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lunes, 22 de diciembre de 2008

Pedro Pablo Atusparia

      Rebelión en el Perú

Libro de Julio Olivera Oré 

La cultura indígena peruana ha dejado huellas indelebles que superviven. Huellas de un sabor tan antiguo que su influencia da aún contenido y vida a la fábula o la leyenda, a la tradición y a la historia. Una sutil y persistente raigambre de antigüedad y nobleza brota como de fuentes míticas y legendarias dándole un sortilegio de magia y pátina. Influjo y brote que

 tienen su ambiente más propicio en la serranía de Ancash. 

                                    La raigambre indígena es lo único nacional que nos emociona. En todo el país está extendido este sentimiento. Nuestra modalidad social, artística y filosófica, se inspira y parte de lo indio. La cultua de occidente nos ha traído su barniz elocubrante, pero el alma nacional con toda la fuerza de un sino 

arranca de lo indio. La Comunidad Indígena y el Paisaje Andino son únicos. Su acción ha creado en el país una realidad y un sentido histórico cuyo contenido ideológico informa nuestra personalidad y nos salva del anonimato. 

                                    Lo indio viene de muy atrás y va más allá. El Ayllu es su célula viviente. Pervive en el Perú como una entelequia y se alza hasta un plano metafísico. Lo indio nos rodea y nos acicatea, está en el agro, en la vida social, en el arte y hasta en la religión. Lo indio nos informa un carácter y pone su nota emotiva en el alma. La técnica de otras culturas no alcanzarán sino variar los modos de objetivación pero jamás podrán modificar el espíritu indio. Sin lo indio el Perú no tendría su raíz o savia. Los pueblos de América tienen en lo indio su razón de ser. Pueblo que ya no la tiene o no la tuvo es un pueblo que no tiene conciencia clara de su destino. 

                                    Por muy evolucionado que este lo indio quedará su huella inconfundible, El cholo, el roto, el mulato, el gaucho, el Cariaco y el cawboy tienen la energía india que los identifica a simple vista a pesar de su aparente transfiguración. 

La inquietud social del Perú se nutre de lo indio: el panorama de las masas trabajadoras deja su sabor indio en la sierra, en la montaña y en la costa. La literatura y la música, la pintura y la escultura tienen su inspiración más fuerte en el tema de la vida india. Es ya innegable en el arte la influencia de lo indio. Nada hay de original en nosotros sin él. 

                                     En todo instante lo indio ha exaltado el espíritu. Miranda en 1790 presentó al Ministro Pitt su plan de emancipación coronando a un Inca bajo el protectorado británico. El 2 de agosto de 1816 el General belgrano proclama a sus tropas la vuelta del Inca. El propio José de San Martín miraba con simpatía este retorno. En Ancash la Revolución de Atusparia, fué el brote y una nostalgia de lo indio. 

                                    El indígena es una estampa del paisaje andino. Su fisonomía se ha conformado con los elementos de la naturaleza; ora tiene la apacible ternura de su cielo arrobador y la sonrisa exquisita de sus prados, ora el hieratismo de sus cumbres pétreas y la ira despiadada de las tormentas. Cuando el indio ha sido tocado por el amor es capaz de los más sublimes sacrificios. Nada iguala a su constancia y valor. Las pagras o rima-rimas inaccesibles o los pichones de paloma o de vultúridos raros son sus ofrendas más inestimables. El cariño se hace sensible y noble. Pero también es terrible y fatal. La inclemencia de la puna y la aspereza de sus moles o el vericueto de sus quebradas lo han hecho astuto y borrascoso, soporta la opresión y el abuso sin inmutarse: una secreta rebelión alienta su destino y está pronto a estallar. 

                                     Después de la guerra con Chile, el Perú atravesaba por graves problemas económicos y una de sus consecuencias fue acentuar la explotación indígena. Los patrones y mandones querían rehacer su fortuna a costa del abuso. Se recargaron las faenas y repúblicas y se hizo el servicio extensivo en favor de las autoridades y principales; los diezmos y primicias, las pitanzas y regalías fueron exigidos por la fuerza. Y finalmente pesaba sobre el indio la contribución personal de dos soles, excesiva si se tiene en cuenta el costo de sus gastos y su mísera remuneración de cinco a diez centavos diarios. 

