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lunes, 15 de diciembre de 2008

El Juguete


Por Nalo Alvarado Balarezo

A las 3 de la tarde del 24 de diciembre de 1919,  el sol duerme aletargado sobre los sembríos de Matara. Sentada en un banquito junto a la puerta de su casa, doña Marcelina hila copos de lana en su viejo huso. Frente a ella, su pequeño nieto Manuel juega con su perro “pichicho”, su único amigo en la periferia del pueblo. De pronto: 

- Patacán, patacán, patacán... – llega su vecino Cipriano Aldave, cabalgando un brioso alazán. 

- Doña Machi, el parroco de Chiquián va a repartir juguetes después de la Misa de Gallo, dicen que hay para todos, vaya rápido – le sugiere Cipriano. 

- Gracias don Shipico – contesta y piensa: "Por fin mi Mañuquito tendrá su primer juguete" – ella enviudó muy joven y vive en Matara con su nieto desde que su única hija falleció durante el parto. Sobre el padre de Manuel, nadie conoce su nombre, pero comentan que es un hacendado. 

Doña Machi ingresa a su casa y prepara el fiambre: un poco de cancha y otro de shinti que envuelve en un pedazo de tela. Pone al niño su poncho y bufanda en el patio, se persigna mirando Carhuaspunta... En su rostro cuajado de surcos que el gañán de los años ha arado, brilla un destello de esperanza... 

- Ojalá Diosito le haya enviado una pelota a mi huerfanito – dice doña Machi y dibuja un pequeño balón en su pensamiento... 

Enrumba a Chiquián con su faldellín ondeando al viento llevando de la mano a Mañuquito. A su paso se acompaña con el aroma de la ccantuhuayta, del mito y la verbena, que crecen a la vera del sendero. Ya son las siete y los chuluc empiezan a tocan sus violines puliendo el silencio de la noche estrellada. La luna brilla en lo alto, el camino le parece corto y en su mente garabatea la sonrisa de su nieto recibiendo un juguete. Su corazón se agiganta paso a paso; hasta que por fin divisa el pueblo. Junto a la cascada de Putu, el señero Capillapunta vigila el hermoso Chiquián... 

Doña Machi y Mañuquito arriban al barrio oropuquino y toman un sorbo de agua en Chinapila. En eso repican las campanas llamando a misa y apuran su andar junto a muchas sombras con llanques que caminan presurosas hacia la iglesia. La mayoría lleva en sus brazos gallos y corderos. Todos ingresan al templo, menos algunos bípedos que chinguirito en mano se quedan rebuznando en la plaza. 

***

- Como dice Jesucristo: “Dejad que los niños vengan a mí... la generosidad es dar antes de que se nos pida” – con estas cristianas palabras culmina el párroco la Misa de Gallo y centenas de niños con sus padres se apretujan en una interminable cola para recibir sus juguetes. Algunos pequeños duermen en el regazo de sus santas madrecitas, otros más grandes dormitan parados tiritando de frío. No hay bizcochos, ni chocolate, solo un manto de fe abriga a los niños. 

A cuarto para las dos de la madrugada por fin abuelita y nieto están frente al párroco y al sacristán. Algunos niños más "vivos" que otros ya han recibido hasta dos juguetes. También una que otra "mamá" sin hijos ya recibió su regalo. Doña Machi baja la mirada y observa la pelota que el sacristán tiene en las manos. El corazón se le quiere escapar del pecho, mientras oye el sonido que dejan escapar las quenas, los rondines y los pitos de arcilla que los niños chiquianos acaban de recibir por Navidad. 

- ¡Y ustedes!, ¿qué hacen en la cola? – pregunta el párroco. 

- Somos de Matara, mi nieto es huérfanito, por favor una pelotita  – contesta Machi con tono de ruego. 

- Solamente hay juguetes para los niños del pueblo, además ustedes no asisten a misa los domingos. 

- Es que vivimos lejos, pero somos católicos y oramos todos los días en nuestra casa de Matara... 

- ¡Retírense!,... ¿quién sigue?... – Doña Machi se pone a un costado con su Mañuquito y levanta la mirada. Sus ojos brillan de tristeza, hasta parecen dos lágrimas suspendidas entre el cielo y la tierra... 

*** 

Sin haber recibido un mendrugo emprenden el retorno a Matara. Ambos beben un nuevo sorbo de agua en Chinapila y ascienden silenciosos el cerro San Juan Cruz... De pena se olvidaron de probar su fiambre. 

- Apúrate Mañuquito. 

- ¿Y mi pelotita mamita? 

A lo lejos serpentea el camino de herradura. Mañuquito se queda dormido y su abuelita lo ata a su espalda con su viejo jacu de lana. Ella no quiere mirar atrás para no ver el pueblo sin rostro ni manos de solidaridad que ni siquiera les brindó un abrazo navideño. A las cuatro corona sudorosa la cumbre, mira el Huayhuash que le regala su resplandor blanco, sonríe y murmura con la dulzura de sus 80 años: “El próximo año será”. 

Ya son las cinco de la madrugada del 25 de diciembre, el camino se le hace largo, pesado y oscuro, su pensamiento se confunde y el corazón se le comprime; eleva la vista al cielo y ve plomiza la luna que alumbra como ojo de ciego, el viento azota las ramas de los huaromos y quisuares. Pronto comienzan a caer cortinas de aguacero y el desfiladero se torna resbaladizo, se tambalea y suelta el atado con la cancha y el shinti que se pierden entre las hualancas y las pitajayas. Se persigna y continúa su lenta marcha por el abrupto sendero, ella tiene que llegar a casa antes que asome el alba de oro para abrigar el sueño de Navidad del huerfanito...

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