. Annista la contempla, con la mano izquierda sobre su cuello y la sábana por debajo de los pechos maduros. Lishá sonríe con el cabello derramado sobre el hombro y el brazo acodado sobre el colchón caliente. Despacio acerca su otra mano al seno izquierdo de Annistar y lo toca con las yemas. El contacto irradia una sonrisa en ambas al mismo tiempo. Y comparten más cosas en sus silencios: ruido, griterio prohibido y perpetuado en la voz cotidiana. Sonriendo con una coquetería olvió i y turbadora Lishá acerca su rostro al de Annistar: 

-al final te has roto para siempre

-ya no seré la misma 

Anistar se resiente de los silencios cósmicos empeñados en labrar su imagen y una nube pegajosa le cubre el rostro y su sonrisa se hiela en raíces oscuras. Suspira y mira al techo. 

-esta pereza, mi cuerpo tan suave y relajado. Mira cómo corre el tiempo allí fuera

-qué tontería 

Lishá le tapa el rostro con la mano y al retirarla Annistar tiene los ojos cerrados. Traga saliva pronunciadamente. Entorna los labios. Lishá se yergue sobre la cama y se queda sentada. Al levantar la cabeza y estirar el cuello la masa de sus cabellos se derrama por su espalda. La luz perfila las olvió ivame de sus costados y de sus caderas a medio cubrir por la sábana tan blanca. Se queda perdida mirando el fuego del sol en una gran hoja de acacia llena de gruesas gotas. Desde su espalda acude una voz lúgubre, fría, distante, tanto que parece romper el ensalmo de la belleza petrificada, infinita que entra por la ventana abierta. 

-qué vas a hacer mañana, Lishá

-¿Lishá?, Lishá, por qué me llamas así

-es tu nombre

-no mi nombre es Lishá ( los sonidos del nombre forman volutas de olvió, cartón y madreperlas con resonancias de nácar y uñas y humo azulado con olor a mango fresco y salvaje cuando pronuncia su propio nombre) 

Lishá se tapa la risa con la mano. Annistar la mira perpleja y asombrada. 

-Lishá, Lishá, busca un trabajo en la ciudad

-por qué (el tono tan olvió ivame firme de Annistar es tan extraño)

-busca un trabajo cualquiera, me oyes. Por favor, esta vez entiende bien lo que te digo. Vete a la ciudad. Vende esta casa. Allí encontrarás cualquier cosa. Si quieres yo puedo ayudarte, conseguirte cualquier cosa. Conozco a gente. O búscalo, búscalo tú misma. Me da igual, entiendes. Llevarás un uniforme, te cansarás, te fatigarás, rendida de sueño. Vestirás como todo el mundo, te dolerá el cuerpo, te harás criada, obrera... se te estropearan las manos, comerás y darás de comer, te harás útil, aprenderás... jamás volverás a verme. 

Lishá había escuhado desde el baño, mientras Annistar se había estado vistiendo. Recién salida, Lishá brillaba rosada, cálida, húmeda. Llevaba puestos unos olvió iva muy ajustados. Con la pierna sobre una silla apoyó la mano en la rodilla. Annistar estaba muy seria, de pie, vestida y enjoyada, parecía una estatua, un ídolo mirando al suelo. Lishá iba desnuda desde la cintura hasta la cabeza. Sus dos senos redondeados y suaves como dos naranjas porosas. Los cabellos sueltos ahora se le amoldaban a la espalda y caían sobre sus ojos, también. Annistar respiraba olvió ivamen y apretaba los labios. 

-podrías cubrirte al menos...

-qué te pasa (la voz de lishá dolía con escamas de sangre)

-quieta, ni se te ocurra acercarte 

Lishá setía ganas de llorar 

-que te ha pasado..., cómo has cambiado (pero Annistar no la dejó acabar)

-qué cambio ( dijo tensando el cuello y afilando la voz) 

Qué es lo que estaba contemplando ahora Lishá. Notaba toda la fisicidad de su cuerpo y el hueco dejado al separarse de ella Annistar. Como si le hubiesen quitado al alejarse una mitad de su cuerpo. Dudar así le hizo adquirir un aspecto muy contradictorio en el que las líneas tensadas de la luz a veces hormigueaban con gotas gélidas, al mismo tiempo era miserable, estaba atormentada. Parecía una niña a la que por primera vez se la traicionase y comprendiese la olvió i del mundo. Pero sus ojos entornados y su boca, sus labios húmedos, su cuerpo, todo, todo era un tormento... 