                                   El indio no tenia ningún derecho, pero si todas las obligaciones, su condición se había rebajado mucho más que en la Colonia, era algo así como un semoviente del latifundio. En la venta de la propiedad el indígena era incluido como un elemento anexo. Las clases dirigentes para nada consideraban a la familia indígena como que no fuera para arrancar a sus hijos para el ejército o el obraje o a sus hijas para la servidumbre y la deshonra. En resumen el indígena era un despojo humano, víctima de la altanería y de la vejación del mestizo. Esta extorsión y explotación logró despertar al indígena de su habitual apatía. Entonces la iniquidad, la opresión y el vilipendio lo exasperaron y lo hicieron estallar.

                                  Bajo la iniciativa de un indígena de Marián, Pedro Pablo Atusparia, todos los alcaldes de las estancias de Huaraz presentaron su memorial al  Prefecto Sr. Francisco F. Noriega, solicitando la supresión de la servidumbre y la abolición del tributo. Era un pliego completo de sus amarguras y la declaración de sus derechos y reivindicaciones. El sistema oligárquico representado por la persona del Sr. Prefecto no pudo menos que condenar la osadía indígena. El delito de reclamo fue condenado al látigo. Un sargento de la policía, el "Zambo Vergara", flageló a Atusparia. El estoicismo del indígena exacerbó al sicario hasta el ensañamiento. Los demás alcaldes que se presentaron ante el prefecto demandando la libertad de Atusparia no pudieron conseguir sino que la vejaran. Pues se ordenó que se les cortara las trenzas, símbolo de su autoridad y nobleza. 

                                    Libre Atusparia unió su indignación al de sus compañeros y mientras el Prefecto se ausentaba a Aija, se dedicó a organizar la  revolución. Pronto los cerros se cubrieron de enfervorizadas masas indígenas. Reunidos en Marian, designaron a Pedro Pablo Atusparia como delegado. La aversión al abuso y la humillación del último resago de su dignidad empujó a los indios a correr el albur de una aventura, tentada ya en la Colonia con la insurrección contra el Visitador General de la Real Hacienda, don José Antonio de Areche, cuando era Corregidor de Huarás el Márquez de la Casa Hermosa. 

                                    Los rebeldes tomaron el Castillo de Pumacayán, el 1ero de marzo de 1885, encargando su defensa al indígena Pedro Granados. El Gobernador José Collazos en ausencia del Prefecto y t la inacción del Sub-prefecto preparó un batallón de artesanos y puso a disposición del Coronel Vidaurre 100 hombres armados y, que unidos a los 125 de línea y 70 de caballería sirvieron para hacer frente a la sublevación. Los indígenas apenas tenían una que otra arma de fuego, los demás esgrimían sus bastones e instrumentos de trabajo; entre ellos había licenciados que se encargaban de dirigirlos. El 2 de marzo Collazos rompió el fuego y atacó las fortificaciones del Castillo. Hubo una sangrienta carnicería en las filas indígenas; las armas de fuego abrían boquerones .Las escenas de valor enardecían los ánimos. El indígena Ángel Bailón, cuñado de Atusparia, organizó la artillería pétrea del castillo e infirió enormes bajas. Pedro Granados con su honda descalabraba a los asaltantes y las piedras del morro se cernían como una lluvia sobre los invasores. La caballería a ordenes del Coronel Vidaurre no lograba operar y horrorizada por las pedradas y galgas se retiró. El ejército indio se precipitó tras los fugitivos. En las fuerzas de Collazos cundió el terror y pronto sobrevino la retirada. Los indígenas los persiguieron y tomaron los barrios de La Soledad y San Francisco, que en vano Collazos trató de recuperar. El día 4 la invasión se extendió a toda la ciudad. No hubo cuartel para los vencidos. La ferocidad del indio no tuvo límites. El Zambo Vergara fue decapitado. También fueron victimados los Capitanes Delario y Protasio Gonzáles, los oficiales de la Roix, Smit y Lazarte y todos los valientes que pretendieron detener la invasión..La ciudad fue puesta a saco. Muchos de los expoliadores de indígenas fueron fusilados. Los desmanes y depredaciones de la multitud enfurecida alarmaba a la población. Solo el sacerdocio católico encabezados por los Presbíteros Fidel Olivas Escudero y Amadeo Figueroa lograron calmar la furia indígena.

                                                       El Coronel Vidaurre y el Gobernador Collazos huyeron a Recuay. El Prefecto que se encontraba en Aija al saber del levantamiento, en un rasgo de orgullo e insensatez pretendió regresar a Huaraz, pero en Recuay los indígenas casi lo linchan y no tuvo más camino que el de la fuga, ruta ineludible que el destino señala a todos los déspotas y tiranos. En compañía de Collazos se embarcó por Huarmey rumbo al Calláo, dejando atrás los alaridos de la rebelión que su perfidia y temeridad desencadenaran. 

                                       Apaciguados los ánimos y satisfecha su venganza los indígenas asumieron el gobierno de la población. Atusparia supo colocarse a la altura de las circunstancias críticas del momento y para conjurar la anarquía y establecer su gobierno nombró como Comandante General al Dr. Manuel Mosquera y como secretario al periodista e intelectual Luis Felipe Montestruque, célebre redactor de "El Sol de los Andes", que muriera más tarde en la refriega revolucionaria.

                                     Atusparia impuso su autoridad sin admitir objeciones ni distinciones. El jueves 12 de marzo se instaló el nuevo Concejo Municipal Revolucionario de Huaraz bajo la presidencia del Dr. Federico Olivera. Entre tanto la revolución avanzaba. El 16 de marzo Pedro Cochachin, llamado "Uchcu Pedro", caudillo carhuasino y lugarteniente de Atusparia en compañía de Mariano Valentín invadía Carhuaz y lo sometía al nuevo régimen, estableciendo enseguida su cuartel general en Mancos. Una avanzada al mando del indio José Orobio, fue rechazado por la guardia Urbana de Yungay. Este triunfo estimuló y decidió el envío de un destacamento de observación al campamento indígena, pero en Ranrahirca fue destruido. La indignación de La Guardia Urbana fue tal que fusilaron al mestizo Simón Bambarén, hecho prisionero en el ataque de Orobio y sindicado de facilitar la invasión indígena. Mosquera y Atusparia reforzaron las huestes revolucionarias; y, no habiendo la Guardia Urbana aceptado la rendición de la plaza fue tomada la ciudad a sangre y fuego ( la ciudad de Yungay), pese al heroico gesto de la resistencia organizada por don Rosas Villón. La defensa de la población costó las vidas ilustres de don Fernando Arias, Rosas Villón, Félix Díaz, Claudio Navarro y de centenares de ciudadanos más. 

                               Sometido Yungay las fuerzas de Atusparia invadieron Caraz, quedando con ello consolidado la dominación de todo el Callejón de Huaylas. Las demás provincias de Ancash se plegaron al nuevo régimen y hasta los indígenas de Ayacucho, Junin,Húanuco y Cajamarca enviaron delegaciones anunciando su adhesión. 

                               Atusparia volvía victorioso a Huaraz y el homenaje de los pueblos despertaba su ambición de poderío y dominio. En la mente del caudillo se gestaba la idea de restauración del gobierno incaico y los áulicos del nuevo monarca explotaban el ensueño del indígena y medraban al amparo de su buena fe. 