-no sé qué te pasa, no te entiendo, sé qué no soy muy inteligente... 

Y por fin su rostro se abrió en lágrimas, encendido entre sus manos. 

Annistar miraba al suelo y meneaba la cabeza mientras hacía girar su pie sobre la punta del zapato. 

-lo siento 

Se acercó a Lishá, mirando siempre al suelo. Luego la miró olvió ivamen. Los labios apretados. Lishá estalló en un llanto inconsolable. Se dejaba caer sin fuerza y de no haberla sostenido Annistar se habría caído al suelo. Le pesaba la cabeza, buscaba refugio en el pecho de Annistar. Ésta la acariciaba, metía sus dedos por entre los cabellos de aquella cabeza miserable. 

-pobre criatura

-qué es lo que quieres decirme

-que no volveré. Espero que no me odies. Eso no podría aguantarlo. Huye de mí, incluso de mi recuerdo. Huye hasta que pierdas el conocimiento. Jamás te vuelvas mientras corres. Cuando el peso de mis labios desaparezca de los tuyos ya no estaré contigo.

-tú...

-calla, no digas nada. Soy la olvi más depravada del mundo, la más estúpida, y la más triste.

-pero...

-ahora, cuando me despertaba, he empezado a recordar. La luna, tan cerca, tan cerca que se podían ver todas las manchas de su rostro. Nunca la había visto así. He estado toda la noche despierta, viendo cómo se movía a lo largo del cielo. Qué dolor sentía entonces, como el de una pena que se funde de repente en felicidad y desaparece y ya no queda nada y te entran ganas de llorar y sientes nostalgia de sufrir... Luego me acordaba de lo que hemos hecho esta noche, toda tan cálida, los espasmos, tus sonrisas...Temblaba dentro de mí... he sido feliz, tan feliz que he sentido remordimientos... justo cuando el sol entraba por ahí he visto mi casa, ya no la odiaba, sé que es allí donde tengo que estar... 

-tú no quieres a tu marido

-no 

Annistar se separó de Lishá, que se la quedo mirando, ya sin llorar. 

-verás, yo no lo amo. Pero sé que tengo que ir allí. La casa de la que debo cuidar, mi marido, mis hijos...Antes todo eso me pesaba muchísimo. Ahora sé que mi lugar está allí. Debo estar allí aunque me muera de la pena. 

-sigo sin entender nada, no puedo comprenderlo por más que lo intente, quizá me dejes porque te desagrado, porque te hallas cansado de mí.

-nada de eso.

-me parecen todo excusas, has estado tan violenta- se acercó a Annistar y se arrodilló junto a ella, la abraza fuerte; -sé lo que me gusta, me gusta verte, mirarte es un placer, quizá tampoco puedas entender que con que tú estés aquí, que aunque etés a mis espaldas, dándome la vuelta, es como un cielo...

-eres tan niña, con el tiempo comprenderás otras cosas, que hay más cosas que...

-entonces tú no me quieres

-tú tampoco, no ves que es imposible

-cómo puedes saberlo

-no te engañes, estás ciega, yo tengo que ver por las dos..., cuando puedas ver verás con vergüenza todo lo que hemos hecho. Yo sé que no amo a mi marido, él tampoco me ama a mí, no tengo ilusiones, mis hijos lo adoran y me ven como a una intrusa...pero volveré...aun sabiendo que si me quedase aquí sería, quizá sí o quizá no feliz, he de volever, he de volver, y estar contigo puede ser una excusa o quizá una razón para odiarlos más o para amarlos más...además no estoy acostumbrada a tantas cosas buenas, tengo que volver a las cosas viejas, tan dolorosas. Soy tan olvió que la felicidad, tanta podría romperme.

-no,no...

-adiós

-¿hasta nunca?

-hasta nunca 

Todo el día olvió iva postrada sin comer ni salir de la casa. Apenas se dio cuenta de que anochecía. Pasó un olvió y la gente se enfureció al ver que aquella olvi se atrevía a mirar sin cubrirse el rostro ni esconderse de la vista del séquito. De hecho ni siquiera los había visto. Le habrían podido cortar un brazo y no gritar.