                              La actitud de Atusparia conmovió la República; en todas las Comunidades de Indígenas del país se organizaban conciliábulos secretos para apoyar la insurrección. El ambiente se poblaba de rebeldía y de evocación. La memoria ilustre de los Incas sustentaba la esperanza y el recuerdo del heroísmo de Manco y Cahuide exahtaban las fantasías. El gobierno del General Iglesias enterado de la sublevación por don Agustín Antunes, nombró al Sr. Don José Iraóla como Prefecto de Ancash y envió una expedición a ordenes del Coronel Callirgos. El ejército se componía del Batallón Canta de 400 plazas regulares, de 300 celadores de Lima y a ordenes de un Coronel y de una pieza de cañón a cargo del teniente Regal. El 13 de abril desembarcaron en Casma. Un destacamento comandado por el Coronel Gonzáles fue rechazado por Uchcu Pedro en Chacchán y perseguido hasta cerca de Casma. Las poblaciones de la costa temblaron ante la amenaza de una invasión indígena. El mismo Prefecto se veía en la necesidad de resguardarse en Chimbote. Mientras que Uchcu Pedro organizaba trincheras en la Cordillera Negra los mestizos de Huaraz, temerosos de la dominación indígena, se ponían al contacto con el ejército invasor y delataban las maniobras de los rebeldes. Es así como el Coronel Callirgos ingresó por Quillco a Yungay, pese a la resistencia ofrecida por Uchcu Pedro y la victoria de los indígenas en Matacoto. Sin embargo Uchcu Pedro se mantenía en las cercanías de Yungay en espera de los refuerzos de Mosquera, que acantonado en Carhuaz se había dedicado a la orgía. Pero Atusparia decidió personalmente entrar en campaña y avanzó hasta Yungay,  no sin antes haber destituido a Mosquera del cargo militar que se le hubiera confiado. En la noche del 21 de abril el ejército indígena ingresaba a yungay bajo el mando de Granados, Montestruque, Bailón y José Orobio. Al amanecer se extendió la lucha por toda la población. Bailón caía al pasar el puente y Montestruque era atravesado por una bala en su puesto de comando. Heridos Atusparia y Granados decidieron retirarse a organizar la resistencia en Huaraz. Uchcu Pedro y Orobio que se habían replegado en las alturas volvieron a atacar el DIA 22, continuándolo hasta el 29 en que emprendieron la retirada a Huaraz. En estas refriegas fue hecho prisionero José Orobio y fusilado de inmediato. Mosquera poseído de pánico pretendió capitular y huir. Pero descubierta su felonía fue depuesto por Uchcu Pedro. La tropa se mofó y lo ridiculizó y degradado y menospreciado se asiló en la impedimenta del ejército indígena, sumiéndose en la embriaguez alcohólica para soportar las humillaciones y vejaciones de que era víctima. Así terminó la historia de este triste personaje, que medró al amparo de la sublevación indígena, pretendiendo en todo momento convertirlo en una montonera en favor de Cáceres, en la rebelión contra el gobierno del General Iglesias. 

                                   En Yungay el Coronel Callirgos normalizó la vida de los pueblos del callejón de Huaylas y emprendió su marcha a Huaraz donde ingresó el 3 de mayo aprovechando la ocasión de que los indios estuvieran distraídos en la procesión del Señor de la Soledad. Aquél día se libró una de las más sangrientas batallas de la revolución. Los indios se cobijaban tras el anda mientras el fuego los barría. La masacre fue espantosa. Atusparia caía herido nuevamente. Uchcu Pedro logró escapar pero el 7 de mayo volvía a asaltar al enemigo en su cuartel del Colegio de la Libertad infringiéndole apreciables bajas. En seguida pensó atacar la ciudad por sus dos extremos, para lo que puso al frente del ejército de la Cordillera Blanca al Teniente Coronel Justo Solís quien traicionando a Uchcu Pedro, capituló ante Iraola. El mismo Parlamento presidido por el presbítero Olivas Escudero intimó la rendición a Uchcu, pero ni éste ni su estado mayor aceptaron y, vencida la tregua un tiro de fusil anunciaba el comienzo de la batalla. Uchcu Pedro el 11 de mayo con el grueso de su ejército ingresó a la ciudad y tomaba el barrio de Huarupampa. Un combate encarnizado que terminó en la noche con la retirada de los indios puso fin a la lucha. La eficacia de las armas de fuego superó a las macanas de los indios. Miles de estos fueron masacrados y el horror de aquella noche cayó sobre los indios como una fatalidad. Sobrevino la dispersión de los demás. Pero Uchcu Pedro volvía a aparecer en la cordillera Negra. Sus perseguidores encabezados por el Sub-prefecto Duffo se apostaros en la casa de don Francisco Arteaga, compadre de Uchucu Pedro, y consiguieron que este invitara al caudillo y tras embriagarlo lo entregó a sus enemigos. Los destacamentos enviados en su persecución fueron diezmados. En las alturas de Huaylas se unía con las montoneras caceristas de Trujillo y alcanzó con éstos capturar la población. Pero el 24 de agosto perdían la Batalla de Mato y Uchucu se vio precisado a remontarse a la puna. Con el deseo de pertrechar a su tropa se encaminó a Quillco . Trasladado a  Casma fue fusilado el  30 de Septiembre a inmediaciones del Templo. Indio altivo y enérgico rechazó la conmiseración y tuvo antes de morir el arranque de Cambrone en Waterloo. Un día antes hizo su testamento, ante el escribano de Casma, don Francisco Hurtado en el que dejaba para sus 8 hijos sus tierras de "Ataquero" y dos bocas de mina que rendían 30 marcos por cajón.