Cuando iba acostarse se acercó a la escalera y miró hacia arriba. Vio la pequeña ventana en el rellano, oscureciéndose. “Tampoco ha venido hoy. No vendrá nunca”. Tenía ganas de llorar. olvió ivamen. Un absoluto de dolor que asolaba la realidad giratoria, danzante, un punto fijo.

Sólo pensaba, pensaba, detenida con el tiempo en su cama, desnuda y sudorosa.

“Es falso que haya un dios en el piso de arriba, es falso que viva con su esposa haciendo el amor, que vayan y vengan por los aires y que estén esperando un niño. Annistar lo sabía. Y ahora lo sé yo.” Su mirada habría hecho estremecerse a cualquiera. “Es todo falso, como aquella estúpido historia que me contaron, la de aquel hombre loco que decía que había perdido a su olvi, que había escapado, cuando en realidad había estado todo el tiempo junto a él; decía que lo odiaba, que no contestaba a sus desesperación, pero era él quien estaba loco, tan loco que se arrojó al mar, se suicidó y decía que un barco lo estaba esperando, que se lo habían prometido, qué olvió iv” 

Una risa loca se desmembró de su cara, como si los huesos se le rompieran y dejaran huir una voz de metal y flores de escarcha, oía , veía, la luz nacía de la punta de sus dedos y un batir de alas que sentía tan olvió iva como una ola gigantesca de mercurio solidificado, vibrando dentro de su cabeza. Sentía el contacto viscoso de un cuerpo gigantesco junto a ella y veía su cabeza aparte de ella misma, reproducida varias veces y riéndose de ella. Toda la casa quedó inundada de agua espesa como aceite y alguien se paseaba por el piso de arriba, voces amorosas y delicadas, murmullos y sisar de miembros amputados e implantados de un cuerpo a otro con el vibrar de las abejas. Rostros repercutiéndose infinitos en la distancia y en el tiempo y caricias leonadas y reverberantes como tubos. 

A la mañana siguiente una Annistar ebria habría la puerta de la casa de Lishá dispuesta a entregarse a ella, había abandonado olvió ivamente a su familia. 

Una envejecida Annistar, desnuda, lloró por la miseria de su tristeza sobre el cuerpo muerto de Lishá. Alguien la vio arrastrarla sin misericordia, cogida de un pie, hasta el río, donde arrojó su cuerpo, llevado por el agua hasta... 

Y a pesar de querer morir no se mató y olvió junto a su marido que la recibió feroz, mientras con la cabeza agachada pasaba junto a él. Se relamía los labios con una lengua gruesa y pegajosa, mientras sus ojos se reían con desprecio de su cuerpo viejo y desnudo.

Fuente: Estandarte.com

El hijo

Nuestra Invitada

Juana Castillo Escobar

Anochece. El cielo púrpura, cubierto de nubes densas con bordes renegridos, amenaza tormenta de granizo o nieve. El frío es intenso.

En la casa, las luces del salón están encendidas, la temperatura es sofocante.

Sentado en una de las esquinas de la sala, en una mecedora de mimbre, un hombre pulsa el mando a distancia. Cambia los canales de televisión en busca de algo que no parece encontrar. Frente a él, hundida en una esquina del tresillo, una mujer cose y observa por encima de los lentes los movimientos de la pantalla. Enfadada rezonga:

- ¿Por qué demonios no paras de una vez? Estás mareando al aparatito, al televisor y a mí.

- Me extraña. Tú no estás viendo la tele. En cuanto a los aparatos, no se quejan... Levántate y tráeme algo fresco de la nevera. Tengo seca la garganta. Aquí dentro hace un calor infernal.

Los ojos de la mujer se nublan. En un principio piensa responderle que sea él quien se levante, que mueva su fofo y seboso culo de la mecedora, que ella no es su criada, pero lo piensa mejor y, sumisa, se acerca a la cocina, abre la nevera y de ella saca un bote de cerveza.

- ¿Es que te has perdido por el camino?

- ¡Ya va! ¡Qué prisas tienes! Toma, y que te aproveche.

- Encima con recochineo. ¿Quieres tener polémica?