                                     Los mestizos victoriosos no fueron menos feroces que los indios. Los vencidos fueron masacrados y, para ahorrar los proyectiles se apilaron indios a los muros del cementerio o se les ponía en fila para atravesarlos a balazos. 

                                      Debelada la revolución el Mariscal Cáceres  tuvo interés en conocer al caudillo que había sido capaz de tan grande gesta épica. Y ante el Presidente de la República, Atusparia sostuvo el pliego de reivindicaciones que había motivado el levantamiento, Cáceres conmovido por la nobleza del patricio indígena no solo lo perdonó sino que anheló que su descendencia gozara de la protección del Estado, para lo que se encargó de la educación de su hijo Manuel Ceferino Atusparia Itauri. 

                                     La sublevación indígena acuñó para la inmortalidad las efigies de Atusparia, Uchcu Pedro, Felipe Montestruque y Fidel Olivas escudero. 

Atusparia fue el genio de la política y lamponderación; su austeridad y mesura salvaron a los pueblos de la exacción y de la masacre indígena. Mientras Uchcu Pedro era el genio de la guerra, Atusparia era el del gobierno; mientras aquél se imponía por la fuerza, éste usaba la bondad; el uno acusab a terror y el otro simpatía; feroz y sanguinario Uchcu Pedro, apacible y prudente Atusparia. Por distintos caminos ambos iban al sacrificio: el uno por el de la temeridad y el otro por el de la cordura. Mientras Uchcu Pedro expiraba fusilado, Atusparia moría envenenado (Marian 25 de agosto de 1887 y sus restos reposan en el Cementerio de Belén de Huaraz). El uno fue escarnecido y el otro incomprendido. 

                                          Felipe Montestruque fue como el númen de un ensueño. Dio a la Revolución un contenido poético. En "El Sol de los Andes" exaltó los valores de la raza y delinéo los alcances de la Revolución. Y mientras sus manos sostenían en la guerra una arma de combate, su alma declamaba odas homéricas. Un tiro de fusil en el pecho inmortalizó al vate y su gesto de héroe fue su último verso de poeta.  

                                         El presbítero Fidel Olivas Escudero fue la providencia de los pueblos. Interpuso su bondad y caridad ante la ferocidad indígena. 

El levantamiento de 1885 no fue obra estéril. Ha quedado como una lección de heroísmo y genialidad y cada vez que el abuso se entroniza y saca a relucir su torva ambición, el recuerdo de los indios y su amenaza latente hace temblar a los déspotas. 

                                        La reseña de éste levantamiento en las cumbres andinas es como un brochazo de rebeldía en el paisaje. Igual que una tormenta o un cataclismo la sublevación dejó en el escenario la estela visionaria de una pincelada roja.

Julio Olivera Oré

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