Recochineo el tuyo, piensa la mujer, pero se abstiene de decirlo en voz alta. A la pregunta de él responde con delicadeza:

- No, no quiero tener polémica. Preferiría hablar como las personas. Tener una charla civilizada.

-¿Y qué es eso?

- Ya sé que lo has olvidado. También yo me estoy olvidando de cómo intercambiar palabras con los demás desde...

- ¡Cómprate un loro y dale la vara a él!

Da un trago largo, eructa con fuerza, tal y como le enseñó su padre, tal y como enseñó él a su hijo, tal y como deben hacer los hombres. Pulsa de nuevo el mando. Salta de un canal a otro. Cosa extraña, hoy no hay fútbol ni en directo ni en diferido por ninguna parte. En uno de los canales ve un trozo de película lacrimógena, en otro parte de un concurso y en los restantes montañas de anuncios. Enciende un cigarrillo y le da una larga calada, expulsa el humo por la boca formando pequeños aros azulados. Sabe que a ella le molesta el humo, y el olor del tabaco le hacen toser y le provocan irritación en los ojos, pero ahora ya nada le importa. La observa esperando su reacción, como ésta no llega, le dice al cabo:

- ¿Quieres un pitillo?

- ¿Desde cuándo fumo?

- Por si te apetecía...

- Lo que me apetece es hablar. Es necesario que lo hagamos. Tengo que decirte que ayer cuando estuve en el sanatorio...

- No quiero saber nada. No me interesa -le corta con brusquedad.

De un trago acaba con la cerveza. Eructa de nuevo. Los ojos, por un momento, se le han vuelto más líquidos, casi transparentes. A ella no le pasa desapercibido, e insiste:

- El chico desea verte. No comprende el por qué de tu rechazo. Ahora te necesita. Nos necesita más que nunca. Lo está pasando muy mal.

Él entorna los ojos. No desea que ella perciba su debilidad. Él es un hombre, y los hombres no lloran por nada ni por nadie. Con voz ronca que quiere aparentar dureza responde:

- Yo no le necesito. Me ha decepcionado. Tú has sido la culpable por consentirle más de la cuenta, por mimarle demasiado.

- ¿Yo sola? ¿Y tú no lo hacías? De todas formas, ¿quién le llevó de la mano para introducirle en el mundo de los hombres, de los machos? ¿Quién le obligó a hacer cosas que él no deseaba?

- Lo hice por su bien. Tú habrías acabado por vestirle con lacitos y puntillas.

- No exageres. Él tomó su propio camino. Fue su decisión. Acertado o no optó por lo que quería.

- ¿Y quería acaso liarse con quien no debió? Él solito se ha buscado este final. Yo no puedo mirar a la cara a mis compañeros de trabajo, tampoco a mi familia, ni a mí cuando me miro al espejo todas las mañanas.

- Los demás no deberían importarte tanto. Nosotros somos tu familia: tu hijo y yo. Si no le hubieras presionado tanto. Si no hubieras querido hacer de él algo que no deseaba. De siempre fue muy sensible, demasiado... Y ahora se nos va. Y tú eres incapaz de dar tu brazo a torcer, de demostrarle tu apoyo, tu amor de padre. Por ir a verle, por hablar con él, por abrazarle, no te vas a contagiar.

- No quiero hablar más. Sólo deseo que ésto termine cuánto antes.

- ¡Eres frío como un témpano! Permaneciendo en silencio no arreglas nada. Tú también estás enfermo. No de...

- Ni la nombres. No quiero escuchar el nombre de esa enfermedad -grita fuera de sí.

- Tú estás enfermo de miedo.

Cae la noche. Con ella llega el silencio. Un perro aúlla a la luna que se esconde entre celajes blancos que van y vienen a merced de la brisa del norte.

En la casa, la mujer se encuentra en la cocina, prepara la cena. Piensa que su marido está enfermo, enfermo de miedo, del miedo que le produce la sospecha de ser como el hijo. Entre tanto él busca en el televisor algo que le borre de la mente la tragedia de su hogar, pero en la pequeña pantalla no lo encuentra. Se ha vuelto incapaz de mirar dentro de sí donde, tal vez, hallaría una respuesta a sus dudas…

Fuente: Estandarte.com